Por William W. Baker. (Publicado el 26 de noviembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí
http://mises.org/daily/3871.
[The
Panic of 1819: Reactions and Policies • Murray N. Rothbard • Ludwig von
Mises Institute, 2007 • 282 páginas]
Panic
of 1819 [El pánico de 1819], de Murray Rothbard, escrito para su tesis
y publicado originalmente en 1962, ofrece una ventana a una era en la que hubo
una vez un debate público vibrante y bien articulado sobre medidas de política
monetaria. Por fortuna, el Instituto Mises lo ha reeditado en cartoné en 2007.
La detallada revisión de Rothbard de los muchos actores
concretos en el debate de los inicios del ochocientos, cuando el sistema
bancario estaba en su etapa de formación, sugiere que las discusiones entonces
eran más complejas que ahora.
La crisis de 1819 se produjo cinco años antes de la
suspensión del tradicional requisito legal de redimir los billetes bancarios en
especie. Durante esos años de continuada
política inflacionaria, el crédito se expandió mucho por el crecimiento en 1816
de del segundo Banco de los Estados Unidos. Éste recargó las arcas y emitió
billetes y para 1818 había construido una pirámide de más de 60 millones de
dólares de nuevas obligaciones por encima de sus magros 2,5 millones de base en
especie.
Una segunda crisis abrumó a los mercados. El banco central
pidió préstamos para pagar la compra de Louisiana. El público entró en razón,
dándose cuenta de que el papel circulante no podía sostener su valor en
relación con una apariencia de oro que tenían que tener los bancos para
solicitudes ocasionales de redención.
La burbuja de papel (amasada para apoyar el desarrollo
competitivo granjas en las tierras fértiles de la desembocadura del río en área
fronterizas) de desinfló rápidamente. La mitad de la deuda de la compra de
terrenos públicos se originó en Alabama y para 1821 alrededor del 60% se había
liquidado (pp. 65, 71). La voluntad de poner remedios sólo se volvió urgente
después del colapso.
En 2008, la Fed intervino de forma similar para salvar la
ruina de bancos incapaces de respaldar sus depósitos ante un crédito sobreextendido.
Aunque añadir reservas no es lo mismo que la suspensión en especie, ambos
comparten una artificialidad común que permite el funcionamiento continuado del
mercado, pero mantiene un alto nivel de endeudamiento que simplemente retrasa
una catástrofe.
Una medida popular considerada después de 1819 fue la
solución de la “oficina de préstamos”, adoptada en bastantes estados. Esta
medida ofrecía liquidez a prestatarios en problemas. El truco consistía en
hacer que el gobierno obligara a los prestamistas a aceptar ciertos billetes de
banco con garantía del estado en vez de especie, una postura irónica pues estas
instituciones habían apalancado antes sus reservas para emitir papel en pago
por terrenos públicos.
Ciertos estados fueron más allá, imprimiendo “papel no
convertible” para circular durante la emergencia. La oferta de dinero en
Missouri colapsó en 1 millón de dólares, aproximadamente cinco sextos del
total, así que el estado creo 300.000$ de moneda no convertible, cuyo único
valor era la fuerza del gobierno y la aceptación para el pago de
responsabilidades fiscales. El gusto por esta solución fue avivado por
antiacuñacionistas como Thomas Law, casado con la hija de Martha Washington.
Law fue mucho más allá cuando propuso la socialización de la banca, respaldando
la divisa nacional con deuda del tesoro. Los préstamos federales con tipos de
interés entre el 2,5% y el 4% generarían oportunidades a los bancos estatales
de prestar a los ciudadanos a un tipo del 5% y los tipos de interés podrían
gestionarse en una simple operación de mercado abierto de intercambio de
billetes estatales y federales para arbitrar divergencias no deseadas.
Además recomendaba entre 100 y 150 millones en nuevo papel
nacional no convertible y alrededor de 5 millones de “prima de estímulo” para
la construcción de canales, puentes y otros proyectos que pudieran financiarse
anualmente mediante impresiones adicionales.
Carolina del Norte consideró una propuesta de “poner dinero
en circulación para obras públicas” y el 1820 Pennsylvania aprobó una ley para
usar dinero del estado para financiar “mejoras internas”, presagiando la gran
expansión del gasto que llegaría en la década de 1830, que disparó el
descalabro monetario nacional de 1837.
Crawford, Secretario del Tesoro, natural del norte de
Alabama, preparó un plan similar al de Thomas Law para un crédito gestionado
centralizadamente. Titulado “Informe sobre la moneda”, acabó rechazando sus
propias conclusiones, porque reconoció que el gobierno siempre estaría tentado
de emitir demasiada moneda y los bonos del Tesoro tenderían a perder valor
cuando el estado afrontara grandes desembolsos inesperados, en particular por
la guerra.
Sin embargo, los inflacionistas más sofisticados estaban de
acuerdo en que el crédito bancario causaba los ciclos económicos (habiendo
creado en la crisis de 1819 el nuevo fenómeno del desempleo urbano masivo).
Afirmaban confiadamente que el gobierno sería la solución pues podría ser capaz
de mantener el valor del papel moneda, mientras que el de la especie tenía una
tendencia a variar su poder de compra.
El papel no convertible fue atacado por estadistas
elocuentes como Thomas Ritchie, que advirtió contra los “termómetros de papel”
cuyos tipos de interés fluctuarían y mostrarían una necesidad de una intervención
monetaria coordinada centralmente. Muchos provenían del semillero de moneda
fuerte de Virginia, pero, curiosamente, los que tomaron partido se dividían
casi por igual entre bandos políticos rurales y urbanos, sureños y orientales o
ricos y pobres.
Thomas Jefferson preparó un plan para erradicar el papel
moneda, escribiendo el “Plan para reducir el medio de circulación”, que
contemplaba un plazo de cinco años que obligaría a los bancos de Virginia a
cancelar el 20% de sus billetes cada año (p. 184).
Otros presidentes, como William H. Harrison, James K. Polk y
Andrew Jackson fueron acuñacionistas notables y sus opiniones se hacían eco de
declaraciones como las de Spencer Roane, Presidente del Tribunal de Apelaciones
de Virginia: “la banca es un mal de primera magnitud”.
Además de periodistas y políticos, Rothbard cataloga una
variedad de voces alertando de la inmoralidad de prestar en depósitos a la
vista, especialmente en múltiplos de reservas subyacentes en especie. Estas
voces se divulgaban en la prensa bajo pseudónimos como “Senex”, “Sentido común”
o “Un comerciante”.
Quizá el más conmovedor fue Davey Crockett, que bromeaba:
“todo el sistema bancario [es] una especie de timo a gran escala”. En 1834,
Andrew Jackson se impondría a al segundo banco de los Estados Unidos, cuya
reputación se había empañado por revelaciones de que sus existencias no se
habían adquirido en especie y por la gran alarma que causo reclamando préstamos
de bancos del estado. Al final el banco se mostró como corrupto y responsable
de extender el crédito mucho más allá de sus medios.
Las fuerzas a favor de los aranceles pensaban que su
solución a la crisis estimularía el consumo local y ayudaría a preservar la
especie dentro de los Estados Unidos para usarla en inversión en manufacturas.
A menudo simpatizaban con los inflacionistas, que pensaban que aumentar el
dinero proporcionaría capital para que los negocios se expandieran. Esas
conclusiones cambiaron en la década de 1930, cuando la inflación de la base
monetaria se consideró principalmente como un método para aumentar el consumo.
Aunque profunda, la crisis de 1819 se pasó rápidamente. Para
1821 se estaba en camino de la recuperación y se habían abandonado la mayoría
de las soluciones políticas después de una implantación débil y localizada. Una
excepción fue el arancel, que vería cómo los tipos aumentaban del 25% al 33% al
pasaje en 1824, después de una apretada derrota sufrida por la Ley de Aranceles
Baldwin en 1820. La oposición del sur fue casi unánime.
También la crisis de 2008 fue repentina y tuvo el potencial
de engendrar un descalabro tan severo como el visto después de 1819. Pero igual
que la suspensión del pago en especie por los bancos autorizada en 1814, las
acciones de la Reserva Federal hoy podrían prolongar la asunción de riesgos y
la pirámide de deuda sobre una delgada caña de patrimonio.
Podría estar llegando una repetición del colapso final del
sistema de 1819. Se ha debilitado recientemente la demanda de préstamo
comercial y personal.
Ninguna analogía es perfecta, pero sigue sin ser
tranquilizador que las soluciones avanzadas por antiacuñacionistas de esa era
pasada se parezcan tanto a las adoptadas en la década de 1930 u hoy. En este
momento, Fannie Mae, Freddie Mac y la Administración Federal de Vivienda se
parecen a la solución de la oficina de créditos. La suspensión en especie
recuerda en enorme taponamiento del agujero en el balance del sistema bancario
con reservas temporales. El uso de de moneda nueva y no convertible para primar
el estímulo con “mejoras internas” es un plan de acción keynesiano inventado
más de cien años antes.
La rigurosa documentación de las acciones de participantes
concretos propia de Rothbard nos ayuda a adentrarnos en el pasado y revivirlo
casi como si estuviéramos en un universo paralelo. El contraste entre la
complejidad del debate entonces y la ausencia de profundidad de los medios de
comunicación modernos es muy duro.
El encarnizado debate de principios del siglo XIX,
normalmente realizado en la publicidad de los debates legislativos y en
periódicos, hace que las apariciones ya escritas ante la prensa de funcionarios
de la Fed y el Tesoro parezcan decadentes. Los observadores de hoy en día que
se parecen más a nuestros padres fundadores son los miembros de las fiestas del
té (tea parties) y bloggers, indignados por que Main Street haya tomado
el mando, primero de los males de un crédito hiperextendido y doblemente ahora
que las soluciones modernas pueden prolongar la locura.
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William W. Baker, analista financiero colegiado, es el autor
de Endless
Money: The Moral Hazards of Socialism [Dinero sin fin: los riesgos
morales del socialismo].