Por cierto, los mercados libres son libres

Por George F. Smith. (Publicado el 29 de enero de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4036.

 

Habiendo fracasado en aprender qué causa las depresiones y cómo tratarlas cuando llegan, los líderes de nuestra nación no llevan directos a una catástrofe monetaria. Presumiblemente, los principales medios de comunicación siguen los dictados de los keynesianos, que ven nuevos fajos de deuda y papel moneda y concluyen que los buenos tiempos están a punto de volver, sin prestar atención alguna a los millones que siguen buscando trabajo.

Los keynesianos de la comida gratis incluso nos dicen cómo entramos en crisis y qué nos salvó. Paul Krugman habla en nombre de muchos cuando echa la culpa de la crisis a la desregulación del mercado y alaba a la imprenta de la Fed como nuestra salvadora.

¿Qué significa esto? Significa que podemos burlarnos de los rumores de que el crédito barato de la Fed ocasionara la crisis. Podemos burlarnos aún más ante la afirmación de que la inyección monetaria de la Fed asegure un desastre aún mayor en el futuro. Y podemos guardar nuestras mayores burlas para ese afortunado adivino, Peter Schiff, cuyos conocidos detractores se burlaron de él en 2006 cuando predijo la crisis actual.

Para muchos, fue el juego del gobierno con la Glass-Steagall el que dio manos libres a los inversores para cometer maldades, permitiendo a sus codiciosas bocas atracarse hasta el borde de la autodestrucción. Como esas bocas eran tan grandes, nuestros líderes no tenían otra opción que desplumar a contribuyentes y poseedores de dólares para salvarles. De nuevo, se nos dice, la libertad en economía se convierte en una receta para el desastre.

Los siento, amantes del estado, pero amañar regulaciones para crear un enorme riesgo moral no refleja la “influencia de la ideología del libre mercado”, como afirma Krugman. Las regulaciones son intervenciones y las intervenciones son la acumulación aparentemente benigna de peldaños del capitalismo al socialismo. La actual debacle económica es abrumadoramente una crisis de intromisión del gobierno, no de los mercados libres.

¿Economía regulada sin coerción del estado?

Una economía libre es una que es (¿cómo decirlo…?) libre. Libre de clientelismo, favoritismo, distribucionismo, proteccionismo o cualquier otra cosa que signifique usar al estado como medio de vivir a costa de otros. Si los pobres o los millonarios necesitan ayuda, tienen que conseguirla sin meter mano a los bolsillos de otros.

En una economía libre, el único papel de la fuerza es el cumplimiento de los derechos de propiedad. Utilizar la fuerza para otros fines es una violación de la libertad natural de los individuos. Eso es lo que los liberales clásicos llamaban laissez-faire. Una ideología del libre mercado la que pide un mercado libre, no la manipulación de una o dos regulaciones dentro de una constelación de un millón.

¿Pero no necesitan regulación los mercados? Por supuesto. Los mercados que el gobierno no ha convertido en delictivos se regulan por sí mismos sin violar los derechos de nadie. Por ejemplo, si un banco insiste en practicar el préstamo con reserva fraccionaria y se ve incapaz de atender las reclamaciones de los depositantes, pide la quiebra, no el rescate. Así la banca libre se ve desanimada a crear múltiples deudas sobre el mismo dólar. No puede pedir un préstamo a un banquero central amigo, porque no hay ninguno.

Un banco central como la reserva federal no podría existir en un mercado libre. La banca central exige un monopolio de la emisión de billetes y los monopolios (como privilegios otorgados) requieren el brazo ejecutor del gobierno. Mediante la competencia bancaria y la amenaza de corridas, un mercado libre limita la tendencia de los banqueros a practicar el préstamo de reserva fraccionaria, que está en la raíz del ciclo económico.

Pero como el préstamo de reserva fraccionaria es rentable para banqueros y gobierno de la misma forma que la falsificación es rentable para los falsificadores, nos encontramos sujetos a la carga de un banco central para estar seguros de que los distintos costes de expandir la oferta monetaria se trasladan a los pobres y la clase media.

La idea de que los bancos centrales son independientes de los gobiernos que les dan vida es un mal chiste. Mediante su compra de obligaciones de deuda pública, los bancos centrales ofrecen a los políticos una forma cómoda de gastar desbocadamente en sus proyectos favoritos (ya sea el bienestar de los ancianos o las guerras ultramarinas) sin tener que aumentar los impuestos.

El impuesto oculto de la inflación bancaria está perfectamente ajustado a sus fines. Da la impresión de que el gobierno es una fuente inagotable de riqueza, al tiempo que traslada la culpa de las crisis y de los precios cada vez más altos en los chivos expiatorios favoritos de los gobiernos: los especuladores y empresarios. Al depreciar la moneda, la inflación bancaria toma silenciosamente la riqueza de nuestros bolsillos y la da a los que están en el ajo.

La misma existencia de dinero fiduciario como los billetes de la reserva federal impide la posibilidad de un mercado libre. “En ningún periodo de la humanidad ha emergido espontáneamente el papel moneda en un mercado libre, escribe Jörg Guido Hülsmann en The Ethics of Money Production.

Siempre que el gobierno emite, impone por necesidad una “obligación legal a cada ciudadano de aceptar ésta como moneda de curso forzoso”. En un momento determinado, los certificados monetarios en papel estaban “respaldados” por cierta cantidad de oro o plata. Pero con la extensión de la indiferencia sobre los asuntos monetarios, resultó sencillo a los gobiernos echar la culpa de las crisis al metal en lugar de a la inflación de billetes. Los gobiernos prohibieron el uso del oro y la plata como moneda, así que podían inflar con mínimas restricciones.

En resumen, el papel moneda no es un fenómeno del mercado: solo se empieza a usar cuando el poder de policía del estado nos fuerza a aceptarlo.

Austriacos al alza

En un artículo reciente de Foreign Affairs, el historiador y autor superventas Niall Ferguson advertía que la crisis actual ha hecho que algunos economistas muertos se vean bien y otros no tan bien.

“Aunque superficialmente esta crisis parece una derrota para Smith, Hayek y Friedman y una victoria para Marx, Keynes y Polanyi, esto bien podría ser un error. Lejos de haber sido causada por mercados libres no regulados, esta crisis puede haber sido causada por distorsiones del mercado por acciones de un gobierno mal asesorado: garantías explícitas e implícitas a bancos de tamaño desmesurado, apoderamiento inapropiado a las agencias de calificación, políticas monetarias desastrosamente laxas, mala regulación de las grandes aseguradoras, estímulo sistemático al préstamo hipotecario imprudente…, sin mencionar las distorsiones en los mercados de divisas por la intervención del banco central”.

Los austriacos, en opinión de Ferguson, eran “los grandes triunfadores, al menos entre los economistas”, porque “veían a las burbujas de activos impulsadas por el crédito como la mayor amenaza para la estabilidad del capitalismo”.

De acuerdo con la economía austriaca, necesitamos controlar al banco central. ¿Pero qué dice acerca de las burbujas nuestro economista ganador del Nobel en 2008? En un editorial en el New York Times del 2 de agosto de 2002, Krugman escribía:

“Para luchar contra esta recesión la Fed necesita algo más que una respuesta: necesita disparar el gasto en vivienda para compensar la moribunda inversión empresarial. Y para hacerlo, como apuntó Paul McCulley de Pimco, Alan Greenspan necesita crear una burbuja inmobiliaria para reemplazar la burbuja del Nasdaq”.

Por el contrario, Ron Paul, el 10 de septiembre de 2003, interpeló al Comité de Servicios Financieros del Congreso acerca del riesgo moral de la política del gobierno federal de ofrecer privilegios especiales Fanny Mae y Freddie Mac y la creciente burbuja del crédito en la vivienda:

“Como todas las burbujas artificialmente creadas, el boom de los precios de la vivienda no puede prolongarse indefinidamente. Cuando caigan los precios de la vivienda, los propietarios experimentarán dificultades al desaparecer su patrimonio. Además los acreedores de la hipoteca también tendrán pérdidas. Estas pérdidas serán mayores de lo que debían ser si la política del gobierno no hubiera animado activamente la sobreinversión en la vivienda”.

Paul advertía del peligro de las burbujas mientras Krugman hacía votos por su creación. Paul, partidario de la escuela austriaca, cree que no existe la comida gratis. Krugman, quintaesencia del keynesianismo, argumenta que sí la hay, al menos en una depresión. También dice que “si los políticos rechazan aprender de la historia de la reciente crisis financiera, nos condenarán a todos a repetirla”.

Pero si hay lecciones de historia que debemos asimilar, ¿por qué los políticos y sus expertos ignoraron las lecciones de la recesión de 1920-1921? Déjenme adivinar: quizá dejar que el mercado arregle lo que ha roto el gobierno no es una opción que puedan adoptar, incluso aunque sea la única salida.

---------------------------------- 

George F. Smith es el autor de The Flight of the Barbarous Relic, una novela acerca de un presidente de la Fed renegado y del libro Eyes of Fire: Thomas Paine and the American Revolution, disponible en Kindle y pronto en papel.

Published Sat, Jan 30 2010 12:14 AM by euribe