Por Ludwig von Mises. (Publicado el 5 de marzo de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4143.
[Este artículo se ha extraído del capítulo 17 de La
acción humana]
Una
doctrina muy popular mantiene que la rebaja progresiva del poder adquisitivo de
la unidad monetaria desempeña un papel decisivo en la evolución histórica. Se
afirma que la humanidad no habría llegado a su presente estado de bienestar si
la humanidad no hubiera aumentado mucho más que la demanda de dinero. La caída
resultante en el poder de compra, se dice, fue una condición necesaria para el
progreso económico. La intensificación de la división del trabajo y el continuo
crecimiento de la acumulación de capital, que han centuplicado la productividad
del trabajo, sólo podían lograrse en un mundo de progresivos aumentos de
precios. La inflación crea prosperidad y riqueza, la deflación incertidumbre y
decadencia económica. Un análisis de la doctrina
política y las ideas que inspiraron durante siglos las políticas monetarias y
crediticias de las naciones revela que esta opinión está casi generalmente
aceptada. A pesar de todas las advertencias por parte de los economistas sigue
siendo hoy el centro de la filosofía económica del hombre medio. También es la
esencia de las enseñanzas de Lord Keynes y sus discípulos en ambos hemisferios.
La
popularidad del inflacionismo se debe en gran parte a un odio profundo a los
acreedores. La inflación se considera justa sólo porque favorece a los deudores
a costa de los acreedores. Sin embargo la visión inflacionista de la historia
de la que nos ocupamos en esta sección sólo está someramente relacionada con
este argumento antiacreedores. Su afirmación de que el “expansionismo” es la
fuerza motriz del progreso económico y que el “restriccionismo” es el peor de
todos los males se basa principalmente en otros argumentos.
Es
evidente que los problemas causados por la doctrina inflacionista no pueden
resolverse recurriendo a las enseñanzas de la experiencia histórica, Está fuera
de dudas que la historia de los precios muestra claramente una continua
tendencia al ascenso, aunque a veces interrumpida en cortos
periodos. Por supuesto es imposible establecer este salvo por
comprensión histórica. La precisión cataláctica no puede aplicarse a problemas
históricos. Los esfuerzos de algunos historiadores y estadísticos para seguir
los cambios en el poder de compra de los metales preciosos durante siglos y
para medirlos son fútiles. Ya se ha demostrado que todos los intentos de medir
magnitudes económicas se basan en suposiciones completamente falsas y muestran
la ignorancia de los principios tanto de la economía como de la historia. Pero
lo que la historia nos puede decir en este campo a través de estos métodos
concretos es suficiente para justificar la afirmación de que el poder de compra
del dinero ha mostrado durante siglos una tendencia a caer. En relación con
este punto, todo el mundo está de acuerdo.
Pero éste
no es el problema a resolver. La cuestión es si la caída en el poder de compra
era o no un factor indispensable en la evolución que llevó de la pobreza de
épocas pasadas a las condiciones más satisfactorias del capitalismo occidental
moderno. Esta cuestión debe resolverse sin referencia a la experiencia
histórica, que puede interpretarse y así se hace de distintas maneras y a la
que los defensores y adversarios de cada teoría y cada explicación de la
historia se refieran como prueba de sus afirmaciones mutuamente contradictorias
e incompatibles. Lo que se necesita es una clarificación de los efectos de los
cambios en el poder de compra sobre la división del trabajo, la acumulación del
capital y la mejora tecnológica.
Al
ocuparnos de este problema no podemos contentarlos con la refutación de los
argumentos aportados por los inflacionistas en apoyo de sus tesis. Lo absurdo
de estos argumentos es tan manifiesto que su refutación y su exposición es
realmente fácil. Desde sus mismos principios la economía ha demostrado una y
otra vez que las afirmaciones relativas a los supuestos beneficios de la
abundancia de dinero y los supuestos desastres de su escasez son resultado de
claros errores en el razonamiento, Los esfuerzos de los apóstoles del
inflacionismo y el expansionismo por refutar la verdad de las enseñanzas de los
economistas han fracasado completamente.
La única
pregunta relevante es ésta: ¿es posible o no rebajar el tipo de interés
mediante la expansión del crédito? Este problema se tratará exhaustivamente en
el capítulo dedicado a la interconexión entre la relación monetaria y
el tipo de interés. Allí se demostrará cuáles son las consecuencias de los
auges creados por la expansión del crédito.
Pero en
este momento de nuestra investigación debemos preguntarnos si no es posible que
haya otras razones que puedan alegarse a favor de la interpretación
inflacionista de la historia. ¿Es posible que los defensores del inflacionismo
hayan dejado de lado algunos argumentos válidos que podrían apoyar su posición?
Es sin duda necesario acercarnos al tema desde todas las perspectivas posibles.
Pensemos
en un mundo en el que la cantidad de dinero sea rígida. En un estadio primitivo
de la historia los habitantes de este planeta han producido toda la cantidad
posible de materia prima utilizada como moneda. No puede haber un aumento en la
cantidad de moneda. Los medios fiduciarios se desconocen. Todos los
sustitutivos del dinero (incluyendo las monedas secundarias) son certificados
monetarios.
A partir
de estas suposiciones, la intensificación de la división del trabajo, la
evolución de la autosuficiencia en hogares, villas, distritos y países al
sistema de mercado mundial del siglo XIX, la progresiva acumulación de capital
y la mejora de los métodos tecnológicos de producción habrían generado una
continua tendencia a la caída de precios. ¿Hubiera detenido la evolución del
capitalismo un aumento de este tipo en el poder adquisitivo de la unidad
monetaria?
El
empresario medio respondería afirmativamente. Vivir y actuar en un entorno en
el que una caída lenta aunque continua en el poder de compra de la unidad
monetaria se considera normal, necesario y beneficioso, simplemente no podría entender una
situación diferente. Asocia las nociones de precios crecientes y beneficios por
un lado y precios a la baja y pérdidas por otro. El hecho de que haya también
operaciones a la baja y que las grandes
fortunas se hayan hecho en situaciones a la baja no altera su dogmatismo. Ésas
son, dice, transacciones meramente especulativas de gente dispuesta a
beneficiarse de la caída de los precios ya producidos y disponibles. Las
innovaciones creativas, las nuevas inversiones y la aplicación de métodos
tecnológicos mejorados requieren el
catalizador que resulta ser la expectativa de precios más altos. El progreso
económico sólo es posible en un mundo de precios crecientes.
Esta opinión es insostenible. En un mundo de poder de compra
creciente de la unidad monetaria el modo de pensar de la gente se habría
adaptado a esta situación, igual que nuestro mundo actual se ha ajustado a un
poder de compra decreciente de la unidad monetaria. Hoy día todo el mundo está
dispuesto a considerar un aumento en sus ingresos nominales o monetarios como
una mejora de su bienestar material. La atención de la gente se dirige más
hacia el aumento de sus salarios nominales y al equivalente monetario de
riqueza que al aumento en su suministro de productos primarios. En un mundo de
poder de compra creciente de la unidad monetaria se preocuparían más de la
caída en el coste de la vida. Esto pondría más de manifiesto el hecho de que el
progreso económico consiste principalmente en hacer más fácilmente accesibles
los placeres de la vida.
En la dirección de los negocios, las reflexiones relativas a
la tendencia secular de los precios no desempeñan ningún papel en absoluto. Los
empresarios e inversores no se preocupan por las tendencias seculares. Lo que
guía sus acciones es su opinión acerca del movimiento de los precios en las
siguientes semanas, meses o, como mucho, años. No prestan atención al
movimiento general de todos los precios. Lo que les importa es la existencia de
discrepancias entre los precios de los factores complementarios de producción y
los precios anticipados de los productos. Ningún empresario se embarca en un
proyecto de producción definitivo porque crea que los precios, es decir,
los precios de todos los bienes y servicios, subirán. Se compromete si cree que
puede beneficiarse por una diferencia entre los precios de los bienes de
distintos órdenes. En un mundo con una tendencia secular hacia la caída de
precios, esas oportunidades de ganancia aparecerían de la misma forma en que
aparecen en un mundo con una tendencia secular hacia el aumento de precios. Las
expectativas de un movimiento progresivo general al alza de todos
los precios no generan una intensificación de la producción y la mejora en el
bienestar. Lo que generan es el “vuelo hacia los valores reales”, y la quiebra
del boom y la destrucción completa del sistema monetario.
Si la opinión de que los precios de todos los productos
caerán se generaliza, el mercado de tipos de interés a corto plazo se rebaja
por la cantidad de la prima de precio negativa.
Así que el empresario que emplee fondos prestados está asegurado ante las
consecuencias de esa caída de precios en el mismo grado en que, bajo
condiciones de precios crecientes, el prestamista está asegurado mediante la
prima de precio contra las consecuencias de la caída del poder de compra.
Una tendencia secular hacia un aumento en el poder de
comprar de la unidad monetaria requeriría reglas sencillas por parte de los
empresarios e inversores, distintas de las desarrolladas bajo la tendencia
secular hacía una caída en el poder de compra. Pero sin duda no influiría
sustancialmente en el curso de los asuntos económicos. No quitaría el impulso
de la gente a mejorar su bienestar material tanto como sea posible mediante una
asignación apropiada de la producción. No privaría al sistema económico de los
factores de mejora material, que son los esfuerzos de los emprendedores en
busca de beneficios y la disposición del público a comprar los productos que
sean aptos para proveerles la máxima satisfacción al mínimo coste.
Estas observaciones no son ciertamente un alegato a favor de
una política de deflación. Simplemente implican una refutación de las
inerradicables fábulas inflacionistas. Desenmascaran lo ilusorio de la doctrina
de Lord Keynes de que la fuente de pobreza y la aflicción, de la depresión del
comercio y del desempleo tenga que basarse en una “presión contraccionista”. No
es verdad que “una presión deflacionaria (…) habría (…) impedido el desarrollo
de la industria moderna”. No es cierto que la expansión del crédito produzca el
“milagro (…) de transformar una piedra en pan”.
La economía no recomienda una política inflacionaria ni
deflacionaria. No reclama a los gobiernos que intervengan en la elección del
mercado de un medio de intercambio. Sólo establece las siguientes verdades:
- Al
comprometerse con una política inflacionista o deflacionista un gobierno
no promueve el bienestar general, el bien común o los intereses de toda la
nación. Simplemente favorece a uno o varios grupos de población a expensas
de otros.
- Es
imposible saber por adelantado qué grupo se verá favorecido por una medida
concreta inflacionaria o deflacionaria y en qué grado. Estos efectos
dependen del complejo general de los datos de mercado afectados. También
depende en buena medida de la velocidad de los movimientos inflacionistas
y deflacionistas y puede invertirse completamente con el progreso de estos
movimientos.
- En
todo caso, una expansión genera inversiones erróneas de capital y consumo
excesivo. Deja a la nación en su conjunto más pobre, no más rica.
- la
inflación continuada debe finalmente acabar con la quiebra del boom, la
completa destrucción del sistema monetario.
- Una
política deflacionaria es costosa para el tesoro e impopular entre las
masas. Mas una política inflacionaria es una bendición para el tesoro y
muy popular entre los ignorantes. En la práctica, el peligro de la
deflación no es más que ligero y el de la inflación tremendo.
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Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela
Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un
escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica,
historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la
teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del
dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria
con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe
fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue
el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia
superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
Este artículo está extraído del capítulo 17 de La
acción humana.