Por Garet Garrett. (Publicado el 26 de enero de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3962.
[American Affairs, 1946]
Aquí tenemos a Hazlitt ejerciendo su don de la lucidez para
producir un libro titulado La
economía en una lección. Si existiera un libro así, sería éste. Se
ocupa de esas “falacias económicas que son al final tan comunes que casi se han
convertido en una nueva ortodoxia”… hasta el punto de que ahora no hay ningún
gobierno importante en el mundo cuyas políticas económicas no se vean influidas
o directamente determinadas por ellas.
Se ocupa de exponerlas con el análisis y la razón y de
hacerlas caer. Pero en primer lugar ¿cómo se revistieron de este atuendo de
respetabilidad? ¿Cómo se explica que estén de moda en todo el mundo?
La explicación de Hazlitt es que la gente ha perdido la
costumbre de pensar más allá del presente. Han sido seducidos por el dicho “En
el largo plazo todos estamos muertos”. Quieren todo hoy, dejemos que el mañana
se ocupe de sí mismo.
Esto difícilmente responde a las preguntas. Como alguien que
escribió un libro sobre el
pensamiento como ciencia, Hazlitt concede de inmediato que el
comportamiento de la mente humana no ha cambiado en 2.000 años. Aunque de lo
que habla, es decir, el auge de las falacias económicas hasta el nivel de la
ortodoxia, desplazando axiomas que no se han cuestionado desde Adam Smith, es
un acontecimiento de los últimos treinta años. Por tanto, lo más posible es que
sea un evento político, con poca o ninguna relación con la ciencia económica o
el arte de pensar.
¿A quién se dirige esta lección? Si se dirige a quienes
creen o pueden ser convencidos por la argumentación a creer, en la libre
competencia como el principio regulador correcto de una sociedad libre y el
único principio regulador en el que se puede confiar en mantenerlo libre, entonces
está maravillosamente claro y aun tan sólido como cuando Harriet Martineau
escribía economía para niños en Gran Bretaña al principio del siglo pasado.
Pero si se dirige a quienes creen en otra forma de organizar
la sociedad, éstos dirán, y con razón, que no existe un sistema económico. Hay
primero y sistema político y luego está su economía. Así que puede haber un
sistema totalitario y su economía o un sistema de libre empresa privada y la
economía de éste o cualquier cosa intermedia. Hazlitt dice, en cursiva,
“El arte de la economía consiste
en no mirar simplemente a lo inmediato, sino a los efectos posteriores de
cualquier acto o política; consiste en seguir la consecuencias de esa política
no sólo para un grupo, sino para todos los grupos”.
Muy bien. Pero podemos definir también la economía como el
estudio de cómo la gente produce, intercambia y consume riqueza y al definirla
así se ve de inmediato que cuando, como en un sistema político libre, la gente
se alimenta y viste y aloja por sus propios medios, se provee su propia
seguridad, busca su propio beneficio y absorbe sus propias pérdidas, los
cánones económicos serán muy diferentes de los de un sistema totalitario en el
que la gente es alimentada y vestida y alojada y dirigida en su trabajo y sus
juegos por el estado omnipotente.
Cada falacia que identifica Hazlitt es una falacia en sus
propias premisas y sus premisas, como dice, son las del economista tradicional
o clásico, creyente completo en un sistema político libre. Si cambiamos las
premisas, lo que era una falacia desde ese punto de vista puede convertirse en
lógico para otro.
Un capítulo es sobre el espejismo de la inflación. “El
fervor por la inflación”, dice, “nunca muere. Casi parecería como si no hubiera
ningún país capaz de aprender de la experiencia de otro ni ninguna generación
del sufrimiento de sus antepasados”. Y piensa que esto se debe al hecho de que el
pueblo no considera las consecuencias secundarias: sólo se preocupará de los
“beneficios a corto plazo para los grupos favorecidos”, beneficios que se
obtienen a expensas de otros, aun cuando sean visibles, y a expensas de todos
al final de todo.
Todo esto es cierto. Pero supongamos que tenemos un pueblo
que considera la degradación de la moneda como un arma contra el sistema del
capitalismo libre que desea ver destruido. Desde ese punto de vista, ¿la
inflación es lógica o ilógica?
De la misma forma y bajo su propia premisa aparece el asunto
de la deuda pública. La falacia aquí es la idea de que el gasto gubernamental
crea riqueza. Demuestra, por supuesto, que lo que gasta el gobierno debe
obtenerlo antes, luego alguien tiene menos a gastar en proporción a lo que
tiene el gobierno de más; además, esa deuda pública sólo puede representar
impuestos pospuestos, porque lo que se pide prestado debe devolverse en algún
momento y sólo puede devolverse con los ingresos fiscales.
También esto es cierto. Pero de nuevo sólo es cierto bajo la
suposición de aún tengamos y continuemos teniendo y gobierno del tipo apropiado
para un sistema político libre, un gobierno con poderes limitados, uno que sólo
pide prestado en momentos de grandes emergencias, intentando devolver de forma
meticulosa y equilibrando de nuevo sus cuentas.
Pero supongamos que tenemos un gobierno que consideran el
pedir prestado, el gasto y la deuda como instrumentos políticos, bajo la
política de redistribuir la riqueza y los ingresos de una nación de acuerdo con
un plan social, la política de una economía planificada en la que el gobierno
se convierte en responsable del pleno empleo, de la plena producción y de la
estabilidad de la empresa total. Bajo esa premisa una gran deuda pública es una
herramienta indispensable y poderosa en manos de los planificadores, porque les
permite manipular la renta nacional con medidas fiscales y monetarias. Y lo
mismo pasa con la fijación de salarios, fijación de precios, subvenciones,
máximos, mínimos y planes de estabilización: todas son falacias desde el punto
de vista de una economía libre pero suficientemente racional, casi demasiado
racional si queremos una economía planificada.
¿Es la propia idea de una economía planificada una falacia?
La respuesta a esa cuestión no es la que nos gustaría. La economía planificada
tiene una historia mucho más larga que la economía libre. ¿No está actuando de
una forma que amenaza la paz en el mundo? ¿No está el libre capitalismo a la
defensiva frente a ella? Pero Hazlitt no está escribiendo un tratado de
política. Lo que está diciendo es esto: “Si queremos mantener nuestro sistema
político de libertad, aquí están los principios económicos a los que debemos
volver”. Y expone esos principios muy claramente.
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Garet Garrett (1878–1954) fue un periodista y escritor
estadounidense notable por sus críticas al New Deal y a la participación de EEUU
en la Segunda Guerra Mundial.
Esta crítica apareció originalmente en American Affairs,
1947, Vol. 8, Nº 41, pp. 276–277.