La economía de mercado como afectada por la recurrencia del ciclo comercial

Por Ludwig von Mises. (Publicado el 18 de junio de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4484.

[Este artículo está extraído del capítulo 20 de La acción humana]

                 

La popularidad de la inflación y la expansión del crédito, el recurso definitivo de los repetidos intentos de hacer próspera a la gente mediante la expansión del crédito, y por tanto la causa de las fluctuaciones cíclicas de los negocios, se manifiesta claramente en la terminología tradicional. Al auge se le califica como buenos negocios, prosperidad y crecimiento. A su resultado inevitable, el reajuste de la condiciones a los datos reales del mercado, se le llama crisis, caída, malos negocios, depresión. La gente se revela contra la idea de que el elemento perturbador haya que encontrarlo en las malas inversiones y el exceso de consumo del periodo de auge y de que ese auge artificialmente inducido esté condenado. Buscan la piedra filosofal para hacer que dure.

Ya hemos apuntado hasta qué punto somos libres de llamar progreso económico a una mejora en la calidad y un aumento en la cantidad de productos. Si aplicamos esta vara de medir a las distintas fases de las fluctuaciones cíclicas de los negocios, debemos llamar al auge retroceso y a la depresión progreso. Los despilfarros del auge mediante malas inversiones de factores de producción escasos y reduce las existencias disponibles por el exceso de consumo; sus supuestas ventajas se traducen en empobrecimiento. Por otro lado, la depresión es la vía de retorno a un estado de cosas en el que todos los factores de producción se emplean para la mejor satisfacción de las necesidades más urgentes de los consumidores.

Se han hecho intentos desesperados por encontrar en el auge alguna contribución positiva al progreso económico. Se ha destacado el papel que desempeñan los ahorros forzosos en potenciar la acumulación de capital. El argumento es inútil. Ya se ha demostrado que es muy discutible que el ahorro forzoso pueda lograr algo más que compensar una parte del consumo de capital generado por el auge. Si los que alaban los efectos supuestamente beneficiosos del ahorro forzoso fueran coherentes, defenderían un sistema fiscal que subvencionara a los ricos con los impuestos recaudados de la gente con ingresos modestos. El ahorro forzoso logrado de esta manera ofrecería un aumento neto del capital disponible sin producir simultáneamente un consumo de capital de tamaño mucho mayor.

Los defensores de la expansión del crédito han destacado además que algunas de las inversiones realizadas durante el auge luego se vuelven rentables. Las inversiones, dicen, se hicieron demasiado pronto, es decir, en una fecha en la que el estado de la oferta de bienes de capital y las valoraciones de los consumidores no había permitido aún su construcción. Sin embargo, el daño producido no era demasiado malo, pues esos proyectos se habrían realizado más tarde de todas formas. Puede admitirse esta descripción como adecuada respecto de algunos casos de malas inversiones inducidas por un auge. Pero nadie se atrevería a afirmar que la frase es correcta respecto de todos los proyectos cuya ejecución se ha estimulado por las ilusiones creadas  por la política de dinero fácil. Sea como sea, no puede influir en las consecuencias del auge y no puede deshacer o amortiguar la consiguiente depresión. Los efectos de las malas inversiones aparecen sin tener en cuenta si dichas inversiones resultarán buenas en una situación posterior en la que hayan cambiado las condiciones. Cuando se construyó en 1845 un ferrocarril en Inglaterra no se habría realizado sin expansión de crédito y las condiciones en los años siguientes no se vieron afectadas por la perspectiva de que en 1870 o 1880 los bienes de capital necesarios para su construcción estuvieran disponibles. La ganancia obtenida posteriormente por el hecho de que dicho ferrocarril no se hubiera construido con gastos recientes de capital o trabajo, no fue en 1847 una compensación por las pérdidas incurridas por su construcción prematura.

El auge produce empobrecimiento. Pero sus estragos morales son aún más desastrosos. Hace que la gente quede abatida y desanimada. Cuanto más optimistas fueran bajo la ilusión de prosperidad del auge, mayor es su desesperación y su sentimiento de frustración. El individuo siempre está dispuesto a atribuir su buena suerte a su propia eficiencia y a considerarla como una merecida recompensa por su talento, aplicación y probidad. Pero siempre atribuye los reveses de la fortuna a otra gente, y sobre al absurdo de las instituciones sociales y políticas. No echa la culpa a las autoridades por haber alimentado el auge. Les maldice por el necesario colapso. Para la opinión pública, más inflación y más expansión del crédito son los únicos remedios contra los males que han generado la inflación y la expansión del crédito.

Aquí hay, dicen, fábricas y granjas cuya capacidad de producir no se está explotando al máximo o en absoluto. Hay montones de productos invendibles y gran cantidad de desempleados. Pero también hay masas de gente que serían afortunados si pudieran satisfacer mejor sus deseos. Todo lo que hace falta es crédito. El crédito adicional permitiría a los empresarios reanudar o expandir la producción. Los desempleados encontrarían de nuevo trabajo y podrían comprar los productos. El razonamiento parece factible. Sin embargo es completamente erróneo.

Si los productos no pueden venderse y los trabajadores no pueden encontrar empleo, la única razón puede ser que los precios y salarios demandados son demasiado altos. Quien quiera vender sus inventarios o su capacidad de trabajo debe reducir su demanda hasta que encuentre un comprador. Es la ley del mercado. Es el dispositivo por medio del cual el mercado dirige todas las actividades individuales hacia las líneas que mejor puedan contribuir a la satisfacción de los deseos de los consumidores. Las malas inversiones del auge han colocado erróneamente factores de producción inconvertibles en lagunas líneas a expensas de otras en las que se necesitaban con mayor urgencia. Hay desproporción en la asignación de factores inconvertibles en los distintos sectores de la industria. Esta desproporción sólo puede remediarse por la acumulación de nuevo capital y su empleo en los sectores en los que se necesite más urgentemente. Es un proceso lento. Mientras se lleva a cabo, es imposible utilizar completamente la capacidad productiva de algunas fábricas para las que faltan las instalaciones de producción complementarias.

Es inútil objetar que también hay capacidad no empleada en fábricas que producen productos cuyo carácter específico es bajo. La poca actividad de venta de estos bienes, se dice, no puede explicarse por las desproporcionalidad en el equipamiento de capital de los distintos sectores: pueden usarse y se necesitan para muy distintos usos. También esto es un error. Si las acerías y herrerías, las minas de cobre y los aserraderos no pueden funcionar a su capacidad máxima, la razón sólo puede ser que no hay suficientes compradores en el mercado dispuestos a comprar toda su producción a precios que cubran los costes de su explotación actual. Como los costes variables sólo pueden consistir sencillamente en precios de otros productos y en salarios, y como lo mismo es válido en relación con los precios de estos otros productos, esto siempre significa que los salarios son demasiado altos como para permitir que todos los dispuestos a trabajar y a emplear el equipo inconvertible hasta su máxima capacidad establecida pro los requisitos de bienes de capital no específicos y la mano de obra no debería desplazarse de empleos en los que cubren necesidades más urgentes.

A partir del desmoronamiento del auge, sólo hay un camino de vuelta a un estado de cosas en que la acumulación progresiva de capital garantice una constante mejora del bienestar material: los nuevos ahorros deben acumular los bienes de capital necesarios para un equipamiento armonioso de todas las ramas de la producción con el capital necesario. Deben proveerse los bienes de capital que faltan en estas ramas que se olvidaron durante el auge. Deben caer los salarios, la gente debe restringir su consumo temporalmente hasta que se restaure el capital desperdiciado por las malas inversiones. A quienes les disgusten la dificultades del periodo de reajuste deben abstenerse en el momento de la expansión del crédito.

No tiene sentido interferir en el proceso de reajuste mediante una nueva expansión del crédito. En el mejor de los casos sólo interrumpiría, molestaría y prolongaría el proceso curativo de la depresión, si es que no genera un nuevo auge con todas sus consecuencias inevitables.

El proceso de reajuste, incluso en ausencia de cualquier nueva expansión del crédito, se demora por los efectos psicológicos de la desilusión y la frustración. A la gente le cuesta librarse del autoengaño de una falsa prosperidad. Los empresarios tratan de continuar proyectos no rentables, cierran los ojos a una idea que duele. El retraso de los trabajadores en reducir sus reclamaciones al nivel requerido por el estado del mercado; quieren, si es posible, evitar rebajar su nivel de vida y cambiar su ocupación en el lugar donde viven. La gente está más desanimada cuanto mayor fue su optimismo en los días del crecimiento. Han perdido por el momento la confianza y el espíritu de aventura hasta un punto que incluso dejan de aprovechar buenas oportunidades. Pero lo peor es que la gente en incorregible. Después de unos pocos años, se empeña de nuevo en la expansión del crédito y la vieja historia vuelve a repetirse.

 

 

Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído del capítulo 20 de La acción humana.

Published Sun, Jun 20 2010 2:27 PM by euribe