Códigos públicos frente a innovación

Por Aaron Everitt. (Publicado el 9 de junio de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4441.

 

La sociedad estadounidense es adicta a la seguridad. Por alguna razón, el país decidió que la mayor y mejor prioridad de la nación es evitar el riesgo asociado a la vida. Allá donde miremos estamos rodeados por innumerables dispositivos de seguridad para protegernos de los peligros de la modernidad.

Desde el momento en que entramos en el mundo como bebés, hay pestillos de seguridad en las vitrinas y cunas estandarizadas para evitar que mueran los niños. Siguen a los estadounidenses toda la vida y han creado una cultura completamente dependiente de la misteriosa ilusión de ser “alguien” o “algo” que les protegerá de los peligros del mundo.

Los códigos de seguridad miran al pasado

La naturaleza propia de la seguridad pública en Estados Unidos es hoy reactiva. No podemos anticipar cuáles son los peligros de algo hasta que se haya producido un accidente. El ciclo habitual es así: Se ofrece un nuevo producto al público que sigue todos los códigos de seguridad aplicables a su creador. Se produce un accidente imprevisto. Se escucha una queja en los medios y las masas de que “hay que hacer algo” para protegernos de este peligro y se ya se ha consumado. Se establece una comisión para evaluar los asuntos asociados a la “evidente” falla de seguridad. Se establece un nuevo código para evitar la última tragedia junto con una nueva agenda de aplicación de la regulación para asegurar que se cumplen todos los códigos.

Hay ejemplos de este ciclo en todos los sectores manufactureros y de servicios. Prácticamente todo lo que podemos comprar hoy en el mercado, de colchones a ordenadores portátiles, está lleno de etiquetas y avisos de seguridad.

La respuesta del estatista es esta: “¡Sí, pero esos avisos existen para impedir que algún asqueroso capitalista dañe a alguien mientras se forra!”

Nadie niega que haya asquerosos capitalistas que se aprovechen conscientemente del sistema, pero no se trata del asqueroso, sino de que el propio sistema es defectuoso. Su propia premisa es que deberíamos ser capaces, sin responsabilidad personal, de comprar productos o servicios con fe ciega, confiados en que alguien los ha revisado.

Siempre ha habido vendedores de crecepelo. Pero en el pasado, la gente solía emplumar a quienes les engañaban, no les permitían seguir en el negocio con un crecepelo de distinto tipo.

Lo que el sistema ha creado es una necesidad de que los negocios encuentren agujeros o actúen fraudulentamente. Todos los esfuerzos de una empresa se centran en cómo manufacturar su producto a un precio bajo y encontrar la forma de cumplir o evitar el código más reciente. (Esto no significa un propósito criminal: encontrar un agujero supone a menudo al diferencia entre sobrevivir en el mercado y cerrar la tienda). El que haya agujeros o formas de cumplir sólo nominalmente con los estándares de seguridad va contra el propósito de las regulaciones.

Exceso de confianza en la promesas del gobierno

Pero nuestro sistema también impulsa otros riesgos peligrosos no intencionados. Pensemos en el reciente accidente minero en Virginia Occidental, la explosión en el pozo petrolífero en el Golfo de México o el último intento de suicidio terrorista en un avión. Todos estas casos tienen en común que la seguridad de empleados y consumidores estaba en manos de una agencia gubernamental preestablecida que estaba supuestamente garantizando la seguridad.

Cuando falla una agencia del gobierno, ¿afronta la amenaza de bancarrota o sacrificio como consecuencia de este fallo, como le ocurriría a cualquier agente privada a cargo de esta responsabilidad? Por supuesto que no. En su lugar, generalmente se les otorga más dinero y más poderes para asegurarse de que no vuelve a ocurrir.

El argumento más habitual es que sólo el gobierno tendría la imparcialidad necesaria para atestiguar las malas prácticas de seguridad en un mercado libre. Si no estuviera ahí el gobierno, argumentan muchos, las avariciosas corporaciones estarían descontroladas, violando y saqueando a todo consumidor que vieran con la violencia de Sherman en Atlanta.

El artículo sobre la producción privada de seguridad de Mark Thornton apunta el defecto de este pensamiento. Uno de los laboratorios de pruebas más respetados del país es uno de propiedad privada, llamado Underwriters Laboratory. Como escribe el Dr. Thornton:

La misma existencia del laboratorio desmiente la opinión cívica común de que, sin intervención del gobierno, las empresas privadas buscarían el beneficio sin preocuparse por la seguridad; así, los burócratas tienen que patrullar los mercados para imponer un equilibrio entre los intereses privados y el bien común. El gobierno, de acuerdo con esta opinión, es lo único que son separa de incesantes accidentes fatales.

Este mito se ha venido desmintiendo constantemente por las circunstancias del mundo real, aunque permanece firmemente fijado n la psicología de los trabajadores y consumidores estadounidenses. Los mineros del carbón van a trabajar con una confianza potenciada artificialmente, simplemente porque hay una Administración de Seguridad en las Minas controlando su situación. Los trabajadores en plataformas petrolíferas tienen una confianza errónea en su equipo porque la torre en que están recientemente ganó un premio de seguridad del gobierno federal.

El caso de los códigos de la vivienda

Otra consecuencia no prevista de la certificación estatal de la seguridad son los desincentivos para innovar. En lugar de dirigir esfuerzos hacia el arriesgado trabajo de la innovación en productos, la empresa se ve obligada a dedicarse a encontrar una manera de cumplir o superar el código.

El mejor ejemplo nos lo ofrece el sector inmobiliario. Muy poca gente sabe que una organización política sin ánimo de lucro ha establecido un código internacional para regular la construcción de casas. Este grupo esta cabildeando en el gobierno para establecer códigos uniformes en todos los Estados Unidos. Esta colusión se ha establecido para dar poderes al gobierno para dictar cómo debería construirse una casa y qué medidas de seguridad deberían implantarse.

Las empresas, entendiendo el poder de un código inmobiliario universal y su cuerpo normativo, han intentado que sus productos y marcas se incluyeran en el código. (Los revestimientos Tyvek, los marcos Simpson Strong Ties y los paneles azules DOW son sólo unos pocos ejemplos de grandes compañías cuyos productos se mencionan por su nombre en el código). Se producen cada dos o tres años cambios importantes en este código que obligan a los constructores a revisar sus planes, diseños y selecciones de productos con el fin de cumplirlo.

En lugar de gastar tiempo en adaptar su producto a los deseos de los consumidores, los constructores se ven ocupados adaptando sus viviendas al código. La víctima es la innovación. La mayoría de los constructores no tienen personal suficiente para introducir planes innovadores y asegurarse al mismo tiempo de cumplir con el código.

De hecho, muchas empresas de construcción no hacen sus propios planes, así que contratan a un arquitecto para que los revise y luego esencialmente paga su buen dinero para cumplir con el actual código internacional (que casi siempre ha sido adoptado por la autoridad local sin preguntas). Ese mismo dinero podría haberse usado para rediseñar el plan más de acuerdo con los deseos del mercado o para contratar al mismo arquitecto para usar su creatividad en lugar de sus habilidades técnicas. En su lugar, los arquitectos deben dejar aparte su creatividad, inclinándose ante el poder de la burocracia en lugar de agradando a los consumidores.

A menudo se sostiene (especialmente por las entidades establecidas, como el Instituto Estadounidense de Arquitectos) que el código es estímulo que vigorizará el sector de la construcción y el diseño. Estos grupos cabildean porque promete un flujo constante de ingresos y les hace esenciales para el proceso de construcción. Sin un arquitecto, se argumenta, ¿cómo podría ser seguro construir un edificio? ¿Por qué razón tendría un constructor algún interés en controlar privadamente la seguridad de su clientela?

La falta de innovación en la construcción es en buena medida resultado de tener que gastar dinero en viejas ideas. ¿Realmente alguien está más seguro porque las tabicas se han rebajado media pulgada en los últimos ocho años? Puede sonar tonto discutirlo, pero es un hecho que todo constructor de la nación tiene que revisar y cambiar planos para acomodarse al nuevo estándar.

El último código internacional requiere que cada casa tenga un sistema residencial antifuego por agua, independientemente del tamaño del edificio. En general, esto asegura que habrá más cosas que acaben mojadas que evitado que se prendan fuego. Aunque estos caros sistemas eliminarán algunos fuegos, también causarán incidentes de inundaciones severas y quizá otras consecuencias imprevisibles de las que aún no somos conscientes. Se gastarán enormes cantidades de dinero en seguros de vivienda por fallos del sistema y en consecuencia todos habremos perdido.

Sin embargo es un escenario perfecto para nuestros pretendidos reguladores de la seguridad pública, Más miedo, otra comisión, otro código, otro villano.

La respuesta no será permitir que el mercado decide qué es lo que más quieren los dueños de las viviendas (sin duda la mayoría eliminaría u optaría por no instalar los sistemas de agua). Por el contrario, debemos esperar un código obligatorio por el que todas las casas incluyan un pozo enorme que recoja la inevitable inundación. La economía es el estudio de las consecuencias no buscadas, los códigos son simplemente la reacción inadecuada y desproporcionada a las consecuencias no buscadas. La víctima es la libertad.

 

 

Aaron Everitt es constructor en el norte de Colorado. Es un activista libertario.

Published Fri, Jun 11 2010 5:58 PM by euribe