Una inclinación por controlar a los demás

Por Llewellyn H. Rockwell, Jr. (Publicado el 3 de noviembre de 2009)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí http://mises.org/daily/3837.

 

Todos queremos libertad para nosotros mismos, pero mucha gente tiene dudas acerca de la forma en que los otros podrían usar su propia libertad. Bajo estas condiciones, el estado está ahí para ayudar. Se consigue la gente suficiente a favor de una restricción suficiente y el estado está listo para administrar todos los aspectos de la vida, de los más pequeños a los más grandes detalles.

Cada día aparecen más casos, pero el más reciente es sorprendente. Resulta que el 97% de la gente encuestada apoya una prohibición universal de escribir mensajes de texto mientras se conduce. La mitas de los encuestados dicen que la sanción debería ser tan severa como la de conducir ebrio. De entre todos estos, ¿cuántos suponemos que escriben mensajes y conducen, pero no quieren admitirlo ante el encuestador? Probablemente muchos. Y aún así no he podido encontrar una sola defensa de esta práctica en ningún lugar de Internet.

La verdad es que no es necesariamente peligroso escribir mensajes al volante. Depende de la situación. Si estamos en un atasco y llegamos tarde a una cita, la capacidad de enviar un mensaje puede ser un salvavidas. O si no hay coches alrededor, podríamos asumir el riesgo. Por otro lado, sería probablemente un error intentar hacerlo a 120 km/h entre tráfico más lento en una autopista.

¿Cómo podemos saber cuándo es seguro y cuándo no lo es? El principio aplicado en las carreteras estadounidenses es que el propio conductor toma esa decisión. Si este principio no tuviera sentido, no habría forma de que las propias carreteras pudieran funcionar en absoluto.

Piense en ello la próxima vez que se encuentre en una gran ciudad tomando curvas y cambiando de carril junto con miles de conductores, yendo a la velocidad máxima. Aquí tenemos bloques de acero de 2 toneladas a toda pastilla por la carretera sin más ayuda que una línea amarilla discontinua en ella. Son máquinas mortales de la vida real en las que cualquier movimiento erróneo podría causar un accidente en cadena de 100 vehículos y muchos muertos. Aún así, lo hacemos.

Lo que es notable no es que haya tantos accidentes. El milagro es eso funcione y que, casi siempre, la gente llegue a donde va. Y tengamos en cuenta también la demografía del conductor: viejos, jóvenes, capaces, discapacitados, experimentados, sin experiencia. Alguna gente tiene facilidad para conducir y otra no. Alguna gente tiene agilidad espacial y otra no.

¿Cómo funciona? No me digan que se debe a la planificación centralizada y la policía. La policía no conduce cada coche y controla cada volante. Nuestra volición humana en la carretera y las decisiones que tomamos que afectan a otros conductores son casi 100% nuestras.

Y aún así, funciona. ¿Por qué? La razón es que a nadie le interesa tener un accidente. A todos interesa llegar a donde van ilesos y hacerlo eficientemente. Ponga juntos decenas de miles de gente con el mismo objetivo general y obtendrá una cooperación espontánea. Algo que la gente normalmente piensa que no podría funcionar, de hecho lo hace. Visto desde este ángulo, el orden que vemos en las carreteras es una expresión general de la capacidad de la sociedad humana para funcionar en el contexto del individualismo egoísta.

Ahora piensen en esa encuesta mostrando una opinión extendida a escribir textos mientras se conduce. Sugiero que se obtendrían resultados similares para una encuesta que preguntara a la gente acerca del derecho a conducir:

¿Apoya o se opone al derecho de cada uno de poseer cacharros de 2 toneladas de acero y controlarlos completa y autónomamente a la máxima velocidad en medio de miles de otros ciudadanos cuyas vidas podrían verse en peligro con sólo un ligero giro de muñeca a la derecha o la izquierda?

Esa pregunta podría obtener cerca de un 100% de resultados negativos. Generalmente confiamos en nuestra capacidad de manejarnos, pero no en la de otros para manejarse. Y sin duda no creemos que la sociedad pueda funcionar generalizadamente bajo condiciones de libertad. Aunque vivimos en medio de un orden espontáneo y usamos su vivacidad a diario (supermercado, Internet, restaurantes, promociones de viviendas), realmente no lo entendemos.

Qué decir de esta:

¿Apoya el derecho de todos lo que tengan cierta edad a comprar y consumir tanto alcohol como quiera, incluso hasta el punto de emborracharse hasta el coma etílico, descuidar a sus hijos, destrozar la vida familiar y matar células cerebrales que no pueden regenerarse?

Probablemente la mayor parte de la gente diría no. Y este es precisamente el razonamiento de la Ley Seca, que la mayoría de la gente hoy día considera un terrible error. Supuestamente hoy día entendemos que los costes sociales del derecho a beber alcohol son mayores que los supuestos beneficios que obtenemos con la prohibición.

Lo mismo pasa con escribir mensajes y conducir. Hay veces en que es seguro. Hay veces en que no lo es. Los únicos que pueden realmente saber la diferencia son las personas al volante. Esas personas todavía disfrutan de la libertad de hablar con los pasajeros, de juguetear con la radio, de conducir después de un trabajo extenuante, de conducir distraídos por los problemas del trabajo y el matrimonio, de rezar o cantar en el coche y hacer muchas otras cosas que parecen distracciones al alcance de la mano. De alguna forma todo funciona y de aquí se puede sacar una lección. Podemos contar con que aparecerá más orden confiando en la libertad que el que obtenemos intentando gestionar hasta el más pequeño detalle de la vida de la gente.

Los libertarios podrían apuntar que esas carreteras son propiedad pública y ésa es la fuente esencial del problema. Bajo carreteras privadas, podría haber restricciones intensas sobre lo que podemos y podemos hacer y serían parte del contrato que se realiza con el propietario de la carretera.

El mercado se encargaría del resto. Si un propietario fuera demasiado restrictivo, los conductores seguirían otras rutas. Sí es demasiado tolerante, las primas de seguro subirían y pagarían un precio demasiado alto. La reglas resultantes para las carreteras serían resultado de esta cuidadosa calibración, puesta a prueba constantemente por la fuerzas de la oferta y la demanda.

Bajo las reglas existentes de las carreteras privadas, no vemos ninguna evidencia de tomar medidas sobre escribir mensajes. Quizá vendrían en el futuro, pero al menos habría una prueba del mercado. Cuando una regla fracasa en los mercados privados, la regla cambia.

Pero con el gobierno es distinto. No importa lo absurda que sea la regla, dura y dura independientemente de si funciona para cumplir con su objetivo. Y no cabe duda de que vienen medidas contra los mensajes de texto. Obama ya ha prohibido escribir mensajes mientras conducen a los empleados federales. Un proyecto que negaría fondos federales a los estados va camino del Senado. Veremos una prohibición nacional en los próximos meses.

La prohibición dice: No sabes lo que es bueno para ti, así que debes verte obligado a hacer lo que el gobierno piensa que es bueno para ti. La prohibición tiene apoyo porque la gente piensa en general que mientras ellos son responsables y buenos al calibrar qué es seguro y qué no, los demás no. Bajo este método, todas las libertades podrían abolirse.

Es una mala manera de dar forma a las reglas de una sociedad.

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Llewellyn H. Rockwell, Jr es Presidente de la Junta Directiva del Ludwig von Mises Institute en Auburn, Alabama, editor de LewRockwell.com, y autor de The Left, the Right, and the State.

Published Wed, Nov 4 2009 1:58 PM by euribe