La política económica nazi

Por David Gordon. (Publicado el 2 de enero de 2009)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3274.

[Este artículo apareció originalmente en LewRockwell.com]

 

Casi todos los días hay nuevos informes del colapso de una gran institución financiera o la inminente quiebra de una gran compañía. Los planes de rescate y la intervención del gobierno están en el aire. Incluso quienes profesan devoción por la libre empresa han titubeado. ¿No estamos afrontando una emergencia que pide una acción inmediata para “salvar” al capitalismo?

Ante esta situación, necesitamos ser mas decididos que nunca en la defensa del libre mercado, sin ninguna restricción de los gobiernos. Si no derrotamos a estas medidas, afrontamos un grave peligro. La historia de la Alemania nacional-socialista durante la década de 1930 los muestra cómo una intervención del gobierno nos lleva rápidamente a un socialismo a escala completa. Ludwig von Mises lo advirtió mucho años antes.

Cuando el Presidente Paul von Hindenburg nombró a Adolf Hitler Canciller alemán el 30 de enero de 1933, la gente no sabía qué esperar en relación con la política económica del nuevo régimen. Había señales preocupantes de que los nacional-socialistas tenían en mente reformas radicales. El “inalterable” punto 25 del programa del partido de 1920 proponía, entre otras cosas, “que todo ingreso no merecido y todo ingreso que no proceda del trabajo, sea abolido”; “la nacionalización de todos los trusts”; “compartir los beneficios en las grandes industrias” y “una reforma agraria de acuerdo con nuestras necesidades nacionales y la aprobación de una ley para expropiar a los propietarios sin compensación cualquier terreno necesario para el fin común. La abolición de las rentas de la tierra y la prohibición de toda especulación en los terrenos”.

En estos días de frecuentes condenas, a Wal-Mart y cadenas similares, a veces, lamento decirlo, de libertarios declarados, resulta notable el punto 16 del programa: “reclamamos (…) la inmediata comunalización de grandes almacenes que serán alquilados a bajo precio a pequeños comerciantes”.

Otros señales también apuntaban a un programa radical. Ferdinand Zimmerman, que trabajó como importante planificador para los nazis, había sido antes de su scenso al poder un contribuidor bajo el pseudónimo de Ferdinand Fried, para el periódico Die Tat, editado por Hans Zehrer, y un miembro importante de un grupo de intelectuales nacionalistas conocidos como los Tatkreis. Fried se oponía ferozmente al capitalismo, analizándolo en términos casi marxistas. En una evaluación del libro de Fried Das Ende des Kapitalismus (El final del capitalismo) para su posible traducción al inglés, Isaiah Berlin se refería a

una aceptación incondicional de los presupuestos marxistas-sombartianos en relación con la muerte del individualismo, el crecimiento de la producción en masa, el colectivismo, etc., y a partir de ello, se obtiene la conclusión natural de que como el colectivismo va a llegar de todas formas, podría hacerse con eficiencia y justicia convirtiéndose del colectivismo fiduciario a la propiedad estatal del los medios de producción. Por supuesto, todo esto es el marxismo socialdemócrata alemán. (Carta de Isaiah Berlin a Geoffrey Faber, 4 de enero de 1932, en Isaiah Berlin, Letters, 1928–1946, Henry Hardy, ed., Cambridge University press, 2004, pp. 638–639).

Wilhelm Roepke escribió una crítica contemporánea devastadora de Fried, ahora disponible traducida al inglés, en su Against the Tide (Regnery, 1969). Una de los mejores estudios críticos de las opiniones de Fried, que incluye algunas explicaciones de sus actividades bajo el régimen nazi, está en Walter Struve, Elites Against Democracy: Leadership Ideals in Bourgeois Political Thought in Germany, 1890–1933, (Princeton University Press, 1973).

Aún así, a la llegada del régimen muchos pensaban si esas medidas radicales eran algo más que propaganda. Se sabía bien que el partido tenía sectores de derecha y de izquierda: la gente se preguntaba si las opiniones capitalistas se limitaban al ala izquierda del partido. Probablemente el más famoso miembro del ala izquierda del partido eran Gregor Strasser y su hermano Otto. El Dr. Joseph Goebbels, posteriormente famoso como ministro de propaganda, era asimismo un ardiente izquierdista. Gottfried Feder, el principal autor del programa de 20 puntos, famoso por sus denuncias de la “tiranía del interés” se convirtió en planificador económico del gobierno.

¿Por qué pensar que la izquierda no podía prevalecer? Hitler había dado garantían en reuniones con industriales antes de asumir el poder de que no era hostil a los negocios. (Contrariamente a la opinión marxista de los nazis, Hitler no era en modo alguno una herramienta de las grandes empresas. Como ha documentado masivamente Henry Ashby Turner en German Big Business and the Rise of Hitler [Oxford University Press, 1985], la gran mayoría de las contribuciones de las empresas antes de 1933 fueron a otros partidos políticos). El ministro de economía, Hjalmar Horace Greeley Schacht, no era un radical y el propio Hitler rechazaba devaluar al divisa alemana. Entonces, tal vez no se identificaba con las opiniones de la izquierda del partido. Además, Hitler no asumió inmediatamente el poder total. Muy al contrario, encabezó un gobierno de coalición. Los nacionalistas conservadores, como Franz von Papen, el vicecanciller, pensaban que podrían mantener a Hitler bajo control.

Por supuesto, todo esto cambió cuando Hitler empleó la crisis producida por el incendio del Reichstag al conseguir la aprobación de la Ley Habilitante, que le daba poderes dictatoriales. (Contrariamente a la creencia popular, los nazis no iniciaron el fuego. Ver sobre esto a Fritz Tobias, The Reichstag Fire, Putnam, 1964). Pero aunque ahora los nazis eran libres de gobernar a su voluntad, esto no resultó ser una victoria para la izquierda del partido. Hitler purgó a las radicales SA en la famosa Noche de los Cuchillos Largos y Gregor Strasser estuvo entre las víctimas de ese sangriento evento. Por supuesto, Goebbels siguió siendo influyente, pero aunque mantenía sus opiniones económicas izquierdistas, se subordinó completamente a Hitler. Gottfried Feder dejó su puesto en el gobierno; a partir de entonces trabajó en una universidad.

¿Cuál sería entonces la política económica de Hitler? ¿Impondría el programa “inalterable” o seguiría un  camino restringido, a favor de las empresas? De hecho, no hizo ninguna de ambas cosas. Su política era de bastante improvisación en respuesta a la situación inmediata. (A.J.P. Taylor argumentaba controvertidamente en The Origins of the Second World War que esto también pasaba con la política exterior de Hitler). Pero al actuar así ejemplificaba un punto clave que Mises destacaba a menudo: cualquier intervención en el libre mercado necesita más intervenciones, porque la medida inicial no alcanzará sus objetivos. Si las intervenciones continúan, se llegará rápidamente al completo control del mercado por el estado. El resultado final no sería el capitalismo, sino el socialismo. Tal y como dijo Mises en La acción humana:

Todas las variedades de interferencia con los fenómenos del mercado no sólo fracasarán en logran los fines pretendidos por sus autores y apoyos, sino que generarán un estado de cosas que, desde el punto de vista de las valoraciones de sus autores y defensores, es menos deseable que el estado previo que pretendían alterar. Si se quiere corregir su manifiesta inconveniencia y absurdo suplementando lo primeros actos de intervención can más y más actos de este tipo, debe continuarse adelante hasta que la economía de mercado se destruya completamente y se haya sustituido por el socialismo.

Este proceso exactamente tuvo lugar en Alemania después de 1933. Como ha advertido Adam Tooze, Hitler indicó en 1932 su interés en programas de creación de empleo y esto, por supuesto, requirió gasto del estado. Pero una vez en el poder, sus intereses cambiaron de la creación de empleo al rearme. Esto requería aún más gasto y los armamentos aumentaron rápidamente.

El partido nazi no adoptó la creación de empleo como una parte clave de su programa hasta el final de la primavera de 1932, y retuvo su status durante sólo dieciocho meses, hasta diciembre de 1933, cuando el gasto para la creación de empleo civil fue formalmente eliminado de la lista de prioridades del gobierno de Hitler (…)  [La creación de empleo] contrastaba con los tres asuntos que realmente unían a la derecha nacionalista (…) la triple prioridad del rearme, el repudio de la deuda externa alemana y el salvamento de la agricultura alemana (…) Fue la acción de Hitler en estos tres asuntos y no la creación de empleo lo que marcó verdaderamente la línea divisoria entre la República de Weimar y el Tercer Reich (Adam Tooze, The Wages of Destruction, Viking, 2006, pp. 24–25).[1]

El economista de la Escuela de Chicago Burton Klein, en Germany's Economic Preparations for War (Harvard University Press, 1959), apuntaba hace mucho tiempo que Alemania en 1939 no tenía armas suficientes para empezar una guerra mundial: el armamento germano sólo era suficiente para conflictos más pequeños.

En efecto, Alemanía se había embarcado en una política keynesiana: el gasto público era cada vez más importante para guiar a la economía hacia los canales militares que quería Hitler. John T. Flynn advertía que Franklin Roosevelt siguió una política paralela, después de que sus programas de gasto interno fracsaran en sacar a Estados Unidos de la depresión.

Aquí, [Roosevelt] tenía en sus manos una depresión [con] la imperiosa necesidad, como dijo él mismo, de gastar dos o tres mil millones de dólares al año en déficit y, lo más grave de todo, como dijo a Jim Farley, sin forma de gastarlos (…) Ahora hubo un regalo de los dioses (…) Ahora había algo en lo que el gobierno federal podía realmente gastar dinero: preparativos militares y navales. (The Roosevelt Myth, Fox & Wilkes, Edición 50 aniversario, 1998, p. 157.).

El propio Keynes valoró favorablemente los esfuerzos nazis. En su prólogo a la edición alemana de la Teoría General, fechado el 7 de septiembre de 1936, Keynes indicaba que las ideas de su libro podrían ponerse en práctica mejor bajo un régimen autoritario:

De todas formas, la teoría de la producción en general, que es lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es más fácilmente adaptable a las condiciones de un estado totalitario que la teoría de la fabricación y distribución de un determinado producto bajo condiciones de libre competencia y un alto grado de laissez-faire.

Como apunta Donald Moggridge, la versión alemana publicada (pero no el borrador de Keynes) también decía:

Aunque he trabajado [a teoría de Keynes] a la vista de las condiciones de de los países anglosajones (donde sigue prevaleciendo un alto grado de laissez-faire) sigue siendo aplicable a situaciones en las que el liderazgo nacionales sea más pronunciado. (Donald Moggridge, Maynard Keynes: An Economist's Biography, Routledge, 1995, p. 611.).[2]

Una vez que empezó este programa, la dinámica sobre la que Keynes había llamado la atención se desarrollo de forma inexorable: una intervención llevó a otra, hasta que toda la economía estuvo bajo control del gobierno. Los negocios que se resistieron a seguir los planes del Nuevo Orden fueron forzadas a obedecer al gobierno. Una ley permitió al gobierno imponer cárteles obligatorios. En 1936, el Plan Cuatrienal, encabezado por Hermann Goering, cambió la naturaleza de la economía alemana.

El 18 de octubre [de 1936] Goering recibió la autorización formal de Hitler como plenipotenciario general del Plan Cuatrienal. En los días siguientes dictó decretos que le daban poder para asumir la responsabilidad sobre prácticamente cualquier aspecto de la política económica, incluyendo el control de los medios de los negocios. (Tooze, pp. 223-224).

Por supuesto, bajo un sistema planificado, el comercio internacional debe estar sujeto a un control estricto. La adición de medidas intervencionistas a las que Mises había dedicado atención también operaron en esta área:

La economía alemana, como cualquier economía moderna, no podía arreglárselas sin importar alimentos y materias primas. Para pagarlos se necesitaba exportar. Y se este flujo de bienes se dificultaba por el proteccionismo y las devaluaciones para empobrecer al vecino, no quedaba más opción para Alemania que recurrir a un control público aún mayor de importaciones y exportaciones, que a su vez necesitaban una serie de intervenciones adicionales. (Tooze, p. 113).

Hubo un tipo de intervencionismo comercial especialmente característico del régimen nazi. Después de que se hundiera el comercio con Estados Unidos, Schacht realizó una serie de acuerdos bilaterales con países del sudeste europeo. Estos acuerdos incluían ciertas materias primas, con el tipo de cambio entre Alemania y la divisa extranjera “fijado a un nivel diferente de tipo de cambio real (…) los acuerdos de trueque dieron a Alemania una especie de monopolio del comercio con los países del sudeste de Europa que no podía dejar de ligar políticamente a estos países con el Reich”. (La acción humana, pp. 797 y 799, edición inglesa: Human Action, Scholar's Edition).

La economía ya no podía ser descrita como capitalista. Es verdad que se mantuvieran las formas de la propiedad privada. El gobierno no nacionalizó los medios de producción, como en la Rusia soviética. Pero los dueños visibles no podían fijar precios a su voluntad. El gobierno tomaba todas las decisiones esenciales. Como dijo Mises:

El segundo modelo [de socialismo] (lo podemos llamar el modelo de Hindenburg o modelo alemán) nominal y aparentemente mantiene la propiedad privada de los medios de producción y mantiene la apariencia de mercados, precios salarios y tipos de interés ordinarios. Sin embargo, ya no son empresarios, sino sólo jefes de fábrica (Betriebsführer, en la terminología de la legislación nazi). Estos jefes de fábrica son aparentemente instrumentales en la conducta de las empresas a ellos confiadas: compran y venden, contratan y despiden trabajadores y remuneran sus servicios, contraen deudas y pagan intereses y amortización. Pero en todas sus actividades están obligados a obedecer incondicionalmente las órdenes emitidas por la oficina suprema de dirección de la producción. Esta oficina (el Reichswirtschaftsministerium en la Alemania nazi) dice a los jefes de fábrica qué producir y cómo, a qué precios hay que comprar y a quién,  a qué precios hay que vender y a quién. Asigna a cada trabajador a su empleo y fija su salario. Decreta a quién y en qué términos debe el capitalista confiar sus fondos. El intercambio de mercado es meramente una fachada.

Contrariamente a lo que afirma, por ejemplo, Franz Neumann, Behemoth (Harper, 1944), el nazismo no era un ejemplo de “capitalismo monopolista totalitario”.

Hoy mucha gente pide medidas drásticas para acabar con la recesión. Por ejemplo, Paul Krugman en El retorno de la economía de la depresión y la crisis actual (Crítica, 2009) dice “tendrá que haber una reafirmación de más control público, en concreto, se asemejará a una nacionalización temporal completa de una parte significativa del sistema financiero”.

La rápida transición al socialismo de estado en Alemania durante la década de 1930 ilustra los peligros de una vía así.

 

 

David Gordon hace crítica de libros sobre economía, política, filosofía y leyes para The Mises Review, la revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde 19555 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard, disponible en la tienda de la web del Mises Institute.

Este artículo apareció originalmente en LewRockwell.com.



[1] El libro de Tooze es la recopilación reciente más completa de la política económica nazi.

[2] Uno de los primeros en resaltar la importancia del prólogo de Keynes fue el distinguido historiador libertario James M. Martin.

Published Mon, Jul 5 2010 8:10 PM by euribe
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