Por David Gordon. (Publicado el 7 de diciembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3916.
[Where
Keynes Went Wrong And Why Governments Keep Creating Inflation, Bubbles, and
Busts • Hunter Lewis • Axios Press, 2009 • VI + 384 páginas]
Los defensores de Keynes, como el reciente converso Bruce
Barlett, afirman a menudo que apoyan el capitalismo. (En The New American
Economy, de Barlett, éste es un tema primario). Sus medidas
intervencionistas no tenían como objetivo reemplazar el capitalismo por el
socialismo o el fascismo. Mas bien, se alega, Keynes pretendía salvar el orden
existente.
El mercado no intervenido no puede recuperarse por sí mismo
de una depresión severa o en el mejor de los casos lo puede hacer después de
largos años de privación y desempleo. Keynes descubrió una forma por la que el
gobierno, a través de un incremento en el gasto, puede restaurar la prosperidad
en la economía. Sólo los puristas acérrimos podrían desdeñar el regalo de Keynes
al capitalismo. Sin él, ¿la presión revolucionaria no habría llevado a una
profunda depresión que erradicara el capitalismo y los reemplazara con el
socialismo o el fascismo?
Hunter Lewis nos demuestra convincentemente el error de esta
línea de pensamiento tan escuchada. Keynes, lejos de ser el salvador del
capitalismo, pretendía reemplazar la libre empresa con una economía controlada
por el estado y dirigida por “expertos” como él. Su recetas para la
recuperación de la depresión no salvaron el capitalismo: descarrilaron el
sistema de precios por el que funciona éste. Como cabía esperar, a Keynes le
faltan argumentos sólidos para apoyar sus revolucionarias propuestas. Por el
contrario, Keynes desafía al sentido común y recurre conscientemente a paradojas.
De hecho, como apunta Lewis, todo el edificio keynesiano
descansa en una paradoja central: impedir el mecanismo esencial del libre
mercado restaurará la prosperidad. El libre mercado funciona mediante ajustes
de precios. Si, por ejemplo, los consumidores demandan más un producto de la
cantidad disponible, los negocios de ajustar sus planes de producción para
atender a las preferencias cambiantes. Si las empresas no lo hacen, afrontan la
extinción.
“Si una economía se tambalea y el
desempleo es alto, significa que algunos precios están muy desequilibrados
respecto de otros (…). Algunas empresas, algunas industrias pueden estar
actuando bien, otras pueden estar en una situación desesperada. Lo que se
necesita es un ajuste de salarios y precios concretos dentro de las empresas y
sectores y entre ellos. Estos ajustes no ocurren una sola vez. Deben ser
continuos pues cada cambio lleva a otro en un largo proceso de
retroalimentación”. (p. 232).
Los “remedios” de Keynes para al depresión paralizan este
proceso de ajuste de precios. Evidentemente en una depresión muchos negocios
fracasan. Cuando caen, los recursos se redirigen a otros usos que permiten
atender mejor las demandas de los consumidores. Si los aumentos en el gasto
gubernamental levantan estos fracasos, se frustran las preferencias del
consumidor. Esto es exactamente lo que proponía Keynes.
Además, Keynes ignoraba el significado de un hecho
fundamental. El tipo de interés es también un precio. Refleja las preferencias
de los consumidores de bienes presentes frente a futuros: cuanto mayor sea la
preferencia temporal, más alto será el tipo de interés. El principal objetivo
de la política económica de Keynes, no sólo para combatir las depresiones, sino
más en general, era mantener bajos los tipos de interés: idealmente, deberían
eliminarse por completo. Hacerlo es una bofetada en la cara de las preferencias
de los consumidores. Si el tipo de interés se fuerza por debajo del que hubiera
sido en el mercado no intervenido, se obligaría a la gente a invertir más de lo
que deseen.
Este punto se aleja totalmente de la teoría austriaca del
ciclo económico, que Lewis acepta completamente. Esa teoría nos dice que forzar
el tipo de interés por debajo del nivel natural puede llevar a una expansión
insostenible. Pero incluso si esta teoría fuera errónea, la interferencia en
los tipos de interés seguiría distorsionando el sistema económico.
“Los negocios dependen de los
precios para obtener la información con la que gestionar la economía. Si se
rompe el sistema precios para los tipos de interés, ninguna parte del sistema
de precios dejará de verse afectada”. (p. 90).
Evitar que funcione el sistema de precios difícilmente
parece una actuación inteligente: entonces, ¿por qué lo recomendó Keynes?
Argumentaba que, e una depresión, se necesita la acción del gobierno para
evitar el desastre. Si se permitía que as empresas quebraran, se desarrollaría
una ola de pesimismo. Los empresarios anticiparían más caídas y la economía
caería en espiral hacia un desastre total.
A Lewis se cuesta poco demostrar que esta línea de
pensamiento es errónea. ¿Por qué los recursos no se trasladarían de los
negocios quebrados a otros más apropiados para su uso sin establecer una
conflagración general? Keynes suponía sin una base adecuada que los inversores
estaban dirigidos por un “espíritu animal” irracional. Keynes condenaba lo que
llamaba “capitalismo de casino”. En su opinión, los inversores tomaban
decisiones irracionales basadas en lo que creían que otros harían. Por el
contrario, el libre mercado eliminan a los empresarios incapaces de prever
adecuadamente los deseos de los consumidores, favoreciendo a los más capaces
para esta labor. Durante un depresión, hay lo que Rothbard llama un “racimo de
errores empresariales”: precisamente la tarea de una teoría adecuada del ciclo
económico es explicar este fenómeno. Keynes no lo hace. Acude a un fracaso de
sus “espíritus animales”: los inversores pierden confianza a raudales. Pero no
explica la ola de pesimismo.
Pero incluso si Keynes no llega a ofrecer una explicación de
los cambios de optimismo a pesimismo, ¿invalida esto su receta contra la
depresión? Después de todo, Keynes da una razón para no permitir que los
precios bajen en una depresión: hacerlo generaría una oleada de nuevas
reducciones llevando a una situación peor. De nuevo Lewis desafía a Keynes:
¿por qué deberían los precios más bajos inducir a los empresarios a esperar
nuevas reducciones en una forma que llevaran a una espiral hacia el desastre de
la economía? Si el argumento es que los precios más bajos, junto con los
salarios más bajos llevarían a la expectativa de menos gasto, esto se basaría
en una confusión.
¿Qué pasa con la (…) afirmación
de que a las rebajas en salarios se respondería reduciendo el poder adquisitivo
de los trabajadores, que a su vez reduciría los ingresos de las empresas? Como
advirtió Henry Hazlitt, Keynes confunde niveles salariales con salarios
obtenidos (…) mientras los precios caigan más que los salarios, los ingresos
reales (ajustados a los precios) de los trabajadores pueden subir en la
práctica”. (p. 228).
Lewis descubre que Keynes tenía en mente mucho más que una
cura para las depresiones. Pensaba que las condiciones de expansión podían
mantenerse permanentemente rebajando el tipo de interés a casi cero. De esa forma,
la escasez de capital podía desaparecer. En la Teoría General, Keynes
decía:
“¡El remedio para la expansión no
es un tipo de interés mayor, sino un tipo de interés menor! Pues aquél puede
hacer que se acabe la expansión. El remedio correcto para el ciclo económico no
se encuentra en abolir las expansiones y así dejarnos en una semicrisis, sino
en abolir las crisis y así dejarnos en una semiexpansión”.
¿No es una doctrina increíble? El
tipo de interés se bajaría por una expansión del crédito. Pero la producción
sólo puede aumentar mediante un aumento de los bienes de capital. Poner en
circulación pedazos de papel llamándolos “dinero” no aumenta por sí mismo la
prosperidad, incluso si, como quería Keynes, se gastara todo y no se atesorara.
Pensar otra cosa es creer en el pensamiento mágico.
Además Keynes no estaba satisfecho
recomendando la inflación como clave para promover la prosperidad. Extendía su
opinión a una verdadera teoría inflacionista de la historia. “El que el mundo,
después de varios milenios de constante ahorro individual, sea tan pobre”,
afirmaba Keynes, “ha de explicarse (…) [por] los altos tipos de interés”. (Por
cierto, el literato francés Georges Bataille desarrolló una teoría similar de
la historia. Ver su La parte maldita, volumen 1: Consumo).
El programa de Keynes iba mucho
más allá de la expansión monetaria. Quería que el gobierno controlara las
inversiones. Los planificadores inteligentes lo harían mucho mejor guiando la
economía que los especuladores del “capitalismo de casino”. Indica en la Teoría
general que propugna “una especie de socialización general de la
inversión”.
¿No resulta este programa una
severa amenaza a la libertad en la forma clásica descrita por Friedrich Hayek
en Camino
de servidumbre? ¿Cómo pueden preservarse las libertades civiles en una
economía controlada por el estado? Keynes sabía bien de estos peligros y
felicitaba a Hayek por haver escrito “un gran libro”, con el que estaba de
acuerdo “moral y filosóficamente”. Pero eso no le llevó a abandonar su
inclinación por la planificación. Pensaba que los peligros de la planificación
podían evitarse si dejaba el asunto en manos expertas, que le incluían como
ejemplo principal. El ego de Keynes no tenía límites.
Lewis ha presentado a Keynes como
un inflacionista, pero ¿no puede hacerse una objeción? Keynes recomendaba
aumentar el gasto en las malas situaciones, pero ¿no pedía también
restricciones una vez que se llegara al pleno empleo?
En ese caso, el gasto aumentaría
los precios sin ningún efecto positivo. Al responder a esta objeción, Lewis
hace una de sus aportaciones más valiosas. Es verdad que pueden encontrarse
escritos de Keynes advirtiendo contra la inflación. Pero Keynes pone unas
condiciones tan restrictivas para la inflación que estas casi no pueden darse
nunca. En concreto, siempre que haya paro, como ocurre inevitablemente, no hay
inflación.
Lewis ha expuesto con claridad
meridiana las líneas de sistema de Keynes y nos permite ver exactamente sus
efectos invalidantes. Keynes desafía el sentido común, incapaz de sostener las
brillantes paradojas que su fértil intelecto inventaba constantemente. El libro
de Lewis es una guía ideal de la economía peligrosa y destructiva de Keynes
------------------------------
David Gordon hace crítica de libros sobre economía,
política, filosofía y leyes para The Mises Review, la revista
cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde 1955 por
el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard,
disponible en la tienda de la web del Mises Institute.