Por Stephen Mauzy. (Publicado el 15 de diciembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3913.
Hace mucho tiempo que dejé de criticar al presidente de la
Reserva Federal por no ser capaz de prever el último desastre financiero del
sistema, aunque aún me apena por él al tener que soportar interminables ensayos
socráticos, polémicas y soliloquios indignados por parte de sus detractores.
Criticar al presidente de la Fed por su falta de previsión es como criticar a
un perro por su incapacidad de recitar el alfabeto. Cuando algo es
psicológicamente imposible, ¿por qué preocuparse?
Pero mucha gente se preocupa y se preocupa renovando los
mismos lamentos opositores: insuficiente o errónea legislación, demasiada
liquidez o demasiado poca, tipos de interés demasiado bajos o demasiado altos,
excesivamente político o insuficientemente político. Nadie puede hacer correcta
la política de la Fed y nadie lo hace. Cada entre cinco y siete años, como un déjà
vu, una calamidad económica asola vastas extensiones de riqueza financiera.
“Reforma reguladora” es el primer término que se activa en
las sinapsis del economista nacional y los escribanos de las editoriales cada
vez que la Reserva Federal deja de cumplir con su estatuto. El tema es el mismo
y lo que se escribe es predecible: indignación tapada con un tono sarcástico,
reclamando que la regulación debe reformarse siguiendo las indicaciones del
autor.
Y aún con todos estos caballos de vapor arando los fecundos
campos de la introspección regulatoria, pocas veces se desentierra el argumento
para eliminar completamente la regulación financiera.
Los reguladores (la reserva Federal y los demás) son
burócratas que tienden a la inactividad y a mirar por el retrovisor, encargados
de supervisar a empresarios financieros que miran hacia delante. Los
empresarios son más inteligentes y ágiles. Captan fácilmente a los reguladores
y les inclinan hacia ellos. En una lucha desigual a escala de un partido Washington
Generals–Harlem Globetrotters.
Más aún, las regulaciones del gobierno nublan la conciencia.
La regulación dicta que los principios dejan paso a las reglas: “Nada en la
regulación establece que no deberíamos haber contratado cien CDS sobre cada
obligación de deuda colateralizada calificada como triple A, así que no hicimos
nada incorrecto”.
Pero dicen los reformadores regulatorios que la Reserva
Federal en especial porque el dinero es especial. El dinero, al contrario que
otros bienes y servicios, en un facilitador que requiere supervisión, por tanto
debe estar bajo el ámbito de un banco central. Este argumento es la culminación
de 96 años de adoctrinamiento político. Ha probado ser muy persuasivo y muy
equivocado.
En realidad, el dinero se suministra en el mercado libre
igual que cualquier otro bien. El enfoque abajo-arriba de los mercados privados
“regulando” bienes y servicios es incuestionablemente superior al arriba-abajo
del gobierno, así que ¿por qué no aplicar el enfoque abajo-arriba para el
dinero?
Los monetaristas argumentan que un banco central por encima
garantiza la estabilidad monetaria. Bueno, sí, si nuestra definición de
estabilidad es una erosión constante de valor mediante una inflación continua:
el dólar hoy vale 0,19$ de 1971 (el año en que Estados Unidos eliminó
oficialmente cualquier pretensión de atenerse a un patrón oro) y vale sólo un
níquel en dólares de 1913 (el años en que se votó la creación de la Reserva
Federal).
Si el dinero y la banca se eliminaran del ámbito de la
Reserva Federal y pasaran al del libre mercado, ocurrirían dos acontecimientos
clave. Primero, veríamos un retorno a un dinero basado en un producto (muy
probablemente oro y plata), lo que transformaría nuestra divisa, flotante e
impredecible como una mariposa, aunque siempre depreciándose, en una medida
precisa y estable de peso de un producto. Segundo, la oferta monetaria no sería
ya una función de la creación de deuda.
Los bancos operan bajo un sistema de reserva fraccionaria
que les permite crear obligaciones y dinero prácticamente a su voluntad. Este
sistema expande el dinero más allá de lo que sería normal y asegura la
inflación al impulsar la oferta monetaria extendida muy lejos de la base
monetaria. El dinero es, en esencia, deuda, con una oferta dictada por la
demanda de préstamos.
Un modelo de reserva total evitaría que los bancos prestaran
dinero fantasma. Las funciones principales de los bancos se bifurcarían en
almacenamiento de dinero y préstamo de depósitos. Como almacenes, los bancos
cobrarían por almacenar los depósitos, con los fondos depositados siempre
disponibles para el depositante. Como prestamistas de depósitos, los bancos
aceptarían depósitos temporales para préstamo. El depositante ganaría intereses
por el uso de su dinero, mientras que el banco ganaría la diferencia entre el
tipo que paga a los depositantes y el que carga a sus acreedores.
La insuficiencia del crédito es la primera y más importante
objeción a un sistema bancario de reserva total. Esta escasez podría darse o
no. Si lo hiciera, ningún problema: aparecerían empresas financieras privadas
para atender la falta de crédito. No aceptarían depósitos, sino que obtendrían
fondos emitiendo valores y deuda. Estas compañías serían libres para
especializarse y prestar a quienes quisieran.
Un sistema de reserva total facilitaría los flujos de
crédito al tiempo que separaría el dinero de la creación de crédito. Por tanto
inyectaría seguridad y estabilidad al sistema de crédito. Los bancos
necesitarían menos valores para cubrir los riesgos asociados con ajustar
activos y depósitos. Los depositantes ya no temerían corridas bancarias: los
bancos tendrían reservas para cubrir todas las demandas de devolución de
dinero. Los pánicos bancarios, las crisis bancarias y los rescates bancarios
financiados por los contribuyentes quedarían como notas históricas a pie de
página. Ya no necesitaríamos un prestamista de último recurso.
Es más, un entorno de préstamo estable, un dinero basado en
productos y un sistema bancario de reserva total desataría una avalancha de
capital doméstico y atraería una marea de capital extranjero. Los acreedores e
inversores en valores ya no necesitarían jugar con la corrosión de la inflación
o predecir dónde aterrizará la mariposa de nuestra divisa. Las primas por
inflación y los riesgos de moneda desaparecerían de los costes de capital.
Albert Einstein definió la locura como hacer lo mismo una y
otra vez y esperar diferentes resultados. Es como mínimo un poco loco esperar repetidamente
que la Reserva Federal haga lo que es imposible cuando el libre mercado puede
hacer lo que se desea.
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Stephen Mauzy es analista financiero colegiado, escritor
financiero y director de S.P. Mauzy & Associates.