Por Mark R. Crovelli. (Publicado el 7 de abril de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4226.
Leo habitualmente Counterpunch.com
por dos razones. Primera, visito el sitio por sus extraordinariamente buenos
artículos comentando los disparates en política exterior de los gobiernos
occidentales. Pocos lugar muestran críticas anti-intervencionistas tan duras y
consistentes de las políticas seguidas por los gobiernos occidentales. La
segunda razón por la que me gusta visitar Counterpunch es para reírme a gusto.
Nada en el mundo me divierte más que cuando los autoproclamado “progresistas”
intentan hablar de economía.
Durante mi más reciente revisión de los archivos de Counterpunch,
tropecé con un artículo de Dave Lindorff titulado “Las tácticas de temor a la
Seguridad Social”. El artículo me hizo reír tanto que el whisky me salía
por las narices (lo que por cierto es terriblemente doloroso).
Quienes no quieran perderse la gracia del artículo, que dejen
ahora mismo de leer. Todos los demás, dejen de lado lo que estén bebiendo, porque
allá va: ¡no hay nada seriamente incorrecto en la Seguridad Social! Es cierto, Lindorff aparentemente cree de
verdad que todas las habladurías acerca de la inevitable e inminente bancarrota
de la Seguridad Social este
año no son nada más que alarmismos
diseñados para fabricar una “falsa crisis”. No se levanten aún del suelo,
porque hay más: ¡Lindorff aparentemente cree de verdad que el “fondo de
reserva” de la Seguridad Social hay realmente dinero, en lugar de un montón de
pagarés sin valor del Departamento del Tesoro!
Ahora que ya he destripado el chiste, echemos una mirada a
la evidencia que da Lindorff para su afirmación que hace que nos golpeemos las
rodillas de risa de que la Seguridad Social no está en tiempos difíciles. Uso
el término “evidencia” con bastante generosidad, porque aparentemente Lidorff
no piensa que sea necesaria ninguna evidencia real que sostenga su
afirmación.
Por ejemplo, uno pensaría que cualquier afirmación que pudiera
hacer sólida fiscalmente a una institución requeriría verificarla mirando los
libros reales de la institución. En concreto, uno esperaría que esa
afirmación se hubiera corroborado mirando los activos y pasivos reales de este
tótem socialista con el fin de determinar si es al menos posible que la
Seguridad Social haga honor todas las promesas que ha hecho a los futuros
beneficiarios. Sin embargo, para Lindorff ver lo libros no es necesario, porque él ya
sabe por alguna razón que no hay nada fundamental e irreparablemente incorrecto
en la Seguridad Social.
Para quienes no tienen poderes extrasensoriales contables
como Lindorff, las deudas no presupuestadas de la Seguridad Social se estiman conservadoramente en torno
a los 17,5 billones de dólares. Ah, sí y ese “fondo de reserva” que menciona Lindorff
como si estuviera realmente rebosando de dinero ahorrado: todo el dinero ya ha sido gastado por el
Congreso. Como pueden ver, las cifras no son exactamente tan halagüeñas
como la percepción extrasensorial de Lindorff le ha llevado a creer.
Lo que es realmente interesante es que incluso a pesar de
que Lindorff está tratando de defender que la condición fiscal de la Seguridad
Social no es algo tan serio, concede que realmente la seguridad irá a la
quiebra este año. Escribe:
“Así que con los beneficiarios
aumentando más rápido de lo previsto y con las nóminas en caída libre, por
supuesto las cosas se han vuelto negativas para la Seguridad social antes de lo
previsto originalmente”.
Uno pensaría que el que una institución se vuelva “negativa”
(es decir, quebrada) es una señal de que hay algo esencialmente dañado
en ella. Sin embargo, para Lindorff la quiebra no es algo que nos tenga que
preocupar, especialmente porque ésta sólo la causa el problema demográfico de
los “baby boomers”.
Lindorff piensa que éstos son sólo una “ola demográfica que
acabará pasando”. Tiene razón: sólo tenemos que trampear durante 30 años más
hasta qua pase la “ola”. ¡Treinta años de quiebra no es nada que tenga que
preocuparnos!
Mencionar que la Seguridad Social está completamente en
quiebra ahora mismo y que posiblemente no pueda cumplir todo lo prometido no es
sino una “táctica de temor”. Uno se pregunta si se le ocurrió a Lindorff hacer
la misma afirmación cuando Bear Stearns y Lehman Brothers fueron a la
bancarrota hace dos años. ¡Que no se preocupe nadie, la quiebra (quiero decir,
volverse negativa”) no es algo demasiado serio! ¡Quien hable acerca de la
completa “insolvencia” de Lehman o, mejor aún, la de Bernie Madoff es sólo un
alarmista! Es cierto, Lindorff usa comillas alrededor de la palabra
“insolvencia”, como si la propia palabra fuera intimidatoria.
Por supuesto, sabemos que socialistas como Lindorff no
hicieron esas afirmaciones en 2008, porque los progresistas de su cuerda ven el
mundo a través de cristales maniqueos. En su visión, está el mundo empresarial
de la avaricia y el robo, y el mundo ordinario con trabajadores desamparados
que se ven protegidos por programas altruistas del gobierno que es imposible
que se equivoquen.
La gente como yo, que defiende el libre mercado pero hacemos
trabajos manuales debe dejar perplejos a progresistas intelectuales como
Lindorff porque no nos ajustamos a este modelo maniqueo. Supongo que he
desarrollado una insidiosa “alienación” examinando las cuentas reales de la
Seguridad Social, el Medicare, la FDIC, etc.
De acuerdo con la visión banal y progresista del mundo de
Lindorff, el problema de la Seguridad Social no es que sea un esquema
de Ponzi en bancarrota, sino que no se fuerza a esos avariciosos
empresarios a pagar lo suficiente al sistema. Ya ven, los empresarios sólo
pagan la mitad de las contribuciones de de los trabajadores al programa. ¡Dios
mío! La solución a la “falsa” crisis de la Seguridad Social, de acuerdo con
Lindorff, sería así aumentar el porcentaje pagado por el empresario a, por
ejemplo, una “división 40/60, en la que el empresario pagaría un 50% más que el
trabajador, o incluso una división 30/70”.
Como cualquier buen progresista, Lindorff saliva cuando
piensa en extorsionar monetariamente a los negocios para sus proyectos
favoritos, negocios que infantilmente imagina que están rebosantes de dinero
superfluo que podría usarse para financiar los cheques de la Seguridad Social
del abuelo. Sin embargo no explica el efecto que este plan podría tener en el
empleo en este país. No lo menciona porque el plan produciría uno de os
resultados, ambos devastadores para los trabajadores en los Estados Unidos: o
un desempleo masivo y permanente o si no salarios más bajos en todos los
niveles.
Los negocios que se vean forzados a pagar más por trabajador
en forma de “contribuciones” a la Seguridad Social (sin un aumento
correspondiente de la productividad laboral) contratarán menos trabajadores y
el coste de sus bienes aumentará. El precio del trabajo afecta tanto a la
cantidad de trabajo demandado como al precio de los bienes manufacturados que
el trabajo hace crear. Los empresarios podrían compensar este aumento de precio
del trabajo ofreciendo a sus trabajadores menores salarios netos (es decir,
trasladando los costes a los trabajadores), pero este es precisamente el
resultado que el plan de Lindorff afirma evitar.
En cualquier caso, son los trabajadores los que sufren
ya sea mediante la extensión del desempleo y los bienes más caros o con menores
salarios netos. Y hasta aquí el estúpido intento de Lindorff de meter en
cintura a los supuestamente avariciosos empresarios con la ley de la Seguridad
Social.
Estas consecuencias económicas inexorables no preocupan lo más mínimo a Lindorff, porque
aún tiene en la manga el ejemplo de Alemania. De acuerdo con Lidorff, el hecho
de que Alemania tenga un gigantesco sistema de bienestar junto con el hecho de
que Alemania exporta más de lo que importa es una prueba de que la seguridad
social no es un problema real para los Estados Unidos.
Aquí es difícil seguir el razonamiento económico, incluso
bajo los patrones de Lindorff, pero la lógica parece ser algo parecido a esto:
Alemania tiene un sistema de bienestar masivo y exporta muchas cosas. Exportar
muchas cosas es prácticamente idéntico a tener prosperidad económica. Por tanto
los Estados Unidos no deberían preocuparse acerca de la Seguridad Social, ya
que los programas del bienestar no son incompatibles con enviar montones de
cosas a otros países. Esta es una representación ajustada de la lógica del
argumento de Lindorff, ante lo que no podemos sino decir que es un ignorante de
la historia a la vez que un analfabeto económicamente.
En primer lugar, este argumento es una completa distorsión
de la historia económica alemana desde la Segunda Guerra Mundial.[1] De hecho, los datos históricos demuestran con bastante claridad que los años
que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se vieron marcados por la vuelta a un
laissez faire casi del siglo XIX en Alemania Occidental, lo que llevó a un
crecimiento económico milagroso, mientras que la Alemania Oriental languidecía
en la pobreza y el estancamiento bajo los ultra-“progresistas” soviéticos.
Sin embargo, al empezar la década de 1950 los alemanes
occidentales abandonaron el laissez faire y se dirigieron hacia un sistema de
bienestar controlado por el estado del tipo defendido por Lindorff. Lejos de
traer prosperidad al pueblo de Alemania Occidental, el nuevo estado social del
bienestar trajo lo que el socialismo siempre trae a su estela: recesión,
desempleo y una productividad reducida.
La referencia de Lindorff a la historia alemana también
evita mencionar el caso de la Alemania Oriental, donde había una “red de seguridad”
en forma de trabajos creados por los soviets y bienestar para enfermos e
indigentes. Sin embargo, la historia económica de Alemania Oriental no es
particularmente útil para desarrollar el argumento de Lindorff, pues el
socialismo al estilo soviético, no trajo sino pobreza y atraso económico.
El argumento de Lindorff es aun peor, a pesar de todo,
porque es completamente irrelevante para el asunto tratado. De lo que se trata
es de si el sistema de Seguridad Social estadounidense, que el propio Lindorff
reconoce que se hará “negativo” este año puede cumplir con lo prometido o no.
Por tanto es completamente irrelevante apuntar a Alemania y decir: “Ves, su
sistema aún no esta quebrado sin esperanza”.
El argumento es como si Lindorff apuntara al coche de su
amigo y exclamara “Ves, este coche vale la pena. ¡También debe valerla el mío!”
Y eso dejando de lado el hecho de que los estados europeos del bienestar social
son mucho más pobres de lo que les
gusta pensar a los progresistas estadounidenses económicamente ignorantes ,
y dejando aparte el hecho de que exportar muchas cosas al extranjero no es lo
mismo que prosperidad, como puede decirle cualquier campesino del interior de
China.
El problema con gente como Dave Lindorff, y con los
progresistas en general, es que nunca se preocupan por investigar si los
artículos de su fe progresista están realmente justificados a la luz de la
teoría o la historia económica. Para ellos la teoría económica no es más que
una constante y cansina repetición de los viejos bulos marxistas condenando los
negocios, unidos a la mayor fe infantil en el poder de los funcionarios del
gobierno.
Sin embargo, lo que es mucho peor es que su fe en los
programas y funcionarios del gobierno no puede cambiarse viendo los programas reales
del gobierno y cómo operan en el mundo los funcionarios reales. Hank
Paulson era un funcionario. Sheila Bair es una funcionaria. Tim Geithner es un
funcionario. Ben Bernanke es un funcionario y Alan Greenspan también lo era.
Esos estúpidos incompetentes que están en el Departamento local de Tráfico de
Lindorff son funcionarios.
Toda esta gente son incompetentes y la mayoría mentirosos y
ladrones de la peor especie, pero estos hechos no pueden nunca persuadir a una
mente progresista para que abandone su inconmovible creencia en el poder de los
funcionarios y programas de gobierno para rehacer el mundo. Al final, ésta es
la razón por la que el progresismo como sistema de pensamiento económico está
en todo tan quebrado como la Seguridad Social.
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Mark R. Crovelli escribe desde Denver, Colorado.