¿Qué tiene que ver la economía austriaca con la literatura?

Por David Gordon. (Publicado el 14 de abril de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4247.

[Literature and the Economics of Liberty: Spontaneous Order in Culture • Editado por Paul A. Cantor y Stephen Cox • Ludwig von Mises Institute, 2009 • Xviii + 510 páginas]

 

Los contribuyentes a esta magnífica colección de ensayos proponen una revolución en la crítica literaria, una revolución que, además, tiene su centro en la aplicación de la economía austriaca. A primera vista, el proyecto parece paradójico: ¿qué tiene que ver la economía austriaca con la literatura?

Paul Cantor aclara el misterio es su capítulo de presentación. La aproximación dominante a la crítica literaria durante buena parte del siglo XX  fue la Nueva Crítica: Cleanth Brooks y W.K. Wimsatt, dos de sus principales exponentes, eran nombres reverenciados en los departamentos estadounidenses de lengua inglesa. Esta escuela aislaba los textos literarios: un texto era un “icono verbal”, en expresión de Wimsatt, a ser estudiado fuera de las conjeturas sobre el estado psicológico del autor. Pensar otra cosa era caer víctima de la temible “falacia intencional”. El texto se consideraba como una armonía ordenada y el trabajo del crítico era aclarar cualquier matiz que pudiera contener. El método se ajustaba idealmente a la poesía lírica, en la que cada palabra sirve a un propósito perfectamente previsto, pero presentaba dificultades cuando se aplicaba a trabajos más largos.

“Precisamente porque los Nuevos Críticos creían que cualquier detalle en una obra literaria tenía que tener una función, siempre que algún detalle parecía impertinente o sin objetivo, buscaban y buscaban hasta que encontraban una razón para él” (p. 25).

En la década de 1960 empezó una reacción contra la Nueva Crítica. Muchos escritores sobre “estudios culturales”, así como los Nuevos Historicistas, como Stephen Greenblatt, trataron de estudiar a los escritores en su escenario histórico y económico. El nuevo punto de vista era bueno, pero por desgracia, las suposiciones económicas de casi todos los interesados en la materia fueron marxistas.

“Podría hacer una sencilla pregunta: ¿cuántos críticos literarios simpatizan con el socialismo y critican el capitalismo y cuántos simpatizan con el capitalismo y critican el socialismo? (…) Las explicaciones económicas de la literatura son casi todas anticapitalistas en espíritu y a menudo declaradamente prosocialistas” (pp. 2-3).

Cantor y los demás escritores que han contribuido a la presente colección realizan una pregunta interesante: si uno se propone usar el trasfondo social para explicar las obras literarias, ¿por qué no usar la teoría económica correcta al hacerlo? Y la economía correcta, en opinión de Cantor y sus colaboradores es principalmente la economía austriaca.

“Aquí es donde la escuela austriaca puede venir en ayuda de los críticos que estén interesados en la relación entre literatura y economía pero les preocupan las implicaciones reduccionistas del marxismo en el estudio de la creatividad artística. (…) La relación entre literatura y economía se ve muy diferente cuando uno trabaja desde una forma de economía como la escuela austriaca, que alaba la libertad y el individuo, en lugar del determinismo y el colectivo” (p. 18).

Un excelente ejemplo de los beneficios de una aproximación informada económicamente es el ensayo de Cantor sobre las opiniones económicas de Shelley. Cantor argumenta que Shelley, lejos de ser un socialista radical y contrario al capitalismo, era en realidad un firme defensor de la libertad económica. Las notas críticas de Shelley se dirigían contra la inflación y el crédito manipulado por los bancos, a los que consideraba en la misma línea que la teoría del ciclo de negocio austriaco.[1]

“Shelley entendió el gran truco mágico que el gobierno británico había llevado a cabo a lo largo del siglo XVIII. Usó al Banco de Inglaterra y a las instituciones de los mercados monetarios que aparecieron con él para financiar sus crecientes deudas y luego monetizaron la deuda, realizando así aparente milagro de trocar la deuda en riqueza. (…) Shelley finalmente empezó a hablar acerca de los horrores de la condiciones de trabajo en la Inglaterra de principios del siglo XIX, pero contrariamente a la opinión convencional sobre las actitudes económicas de los románticos, atribuye los problemas, no a la Revolución Industrial, sino a las políticas financieras del gobierno británico y especialmente a su suspensión de la convertibilidad del oro y la plata” (pp. 232-233, 238).

Shelley apoyaba la libertad de comercio se oponía los impuestos altos, de una forma que los libertarios contemporáneos encontrarán completamente coincidente.

“Es característico que distinga entre propiedad adquirida como resultado de una participación en el libre mercado y propiedad adquirida sólo como resultado de una intervención del gobierno en el mercado. Shelley no tiene objeciones ante la propiedad adquirida con el trabajo honrado, ya sea de la clase trabajadora o del empresario de la clase media” (p. 251).[2]

Aunque los asuntos monetarios figuran por todas partes en el libro, p. ej, en el ensayo de Cantor sobre el cuento de Thomas Mann “Desorden y penas tempranas” y en “Cervantes and Economic Theory”, de Darío Fernández-Morera el tema principal de libro es la noción de orden espontáneo.[3]

Como insistía a menudo Hayek,

“la gran contribución de la economía al pensamiento en general ha sido una forma de concebir  el orden que no necesita imponerse sobre fenómenos sino que puede desarrollarse sin ellos, un orden generado por los propios fenómenos” (p. 22).

Aquí me gustaría apuntar una ambigüedad en el concepto de orden espontáneo. Por un lado, como en la cita señalada, puede designar la forma en que se ha llegado a ese orden: nadie lo ha planificado, pero se genera por las acciones particulares que tienen otros fines inmediatos. Aunque los resultados por supuesto estarán ordenados, a menudo muestran un tipo de acuerdo distinto  para un orden deliberado. En particular, tendrá algunos “fines laxos” y no mostrará la rígida unidad de una creación perfectamente planificada. A menudo, pero no siempre, no es contradictorio suponer un proceso no planificado que culmine, por ejemplo en el tipo de unidad detallada que apreciaban los Nuevos Críticos.

En el excelente “Capitalist Vistas: Walt Whitman and Spontaneous Order” de Thomas Peyser, ambos significados del orden espontáneo que acabamos de distinguir desempeñan un papel. Escribe:

“Para entender el Canto a mí mismo [de Withman] (o cualquier otro texto) como un intento de traducir una especie de orden espontáneo en el lenguaje de la obra literaria, no necesitamos por tanto proclamar que muestra espontaneidad de todo tipo en todo momento. Lo que se necesita es que el poema se vea como una recopilación de unidades textuales discretas que, mostrando amplias señales de organización en sí mismas, se yuxtaponen en una forma que desafía las estrecheces de la cohesión retórica” (p. 287).

Yo me inclinaría por decir que reflejar un orden espontáneo es una condición suficiente, pero no necesaria, para una obra literaria. De otra manera sería permitir elementos espontáneos en el proceso de composición, en lugar de ser su producto.

Chandran Kukathas hace uso de una visión del orden espontáneo similar a la de Peyser en su ensayo sobre el escritor nigeriano Ben Okri, quien tiene, nos dice una visión “asombrosamente austriaca” del mundo.

“El mundo es el producto, no de la justicia o del diseño benefactor, sino de las limitaciones humanas. Fuera de la ignorancia y en el caos del conflicto, el mundo se construye y reconstruye” (p. 494).

El libro contiene abundantes explicaciones inteligentes: Stephen Cox tiene ensayos sobre Walla Cather y joseph Conrad; Paul Cantor se explaya con Gaskell, Ben Jonson y H.G. Wells y Darío Fernández-Morera muestra que Cervantes anticipó elementos clave de economía austriaca. Este libro es una importante contribución a los estudios literarios. Aunque todos los participantes merecen alabanzas, Paul Cantor merece un reconocimiento especial. Sus ensayos ocupan alrededor de la mitad del libro y muestran la amplia cultura y erudición de este extraordinario estudioso.

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David Gordon hace crítica de libros sobre economía, política, filosofía y leyes para The Mises Review, la revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde 19555 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard, disponible en la tienda de la web del Mises Institute.

Esta crítica apareció originalmente en Mises Review, Otoño 2009.



[1] Para una presentación de Séller como un radical, ver Kenneth Neill Cameron, The Young Shelley: Genesis of a Radical (Nueva York: Macmillan, 1950). Cameron criticó en otro libro al Partido Comunista tras el año 1956 por su actitud excesivamente negativa con Stalin. Ver su Stalin: Man of Contradiction (Stevenage: Strong Oak Press, c.1989).

[2] Cantor apunta que Shelley suscribe la teoría del valor trabajo, pero argumenta sensatamente que esto no justifica verle como un socialista (p. 225, nota 67).

[3] Me agrada ver que Fernández-Morera usa la traducción del Don Quijote de Walter Starkie.

Published Wed, Apr 14 2010 6:01 PM by euribe