El canto de sirena de la Pax Americana

Por David Gordon. (Publicado el 11 de mayo de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4294.

[The Power Problem: How American Military Dominance Makes Us Less Safe, Less Prosperous, and Less Free • Christopher A. Preble • Cornell University Press, 2009 • Xiii + 212 páginas]

 

Se dice frecuentemente que estados Unidos no puede volver a su política tradicional de no intervención. Vivimos en un mundo que nos expone constantemente al peligro. Salvo que Estados Unidos actúe como policía mundial, una conflagración muy distante puede extenderse rápidamente y afectar a nuestros intereses nacionales esenciales. Las lecciones del 11-S no deben olvidarse. Por fortuna, Estados Unidos es con mucho la nación más poderosa del mundo. Podemos, con sólo mantener una voluntad decidida, actuar para promover el orden mundial: si no lo hacemos, nadie puede actuar en nuestro lugar.

Esta desastrosa línea de pensamiento nos ha implicado en guerras inútiles en Iraq y Afganistán: ahora los neoconservadores nos instan a tomar acciones drásticas contra Irán, para que esa nación no consiga armas nucleares. De nuevo la razón que apoya un ataque a irán es que Estados Unidos debe actuar como poder hegemónico para mantener un mundo estable. Christopher Preble nos ofrece un extraordinario análisis crítico de esta peligrosa doctrina en la que debe considerarse una de las mejores defensas de una política exterior restringida y racional desde Isolationism Reconfigured, de Eric Nordlinger.[1]

Incluso los inclinados a dar crédito al canto de sirena de una Pax Americana deben afrontar la realidad. Aunque Estados Unidos pueda ser la nación más poderosa del mundo, no podría alcanzar los grandiosos objetivos de los intervencionistas. Estados Unidos es fuerte, pero no lo suficientemente fuerte.

Pero nuestro poder militar se ha quedado corto en los años recientes. Aunque el ejército de EEUU obtuvo victorias decisivas contra aquellos individuos en Afganistán e Iraq que fueron los suficientemente locos como para resistir y luchar, se ha mostrado incapaz de implantar un estado de derecho o proporcionar seguridad en muchas partes de Afganistán post-talibán o el Iraq post-Saddam. (…) Sabemos que nuestros hombres y mujeres de uniforme pueden lograr cosas notables. Pero también hemos empezado a advertir sus limitaciones, de las que la más importante es que no pueden estar en todas partes al mismo tiempo. (pp. 37-38).

Si el objetivo de la paz universal bajo la dominación estadounidense no es realizable, el intento de lograrla ha impuesto altos costes. Más evidentemente, las guerras realizadas para alcanzar este objetivo quimérico han causado muerte, destrucción y resentimiento contra los Estados Unidos en los pueblos objeto de nuestro ataque. Por ejemplo, en Afganistán, el

uso del poder aéreo para atacar supuestas bases insurgentes ha enfurecido a los líderes afganos y la población local, haciendo que cuestionen nuestras intenciones. La “primera demanda” del presidente afgano Hamid Karzai a Barach Obama fue que el presidente electo “acabara con las bajas civiles”. (pp. 147-148).

Las cargas financieras de la hegemonía son difíciles de sobreestimar. Estados Unidos gasta más en defensa que todas las demás naciones industrializadas combinadas. Los defensores de nuestra política actual contestan diciendo que nuestro gasto en defensa no es mayor que el de muchos países en relación con el PIB y menor que el de algunos. Preble rechaza esto como irrelevante:

Hay muy pocos países pobres que gasten un porcentaje mayor de su magro PIB, pero eso se traduce en una menor capacidad militar el términos reales (…) lo que gaste un país en relación con su PIB no nos dice mucho sobre lo que debería gastar. (p. 67).

Hablar de porcentajes oculta la inmensa cantidad de dinero que requiere la política hegemónica. Por ejemplo, la Guerra de Iraq, de acuerdo con una estimación de Joseph Stiglitz y Linda Bilmes costaría

Entre 2,7 billones de dólares en costes directos del tesoro federal, hasta un máximo de 5 billones en términos de impacto total de la guerra en la economía de EEUU (…) Aunque los críticos han cuestionado aspectos de la investigación de Stiglitz/Bilmes, dos de sus argumentos centrales son indiscutibles y son aplicables no sólo a la Guerra de Iraq, sino a todas la guerras. Primero, gastamos más dinero en nuestros militares cuando hay guerra que cuando hay paz. Segundo, habiendo iniciado la guerra, pagamos más a lo largo de la vida de los heridos y discapacitados que lo que habríamos pagado si nunca hubieran luchado. (p. 39).

La insistencia de Preble en este punto continúa la obra pionera de Earl Ravenal, el una vez “niño prodigio” de Robert McNamara que se convirtió en un resulto enemigo del intervencionismo. Él también insistía en los costes financieros extraordinarios de la política militar estadounidense en obras como Never Again.

Las críticas izquierdistas a la política estadounidense a menudo evocan visiones de una utopía cuyo resultado sería que el gobierno gastara su presupuesto militar en programas sociales. ¿No podríamos, en ausencia de un aplastante presupuesto militar, ofrecer fácilmente una sanidad decente y educación para todos, sin mencionar la reducción drástica de la pobreza, si no su total erradicación? Preble se ocupa mordazmente de la falacia. El problema del presupuesto militar no reside en que se antepone a otros programas públicos. Más bien evita que la gente gaste su dinero como quiera, al tener que pagar los altos impuestos que se requieren:

Esos argumentos asumen implícitamente que el dinero que no se gaste en una guerra, o el militar en términos más generales, se gastaría por el gobierno en otros programas del gobierno. Es algo miope y en último término contraproducente (…) Los costes [de oportunidad] se aplican no sólo a lo que el gobierno esté gastando y a en qué podría estar gastando en otro caso, sino también a lo que el contribuyente medio no sea capaz o no quiera gastar porque están en el alero al pagar una industria militar enorme y aparentemente permanente y además las guerras ocasionales. (pp. 78-79).

La búsqueda de la hegemonía ha afectado asimismo de forma adversa a nuestro sistema de gobierno. Los presidentes recientes se han arrogado el derecho a poner en guerra a Estados Unidos, desafiando a la Constitución.

[A] los Fundadores de nuestra gran nación (…) les preocupaba que las guerras dieran lugar a un estamento militar sobredimensionado que afectara al delicado equilibrio entre las tres ramas del gobierno y entre el gobierno y el pueblo (…) Un gobierno instituido para preservar las libertades podía llegar poco a poco a subvertirlas. Un sombrío Jefferson opinaba: “El progreso natural de las cosas es que la libertad ceda y el gobierno gane terreno”. (p. 80).

Los defensores de la política actual tienen un contraargumento a todo lo que se ha dicho hasta ahora. Reiterarían los peligros que representa para nosotros un mundo desordenado. Incluso aunque no podamos lograr un orden mundial estable controlado por Estados Unidos, e incluso si el intento de alcanzarlo tiene altos costes, tendríamos que llegar lo más cerca posible de este objetivo. De otra forma, una conflagración en cualquier lugar del mundo puede esclara rápidamente hasta ser una amenaza existencial para nosotros.

Una de las mejores características del libro de Preble es la convincente respuesta que ofrece a esta objeción. Es incuestionablemente cierto que el desorden amenaza constantemente distintas áreas del mundo, pero ¿por qué debe actuar una sola potencia para restaurar el orden? Si Estados Unidos no actúa, ¿no tendrían aquellas naciones cercanas un fuerte incentivo para ocuparse de ello?

De hecho, hay pocas razones para creer que le mundo seguirá este camino [hacia el caos] si Estados Unidos diseña una política exterior restringida centrada en preservar su seguridad nacional y anunciar sus intereses vitales. Es porque hay otros gobiernos en otros países siguiendo políticas similares dirigidas a preservar su seguridad, y difícilmente les interesaría un caos regional y mucho menos global. Por el contrario, la obligación primaria del gobierno es defender a los ciudadanos de las amenazas, tanto exteriores como interiores. (p. 94).[2]

Quienes desean asegurarse de que estados Unidos permanezca embrollado en Oriente Medio, advierten de un ejemplo particular de desorden, que es el desorden en nuestra economía que produciría una interrupción en el suministro de petróleo. ¿No debemos actuar para prevenir cualquier amenaza a este recurso vital? Preble apunta que este peligro se ha exagerado demasiado:

Como el petróleo es la fuente principal de ingresos de los países del Golfo Pérsico, un intento explícito de negar esta fuente de riqueza a los mercados mundiales sería más dañino para los perpetradores de dicha política que para sus pretendidas víctimas. (p. 111).

Incluso quienes rechazan la hegemonía estadounidense a veces piden la actuación estadounidense para afrontar “catástrofes humanitarias”. ¿Vamos a quedarnos de brazos cruzados cuando e esta produciendo una matanza masiva, como en Ruanda y Darfur? Preble tiene una respuesta doble a esta doctrina desgraciadamente influyente de la “responsabilidad de proteger”. Primero, las intervenciones militares a menudo fracasan en lograr su aparente propósito humanitario e

incluso las intervenciones militares mejor intencionadas, aquéllas específicamente dirigidas a avanzar en la causa de la paz y la justicia tiene efectos colaterales horribles, siendo el más importante la posibilidad real de que personas inocentes y aquéllos a quienes la operación trata de proteger sean heridos o muertos sin pretenderlo. (…) Los muertos dejan atrás un legado de amargura: padres, esposas, hijos, amigos, pocos de los cuales han apoyado activamente el régimen anterior, pero todos los cuales pueden olvidar las nobles intenciones de la fuerza invasora y dirigir luego su ira contra los responsables de sus desgracias. (pp. 123-124).

La segunda línea de defensa de Preble contra la intervención humanitaria apela a la idea fundamental de su libro: los límites del poder estadounidense. Usar a los militares estadounidenses en misiones humanitarias abusaría de nuestros recursos e interferiría con la protección del pueblo estadounidense.

La Constitución estipula claramente que el objetivo del gobierno de EEUU es proteger a “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos”. Se supone que nuestro gobierno actúa en nuestra defensa común, no en la defensa de otros. (p. 131).

Preble ha construido un abrumador alegato contra nuestra actual política hegemónica. La idea más valiosa del libro aparece, sin embargo, una vez que se acepta el alegato. Esta idea esencial responde a la pregunta de qué debe hacerse para lograr una política exterior no intervencionista. Preble contesta con convicción que nunca seremos capaces de limitar los intentos estadounidenses de hacer demasiado mientras persista el actual desequilibrio en el poder militar. Dada la abrumadora superioridad de Estados Unidos sobre cualquier oponente, la tentación de usar ese poder es prácticamente irresistible. Para resolver este problema, deben reducirse drásticamente nuestras fuerzas militares. Preble no es un pacifista, pero sólo haciendo imposible la hegemonía, argumenta, podemos esperar una política más limitada y sensata. Como destaca apropiadamente Preble, “Reducir nuestro poder y por tanto limitar nuestra capacidad de intervenir militarmente en todo el globo limitaría nuestra tendencia a intervenir” (p. 138).

 

 

David Gordon hace crítica de libros sobre economía, política, filosofía y leyes para The Mises Review, la revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde 19555 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard, disponible en la tienda de la web del Mises Institute.



[1] (Princeton, 1995). Ver mi crítica en The Mises Review, Otoño de 1996.

[2] Preble se desembaraza hábilmente de la afirmación de que la defensa internacional sea un bien público que se infraproduciría si los Estados Unidos dejaran de proveerlo: las naciones, se argumenta, esperarían beneficiarse de los esfuerzos de otros en su región para ocuparse de las amenazas, en lugar de ocuparse ellas mismas de dichas amenazas. Preble contesta que la defensa no en bien público puro. Aunque en la medida en que es un bien público, las potencias menores pueden aprovecharse de los esfuerzos defensivos estadounidenses.

Published Wed, May 12 2010 12:27 PM by euribe