Por Mark Skousen. (Publicado el 25 de enero de 2010).
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4020.
[Libertarian Review, Agosto 1975]
Aunque desconocido en la mayoría de los libros de historia, el pánico de 1819 fue
una pesadilla inolvidable para los primeros estadounidenses. Bancos de todo el
país fueron incapaces de responder adecuadamente a las pretensiones de especie
de sus clientes y se vieron forzados a cerrar sus puertas. Los acreedores
ejecutaron hipotecas de granjeros, residentes en ciudades y especuladores que
habían comprando terreno público barato altamente endeudados Salarios y precios cayeron de golpe. Los
tipos de interés aumentaron y gente se quejaba de la “escasez de dinero”. La
principal pregunta en las mentes de los líderes estadounidenses y los
periodistas influyentes fue “¿Por qué se ha acabado el boom?”
The Panic of 1819, la incisiva y extremadamente bien
escrita tesis de Murray Rothbard en la Universidad de Columbia, ofrece una
respuesta y una fascinante historia de la época.
El pánico y la depresión fueron consecuencia de una enorme
inflación monetaria. Después de la Guerra de 1812, la economía floreció al
emitir los bancos del Estado poco controlados billetes redimibles más allá del
metal almacenado. La cantidad de dinero se multiplicó rápidamente. Sólo en
1815, lo billetes de banco aumentaron de 46 a 68 millones de dólares.
Al final, los billetes de banco empezaron a venderse con
descuento, pues los extranjeros y corredores de dinero reclamaban con beneficio
los billetes por metal. Además, el Banco de los Estados Unidos empezó a pedir a
las sucursales redimir otras obligaciones bancarias. La expansión monetaria
acabó abruptamente y propició una ola de quiebras.
Aunque la depresión de 1819-1821 fue de duración
relativamente corta, Rothbard muestra cómo el pánico sirvió como un importante
campo de entrenamiento para futuros líderes estadounidenses. Por ejemplo, fue
durante este periodo cuando el General Andrew Jackson empezó a sospechar mucho
de los bancos. Hay pocas dudas de que la vehemente oposición de Jackson al Second
Bank of the United Status derivó de esta experiencia. Otras figuras
contemporáneas importantes, como Martin van Buren, William Henry Harrison y
Davy Crockett (que calificó al sistema bancario de “estafa”, también ganaron
importancia en este momento como consecuencia de su oposición a este tipo de banca
[wildcat banking].
Una de las partes más interesantes de la narración de
Rothbard presenta las opiniones de los padres fundadores que vivieron el Pánico
de 1819. A Thomas Jefferson se le califica del “más acabado oponente del
crédito bancario”, a favor de “la supresión eterna del billete de banco”.
Jefferson creía que sólo debería permitirse circular a los metales. El yerno de
Jefferson, el Gobernador Thomas Randolph, apoyaba un patrón metálico al 100%.
James Madison consideraba a los bancos instituciones “dañinas”. Y John Adams,
cuyas opiniones sobre los bancos eran prácticamente idénticas a las de
Jefferson, consideraba al papel moneda sin respaldo metálico un “robo”. Aunque
tanto esas opiniones como el patrón metálico al 100% sean considerados como repugnantes
y tabú para la mayoría de los economistas actuales, es interesante y
significativo que esas opiniones fueran generalizadas en los padres fundadores.
Otro aspecto fascinante de la investigación de Rothbard es
el enconado debate entre los inflacionistas y los defensores del dinero fuerte
durante la depresión. Algunas figuras públicas hablaron a favor de proyectos de
obras públicas y ayudas a los pobres. Algunos estados promulgaron normativa
para evitar que los acreedores embargaran a los deudores (leyes de aplazamiento
y leyes de evaluación mínima). Otros echaron la culpa de la depresión a la
contracción de la oferta monetaria y dictaron leyes para “cebar la bomba” en un
esfuerzo por reducir los tipos de interés y estimular los negocios. A nivel nacional,
se hicieron esfuerzos vanos por emitir moneda sin soporte en oro o plata.
Finalmente, algunos echaron la culpa de la depresión a las importaciones y
pretendieron un alto arancel proteccionista.
Pero, al contrario que ahora, los deflacionistas y la gente
del dinero sólido tenían el control. Como consecuencia, la depresión acabó
bastante aprisa (para 1821), cuando se restauró la confianza en la moneda y
esta de nuevo fue redimible en metal.
Parafraseando a George Santayana,
ojalá pudiéramos aprender de la historia en lugar de repetirla.
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Mark Skousen ostenta la Cátedra Benjamin Franklin en la
Universidad de Grantham, que le homenajeó renombrando a su Escuela de Negocios
“The Mark Skousen School of Business”. Fue presidente de la Fundación para la
Educación Económica (FEE) y miembro de la Sociedad Mont Pelerin
Este artículo apareció originalmente en Libertarian Review, Vol.
4 (Agosto 1975), pp. 8-9.