Por Ludwig von Mises. (Publicado el 26 de marzo de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4191.
[Este artículo se ha extraído del capítulo 18 de La
acción humana]
Si
tuviéramos que medir el periodo de producción empleado en la fabricación de los
distintos bienes ahora disponibles, tendríamos que remontar su historia hasta
el punto en que se llevó a cabo el primer gasto de los factores originales de
producción. Tendríamos que establecer cuándo se emplearon por primera vez los
recursos naturales y el trabajo para procesos que (además de contribuir a la
producción de otros bienes) también contribuyeron en último término a la
producción del bien en cuestión. La solución a este problema requeriría la solubilidad
del problema de la imputación física. Sería necesario establecer en término
cuantitativos hasta qué punto se han usado directa o indirectamente
herramientas, materias primas y trabajo en la producción del bien afectado.
Tendríamos que remontarnos en estas investigaciones hasta los mismos orígenes
de la acumulación de ahorros por parte de gente que previamente vivía con lo
imprescindible. No son sólo las dificultades prácticas las que impiden esos
estudios históricos. La misma insolubilidad del problema de la imputación
física nos detiene en el primer paso de estas tareas.
Ni el
propio hombre que actúa ni la teoría económica necesitan medir el tiempo
empleado en el pasado para la producción de los bienes disponibles hoy. Esos
datos no valdrían para nada si se conocieran. El hombre que actúa se enfrenta
al problema de cómo obtener lo máximo de la oferta de bienes disponibles. Hace
sus elecciones de emplear cada parte de esta oferta en una forma que satisfaga
los más urgentes de sus deseos no satisfechos. Para alcanzar esta tarea debe
conocer la duración del tiempo de espera que le separa de la obtención de los
distintos objetivos de entre los que tiene que escoger. Como ya se ha apuntado
y debe destacarse de nuevo, no le hace falta remontarse en la historia de los
distintos bienes de capital disponibles. El hombre que actúa siempre cuenta el
tiempo de espera y el periodo de producción desde el día de hoy. De la misma
forma que no hay necesidad de saber si se han gastado más o menos trabajo y
factores materiales de producción en la fabricación del producto ahora
disponible, no se necesita conocer si su producción ha requerido más o menos
tiempo. Las cosas se valoran exclusivamente desde el punto de vista de los
servicios que puedan rendir a la satisfacción de deseos futuros. Los
sacrificios reales realizados y el
tiempo empelado en su producción no importan. Eso pertenece al pasado remoto.
Es necesario darse cuenta de que todas las categorías
económicas se refieren a la acción humana y no tienen absolutamente nada que
ver directamente con las propiedades
físicas de las cosas. La economía no se ocupa de los bienes y servicios, se
ocupa de las elecciones y acciones humanas. El concepto praxeológico del tiempo
no es el de la física o la biología. Se refiere al más pronto o más
tarde como componente de los juicios de valor de los actuantes. La
distinción entre bienes de capital y bienes de consumo no es una distinción
rígida basada en las propiedades físicas y fisiológicas de los bienes
afectados. Depende de la posición de los actuantes y las elecciones que tienen
que hacer. Los mismos bienes pueden considerarse como bienes de capital y de
consumo. Una oferta de bienes lista para su disfrute inmediato resulta ser
bienes de capital desde el punto de vista de un hombre que los considera un
medio para su propio sostenimiento y el de los trabajadores contratados durante
un periodo de espera.
El aumento en la cantidad de bienes de capital disponibles
es una condición necesaria para la adopción de procesos en los que el periodo
de producción y, por tanto el periodo de espera es más largo. Si queremos
llegar a fines que están temporalmente lejanos, debemos recurrir a un mayor
periodo de producción, pues es imposible atenerse al fin buscado en un periodo
más corto. Si queremos recurrir a métodos con los que la cantidad producida sea
mayor por unidad gastada, debemos alargar el periodo de producción. Pues los
procesos en que la producción es inferior por unidad se han elegido sólo
considerando el periodo de producción más corto que requieren. Pero por otro
lado, no todo empleo elegido para la utilización de bienes de capital
acumulados por medio de ahorros adicionales requiere un proceso de producción
cuyo periodo desde ahora a la maduración del producto sea más largo que todos
los procesos ya adoptados previamente. Puede pasar que la gente, habiendo
satisfecho sus necesidades más urgentes, ahora quiera bienes que pueden
producirse dentro de un periodo comparativamente corto. La razón por la que no
se han producido previamente estos bienes no era que el periodo de producción
que requerían se considerara demasiado largo, sino que había un uso más urgente
de los factores requeridos.
Si elegimos afirmar que cualquier aumento en la oferta de
bienes de capital disponibles genera un alargamiento del periodo de producción
y del tiempo de espera, razonaremos de la siguiente forma: Si a son los
bienes ya fabricados previamente y b los bienes fabricados en lo nuevos
procesos iniciados con la ayuda del aumento de bienes de capital, es evidente
que la gente tuvo que esperar más por a y b que sólo por a.
Con el fin de producir a y b, no sólo fue necesario adquirir los
bienes de capital requeridos para fabricar a, sino también los
requeridos para fabricar b. Si hubiéramos gastado para un aumento en el
consumo inmediato los medios de subsistencia ahorrados para hacer disponibles
los trabajadores para la fabricación de b, habríamos atendido antes la
satisfacción de algunos deseos.
El tratamiento habitual del problema del capital de aquéllos
economistas que se oponen a la llamada postura “austriaca” suponen que la
técnica empleada en la fabricación viene inalterablemente determinada por el
estado concreto del conocimiento tecnológico. Los economistas “austriacos”, por
el contrario, muestran que es la oferta de bienes de capital disponibles en
cada momento lo que determina cuál de los muchos métodos tecnológicos de
producción conocidos se empleará.
La veracidad del punto de vista “austriaco” puede demostrarse fácilmente
mediante un examen del problema de la escasez de capital.
Veamos las condiciones de un país que sufra de escasez de
capital. Tomemos, por ejemplo, la situación de Rumanía alrededor de 1860. Lo
que faltaban ciertamente no eran conocimientos técnicos. No había secretos en
relación con los métodos tecnológicos practicados por las naciones avanzadas de
occidente. Se describían en innumerables libros y se enseñaban en muchas
escuelas. La élite de la juventud rumana había recibido información completa
sobre ellos en las universidades tecnológicas de Austria, Suiza y Francia.
Cientos de expertos extranjeros estaban dispuestos a aplicar sus conocimientos
y habilidades en Rumanía. Lo que faltaban eran los bienes de capital necesarios
para una transformación del atrasado equipamiento rumano de fabricación,
transporte y comunicación de acuerdo con los patrones occidentales. Si la ayuda
otorgada a los rumanos por parte de las naciones extranjeras desarrolladas
hubiera consistido simplemente en proveerles conocimientos tecnológicos,
hubieran tenido que darse cuenta de que les hubiera costado muchísimo tiempo
llegar al nivel de occidente. Lo primero que tenían que hacer habría sido
ahorrar para disponer de trabajadores y factores materiales de producción para
la realización de los procesos que consumen más tiempo. Sólo entonces podrían
producir con éxito las herramientas necesarias para la construcción de esas
plantas que a continuación fabricarían el equipo necesario para la construcción
y operación de fábricas modernas, granjas, minas, ferrocarriles, líneas de
telégrafos y edificios. Habrían tenido que pasar décadas hasta recuperar el
tiempo perdido. No hubiera sido posible en modo alguno acelerar este proceso
salvo restringiendo el consumo actual hasta donde fuera físicamente posible en
el periodo intermedio.
Sin embargo, las cosas discurrieron de una manera diferente.
El occidente capitalista prestó a los países menos desarrollados los bienes de
capital necesarios para una transformación instantánea de una gran parte de sus
métodos de producción. Les ahorró tiempo e hizo posible multiplicar muy rápido
la productividad de su trabajo. El efecto para los rumanos fue que pudieron
disfrutar inmediatamente de las ventajas derivadas de los procedimientos
tecnológicos modernos. Era como su hubiesen empezado a ahorrar y acumular
bienes de capital en una fecha mucho más temprana.
La escasez de capital significa que estamos más lejos de
alcanzar un objetivo que alguien que haya empezado antes a dirigirse a éste.
Como no hicimos esto en el pasado, faltan los productos intermedios, aunque
estén disponibles los factores naturales para la producción. La escasez de
capital es escasez de tiempo. Es el efecto del hecho de que vayamos retrasados
en comenzar la marcha hacia el objetivo concreto. Es imposible describir las ventajas
derivadas de los bienes de capital disponibles y los inconvenientes que genera la penuria de bienes de capital
sin recurrir al elemento del tiempo de antes y después.
Tener bienes de capital a nuestra disposición equivale a
estar más cerca de un objetivo. Un aumento en los bienes de capital disponibles
hace posible aspirar a fines más remotos sin verse forzados a restringir el
consumo. Por el contrario, una pérdida de bienes de capital hace necesario o
bien abstenerse de buscar ciertos objetivos a los que se podía aspirar antes o
restringir el consumo. Tener bines de capital significa, en igualdad de
condiciones, una ganancia temporal.
Frente a quienes no disponen de bienes de capital, el capitalista, bajo este
estado concreto de conocimiento tecnológico, está en posición de alcanzar antes
un objetivo definido sin restringir el consumo y sin aumentar el gasto de
trabajo y de factores materiales naturales de producción. Su inicio es puntual.
Un rival con una oferta menor de bienes de capital sólo puede alcanzarle
restringiendo su consumo.
La ventaja que los pueblos occidentales han obtenido sobre
otros consiste en el hecho de que hace tiempo que crearon las condiciones
políticas e institucionales necesarias para un progreso constante y en buena
medida ininterrumpido en el proceso de ahorro a gran escala, acumulación de
capital e inversión. Así, a mediados del siglo XIX ya habían alcanzado un
estado de bienestar que superaba con mucho el de las razas más pobres y las
naciones con menos éxito en sustituir las ideas de capitalismo adquisitivo por
la del militarismo depredatorio. Dejadas a su suerte y sin ayuda de capital
foráneo, estos pueblos subdesarrollados hubieran necesitado mucho más tiempo
para mejorar sus métodos de producción, transporte y comunicación.
Es imposible entender el discurrir de los asuntos mundiales
y el desarrollo de las relaciones este-oeste en los últimos siglos si no
comprendemos la importancia de esta transferencia de capital a gran escala.
Occidente ha dado al este, no sólo conocimientos tecnológicos y terapéuticos,
sino asimismo los bienes de capital necesarios para una aplicación práctica de
este conocimiento. Estas naciones de Europa del Este, Asia y África han sido
capaces, gracias al capital foráneo importado, de obtener mucho antes los
frutos de la industria moderna. Hasta cierto punto se han visto dispensadas de
la necesidad de restringir su consumo con el fin de acumular una existencia
suficiente de bienes de capital. Ésta es la verdadera naturaleza de la supuesta
explotación de las naciones subdesarrolladas por parte del capitalismo
occidental de la que se lamentan sus nacionalistas y marxistas. Ha sido una
fecundación de las naciones subdesarrolladas económicamente mediante la riqueza
de las más avanzadas.
Los beneficios derivados son mutuos. Lo que impulsaba a los
capitalistas de occidente a realizar inversiones en el extranjero era la
demanda de los consumidores. Los consumidores pedían bienes que no podían
fabricarse en el interior y un abaratamiento de bienes que sólo podrían
producirse localmente aumentando los costes. Si los consumidores del occidente
capitalista se hubieran comportado de otra manera o si los obstáculos
institucionales a la exportación de capitales hubieran resultado inamovibles,
no se habría producido ninguna exportación de capitales. Habría habido una
mayor expansión longitudinal de la producción doméstica en lugar de una
expansión lateral en el exterior.
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Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela
Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un
escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica,
historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la
teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del
dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria
con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe
fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue
el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia
superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
Este artículo está extraído del capítulo 18 de La
acción humana.