Por Jeffrey A. Tucker. (Publicado el 21 de septiembre de
2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí:
http://mises.org/story/3721.
El cine
negro no está en boga, así que es el momento perfecto para anticipar una
tendencia. Esas películas de las 1940 no sólo eran brillantes y bellas, sino
además entretenidas por sí mismas. Ahora nos parecen algo distinto de lo que
nos hubieran parecido entonces y no quiero decir sólo que nos inspiran añoranza
de los tiempos pasados.
Hubo un tiempo en que Mises estaba escribiendo La
Acción Humana, Hazlitt trabajaba en el New York Times y Ayn Rand
estaba negociando El manantial con Hollywood. Estos autores usando
máquinas de escribir manuales y teniendo sus resultados sólo en papel, eran los
defensores del mercado y del progreso tecnológico. Mostraron lo que otros no,
que las innovaciones del momento, por muy maravillosas que parecieran, eran
sólo el principio de lo que era posible mediante la libertad.
El cine negro de su época ilustra muy bien la extraña manera
en que la operativa de la propia sociedad se veía limitada por la tecnología
existente comparada con nuestra era digital. Como ninguno podemos vivir dos
veces, dependemos de medios com0 este para poder conocer esta área y muchas
otras.
Muchos de los argumentos de cientos de estas películas
incluyen la capacidad de la gente de cambiar de identidad y perderse en la
multitud, con trucos y giros que serían hoy completamente inimaginables en la
era de la información. Lo que es especialmente interesante es que los autores
de las películas no eran conscientes de que vivían en lo que ahora nos parece
un tiempo prehistórico. Para ellos, la capacidad de llamar de casa a casa, de
escuchar la radio en el coche de comunicarse con otros en cabinas telefónicas
les resultaría asombrosa.
Para los espectadores actuales, se ve una sociedad
radicalmente limitada por la tecnología, con gente cuyas decisiones y curso de
la vida se determinan por este hecho, incluso aunque no lo sepan. El principal
límite es la ausencia de información acerca del pasado de una persona y por
tanto de su verdadero carácter. Los malvados se presentan como gente
respetable, mientras que la gente respetable se hace malvada y tienen éxito
sorprendentemente al ocultarlo, incluso a la gente más intima.
Por ejemplo, Detour trata sobre un
autostopista (¡menudo anacronismo!) recogido por un conductor que no ha
contactado con sus padres en muchos años, ni ellos han contactado con él. El
conductor muere repentinamente y el autostopista, temiendo que se le acuse, se
deshace del cuerpo, toma su dinero y ropa y asume una nueva identidad. Incluso
planea vender el coche, pues hay alguna diferencia entre el propietario y el
registro del coche. La chica a la que recoge se dirige a él y le pregunta dónde
está el cuerpo, un terrible momento, simplemente porque una persona conoce algo
que antes estaba oculto. La falta de comunicación y de conocimiento es la base
del argumento, de forma que la información es la fuente de terror.
Hay otras características en esta película que se refieren a
límites tecnológicos. Mucha gente parece extrañamente desplazada sin un pasado
conocido y pueden rondar de lugar en lugar anónimamente, apareciendo y
desapareciendo de la sociedad. Los periódicos eran la forma de conocer las
noticias, pero el cotilleo era generalmente más fiable. Tenías que estar
delante del teléfono para tener una llamada. Los teléfonos estaban conectados
necesariamente a las paredes, así que si se quería hacer una llamada privada,
había que llevarse el aparato a otra habitación. En Detour, cuando un
personaje tira del cable para recuperar el teléfono estrangula inadvertidamente
a una mujer en la habitación de al lado.
Ni siquiera los cheques eran muy eficientes, por lo que el
protagonista de Peligros de
juventud puede comprar un reloj apropiándose de un cheque de 100$ y
venderlo por 30$ un poco más tarde, de forma que puede devolver los 20$ que se
apropió en la caja registradora del trabajo, que nadie hubiera advertido que
faltaban hasta la revisión semanal de cheques. Por cierto que en esta película
en particular, su acción se descubre y tiene que devolver lo 100$ al día siguiente,
lo que hace que atraque a un borracho, lo que luego le lleva a ser chantajeado
por 500$ por alguien que le vio hacerlo y así sucesivamente hasta llegar al
robo de vehículos y el asesinato. Es como una metáfora de la financiación del
gobierno de los EEUU.
A veces la asimetría en la información es extrema, como en Perdición. Un investigador
de seguros comprueba una reclamación de un seguro extremadamente alta con un
compañero que es en realidad quien ha cometido el crimen que está investigando.
El hombre del seguro está enamorado de una mujer, de la que no sabe que planea
matarle una vez se complete el plan. Ella está a su vez casada con un hombre
que no sabe que su actual esposa es la asesina de la anterior. Y a la hija de
la mujer le gusta el hombre del seguro sin saber que es el asesino de su padre.
Entre tanto, el novio de la hija no sabe que su madrastra le miente y
probablemente le está preparando para hacerl responsable de esta truculenta historia.
En The Man Who Cheated Himself, todo el argumento gira
en torno a una confusion entre si el coche desde el que se arrojó el cuerpo era
azul o verde, un problema que se hubiera resulto con una cámara a color en la
escena del crimen.
En una de mis favoritas, El extraño amor de Martha Ivers,
los detalles de un asesinato cometido hace 20 años se han olvidado de forma que
un foráneo tiene que ir a los más profundos archivos de los diarios locales
para descubrir que la heredera que gobierna la industria local conspiró con su
marido, ahora fiscal del distrito, para acusar a un hombre inocente que fue a
la silla eléctrica por un crimen que no cometió. Este argumento no hubiera ido
a ninguna parte en la era de Google.
Tampoco el escenario de The Scar, en el que un
gangster asume la identidad de un psicoanalista después de matarle tras un robo
fallido en un casino, sería mínimamente plausible hoy día. Nuestro aspecto está
en las partes más mínimas de nuestra identidad y son poco importantes
comparados con nuestros rastros digitales. Tampoco el criminal se sorprendería
de encontrar que el aparentemente respetable psicoanalista cuya identidad ha
asumido tenía problemas aún mayores con la ley que él.
La inocente novia de Travesía peligrosa no se
habría casado con un hombre que planeaba asesinarla para hacerse con su fortuna
que él creía había heredado del hermano de su padre. Tampoco le hubiera perdido
de vista en el crucero que realizan en su luna de miel. Y seguro que el doctor
que examina al pasajero enfermo se habría imaginado rápidamente que era el
mismo hombre que había desaparecido.
Hay una serie de extrañas entradas en apartamentos en ¿Quién mató a Vicky?
Varias veces la trama se basa en la extraordinaria capacidad con la que la
gente puede fácilmente romper cerraduras en puertas y ventanas. No es raro que
la gente se despierte en mitas de la noche para encontrara a alguien delante
haciéndole preguntas. La ausencia de sistemas de alarma fiables y cerraduras
seguras da a la película una curiosa cualidad: todos son vulnerables, nadie
esta a salvo de los ojos de otros, sea para el bien o para el mal.
Así que por un lado, el nivel de
privacidad va más allá de los que hoy imaginamos como posible. ¿Quién podría
hoy desaparecer, esfumarse, estar fuera de contacto durante tanto tiempo y
menos cambiar de identidad o viajar anónimamente? Por el otro lado, no hay
seguridad contra la invasión física de tu casa, oficina o registros personales,
ninguno de los cuales está protegido por contraseñas y sólo existen en el mundo
físico. Aunque mucha gente se queja de la ausencia de privacidad de hoy en día,
parece muy preferible a la del mundo del cine negro.
La capacidad de desaparecer y la
incapacidad de estar seguro fomentan un mundo de incesantes sospechas y peligro
que forma parte del cine negro. Las mujeres se clasifican en dos categorías: viudas negras, cuyos secretos
pasados permanecen ocultos mientras buscan a la próxima víctima de un vil plan
o ángeles caídos, que
buscan la estabilidad y caen presas de hombres malvados antes de ser rescatadas
de una vida de desesperación. Sin duda aquí tenemos un reflejo de las
ansiedades profundas de mujeres en un tiempo en que los hombres eran obligados
a irse por el servicio militar a países extranjeros a matar y morir.
En muchos argumentos prevalece
una ambigüedad moral, ya que una pequeña y reprensible decisión acaba
ocasionando resultados desproporcionadamente malos, que luego requieren
ocultarse lo que implica una posterior supresión de la conciencia y un
constante descenso hacia la ruina. El espectador nunca está seguro de cuándo
dejar de simpatizar con el malhechor, al que a menudo parecen imponérsele sólo malas
alternativas a causa de las imperfecciones del mundo que les rodea. Los
pequeños pasos hacia la deshonestidad no nos preocupan hasta que nos vemos con
el caminando hacia la perdición.
Es más, muchos de los pequeños
pasos en la mala dirección tienen su justificación en la desconfianza en el
sistema judicial. ¡El juez nunca me creerá si digo que no cometí este
asesinato, así que es mejor que lo oculte! ¡La policía me meterá en el calabozo
por décadas por este pequeño robo, así que mejor lo trato de tapar! Y así todo:
nadie cree realmente que el sistema del estado realmente funcione justa y
adecuadamente. A pesor de los intentos del censor por reforzar la mitología
cívica en las escenas finales, subyace en su infraestructura política una
profunda desconfianza en todas las instituciones oficiales.
Y este hecho es muy sorprendente
dado el retrato que se hace de la policía y sus investigadores, que no parecen
estar enteramente del otro lado e la división de los simples civiles en el cine
negro. No parecen muy feroces, ni fuertemente armados o atacando a la gente que
muestra el más mínimo atisbo de resistencia. Parecen como gente con otros
trabajos, y eso es todo.
Y siempre tienen tiempo, como
cuando el hombre envenenado de Con las horas contadas
entra tambaleándose en la oficina de investigaciones y dice, “Estoy aquí para
informar de un asesinato. El mío”. Después se toma unas horas del tiempo de
cinco oficiales para explicar como acabó siendo envenenado por un peligroso
grupo de mafiosos.
A veces puede resultar risible
para nuestra generación cuando los criminales intentan llegar a la frontera,
donde supuestamente la ley no puede alcanzarles. Hoy en día no sabemos nada de
esta extraña suposición.
Incluso si los policías
individualmente son decentes y con conciencia, estas películas están repletas
de cinismo ante la ley, hacia el sistema, con mentiras que llevan a más
mentiras y engaños y ocultaciones en todos los aspectos de la vida. Se hicieron
en los 1940, un tiempo en que todo lo que se enseñaba era definido por la gran
lucha entre lo claramente bueno y lo claramente malo, dentro de “la mejor
generación” que luchó en la “guerra buena”. ¿Cómo pudieron estos temas
ambigüedad moral profundamente complicada y corrupción oficial conectar
realmente con la audiencia?
Bueno, leyendo Why American History Is Not What They Say,
de Jeff Riggenbach se obtiene una visión más rica de un tiempo en el que la
gente, en realidad, no confiaba en el gobierno.
Se creía (o entendía)
generalizadamente que había algo sospechoso acerca de Pearl Harbor y la entrada
en guerra, se creía generalizadamente que los funcionarios en Washington
improvisaban durante la Depresión, se creía generalizadamente que la expansión
del estado y sus vastos nuevos poderes no tenían que ver con la ciencia sino
con obtener más poder.
De hecho, puede buscarse en vano
alguna evidencia en el cine negro de que los espectadores estuvieran dispuestos
a cualquier cosa que viniera de arriba.
En otras palabras, había una
apariencia de ingenuidad, pero un creciente descontento bajo la superficie, en
otras palabras, tiempos parecidos a los actuales. Es en los escritos de Mises,
Hazlitt y Rand donde descubrimos los secretos para entender el extraño mundo
del cine negro. Es una fiesta para los ojos y los oídos, una visión de cuán
dramática y ampliamente diferentes son nuestros tiempos en muchas facetas y
también que los asuntos de la corrupción, el engaño y las mentiras son
persistentes allí donde la violencia pública y privada contra personas y
propiedad muestra su feo rostro.
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Jeffrey Tucker es editor de Mises.org.