Algunas aplicaciones de la teoría de la preferencia temporal

Por Ludwig von Mises. (Publicado el 9 de abril de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4212.

[Este artículo se ha extraído del capítulo 18 de La acción humana]

 

Todos los aspectos de la economía están abiertos a representaciones e interpretaciones intencionadamente falsas por parte de gente dispuesta a excusar o justificar falsas doctrinas subyacentes en sus programas de partido. Para evitar en lo posible ese mal uso, parece apropiado añadir algunas notas explicativas a la exposición de la teoría de la preferencia temporal.

Hay escuelas de pensamiento de niegan de plano que los hombres difieran en relación con las características heredadas de sus antepasados.[1] En opinión de estos autores, la única diferencia entre los hombres blancos de la civilización occidental y los esquimales es que éstos últimos están atrasados en su progreso hacia la civilización industrial moderna. Esta diferencia meramente temporal de unos pocos miles de años es insignificante en comparación con los muchos cientos de miles de años que supuso la evolución humana del estado simiesco de sus antepasados similares a monos a su condición actual de homo sapiens. No apoyan la suposición de que las diferencias raciales prevalecen entre los distintos especimenes de la humanidad.

La praxeología y la economía son ajenas a los asuntos que plantea esta controversia. Pero deben tomar medidas de precaución si no quieren verse implicadas por el espíritu partidista de este enfrentamiento de ideas antagónicas. Si quienes rechazan fanáticamente las enseñanzas de la genética moderna no fueran completamente ignorantes en economía, sin duda tratarían de usar la teoría de la preferencia temporal a su favor. Se referirían a la circunstancia de que la superioridad de las naciones occidentales consiste simplemente en haber iniciado antes sus esfuerzos por ahorrar y acumular bienes de capital.  Explicarían esta diferencia temporal por factores accidentales, la mayor oportunidad que ofrecía el entorno.

Contra esas posibles falsas interpretaciones tengo que resaltar el hecho de que la ventaja inicial temporal obtenida por las naciones occidentales venía condicionada por factores ideológicos, que no pueden reducirse simplemente a la operación del entorno. Lo que se ha llamado civilización humana ha sido, hasta ahora, un progreso de la cooperación en virtud de vínculos hegemónicos a la cooperación en virtud de vínculos contractuales. Pero mientras que muchas razas y pueblos se estancaron en las etapas iniciales de este movimiento, otros siguieron avanzando. La preponderancia de las naciones occidentales se debió al hecho de que tuvieron más éxito en controlar el espíritu del militarismo depredatorio que el resto de la humanidad y en que así se dotaron de las instituciones sociales necesarias para el ahorro y la inversión a una escala más amplia.

Ni siquiera Marx discute el hecho de que la iniciativa privada y la propiedad privada de los medios de producción fueron etapas indispensables en el progreso desde la penuria del hombre primitivo a las condiciones más satisfactorias del siglo XIX en Europa Occidental y Norteamérica. Lo que faltaban a las Indias orientales, China, Japón y los países musulmanes eran instituciones de salvaguarda de los derechos individuales. La administración arbitraria de pachás, cadíes, rajás, mandarines y diamios no conducía a la acumulación a gran escala de capital. Las garantías legales que protegían eficazmente a los individuos frente a la expropiación y la confiscación fueron los cimientos sobre los que floreció el progreso económico sin precedentes de Occidente. Estas leyes no fueron una consecuencia de la casualidad, de accidentes históricos y del entorno geográfico. Fueron producto de la razón.

No sabemos qué curso habría tomado la historia de Asia y África si se hubiera dejado solos a esos pueblos. Lo que ocurrió fue que algunos de ellos se sometieron al gobierno de los europeos y otros (como China y Japón) se vieron forzados a abrir sus fronteras ante la muestra de poderío naval. Los avances de la industrialización occidental les llegaron desde el exterior. Estaban listos para aprovechar el capital extranjero que les prestaron e invirtieron en sus territorios. Pero fueron bastante lentos en la recepción de las ideologías de las que ha nacido el industrialismo moderno. Su asimilación de las formas occidentales de vida es superficial.

Estamos en medio de  un proceso revolucionario que muy pronto acabará con todas las variedades de colonialismo. Esta revolución no se limita a aquellos países que estuvieron sujetos al gobierno de británicos, franceses y holandeses. Incluso naciones que, sin infringir su soberanía política, se han beneficiado del capital extranjero están intentando deshacerse de lo que llaman el yugo de los capitalistas extranjeros. Están expropiando a los extranjeros mediante diversos dispositivos (impuestos discriminatorios, rechazo de deudas, confiscación indisimulada, restricción al intercambio de moneda extranjera). Estamos en vísperas de la completa desintegración del mercado internacional de capitales. Las consecuencias económicas de este acontecimiento son evidentes, sus repercusiones políticas son impredecibles.

Con el fin de apreciar las consecuencias políticas de la desintegración del mercado internacional de capitales, es necesario recordar qué efectos produjo la internacionalización del mercado de capitales. Bajo las condiciones de finales del siglo XIX, no importaba si una nación estaba preparada y equipada con el capital requerido o no para utilizar adecuadamente los recursos naturales de su territorio. Había prácticamente un libre acceso de todos a toda área de riqueza natural. En la búsqueda de las oportunidades de inversión más ventajosas, los capitalistas y promotores no se detenían en las fronteras nacionales. En lo que se refería a la mejor utilización posible de los recursos naturales conocidos, la mayor parte de la superficie de la tierra podía considerarse integrada en un sistema de mercado uniforme, que abarcaba el mundo entero. Es verdad que este resultado sólo se alcanzó en algunas áreas, como las Indias Orientales británicas y holandesas y Malasia, mediante regímenes coloniales y que los gobiernos autóctonos de esos territorios probablemente no habrían creado la base institucional indispensable para la impostación de capital. Pero el este y el sur de Europa y el hemisferio occidental decidieron por sí mismos unirse a la comunidad del mercado internacional de capitales.

Los marxistas estaban dispuestos a acusar a los préstamos e inversiones extranjeros de llevar a la guerra, la conquista y la expansión colonial. De hecho, la internacionalización del mercado de capitales, junto con el libre comercio y la libre inmigración, fueron fundamentales para eliminar los incentivos económicos para la guerra y la conquista.

Ya no importaba a un hombre dónde estuvieran las fronteras políticas de su país. El empresario y el inversor no estaban limitados por ellas. Precisamente aquellas naciones que en la época que precedió a la Primera Guerra Mundial destacaron en préstamos e inversiones extranjeros estuvieron comprometidas con las ideas de amor a la paz del “decadente” liberalismo. De entre las principales naciones agresoras, Rusia, Italia y Japón, no eran exportadoras de capital: ellas mismas necesitaban capital extranjero para el desarrollo de sus recursos naturales. Las aventuras imperialistas de Alemania no estaban apoyadas por sus grandes empresas y finanzas.[2]

La desaparición del mercado internacional de capitales altera completamente las condiciones. Elimina la libertad de acceso a los recursos naturales. Si uno de los gobiernos socialistas de las naciones económicamente subdesarrolladas no dispone del capital necesario para la utilización de sus recursos naturales, no habrá medio de arreglar esta situación. Si este sistema se hubiera adoptado hace cien años, habría sido imposible explotar los campos de petróleo de México, Venezuela e Irán, establecer las plantaciones de caucho en Malasia o desarrollar la producción de plátanos en América Central. Es ilusorio suponer que las naciones avanzadas consentirían ese estado de cosas. Recurrirían al único método que les daría acceso a las materias primas absolutamente necesarias: recurrirían a la conquista. La guerra es la alternativa a la libertad de la inversión extranjera que se hace efectiva con el mercado internacional de capitales.

La entrada de capital extranjero no dañó a las naciones receptoras. Fue el capital europeo el que aceleró considerablemente la maravillosa evolución económica de los Estados Unidos y los dominios británicos. Gracias al capital extranjero, los países de Latinoamérica y Asia están hoy equipados con fábricas productoras y transportes que hubieran tomado muchísimo tiempo si no hubiesen recibido esta ayuda. Los salarios y los rendimientos agrícolas son hoy más altos en esas áreas de lo que hubieran sido en ausencia de capital extranjero. El mero hecho de que casi todas las naciones reclamen hoy vehementemente crédito estadounidense destroza las fábulas de marxistas y nacionalistas.

Sin embargo, la mera codicia de bienes de capital importados no resucita el merado internacional de capitales. La inversión y el préstamo en el exterior sólo son posibles si las naciones receptoras se comprometen incondicional y sinceramente con el principio de la propiedad privada y no planean expropiar a los capitalistas extranjeros en el futuro. Fueron esas expropiaciones las que destruyeron el mercado internacional de capitales.

Los préstamos intergubernamentales no sustituyen el funcionamiento de un mercado internacional de capitales. Si se otorgan en términos de negocio, no presuponen menos el reconocimiento total de los derechos de propiedad respecto de los préstamos privados. Si se otorgan, como es habitual, como subvenciones virtuales sin considerar el pago del principal y los intereses, imponen restricciones a la soberanía de la nación deudora. De hecho, esos “préstamos” son en su mayor parte el precio pagado por la asistencia militar en futuras guerras. Esas consideraciones militares ya desempeñaron un papel importante en los años en que las potencias europeas se prepararon para las grandes guerras de nuestra época. El ejemplo más importante lo ofrecieron las enormes sumas con las que los capitalistas franceses, duramente presionados por el gobierno de la Tercera República, prestaron a la Rusia imperial. Los zares utilizaron el capital prestado en armamento, no en mejorar el aparato productivo ruso. No lo invirtieron: consumieron buena parte de éste.

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Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído del capítulo 18 de La acción humana.



[1] Acerca del ataque marxista contra la genética, cf. T.D. Lysenko, Heredity and Variability (Nueva York, 1945). Puede verse una evaluación crítica sobre esta discusión en  J.R. Baker, Science and the Planned State (Nueva York, 1945), pp. 71–76.

[2] Cf. Mises, Gobierno omnipotente y los libros allí citados.

Published Fri, Apr 9 2010 5:58 PM by euribe