¿Constitución o utilitarismo?

Por David Gordon. (Publicado el 17 de mayo de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4272.

[Morality, Political Economy, and American Constitutionalism • Timothy P. Roth • Edward Elgar, 2007 • X + 194 páginas]

 

Timothy Roth había ofrecido en su obra anterior una crítica penetrante de la moderna economía del bienestar.[1] En Morality, Political Economy, and American Constitutionalism continúa y extiende esta crítica, pero la combina con una tesis inusual. No sólo la moderna economía del bienestar es errónea, dice: viola los principios sobre los que se estableció la república estadounidense.

El tema general de este libro es, por tanto, que tanto en su filosofía pública como en su economía, nuestra república se ha desviado lejos de la visión de los Fundadores. La preocupación por la satisfacción de las preferencias (…) nos ha hecho ignorar, negar u olvidarlo que entendían los Fundadores. (p. viii).

La primera vista, la afirmación de Roth parece imposible. Jefferson, Madison y los demás Padres Fundadores, por muy grandes que fueran sus méritos, no eran filósofos profesionales ni economistas. ¿Cómo podrían sus ideas ser relevantes para una rama técnica de la teoría económica contemporánea? A pesar de la imposibilidad de la afirmación de Roth, hace un fuerte alegato a su favor.

Apunta que los Fundadores destacaban, más notablemente en la Declaración de Independencia, que cada persona tiene una dignidad inherente:

Yo [Roth] destaco el momento en que Jefferson dijo que era “evidente que todos los Hombres son creados iguales” y Madison afirmó que “la perfecta igualdad de la humanidad” es “una verdad absoluta”.

¿Por qué pensaban los Fundadores que esto era cierto? Roth atribuye una gran importancia a la influencia de Adam Smith, particularmente a su noción del “espectador imparcial”. Smith destacó nuestra natural simpatía por otra gente y nuestro deseo de que nos juzguen favorablemente. El criterio de moralidad debería ser la conducta que provoque emociones favorables de un observador imaginario que no tenga intereses particulares en juego.[2] Roth apunta que Smith fue muy leído por los Fundadores. Jefferson por tanto apela a un principio que recuerda al espectador imparcial:

En una carta a Peter Carr del 19 de agosto de 1785, Jefferson pedía que “Cuando vayas a hacer algo, aunque nunca pueda ser conocido más que por ti mismo, pregúntate cómo actuarías si todo el mundo te estuviera viendo y actúa de acuerdo con ello”. (p. 23).

Roth lleva este argumento un paso más allá. La teoría del espectador imparcial de Smith, piensa, muestra una marcada similitud con el imperativo categórico kantiano. Esto no es sorprendente, afirma, porque Kant había leído a Smith y en su Antropología mencionaba específicamente al espectador imparcial.

La alusión de Kant al espectador imparcial es particularmente reveladora porque hay elementos de correspondencia remarcable entre las interpretaciones de Smith y Kant (…) lo esencial es que, tanto para Smith como para Kant, el cultivo de la virtud (del respeto por la ley moral) requiere una perspectiva de dos personas. (p. 22).

Debo decir que el argumento de Roth es bastante frágil. Dice correctamente que los Fundadores creían en los derechos individuales y también es cierto que La riqueza de las naciones de Adam Smith atrajo mucha atención en América. De eso difícilmente se deduce que los Fundadores adoptaran la teoría moral de Smith como base de sus propias opiniones. Ni siquiera se deduce a partir del indudable paralelismo entre esta cita de Jefferson y la idea del espectador imparcial que aquél fuera discípulo de Smith: Jefferson había leído y parafraseado a muchos otros escritores. En todo caso, habría un salto entre Jefferson y todos los Fundadores en su conjunto.

Por si esto no fuera suficiente, tampoco se deduce del hecho de que Kant se refiriera a Smith que sus respectivas teorías morales fueran similares. Apelar a un espectador imparcial no es suficiente como para decirnos  cómo debe llegar dicho espectador a sus decisiones. ¿Cómo sabe Roth que la conducta que gane la aprobación del espectador  no estaría más cerca del utilitarismo que de la moralidad kantiana?

Los utilitaristas, así como sus oponentes, han apelado es ese observador distante: un buen ejemplo puede encontrarse en Moral Thinking (Oxford, 1981), de R.M. Hare.

Roth ha previsto objeciones a su reconstrucción histórica.

Lo que quiero decir no es que todos y cada uno de los Fundadores conociera necesariamente el espectador imparcial de Smith o el imperativo categórico de Kant. Por usar una metáfora familiar para los economistas contemporáneos, “es como” si estuvieran familiarizados con ambos. Si esto significa, como explicaré luego, que la política contemporánea de “querencias y deseos” y de crecimiento económico y justicia distributiva no encuentra lugar en el pensamiento de los Fundadores, también significa que su atención se centró en un proceso justo, en su sentido de imparcial.

Roth está diciendo en la práctica que la mejor explicación de las opiniones de los Fundadores es que rechazaban el utilitarismo a favor de insistir en seguir reglas estrictas e imparciales. Sus esfuerzos de reconstrucción histórica no pasan de resultar sugestivos.

La república estadounidense, si Roth tiene razón, no se fundó sobre una base utilitarista. ¿Debería haber sido así? Roth cree claramente que no y esto nos lleva a su crítica del utilitarismo y, con ella, a la economía contemporánea del bienestar. Condena el utilitarismo por una razón familiar: a veces lleva a políticas que no respetan al individuo, si son necesarias para el avance del bienestar general:

Para John Rawls, en ningún caso el argumento utilitarista es convincente: “El defecto de la doctrina utilitarista es que confunde impersonalidad con imparcialidad”. (p. 68, citando a Rawls).

En otras palabras, el utilitarismo no sopesa opciones morales desde el punto de vista de una persona en particular, pero esto no garantiza la justicia para cada persona. Si se objeta que el utilitarismo normativo elimina el problema, pues las reglas con la mayor utilidad no sacrificarán a los individuos. Roth tiene lista su respuesta. Siguiendo a David Lyons, contesta que el utilitarismo normativo degenera en utilitarismo en la acción.

Ya nos hemos ocupado del utilitarismo, pero ¿por qué debe la economía del bienestar acompañarle en su caída? El criterio de Pareto excluye cambios que hagan que algunos estén peor: ¿No queda así la economía del bienestar a salvo de la objeción al utilitarismo recién expuesta?

En respuesta, Roth aporta una formidable batería de objeciones técnicas a la economía del bienestar. Es verdad que la economía del bienestar ha seguido a Lionel Robbins y no usa comparaciones interpersonales de utilidad, pero esto le lleva a otro problema:

Recodemos que el teorema de la imposibilidad de Arrow (1951) establece que si se excluyen las comparaciones de utilidad, no hay método posible de agregar las preferencias individuales de alternativas sociales que cumplan cinco criterios aparentemente inocuos. (…) Si la comparación interpersonal de utilidades actúa contra la especificación de una función del bienestar social, igualmente es cierta la imposibilidad de un liberal paretiano. Expuesto de forma general, la yuxtaposición de preferencias afectadas o “entrometidas” y el respeto a los mínimos derechos de privacidad impiden que aparezca ninguna alternativa social. (p. 1222-123).

Dejaré al lector del libro el problema que encuentra Roth al especificar otro concepto esencial de la economía del bienestar: la “frontera de la eficiencia”. Además, el teorema del segundo mejor de Kevin Lancaster y Richard Lipsey destruye prácticamente cualquier posibilidad de aplicación práctica de la economía del bienestar, incluso si los problemas hasta ahora expuestos pudieran rsolverse. Supongamos que, como sería casi siempre el caso, la economía se desvíe en más de un lugar del óptimo de Pareto. Una corrección de algunas de esas desviaciones que dejan a otras sin tocar no tienen que llevar a la economía hacia la eficiencia: “De lo que se trata es de que la teoría del bienestar social no puede, legítimamente, usarse para justificar ni ‘las intervenciones en los mercados’, ni las políticas de redistribución de ingresos”. (p. 126).

Roth también descubre un fallo filosófico más profundo en la base de la economía del bienestar. Toma las preferencias de la gente como si sólo reflejaran intereses propios: Roth llama a esto la suposición del “ego autónomo trascendental”. En realidad la gente vive sus vidas muy unida entre sí. Los Fundadores de la República, junto con Kant, creían que los seres humanos tenían un sentido moral que debería guiar sus acciones.

Dígase lo que se diga, la imaginación de los teóricos de una función de utilidad de bienestar social  en una ecuación simple, estrictamente personal, estable intemporalmente y determinada exógenamente resulta inapropiada para acomodarse a cualquiera de estos fenómenos [comunales]. (p. 115).

La economía del bienestar moderna no puede acomodar la dimensión moral de la elección porque fue concebida en el pecado. Fue dominada en su concepción por las falsas doctrinas del positivismo lógico, con juicios éticos reducidos a expresiones de emoción.

Si, siguiendo a Roth, rechazamos la economía del bienestar, ¿qué deberíamos poner en su lugar como guía política? Para él, la clave es un sistema de normas e instituciones estables: la “economía política institucional” de su mentor James Buchanan aparece en todas partes. Entre las características de esta postura están un énfasis en el federalismo y una oposición al poder centralizado. Asimismo, las políticas deben ser estrictamente imparciales: por ejemplo, no se admite la fiscalidad discriminatoria. “Quiero destacar (…) que los incrementos fiscales dirigidos a empresas concretas son patentemente discriminatorios y, pari passu, inmorales”. (p. 146). Lo esencial del proyecto de Roth es por tanto doble. Ofrece una justificación kantiana de una economía política al estilo de Buchanan y mantiene que su visión de las cosas está en las raíces de la república estadounidense. Los lectores de inclinación libertaria no estarán completamente satisfechos, pero el bien argumentado libro de Roth merece un estudio cuidadoso que compensa.

 

 

David Gordon hace crítica de libros sobre economía, política, filosofía y leyes para The Mises Review, la revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde 19555 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard, disponible en la tienda de la web del Mises Institute.



[1] Ver su Equality, Rights, and the Autonomous Self: Toward a Conservative Economics (Elgar, 2004) y mi crítica en The Mises Review de verano de 2005 y The Ethics and Economics of Minimalist Government (Elgar, 2002) y mi crítica en The Mises Review de otoño de 2002.

[2] Para una explicación de la teoría moral de Smith, ver James Otteson, Adam Smith's Marketplace of Life (Cambridge, 2002) y mi crítica en The Mises Review de otoño de 2004.

Published Tue, May 18 2010 2:01 PM by euribe