Análisis de clase: Perspectivas marxista y austriaca

Por David Osterfeld. (Publicado el 11 de febrero de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4062.

[Este artículo se remitió originalmente a la Austrian Economics Newsletter, pero no se ha publicado anteriormente.]

 

Aunque hoy día el socialismo y el comunismo han sido completamente desacreditados, muchos siguen manteniendo que al menos las teorías sociales de Karl Marx siguen siendo relevantes. Aunque acepten a regañadientes que la economía marxista, en especial la teoría del valor trabajo, no es original ni correcta, los defensores de Marx afirman que su análisis social (en particular su teoría de la lucha de clases) sigue siendo una contribución científica real.

Las famosas y dramáticas primeras palabras del Manifiesto comunista dicen claramente que

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases.

Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta.”

La “característica distintiva” del capitalismo, dicen, es que, en contraste con “la complicada disposición de la sociedad en distintos órdenes”, la “múltiple gradación del espectro social” que caracterizaba a todas las “épocas anteriores de la historia”, la

“época de la burguesía [ha] simplificado estos antagonismos de clase.  Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”.

De acuerdo con las notas de Engels a la edición de 1808, “burguesía” se refiere a “capitalistas, propietarios de los medios de producción social y empresarios con asalariados”. A los proletarios lo define como aquéllos “en la clase de salariados modernos que, no teniendo medios propios de producción, se reducen a vender su fuerza de trabajo para poder vivir”.

El proceso por el que el capitalismo simplifica los antagonismos de clase se presenta en detalle en el primer volumen de El capital. La burguesía es capaz de enfrentar a los trabajadores, manteniendo así los salarios a niveles de subsistencia. Y

“La clase media baja, el pequeño fabricante, el tendero, el artesano, el campesino, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la extinción su existencia como fracciones de la clase media”.

Sin embargo su lucha es en vano: Son incapaces de competir con las grandes fábricas establecidas por los capitalistas. Van a la quiebra y “se convierten en proletarios”. Así, dice Marx, “las demás clases perecen y desaparecen ante la industria moderna”. Con el tiempo sólo quedan dos clases: la burguesía que “usurpa y monopoliza todas las ventajas” y el proletariado, para el que continúa creciendo “la masa de miseria, opresión, esclavitud, degradación Yes explotación”. Finalmente esta clase se hará tan numerosa y su miseria tan severa que se levantará y “expropiará a los expropiadores”.

Superficialmente, la definición de clase de Marx es simple y clara. Pero sus implicaciones, como advierte el propio Marx, son devastadoras para su análisis. Marx suponía que quienes poseían o controlaban los medios de producción eran los ricos y poderosos, mientras que quienes vendían su trabajo lo hacían porque eran débiles y pobres. Aunque admitía que estos tipos eran “puros”, Marx creía que a medida que se desarrollara el capitalismo y los operadores independientes de las clases sociales bajas y medias fueran eliminados gradualmente, el sistema de clases se haría cada vez más puro.

De hecho, la distinción entre burguesía y proletariado no es clara ni simple. Primero, la calificación de proletariado como los que trabajan para vivir y la burguesía como los que contratan a otros para trabajar para ellos tiene una implicación evidente e insidiosa: sólo un grupo de la sociedad, el proletariado, realiza en realidad algún trabajo productivo, mientras que la burguesía se aprovecha de la “explotación” de los trabajadores. Por tanto Marx reduce el trabajo al trabajo físico, pasando por alto el hecho de que el ingreso se obtiene por ofrecer servicios a otros y que el trabajo físico es simplemente un forma de hacerlo. En todo caso, la distinción en la definición de Marx entre trabajador y propietario fue un golpe maestro de propaganda política.

Además, la taxonomía de Marx lleva a algunas peculiaridades bastante interesantes. Como la burguesía la forman quienes poseen los medios de producción y contratan asalariados, esto pondría al dueño de la panadería de la esquina o de un taller de automóviles que emplee a uno o dos ayudantes en la misma clase que Donald Trump, John D. Rockefeller y Andrew Carnegie. De acuerdo con la definición de Marx, todos son miembros de la burguesía o clase dirigente. Por supuesto es dudoso que los primeros se muevan en los mismos círculos que los segundos. Igualmente, un deportista famoso como Michael Jordan, que gana muchos millones de dólares al año, sería un miembro del oprimido proletariado, pues se “ha visto reducido a vender su fuerza de trabajo”.

De acuerdo con la taxonomía marxista, Michael Jordan estaría en la misma clase que la limpiadora nocturna que pasa el aspirador en las oficinas y vacía papeleras para ganarse la vida. También es curioso que un médico con su propia consulta privada y que emplea a un recepcionista o una enfermera sea miembro de la burguesía. Pero si vende su trabajo para obtener un puesto más lucrativo como cirujano jefe en un gran hospital, se ve reducido a las filas del proletariado.

¿Y dónde clasificaríamos a un funcionario de bajo nivel? Como Marx afirma que “el ejecutivo del estado moderno no es sino un comité de gestión de los asuntos comunes de toda la burguesía” y como el funcionario ni posee los medios de producción ni emplea asalariados, parecería ser una empleado de la burguesía y por tanto un miembro del proletariado. Pero como su renta proviene de los impuestos cobrados a los trabajadores, podría lógicamente defenderse que es un miembro de la burguesía explotadora.

Por fin, Marx describe a menudo la burguesía sólo en términos de su propiedad de los medios de producción. Pero eso haría de un carpintero que tuviera un martillo un miembro de la clase dirigente.

Marx casi seguro que rechazaría este tipo de crítica, pero está completamente de acuerdo con su distinción entre proletariado y burguesía. El mismo absurdo de la distinción sólo r4esalta el inadecuación de esta clasificación de clases bajo el capitalismo.

Además, Marx predijo que el capitalismo simplificaría el sistema de clases aplastando a la clase media, dejando sólo “las dos grandes clases antagonistas”. De hecho el propio Marx reconocía que no sólo el sistema de clases bajo el capitalismo se hacía más complicado, sino que, lejos de eliminarse, la clase media estaba aumentando. En su Teorías sobre la plusvalía, Marx llega ala temeridad de reprender a Ricardo por no ser capaz de observar esta tendencia: “Lo que [Ricardo] no menciona es el continuo aumento en la cifra de las clases medias (…) situadas a medio camino entre los trabajadores a un lado y los capitalistas al otro”.

Y en su comentario sobre Thomas Malthus en la misma obra, Marx comenta que de Malthus que su

“mayor esperanza (que él mismo considera más o menos utópica) es que la clase media crezca en tamaño y que la clase obrera constituya un proporción continuamente decreciente de la población total (incluso aunque crezca en términos absolutos). De hecho, ésa es la tendencia de la sociedad burguesa”.

Aunque esto es exactamente lo contrario de las conclusiones que el propio Marx obtiene de su propio análisis, es precisamente lo que uno esperaría del libre mercado. Bajo el capitalismo hay una tendencia natural a que las empresas inviertan en sectores con bajos salarios, elevando esos niveles salariales hasta otros similares a los de otros sectores e induciendo a los trabajadores en empleos mal pagados y trasladarse allí. De forma parecida, como los empresarios invierten en sectores donde los beneficios son altos, la producción aumento y los precios y beneficios en esos sectores tienden a bajar. Así, lejos de eliminar a la clase media, el libre mercado tiende a eliminar los extremos de riqueza y pobreza, aumentando así el tamaño de la clase media.

Marx era consciente de lo inadecuado de su análisis de clase y en el último capítulo del tercer y último volumen de El capital vuelve sobre el problema. El capítulo titulado “Las clases” no es más que un fragmento, pero las intenciones de Marx estaban claras. “La primera pregunta a responder”, escribe, “es ésta: ¿Qué constituye una clase? Y de ésta se sigue otra pregunta, que es lo que constituye a los trabajadores, capitalistas y terratenientes en tres grandes clases sociales”. A primera vista, continúa,

“podría parecer que la identidad de sus rentas y sus fuentes de renta lo hacen. Hay tres grandes grupos sociales, cuyos elementos constitutivos, los individuos que los forman, viven de salarios, beneficios y rentas del suelo o por la utilización de su fuerza de trabajo, su capital y sus tierras privadas”.

Pero esto sería un error, porque hay una “división infinita de intereses y posturas creadas por la división social del trabajo entre trabajadores, capitalistas y terratenientes”.

Entonces, ¿qué constituye una clase? Curiosamente, Marx no ofrece una respuesta. Por el contrario, al final del manuscrito, Engels, que redactó el tercer volumen a partir de las notas de Marx, insertó la frase “Aquí acaba el manuscrito”.

Los seguidores de Marx encuentran claramente embarazoso el hecho de que, como dijo George Lukacs, “la obra maestra de Marx termina justo cuando está a punto de abordar la definición de clase”. Tom Bottomore, al tiempo que apunta que “la teoría de las clases sociales está en el centro del pensamiento de Marx”, reconoce que “la teoría de las clases sociales modernas no fue expuesta sistemáticamente por Marx”.

Stanislav Ossowski ha advertido que al ser tan importante el papel de la “clase” en el análisis de Marx, “es asombroso no encontrar una definición de este concepto (…) en ninguna parte de las obras de Marx ni de Engels”. Lo que ofrecen, argumenta, no es tanto una definición como una condición necesaria para una definición. Igual que es incompleto definir un caballo como un animal con cuatro patas (pues todos los caballos tienen cuatro patas, pero no todos los animales con cuatro patas son caballos), definir la clase en términos de intereses económicos compartidos o de una relación particular con los medios de producción es algo necesario, pero no suficiente, para una definición completa. Ossowski parece estar argumentando que mientras que todos los miembros de la burguesía tienen una herramienta de producción, no todos los que tienen una herramienta son miembros; todos los proletarios venden su trabajo, pero no todo el que vende su trabajo pertenece al proletariado.

Curiosamente, Ossowski mantiene que “Marx dejó el problema de dar una definición del concepto de clase social para mucho más tarde. El manuscrito del tercer volumen de su mágnum opus, El capital, acaba dramáticamente en el momento en que Marx estaba a punto de responder a la pregunta ‘¿Qué constituye una clase?’” Por desgracia, concluye Ossowski “no conocemos qué respuesta habría dado si la muerte no hubiera interrumpido su trabajo”.

Sin embargo, no fue en realidad la muerte lo que interrumpió el trabajo de Marx: El fragmento sobre las clases fue escrito realmente antes de la publicación inicial del primer volumen de El capital en 1867. Marx murió en 1883. Que nunca volviera sobre el fragmento sugiere seriamente que no tenía una teoría satisfactoria de la clase. La ubicación del fragmento al final de tercer volumen consiguió, de todas formas, un importante objetivo estratégico: insinuaba que Marx tenía una respuesta pero fue incapaz de escribirla antes de morir. La ubicación del fragmento por Engels puede por tanto verse como un intento deliberado de ocultar el hecho de que Marx no tenía una definición válida y defendible de la clase.

El análisis de clase en sí mismo no proviene de Marx, sino que puede remontarse al menos hasta Adam Smith. Al contrario que la doctrina de Marx, que supone que tanto el mercado como el gobierno son instituciones coercitivas, Smith y sus seguidores mantenían que mientras que el gobierno, con su monopolio del uso de la fuerza, era coercitivo, el mercado era una institución voluntaria. En el mercado, el único “poder” es el poder de ofrecer un intercambio y como todos pueden rechazar una oferta, todo intercambio debe ser beneficioso para todas las partes afectadas.

Las implicaciones de esta idea son profundas. La única forma de hacer dinero en el libre mercado es producir lo que otros quieren. Cuanto mejor se sirva a otros, más beneficio se obtiene, luego el mercado se basa en el beneficio muto y la armonía de intereses. Sin embargo la armonía se transforma en conflicto siempre que interviene el gobierno. Si una empresa puede conseguir que el gobierno elimine la competencia, los consumidores ya no tienen la capacidad de llevarse sus dólares a otra parte. Así, y sólo así, pueden estar las compañías en disposición de aumentar los precios o fabricar productos de baja calidad.

En lo que podríamos llamar un análisis liberal de clase, la explotación sin duda existe, pero es la explotación que resulta de la diferencia en los precios del libre mercado y los regulados. Por tanto, la explotación no se limita a los capitalistas, como pasaba en el análisis marxista. Los capitalistas pueden explotar a los consumidores con un arancel proteccionista y los trabajadores pueden explotar a los capitalistas mediante los salarios mínimos. En este último caso, algunos trabajadores estarían asimismo explotando a otros, ya que la riqueza se transfiere de trabajadores que pierden sus empleos como consecuencia del salario mínimo a quienes permanecen empleados.

Así que la pregunta clave es ¿quién puede controlar al gobierno? La pregunta es realmente empírica y debe responderse caso por caso. Aunque como regla general los que más probablemente puedan controlar al gobierno son los que tengan acceso más sencillo a éste, lo que normalmente significa, como advertía Adam Smith, los “ricos y poderosos”.

Smith escribió La riqueza de las naciones para refutar la doctrina mercantilista. Bajo el mercantilismo los privilegios monopolísticos se otorgaban a unas pocas empresas favorecidas, permitiéndoles vender a precios exorbitantes, mientras se promulgaban aranceles para impedir la competencia externa. Cuando una nación elimina las importaciones, necesita establecer sus propias colonias exclusivas para obtener materias primas, así que naturalmente el poder del estado se usa para forjar y gobernar el sistema colonial resultante.

Smith argumenta que el sistema mercantilista daña no sólo a las colonias sino también a los trabajadores de la madre patria. Sus únicos beneficiarios, añade, eran los “ricos y poderosos”. Se obligaba a los colonos a comprar a comerciantes en la madre patria, a precios de monopolio y los trabajadores de la metrópoli pagaban impuestos para sufragar los costes de administración del imperio.

El efecto del mercantilismo, sostenía Smith, era  que “el interés de una pequeña orden de hombres en un país” se veía promovido a costa de “los intereses de todas los demás órdenes en ese país y en todos los demás países”. Smith proponía reemplazar el mercantilismo por un sistema de libre comercio. Esto conllevaba lógicamente el abandono de todo el imperio colonial y Smith no vaciló en llegar a esa conclusión.

Pueden encontrarse similares afirmaciones en los escritos de otros pensadores liberales tempranos como J.B. Say, Charles Comte, Charles Donoyer y Frederic Bastiat en Francia; John Trenchard, Thomas Gordon (autores de las Cato's Letters, tan influyentes en las colonias americanas antes de la Revolución), Richard Cobden y John Bright en Inglaterra y John Calhoun y William Leggett en América. Por ejemplo, Leggett escribió de Nueva York a principios del siglo XIX, “No puede abrirse una carretera, no puede construirse un puente, no puede cavarse un canal, sino que debe otorgarse una carta de privilegios exclusivos para este fin. (…) La negociación y el cierre de tratos de cartas de privilegios es todo asunto de nuestros legisladores”.

La distinción entre mercado y gobierno ha permanecido en el centro del pensamiento liberal. Por ejemplo, Ludwig von Mises escribió que “Nuestra época esta llena de serios conflictos de grupos de intereses económicos. Pero esos conflictos no son inherentes a la operativa de una economía capitalista no intervenida. Son el resultado necesario de las políticas del gobierno que interfieren en la operativa del mercado. (…) Aparecen por el hecho de que la humanidad ha vuelto a los privilegios de grupo y por tanto a un nuevo sistema de castas”. Mientras que esta distinción entre armonía y conflicto, entre beneficio mutuo y el beneficio de un individuo o grupo a expensas de otro, entre mercado y gobierno, es sistemáticamente ignorada en el análisis marxista, está en el centro de análisis liberal de clase. Es una desgracia que ese análisis de clase esté asociado tan de cerca con el marxismo, pues esto ha significado que el analissi liberal de clase ha sido muy ignorado. Es una desgracia, pues es una herramienta sofisticada y poderosa para analizar la sociedad.

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El Dr. Osterfeld e profesor asistente de ciencias políticas en el Saint Joseph’s College, en Renssalaer, Indiana. Vea sus libros y artículos de prensa.

Este artículo se remitió originalmente a la Austrian Economics Newsletter, pero no se ha publicado anteriormente.

Published Fri, Feb 12 2010 7:10 PM by euribe