La decadencia de la escolástica

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 12 de febrero de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3992.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]

 

El siglo XVI español ha sido calificado del canto del cisne de la escolástica. Después, la decadencia, no sólo en España sino en toda Europa, fue rápida. Parte de la razón fue la pertinaz insistencia en la prohibición de la usura. Una prohibición que había tenido poco sentido, ya sea justificado por ley natural o divina y que entró en el pensamiento cristiano bastante tarde, se sostuvo e impuso con un frenesí constante e irracional.

El sistemático debilitamiento de la prohibición de la usura por parte de algunas de las mentes más brillantes de la cristiandad tuvo el efecto benéfico de sancionar la carga de intereses, pero con el coste a largo plazo de desacreditar el propio método escolástico. Al mantener la apariencia externa de prohibir la usura como pecado mortal, mientras al mismo tiempo se encontraban formas cada vez más sofisticadas de permitir a mercaderes y finalmente a prestamistas profesionales evitar la prohibición, los propios escolásticos se expusieron a injustas acusaciones de fraude e hipocresía.

El ataque definitivo a la escolástica vino de dos campos diferentes pero aliados entre sí. Uno fue el creciente grupo de protestantes externos, y criptocalvinistas internos, a la Iglesia que la denunciaban por su supuesta decadencia y laxitud moral.

Después de todo, el protestantismo era en parte un movimiento para deshacerse de las trampas sofisticadas y la doctrina refinada de la Iglesia y volver a la supuesta simplicidad y pureza moral de la primera cristiandad. El emblema de su hostilidad era la Orden Jesuita, la devota punta de lanza de la Contrarreforma, la orden que había recogido la antorcha  del tomismo y la escolástica de los vacilantes dominicos.

El segundo enemigo de la escolástica era el creciente grupo de secularistas y racionalistas, hombres que podían ser católicos o protestantes en su vida privada pero que principalmente querían librarse de las supuestas excrecencias de la vida moderna como la aplicación política de principios religiosos o la prohibición de la usura. Consecuentemente, los criptocalvinistas atacaron a los jesuitas por debilitar la prohibición de la usura, mientras que los secularistas les atacaron por mantenerla.

A ningún bando de la oposición le impresionaron la brillantez de los argumentos escolásticos para justificar la usura ni el completo desarrollo de la escolástica y los jesuitas de la “casuística”: es decir, de aplicar principios morales, naturales o divinos a problemas concretos de la vida diaria.

Podríamos pensar que la tarea de la casuística debería considerarse como importante e incluso noble: si existen principios morales generales ¿por qué no deberían aplicarse a la vida diaria? Pero ambos grupos de oponentes tuvieron un rápido éxito en hacer a la misma palabra “casuística” un término difamatorio: para unos, un método de evitar los preceptos morales estrictos, para los otros, un método de imponer al mundo dogmas anticuados y reaccionarios.

¿Por qué a pesar del gran trabajo de Summenhart y otros, persistió la Iglesia Católica en mantener la prohibición formal durante los siguientes dos siglos? Probablemente por la misma razón por la que la Iglesia ha tendido siempre a mantener resueltamente que nunca cambia sus doctrinas al tiempo que sigue haciéndolo.

El cambio del contenido sin cambiar el aspecto externo formal ha sido una característica constante, no sólo de la Iglesia Católica, sino de cualquier institución burocrática de larga duración, ya sea la Iglesia o las interpretaciones constitucionales del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

La doble alianza contra la escolástica fuera y dentro de la Iglesia Católica fue mucho más allá del desacuerdo sobre la usura. En la raíz del catolicismo como religión está que podemos acercarnos o comprender a Dios a través de todas las facultades del hombre, no simplemente por la fe sino por la razón y los sentidos. El protestantismo, y especialmente el calvinismo, ponen ostensiblemente a Dios fuera de las facultades humanas, considerando, por ejemplo, encarnaciones sensatas del amor del hombre a Dios en la pintura o la escultura como idolatría blasfema que hay que destruir para limpiar el camino hacia la única comunicación adecuada con Dios: la fe pura en la revelación.

El énfasis tomista en la razón como medio de comprender la ley natural de Dios e incluso aspectos de la ley divina era condenado por el único valor protestante de la fe en la voluntad arbitraria de Dios. Aunque algunos protestantes adoptaron teorías de ley natural, la posición protestante básica fue la oposición a cualquier intento basado en la ley natural de deducir ética o filosofía política mediante el uso de la razón humana.

Para los protestantes el hombre era también intrínsecamente pecador y corrupto, por lo que su razón o sus sentidos no podían ser sino encarnación de la corrupción; sólo la fe pura en los mandamientos arbitrarios y revelados de Dios era aceptable como base para la ética humana. Pero esto significaba también que para los protestantes había poca base en la ley natural sobre la que criticar las acciones del estado. El calvinismo e incluso el luteranismo ofrecieron poca o ninguna defensa contra el estado absolutista que floreció en toda Europa durante el siglo XVI y triunfó en el XVII.

Si el protestantismo abrió el camino al estado absoluto, los secularistas de los siglos XVI y XVII lo abrazaron. Libres de críticas del estado basadas en la ley natural, los nuevos secularistas como el francés Jean Bodin adoptaron la ley positiva del estado como único criterio en política. Igual que los protestantes antiescolásticos ensalzaban la voluntad arbitraria de Dios como base para la ética, los nuevos secularistas pusieron la voluntad arbitraria del estado en el estatus de “soberana” absoluta y no cuestionable.

Sobre el asunto más profundo de cómo sabemos lo que sabemos o “epistemología”, el tomismo y la escolástica sufrieron los ataques opuestos pero combinados de los defensores de la “razón” y el “empirismo”. En el pensamiento tomista, la razón y el empirismo no están separados sino aliados y entremezclados. La verdad se descubre mediante la razón basada en sólido fundamento en la realidad empíricamente conocida. Lo racional y lo empírico se integraban en un todo coherente.

Pero en la primera parte del siglo XVII, dos filósofos opuestos ocasionaron la división radical y fatal que continúa asolando el método científico hasta el día de hoy. Fueron el inglés Francis Bacon (1561-1626) y el francés René Descartes (1596-1650).

Descartes era partidario de una razón secamente matemática y absolutamente verdadera, divorciada de la realidad empírica, mientras que Bacon era partidario de revisar continua y casi mecánicamente los datos empíricos. Tanto el distinguido abogado inglés, que ascendió hasta ser Lord Canciller  (Lord Verulam), Vizconde del Reino y juez corrupto, como el tímido y errante aristócrata francés estaban de acuerdo en un punto esencial y destructivo: la separación de la razón y el pensamiento de los datos empíricos. Así, de Bacon nace la tradición “empirista” inglesa, basada mecánicamente en datos incoherentes, y de Descartes la tradición puramente deductiva y a veces matemática del “racionalismo” continental. Por supuesto, todo esto fue un ataque a la ley natural que hacía tiempo que integraba lo racional y lo empírico.

Como corolario y entremezclado con este cambio básico y sistemático en el pensamiento europeo en el periodo “moderno temprano” (siglo XVI y especialmente XVII) se produjo un cambio radical en el centro de la actividad intelectual alejándose éste de las universidades. Los teólogos y filósofos que escribían e investigaban la economía, el derecho y otras disciplinas de la acción humana durante los periodos medial y renacentista fueron profesores universitarios. Paría, Bolonia. Oxford, Salamanca, Roma y muchas otras universidades fueron entorno y arena para la producción y la discusión intelectual durante esos siglos. E incluso las universidades protestantes en el periodo moderno temprano continuaron siendo centros de enseñanza de la ley natural.

Pero los principales teóricos y autores de siglo XVII y luego del XVIII no fueron profesores casi ninguno. Eran panfletistas, hombres de negocios, aristócratas errantes como Descartes, funcionarios públicos como John Locke, hombres de iglesia como el obispo George Berkeley.

El cambio de entorno se vio muy favorecido por la invención de la imprenta, que hizo mucho más económica la publicación de libros y escritos y creó un mercado mucho más amplio para la producción intelectual. La imprenta se inventó a mediados del siglo XV y al inicio del siglo XVI fue posible, por primera vez, vivir como escritor independiente, vendiendo libros propios en un mercado comercial.

Este cambio de los profesores universitarios a ciudadanos privados corrientes significó, al menos en ese momento, un cambio de los modos tradicionales de aprendizaje y pensamiento hacia un espectro más diverso de opiniones individuales idiosincrásicas. En cierto sentido, este aumento de la diversidad fue de la mano de uno de los mayores impactos de la reforma protestante en el pensamiento social y religioso.

Pues a largo plazo mucho más importante que esas disputas teológicas sobre el libre albedrío frente a la predestinación y sobre el significado de la comunión fue la quiebra de la unidad de la cristiandad.

Lucero e incluso Calvino no tenían la intención de fragmentar la cristiandad; por el contrario, todos buscaban reformar una iglesia cristiana unificada. Pero la consecuencia de su revolución fue abrir la caja de Pandora. Mientras que antes las fricciones y las herejías eran sofocadas o integradas en la Iglesia, ahora la cristiandad se dividió en literalmente cientos de sectas distintas, algunas bastante extravagantes, proponiendo cada una diferentes teologías, éticas y obligaciones en la vida social.

Aunque las múltiples líneas de pensamiento social derivadas de esta ruptura en la cristiandad incluyeron a grupos racionalistas e individualistas como los Niveladores y los absolutistas, el valor de la diversidad resultante debe rebajarse por la desgraciada desaparición de la escolástica y el tomismo del pensamiento occidental.

La ruptura de la unidad del pensamiento europeo se vio intensificada por el cambio durante estos siglos de la escritura en latín a la lengua vernácula de cada país. Durante la edad media, todos los intelectuales, juristas y teólogos en Europa escribían en latín, aunque por supuesto el lenguaje hablado de cada país era el propio. Esto significaba que para los estudiosos e intelectuales sólo había un lenguaje y en cierto modo un país, de forma que los ingleses, franceses, alemanes, etc. podían leer fácilmente y verse influidos por libros y artículos de los demás. Europa era realmente una comunidad intelectual.

En la Edad Media, sólo los autores italianos escribían, de vez en cuando, en italiano además de en latín. Pero la Reforma Protestante dio un tremendo ímpetu al abandono del latín, pues los protestantes estimaban vital que las masas cristianas leyeran y estudiaran la Biblia en un lenguaje que pudieran entender. La famosa traducción de la Biblia al alemán de Martín Lutero, en el siglo XVI, inspiró un rápido cambio hacia la escritura en la lengua nacional. Como consecuencia, desde los siglos XVI y XVII, el pensamiento económico, social y religioso empezó a estar aislado en cada lengua nacional. Las posteriores influencias del pensamiento económico escolástico quedaron limitadas a autores en países católicos.

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Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.

Published Sun, Feb 14 2010 12:59 PM by euribe