Por Jim Fedako. (Publicado el 2 de noviembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí
http://mises.org/story/3812.
¿Es el capital una masa amorfa? ¿Una masa formada a partir
del éter, que puede modificarse como se desee y sin esfuerzo? ¿O es el capital
una masa física que puede modificarse sólo a través de recursos escasos durante
un periodo de tiempo?
La opinión prevaleciente supone que el capital es
simplemente uno de los muchos factores empleados en ecuaciones, funciones y
modelos. El capital es homogéneo, por lo que a mayor cantidad de capital, mejor
se encuentra la sociedad. Y no siquiera importa cómo se ha formado el capital
en el pasado, ya que, una vez formado, puede modificarse donde y cuando se
quiera.
Pero, por supuesto, esa no es la realidad. El capital, en
todo tiempo y lugar es una reliquia histórica. Es físico, en muchos casos,
endurecido, y en otros ligeramente maleable. No es una masa que pueda
modificarse libremente para adecuarse a las necesidades del hoy y el mañana.
La vida en un pueblo del norte
Yo crecí en un pueblo del norte. Mientras montaba en mi
bicicleta a lo largo de los imponentes ríos del suroeste de Pennsylvania, el
paisaje era siempre el mismo: en valles acurrucados en verdes colina
redondeadas, aparecían los restos oxidados de la una vez orgullosa industria
del acero de Pittsburg, mientras el lento y deliberado flujo del agua marcaba
el paso del tiempo. Estas colosales estructuras de la industria pasada quedaban
(y quedan) como un testamento de la enorme cantidad de recursos invertidos en
esa área.
Al trasladarse la industria del acero a otros lugares, los
negocios abandonaron la mayoría de las fábricas. Sin duda los nuevos
emprendedores utilizaron algunos de los componentes del capital para otros
fines. Sin embargo, en lo esencial, esas inversiones pasadas se abandonaron
para ser reclamadas lentamente por la naturaleza. El polvo al polvo.
Si el capital fuera homogéneo y dúctil, capaz de adoptar
nuevas formas sin la necesidad del tiempo del gasto de bienes escasos, la
región de Pittsburg habría permanecido floreciente. Sin embargo, una rápida
excursión por la zona revela la naturaleza inmaleable de la mayoría del
capital, un coste fijo con pocos usos alternativos o ninguno.
“Hay millones enterrados en esas minas”
Difícilmente.
He pasado mi juventud viviendo cerca de una mina de carbón
que ha estado abandonado desde que tengo uso de razón. A la gente del área le
gusta hablar sobre todo el equipamiento enterrado cuando se cerraron finalmente
los pozos, con la con lo que la conclusión era que el propietario de la mina
había dejado algo de valor.
Sin embargo, el propietario de la mina reconocía que el
equipamiento enterrado profundamente en el suelo ya no tenía ningún valor en el
mercado. Era tan inútil como la escoria amontonada cerca. El mercado había
reducido su valor como capital a cero. El propietario cerró su mina y se fue,
no dejando atrás nada de valor.
La tecnología como infraestructura de capital
La tecnología es esencial para la economía moderna, en
particular las transacciones de la economía moderna se realizan en autopistas
electrónicas construidas con ordenadores y software. Con el fin de satisfacer a
los consumidores y seguir siendo rentables, los negocios deben mantener
continuamente sus sistemas informáticos y aplicaciones. Y como los negocios
atienden los deseos siempre cambiantes de los veleidosos consumidores, deben
invertir en tecnologías nuevas y mejores.
El desarrollo de nuevas aplicaciones de software no es nunca
un proceso fácil. Juntemos usuarios finales con técnicos en una habitación y
pidámosles que busquen la mejor solución. El producto final será un sueño
utópico: un plan que no respeta la ley económica de la escasez, la escasez de
tiempo y recursos.
Enviemos a esa misma gente de nuevo a la habitación con una
lista priorizada de necesidades de negocio, junto con un presupuesto, un
calendario y una lista de recursos y el producto final será una solución
viable.
Sin embargo, para definir la solución, el equipo de
desarrollo tiene que entender este dato esencial: el estado actual de los
sistemas informáticos y aplicaciones en la empresa. La infraestructura
existente es el producto de inversiones en soluciones pasadas. Pero es una
infraestructura que puede ser tan poco maleable como el oxidado armatoste de
una acería abandonada.
Aunque es verdad que la compañía ha invertido (supongamos)
100 millones en tecnología, no es cierto que los 100 millones son un recurso
que puede rediseñarse para la nueva solución. Los 100 millones son en su mayor
parte un coste perdido, una reliquia de previos esfuerzos de desarrollo.
Por tanto, a medida que el equipo de desarrollo se dedica a
definir el futuro sistema, no le preocupan los costes de las inversiones
previas. Analicemos este ejemplo:
Si el coste del nuevo sistema es de 110 millones, el equipo
de desarrollo no afirma que el coste efectivo sean sólo 10 millones adicionales
(110 millones menos el actual capital de 100 millones). El equipo reconoce que
los 100 millones no se encuentran en algún tipo de montón de capital al que
puedan acudir cuando construyan el nuevo sistema. Esos 100 millones se han
perdido.
Aunque puede ser cierto que algunos componentes del sistema
actual pueden trasladarse al nuevo sistema, reduciendo así el gasto total, el
capital es, en su mayor parte, fijo y perdido. Esto es especialmente cierto
cuando un sistema está maduro e integrado en otros sistemas y aplicaciones.
Los austriacos frente a los alfareros de la corriente principal y su torno
El punto de vista estándar es que el capital es arcilla
lista para el alfarero para cambiarle la forma en un momento. Por el contrario,
la visión austriaca toma la estructura de capital como algo dado, algo que el
empresario debe tomar en consideración al formular sus planes. Si un empresario
quiere cambiar la estructura actual del capital, debe blandir dinamita y
bulldozers, no agua y un torno.
Las diferentes consideraciones del capital llevan a
diferentes consideraciones de las intervenciones del gobierno en el mercado. Si
el cantal fuera similar a la arcilla del alfarero, no habría una preocupación
real por que la expansión del crédito lleve a una mala asignación del capital.
Las malas asignaciones no serían más que incomodidades menores, un paso lateral
podríamos decir. Una vez que el alfarero descubre una mala asignación,
simplemente moja sus manos, gira la rueda y remodela ell capital en la forma
deseada. Ay, si la vida fuera así.
Nuestra realidad es esta: Las malas asignaciones son
recursos desperdiciados, incluyendo el precioso y escaso tiempo. El capital mal
asignado no vale a nadie. Es una pérdida para el empresario, el inversor y el
consumidor.
Todos defendemos el desarrollo de nuevo capital. Pero si el
nuevo capital es el producto directo de gasto del gobierno o el resultado
indirecto de su política fiscal, todos estamos peor. Construir estructuras de
capital no soportadas por demanda de los consumidores no hace nada para
incrementar el capital societario agregado (suponiendo que dicho capital
exista). Sólo nos lleva más lejos del camino que nos lleva nuestro fin deseado:
la eliminación de las incomodidades que siente el hombre que actúa.
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Jim Fedako, analista de negocio y padre que educa en su casa
a sus seis hijos, vive aislado en los suburbios de Columbus y mantiene un blog:
Anti-Positivist.