Mercantilismo e inflación

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 3 de junio de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4439.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]

                                 

El estado postmedieval adquirió la mayoría de sus ávidamente buscados ingresos mediante tributos. Pero al estado siempre le atrajo la idea de crear su propio dinero además de apoderarse directamente de la riqueza de sus súbditos. Sin embargo, antes de la invención del papel moneda, el estado se limitaba en la creación de moneda a ocasionales depreciaciones en la acuñación, de la que hacía tiempo que se había asegurado un monopolio obligatorio. La depreciación (envilecimiento) era un proceso único y no podía usarse, como el hubiera gustado al estado, para crear dinero continuamente y alimentar así las arcas estatales para construir palacios, pirámides y otros bienes de consumo para el aparato del estado y su élite en el poder.

El instrumento inflacionario del papel moneda público fue descubierto por primera vez en el mundo occidental en el Québec francés en 1865. Monsieur Meules, el gobernador intendente de Québec presionado como era habitual para encontrar fondos, decidió aumentarlos dividiendo algunas cartas de baraja en cuatro partes, marcándolas con varias denominaciones de la divisa francesa y luego las asó para pagar salarios y materiales. Este dinero en naipes, posteriormente redimido en moneda real, pronto se reprodujo en emisiones de billetes.

La primera forma más conocida de papel público empezó cinco años más tarde, en 1690 en la colonia británica de Massachussets. Massachussets había enviado una de sus acostumbradas expediciones de saqueo contra el próspero Québec francés, pero esta vez se vio derrotada. La descontenta soldadesca de Massachussets estaba aún más irritada por el hecho de que su paga siempre había salido de su parte del botín francés vendido en subasta, pero ahora no había dinero a recibir.

El gobierno de Massachussets, acosado por la demanda de pago de salarios de una soldadesca amotinada, no era capaz de obtener el dinero de los mercaderes de Boston, que sagazmente consideraban que su nivel de crédito no era digno de confianza. Finalmente, Massachussets recurrió a emitir 7.000 libras en billetes, supuestamente redimibles en moneda en unos pocos años. Inevitablemente, los pocos años empezaron a extenderse en el horizonte y el gobierno, encantado con el descubrimiento de esta nueva forma de obtener ingresos aparentemente sin coste, acudió a las imprentas y rápidamente emitió 40.000 libras más en papel. Fatídicamente, había nacido el papel moneda.

Pasó dos décadas antes de que el gobierno francés, bajo la influencia del fanático teórico inflacionista escocés, John Law, abriera los grifos de la inflación de papel moneda en su país. El gobierno inglés recurrió en cambio a un dispositivo más sutil para lograr el mismo objetivo: la creación de una institución nueva en la historia, un banco central.

Las claves de la historia inglesa en los siglos XVII y XVIII son las guerras perpetuas en las que se embarcó continuamente el estado inglés. Las guerras significaban gigantescas necesidades financiera por parte de la Corona. Antes de existir un banco central y papel moneda, el gobierno que no quería hacer tributar al país por el coste completo de la guerra recurría a una deuda pública cada vez más extendida. Pero si la deuda pública continúa aumentando y no se aumentan los impuestos, alguien tiene que renunciar y pagar el pato.

Antes del siglo XVII, los préstamos los hacían generalmente los bancos y los “bancos” eran instituciones a las cuales los capitalistas prestaban los fondos que habían ahorrado. No había banca de depósitos: los mercaderes que querían un lugar seguro para mantener su exceso de oro los depositaban en la Ceca Real en la Torre de Londres, una institución acostumbrada a almacenar dinero. Sin embargo este hábito resultó altamente costoso, pues el rey Carlos I, necesitando dinero poco antes de la guerra civil en 1638, simplemente confiscó la enorme suma de 200.000 libras en oro almacenadas en la ceca, anunciando que era un “préstamo” de los depositantes. Compresiblemente escaldados por su experiencia, los mercaderes empezaron a depositar su oro en los cofres de orfebres privados, quines también estaban acostumbrados a almacenar y custodiar metales preciosos. Pronto los recibos de los orfebres empezaron a funcionar como billetes de banco privados, producto de la banca de depósitos.

El gobierno de la Restauración pronto necesitó obtener gran cantidad de dinero para las guerras contra los holandeses. Se aumentaron mucho los impuestos y la Corona obtuvo grandes préstamos de los orfebres. A finales de 1671, al rey Carlos II pidió a los banqueros préstamos aún mayores para financiar una nueva flota. Tras la negativa de los orfebres, el Rey proclamó el 5 de enero de 1672 un “paro del Tesoro”, es decir, un rechazo voluntario al pago de intereses o el principal de mucha de la deuda pública en vigor. Parte de la deuda “parada” la debía el gobierno a suministradores y pensionistas, pero la gran mayoría la poseían los perseguidos orfebres. De hecho, del total de una deuda parada de 1,21 millones de libras, 1,17 millones estaban en poder de los orfebres.

Cinco años más tarde, en 1677, la Corona empezó a pagar intereses sobre la deuda parada a regañadientes. Cuando se derrocó a Jacobo II, en 1688, sólo se habían pagado algo más de 6 años de intereses de la deuda de 12 años. Además, el interés se pagó a un tipo arbitrario del 6%, a pesar de que el rey había acordado originalmente pagar intereses de entre un 8% y un 10%.

Los orfebres se vieron aún más frustrados por el nuevo gobierno de Guillermo y María, consecuencia de la Revolución Gloriosa de 1688. El nuevo régimen simplemente rechazó pagar interés o principal alguno sobre la deuda parada. Los desventurados acreedores llevaron el caso a los tribunales, pero aunque los jueces estuvieron de acuerdo en principio, su decisión fue anulada por el Lord Protector, que argumento cándidamente que los problemas financieros del gobierno debían ser prioritarios sobre la justicia y el derecho de propiedad.

El final del “paro” fue que la Cámara de los Comunes resolvió el asunto en 1701, decretando que la mitad de la cifra del capital de la deuda debía simplemente desaparecer y que los intereses de la otra mitad empezarían a pagarse al final de 1705, al sorprendente tipo del 3%. Incluso ese bajo tipo se recortó más tarde al 2,5%.

La consecuencia de esta declaración de quiebra por el rey fue la previsible: el crédito público se vio severamente perjudicado y el desastre económico golpeó a los orfebres, cuyos recibos ya no eran aceptados por el público, y a sus depositantes. La mayoría de los principales acreedores de los orfebres fueron a la bancarrota en la década de 1680 y muchos acabaron su vida en prisión. La banca privada de depósitos había recibido un golpe abrumador, un golpe que sólo se superaría con la creación de un banco central.

Así que el paro del Tesoro, producido sólo dos décadas después de la confiscación del oro en la ceca, resultó que destruía de una solo golpe la banca privada de depósitos y el crédito del gobierno. Pero las interminables guerras con Francia eran ahora inminentes y ¿de dónde iba a sacar el gobierno el dinero para financiarlas?[1]

La salvación vino en forma de un grupo de empresarios, encabezado por el escocés William Paterson. Paterson se unió a principios de 1693 a un comité especial de la Cámara de los Comunes para estudiar el problema de la obtención de fondos y propuso un sorprendente nuevo plan. A cambio de una serie de importantes privilegios especiales del estado, Paterson y su grupo fundarían el Banco de Inglaterra, que emitiría nuevos billetes, la mayoría de los cuales se usarían para financiar el déficit del gobierno. En resumen, como no había suficientes ahorradores privados dispuestos a financiar el déficit, Paterson y compañía estaban gentilmente dispuestos a comprar bonos públicos con interés a pagar con los billetes recién creados, obteniendo al tiempo un conjunto de privilegios especiales. Tan pronto como el Parlamento constituyó puntualmente el Banco de Inglaterra en 1694, el propio rey Guillermo y varios miembros del Parlamento se apresuraron a convertirse en accionistas de este nuevo filón de la creación de dinero.

William Paterson reclamó al gobierno inglés otorgar a los billetes del Banco de Inglaterra poder de curso legal, pero esto iba demasiado lejos, incluso para la Corona Británica. Pero el Parlamento dio al banco la ventaja de tener los depósitos de todos los fondos del gobierno.

La nueva institución del banco central privilegiado por el estado pronto mostró su poder inflacionista. El Banco de Inglaterra emitió rápidamente la enorme suma de 760.000 libras, la mayoría de las cuales se usaron para comprar deuda pública. Esta emisión tuvo un inmediato y sustancial impacto inflacionista y en menos de dos años el Banco de Inglaterra era insolvente tras una corrida bancaria, una insolvencia acogida con regocijo por su competencia, los orfebres privados, contentos de devolver al hinchado Banco de Inglaterra los recibos de redención en moneda.

En este momento, el gobierno de Inglaterra tomo una decisión fatídica: en mayo de 1696, simplemente permitió al banco “suspender el pago en especie”. En resumen, permitió al banco rechazar indefinidamente pagar sus obligaciones contractuales de redimir sus billetes en oro, continuando al mismo tiempo despreocupadamente en operación, emitiendo billetes y obligando a pagar a sus propios deudores. En banco recuperó los pagos en especie dos años después, pero este acto estableció desde ese momento un precedente para la banca inglesa y estadounidense. Siempre que el banco aumentaba los problemas financieros, el gobierno estaba dispuesto a permitirle suspender los pagos en especie. Durante las últimas guerras con Francia, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, al banco se le permitió suspender pagos durante dos décadas.

El mismo año, 1696, el Banco de Inglaterra tuvo otro susto: el fantasma de la competencia. Un grupo financiero tory intentó establecer un banco hipotecario nacional para competir con el banco central dominado por los whigs. El intento fracasó, pero el Banco de Inglaterra indujo rápidamente al Parlamento, en 1697, a aprobar una ley prohibiendo que se establezca en Inglaterra cualquier nuevo banco corporativo.. Cualquier nuevo banco tenía que ser propietario o ser propiedad de una sociedad, limitando así severamente el grado de competencia con el banco.

Además, la falsificación de los billetes del Banco de Inglaterra ahora podía castigarse con la muerte. En 1708, el Parlamento puso en práctica estos privilegios con otro importantísimo: ahora era ilegal que emitiera billetes ningún banco corporativo que no fuera el Banco de Inglaterra, ni sociedad bancaria de más de seis personas. Y además a las sociedades anónimas bancarias y sociedades de más de seis se les prohibió asimismo dar préstamos a corto plazo. El Banco de Inglaterra ya sólo tenía que competir con bancos diminutos.

Así, al final del siglo XVII, los estados de Europa occidental, particularmente Inglaterra y Francia, habían descubierto una gran nueva ruta hacia el agrandamiento del poder del estado: los ingresos mediante la creación inflacionaria de papel moneda, ya fuera por el gobierno o, más sutilmente, por un banco central privilegiado y monopolístico.

En Inglaterra, los bancos privados de depósito se las arreglaron para proliferar (especialmente en cuentas corrientes) bajo este paraguas y el gobierno fue por fin capaz de expandir la deuda pública para sus interminables guerras: durante la guerra francesa de 1702-1713, por ejemplo, fue capaz de financiar en 31% de su presupuesto mediante deuda pública.

 

 

Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.



[1] De los 66 años que van de 1688 a 1756, en 34, más de la mitad, se estuvo en guerra con Francia. Guerras posteriores, como las de 1756-1763, 1777-1783 y 1794-1814 fueron aún más espectaculares, así que, de los 124 años que van de 1688 a 1684, en no menos de 67 estuvo Inglaterra en guerra contra la “amenaza francesa”.

Published Fri, Jun 4 2010 5:53 PM by euribe