Por Doug French. (Publicado el 28 de enero de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4074.
La primera tarde de clase, este hombre pequeño con gafas
gruesas apoyadas en una prominente nariz, llevando pajarita y un bolsillo lleno
de bolígrafos, entró arrastrando los pies en el aula. Empezó a hablar en el
momento en que cruzó la puerta, burlándose de los estúpidos políticos que
estaban atacando a las “malvadas” compañías petrolíferas por usar supuestamente
la Guerra del Golfo para aprovecharse de los consumidores.
Era una historia típica de Rothbard, explicando cómo el
sistema de precios del libre mercado distribuye bienes eficientemente, mientras
que la intervención del gobierno se los queda. Luego empezó con su clase de
Historia del Pensamiento Económico, que en el segundo semestre de 1990 se
ocupaba del tema monetario. No había tiempo de pasar lista o explicar el
programa: tenía que cubrir siglos.
La mayoría de los libertarios descubrió a Murray Rothbard
leyendo La
ética de la libertad o uno de sus muchos otros libros o artículos. Mi
descubrimiento empezó con la siguiente línea en el catálogo de cursos de otoño
de 1990 en la Universidad de Nevada-Las Vegas: “Historia del Pensamiento
Económico, profesor: Rothbard”.
Cuando pregunté a otro estudiante acerca de la clase de
Historia del Pensamiento, me recomendó no elegir a Murray, describiéndole como
un “tipo raro”. Por suerte, no seguí esta recomendación increíblemente mala.
Las clases de Murray no incluían gráficos inútiles ni ecuaciones
laberínticas. Más bien era como escuchar a tu tío favorito contar historias
acerca de sus tiempos, sazonadas con incontables sugerencias de lectura. Murray
era una biblioteca viviente, recitando no sólo el título sino el autor, la
fecha de publicación y, a veces, la editorial que recomendaba. Era un arma
imponente tenerle a nuestro lado cuando investigábamos y escribíamos una tesis.
Le escuchaba dos tardes por semana mientras Murray contaba
cosas acerca de buenos y malos, las teorías que defendía, sus influencias y por
qué esas teorías se pusieron en práctica. Los villanos de estos dramas
económicos eran siempre los malvados burócratas y políticos del gobierno, que
acechaban ominosamente en las sombras, ya fuera robando silenciosamente con la
inflación o abiertamente con los impuestos.
Una clase de Rothbard era como ser copiloto en una carrera
de automóviles a gran velocidad. Con hechos e ideas viniendo hacia nosotros,
Murray cambiaba repentinamente de dirección, siguiendo un camino que
aparentemente nos alejaba de nuestro destino, pero eso no pasaba nunca. Sabía
exactamente a dónde quería llegar. Yo esperaba con el resto de la clase,
intentando furiosamente anotar cada palabra.
Como las clases de Murray eran tan buenas (y diferentes de
semestre a semestre), muchos estudiantes acudirían una y otra vez a sus
lecciones de Historia del Pensamiento Económico e Historia Económica de EEUU.
En una de sus últimas clases de Historia del Pensamiento, sólo el 20% de
estudiantes asistía a la clase para ganar créditos.
Las horas de tutoría de Murray tuvieron siempre una gran
demanda. Yo gasté muchas horas fuera de su despacho esperando en cola a hablar
con él. Mis esperas siempre se veían recompensadas. Murray nunca habló con
condescendencia, ni a mí, ni a sus otros estudiantes. De hecho, a menudo hacía
tantas preguntas como contestaba y estaba verdaderamente interesado en lo que
yo pensaba. Y siempre nos reíamos mucho. Merecía cruzar todo el pueblo sólo
para oír la opinión de Murray sobre las noticias actuales, sazonada con su
inconfundible socarronería.
Pero Murray era cualquier cos menos reverenciado por la
mayoría de la facultad de económicas en la UNLV [Universidad de Nevada-Las
Vegas]. Al resto del departamento le molestaba “el extremo este del pasillo”,
donde Murray, Hans-Hermann Hoppe y unos pocos simpatizantes del libre mercado
tenían sus despachos en el quinto piso de Beam Hall. Aunque la mayoría de las
publicaciones del departamento de economía venían del “extremo este”, el director
de facultad y coordinador de licenciatura hacía continuamente comentarios
insidiosos a estudiantes y colegas acerca de los austriacos y hacía todo lo que
podía para desanimar a aquéllos a estudiar con Rothbard y Hoppe.
El primer borrador de la evaluación de rendimiento de Murray
en 1991 muestra el asombroso tratamiento que recibió del entonces director de
facultad (cuyo mérito era que había sido coautor de un artículo en el periódico
referido a las distintas fuerzas de las pantallas solares).
“Las evaluación de los estudiantes indican que el
rendimiento del Profesor Rothbard está significativamente por encima de la
media del departamento”, escribió el director… y aún así calificó el
rendimiento en clase de Murray como sólo “satisfactorio”.
Más increíble fue la afirmación del director de que el
crecimiento profesional de Murray era “decepcionante”. Ese año, Murray había
publicado dos libros en Francia, dos libros más pequeños en Estados Unidos y
dos artículos académicos y había colaborado en la publicación del libro de un
colega. Era editor de dos revistas académicas y envió comunicaciones a diversas
conferencias. Todo esto al tiempo que daba sus clases, dirigía los trabajos
profesionales de tres estudiantes licenciados y presidía el tribunal de examen
oral y de ensayo de un estudiante.
El director tuvo incluso el valor de escribir que esperaba
que Murray “enseñara a más estudiantes”, a pesar del hecho de que había sido el
responsable de abolir el programa de maestría en teorías y políticas que la
mayoría de los estudiantes de Murray, incluyendo el que escribe esto, eligieron
seguir. Como escribió Murray en su contestación, las “acciones [del director]
contradicen sus palabras”.
Murray Rothbard era un tesoro que la facultad de económicas
de la UNLV intentó mantener oculto a sus estudiantes. Por eso muy pocos de
nosotros tuvimos la suficiente fortuna de haber estudiado con él. Pienso en
Murray todos los días y en lo afortunado que soy de ser uno de esos pocos.
La última vez que vi a Murray fue a mediados de diciembre de
1994, antes de los exámenes finales. Como era habitual, hablamos y reímos sobre
muchas cosas, incluyendo mi viaje a la conferencia de Liberty en Tacoma.
Íbamos a pasarlo bien escuchando la cinta de “Por qué los libertarios aman
odiar”, de R.W. Bradford en esa conferencia cuando Murray volviera el primer
semestre.
En el funeral de Murray, su colega de la UNLV Clarence Ray
dijo que Murray Rothabrd era, antes que nada, un hombre bueno. Había muchos en
la UNLV que discrepaban de la ideología de Murray, pero nadie le tenía
antipatía.
Murray Rothbard fue un hombre alegre, amable y simpático que
no odió a nadie, especialmente a sus colegas libertarios.
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Douglas French es presidente del Mises Institute y autor de Early
Speculative Bubbles & Increases in the Money Supply. Es doctor en economía de la Universidad
de Nevada- Las Vegas, dirigido por Murray Rothbard, con el Profesor
Hans-Hermann Hoppe en su comité de tesis.