Los efectos antieducativos de las escuelas públicas

Por Gennady Stolyarov II. (Publicado el 13 de enero de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí http://mises.org/daily/4008.

                                            

Con tantos presupuestos públicos ahora bajo severas restricciones, hay importantes discusiones en todo el país acerca de si debe recortarse o no la financiación de la educación pública, un gasto que, en algunos estados, consume más de la mitad del presupuesto. Desgraciadamente, a causa de la extendida resistencia de los sindicatos de profesores y otras partes con intereses creados en el status quo, habrá que luchar a cada paso por cambios fundamentales en el sistema. Sin embargo, al mismo tiempo es útil reconocer que las escuelas públicas no sólo hacen un trabajo subóptimo en educar a los jóvenes: la mayoría del entorno de la escuela pública está directamente en contra de la verdadera educación.

Como alguien que ha sobrevivido a nueve años de escuela pública en EEUU (parte de mi primera educación la completé en Bielorrusia), puedo decir con seguridad que no hay falta de intentos de alcanzar “objetivos educativos” en las escuelas públicas. De hecho, algunos de lo profesores eran verdaderamente competentes y estaban de verdad interesados en la mejora de sus estudiantes. Es sólo que prácticamente todos los incentivos eran erróneos, incluso si dejamos de lado asuntos como los criterios de evaluación y recompensa al profesor. El mismo entorno de una escuela pública conlleva consecuencias importantes (algunas no buscadas, otras tal ven buscadas en parte) que la convierten en una virtual antítesis de la verdadera educación,

He escrito en otro lugar acerca del omnipresente acoso y la cultura atrofiante de la conformidad adolescente por la que las escuelas públicas se convierten en criaderos. También he explicado cómo la estructura de las escuelas públicas potencia la enseñanza hay el mínimo común denominador y la supresión de la curiosidad del estudiante.

Pero hay otras decisiones políticas, más explícitas, que dañan las escuelas públicas de hoy. Las ideas de “espíritu de escuela” y “disciplina” están hoy tan profundamente entrelazadas con la educación pública estadounidense que probablemente sobrevivan incluso a grandes recortes presupuestarios. Habiendo visto directamente algunos de sus efectos, espero educar al público respecto de ellos.

Espíritu de escuela

Prácticamente no hay escuela pública en Estados Unidos que no emplee tremendas cantidades de dinero, tiempo y esfuerzo a cultivar la idea completamente absurda y dañina del espíritu de escuela, dirigido en buena parte de convencer a los estudiantes de que “apoyen” a la escuela atendiendo a muchos y variados acontecimientos deportivos y comprando productos que incluyan a la mascota de la escuela. ¡Si sólo fuera eso!

En realidad, el espíritu de escuela se convierte en una expresión de las formas más primitivas y despiadadas de tribalismo y, de hecho, un criadero para los tipos de sentimientos que, en un adulto, pueden convertirse en chauvinismo y xenofobia. La idea del espíritu de escuela crea muy prominente y crudamente una clara distinción entre “nosotros” en la escuela x y “ellos” en la escuela y. A “nosotros” se nos pide atacar, derrotar, aplastar (insertar otros verbos destructivos a su discreción) a “ellos” en el siguiente acontecimiento deportivo u otras competición extracurricular.

El instituto al que acudía (llamémosle X Sur) tenía un instituto gemelo (llamémosle X Norte). Casi todos los días, oía comentarios peyorativos en mi instituto acerca de “esos norteños” como estúpidos, arrogantes y cosas mucho peores. No importaba que sólo tres millas aproximadamente separaran los dos institutos y que los estudiantes de uno fueran a menudo vecinos de los del otro. Pero el tratamiento irracional de “los otros” palidecía en comparación con el abuso verbal que esperaba a quien se atreviera a cuestionar la noción colectivista del espíritu de escuela.

A menudo el instituto obligaba a mantener la lealtad al obligar a acudir a las reuniones de ánimo deportivas. Recuerdo una ocasión en que el equipo de voleibol de mi instituto se clasificó para el campeonato estatal y todo el instituto fue encerrado en el gimnasio para ser testigos y tomar parte en un griterío y agitación de banderas sin sentido. Por supuesto, yo estaba bastante perplejo en el doble rasero de todo esto. Los equipos de matemáticas y de debate (en los que yo participaba) iban al torneo estatal todos los años e incluso ganaban con frecuencia, pero nadie realizaba esas reuniones de ánimo al equipo: sólo se les daba algún reconocimiento ocasional por el sistema público de altavoces por la mañana.

Y aún así, en lo que se refiere a la verdadera educación, preparar los torneos de matemáticas y debate implicaba realmente un estudio riguroso y unos altos niveles. No es que realmente quisiera reuniones de ánimo para los equipos de matemáticas y debate; más bien se trata de que este doble rasero explica las prioridades completamente desplazas de muchos institutos como el mío.

De hecho, la misma noción de espíritu de escuela va contra el espíritu de la educación: es ruidoso, escandaloso, primario, centrado en el ruido más que en lo sustancial y dirigido a excitar a la masa en lugar de a cultivar las facultades del individuo. Es perfecto para inculcar la adoración incondicional de “grandes causas” míticas y artificiosas, pero no para enseñar a nadie nada que merezca la pena. Incluso corrompe el deporte asociando lo que podrían ser actividades dirigidas principalmente a la mejora física con la mentalidad de grupo y sus problemas asociados.

En este aspecto (aunque en my pocos más) incluso el antiguo sistema educativo soviético estaba un paso más cerca de la libertad en comparación con el sistema estadounidense. En la URSS, los deportes estaban en buena medida separados de las escuelas públicas, aparte de la ocasional y básica clase de educación física. La mayoría de las actividades deportivas se realizaban en sociedad públicas dedicadas, en parte, a entrenar “maestros del deporte” que representaran a la Unión Soviética en competiciones internacionales. Ser miembro de las sociedades deportivas era voluntario y se consideraba bastante prestigioso, ya que ofrecía a los deportistas de alto nivel la opción de escapar de la pobreza masiva de URSS mediante una vía aprobada por el gobierno.

Aunque el control gubernamental del sistema deportivo era extremo en la URSS y las sanciones a los deportistas que rendían por debajo de lo esperado eran draconianas, el sistema tenía un beneficio colateral al separar en buena parte deportes y escuela. El efecto de esta separación era una mayor orientación de las escuelas hacia la enseñanza, por supuesto, enseñanza muy cargada de propaganda.

No es una justificación para emular a la Unión Soviética. Sin embargo, en Estados Unidos, no hay razón por la que las sociedades deportivas privadas no puedan aparecer para cumplir con los deseos deportivos de cada sector de la población, Considerando la enorme cantidad de opciones privadas actualmente existentes para practicar deportes, es grotesco que las escuelas públicas hoy mantengan tan estrechamente sus programas deportivos. Entretanto, el espíritu de escuela sirve para crear una audiencia cautiva para actividades que deben dejarse a las disposiciones del libre mercado.

Disciplina

La disciplina en las escuelas públicas de hoy, aunque no tan draconiana como solía ser, sigue sirviendo para convertirlas de facto en prisiones en lugar de centros educativos. Aunque hace mucho que pasaron los tiempos de los castigos corporales y los castigos se han convertido en algo similar a lugares de estudio restringidos, sigue habiendo enormes limitaciones a la movilidad y autonomía de los estudiantes.

En mi escuela elemental, prácticamente todos los movimientos de los estudiantes de un aula a otra sólo estaba permitido cuando toda la clase estaba dispuesta por el profesor en una sola fila. Imaginen la enorme pérdida de tiempo y energía que esto conlleva y el puro desperdicio y atrofiamiento mental infligido a los estudiantes inteligentes mientras se les situaba en formaciones arbitrarias en lugar de dirigirles una interacción educativa e independiente con el mundo.

En mi escuela media, las formaciones se relajaban, pero tenías que entregar una nota escrita por el profesor para poder estar en los pasillos fuera de los cinco minutos entre clases. Mi instituto tenía un sistema de áreas restringidas donde no podías estar sin permiso escrito, excepto en los periodos de paso. Durante los periodos de comida y otro tiempo libre, se obligaba a los estudiantes a permanecer en las áreas abiertas, como las abarrotadas cafeterías, la biblioteca y unos pocos espacios adyacentes.

No había muchos lugares para sentarse y estudiar o disfrutar de la lectura, así que  los estudiantes más listos empezaron a averiguar qué zonas en las áreas restringidas estaban controladas y cuándo. Para mí, una de las experiencias más agradables durante la escuela consistía en entrar a escondidas en un área restringida con un libro o ensayo y una comida sencilla y fácil de esconder. Me sentaba solo durante cuarenta y cinco minutos cada vez, cerca de un mirador semicircular en la primera planta y, mientras disfrutaba de la vista, podía realizar el tipo de autoeducación para el que las escuelas públicas dejan poco tiempo precioso.

Al mismo tiempo, toma mi comida, lo que también iba contra las reglas del instituto. La prohibición de comer en aulas y pasillos (incluso si no se dejaba basura u otras externalidades) me era especialmente incomprensible. Incluso alrededor de la mitad de los profesores la ignoraban. ¿Cómo puede un ser humano aprender autonomía, iniciativa y responsabilidad personal cuando no puede tomas su decisión de cuándo, dónde y si puede comer su propia comida?

Algunas de las restricciones más severas en mi instituto se imponían respecto de las entradas y salidas al edificio de los estudiantes. Por suerte, no había detectores de metales, pero estaba el terrible delito de no resgistrase si alguien tenía que salir antes de clase porque lo reclamara un padre y luego llegara más tarde a lo largo del día. El delito se cometía a menudo sin culpa del estudiante.

Por ejemplo, mi programa en cierto semestre incluía educación física en X Sur, seguido por clases de humanidades en X Norte, donde participaba en un programa académico que realizaban ambos institutos conjuntamente. Una mañana me estaba recuperando de una enfermedad, por lo que mis padres me sacaron de educación física, lo que implicaba que tenía que presentarme directamente en X Norte para la clase siguiente y registrarme allí. Por desgracia, los funcionarios de X Norte no comunicaron a los de X Sur que me había registrado allí. En consecuencia, me llamaron de una de las oficinas de las ayudantes del director.

Esta mujer, conocida por tener una especial inclinación por la disciplina, empezó a adoctrinarme sobre la importancia vital de registrarse y la sanción de detención si alguien no lo hace. Intenté interrumpirla diciendo que, en realidad me había registrado, pero que X Norte se había olvidado de comunicarlo, pero me dijo abruptamente que no la interrumpiera. Después de cinco minutos de discurso, el tono de la ayudante cambió instantáneamente a dulce y educado y me preguntó “Ahora, ¿qué quería decirme?”

Después de explicar los hechos, la asistente procedió a llamar a X Norte y verificar mi historia, una mera formalidad. Evité ese día la detención, pero otros en situaciones similares no fueron tan afortunados.

Y por supuesto, todos los estudiantes de menos de dieciséis años tenían prohibido abandonar el edificio en horario escolar, incluso aunque no tuvieran clase. A los estudiantes de dieciséis años o más se les permitía irse (después de registrarse y bajo la condición de registrarse al volver) si tenían un sello especial en sus tarjetas de identificación al principio de su año escolar. Esto dejaba a muchos estudiantes sin opciones durante los periodos libres, excepto soportar la bulla, el caos y la grosería de las “áreas abiertas” o colarse en las “áreas restringidas” y tener algo de paz y quietud o si no hacer algún trabajo en uno de los laboratorios informáticos.

La facilidad con que se desobedecían las pequeñas reglas en mi instituto me enseñó la superioridad de la disciplina interna sobre la externa basada en montones de prohibiciones y mandatos. Bajo la responsabilidad de demasiadas imposiciones arbitrarias, meticulosas y agobiantes, mucha gente empieza simplemente a ignorarlas, hasta que se convierten en inaplicables. Esto crea un problema, sin embargo, para mantener las normas deseables y necesarias, como las prohibiciones contra las agresiones, el robo o el vandalismo. Una vez que las normas punitivas irracionales deslegitiman todas las normas a los ojos de muchos, incluso las leyes naturales, que hacen posible toda cooperación social, dejan de ser inmunes a la reacción resultante.

En mi instituto, esto se manifestaba principalmente en un próspero mercado negro de calculadoras gráficas TI-83 robadas, que todos los estudiantes tenían que comprar a precios exorbitantes como consecuencia de un contrato exclusivo entre Texas Instruments y el instituto. Durante mi segundo año, junto con dos amigos, realizamos una encuesta a los estudiantes y descubrimos que, de media, cada estudiante había tenido una calculadora robada durante sus cuatro años en el instituto. Los ladrones de calculadoras podían vender estas a un precio muy inferior al precio de monopolio de la librería.

En el mundo adulto, se produce algo similar por la guerra contra las drogas. La prohibición y las medidas duras sobre lo que puede ser una actividad completamente coercitiva genera áreas y subculturas completas gobernadas y aterrorizadas por delincuentes violentos, más allá del ámbito de cualquier orden social respetuoso de derechos. Mientras en mi escuela lo que estaba en juego era unos pocos miles de calculadoras demasiado caras, la guerra contra las drogas pone en juego vidas humanas.

Al mismo tiempo, en todas las escuelas públicas a las que acudí se prohibían las actividades comerciales legítimas. Una vez tuve la idea empresarial de hacer un diccionario inglés-alemán que incluyera sólo en las palabras enseñadas en nuestra clase de alemán, de forma que, en lugar de meter enormes diccionarios en mochilas ya abarrotadas, los estudiantes podía tener, en unas pocas hojas, una referencia cómoda y completa para preparar los exámenes. Vendía los diccionarios a dos dólares cada uno y obtuve unos cuarenta dólares de beneficio antes de que un estudiante se sintiera ofendido por mi empresa e informara a uno de los administradores, con lo cual fui severamente advertido de que no vendiera nunca nada.

Incluso algunos de los profesores me dijeron privadamente que no tenían inconveniente con mi búsqueda de beneficios de una forma legítima que beneficiaba a otros estudiantes, y nadie pudo ofrecerme una explicación de la prohibición de actividades comerciales. De hecho ¿no es extraño que aprender algunas de las habilidades más importantes para tener éxito en la vida (las habilidades de la innovación, el desarrollo de productos, el marketing y la negociación, que son tan importantes en los negocios) estén literalmente prohibidas en su forma más real? Sí, mi instituto tenía cursos sobre negocios, pero la teoría, las definiciones y las explicaciones de segunda mano no pueden enseñarnos mucho. La enorme tasa de desempleo entre los jóvenes de hoy puede sin duda explicarse al menos en parte por la manera en que las escuelas públicas  les impiden obtener muchos talentos y atributos útiles en el mercado.

El antídoto

Mis años en las escuelas públicas fueron algunos de los más frustrantes de mi vida. Sin embargo, acabé graduándome como primero de mi clase en el instituto, y no precisamente por el entorno al que estaba sometido. Por suerte, ya había empezado el auge en serio de Internet n mis primeros años de instituto. Me di cuenta en seguida de que, si estudiaba sólo lo indicado y hacía lo que se esperaba de mí, sólo lograría el nivel del estudiante medio, es decir, no mucho.

Mis lecturas de filosofía, economía y teoría política escritas por algunas de las mejores mentes de todos los tiempos me dieron un valioso bagaje de conocimiento y habilidades analíticas que me han impulsado hasta hoy. Fue durante mis exploraciones de Internet en mis años de instituto cuando descubrí a John Locke, Frederic Bastiat, Ludwig von Mises, Milton Friedman, Ayn Rand y Murray Rothbard, entre otros muchos. El asombroso florecimiento del conocimiento libre en línea es el antídoto más seguro para el atrofiante entorno de las escuelas públicas y realmente envidio a quienes, como niños y jóvenes adultos, tienen la oportunidad de basar completamente su aprendizaje en estos recursos.

En años recientes, la base de contenidos  que podía usarse para una genuina educación del mayor calibre se ha extendido colosalmente, impulsada por los esfuerzos de organizaciones como el Instituto Mises por ofrecer recursos de primera categoría, no sólo libremente disponibles, sino también libremente reproducibles. Igualmente importante es que Internet no limita a la gente joven, a la manera de las escuelas públicas, a un rango demasiado estrecho de papeles socialmente permisibles. En línea, pueden ser verdaderos creadores de una variedad de productos cada vez mayor, y se verán en general juzgados por los méritos de su trabajo, no restringidos arbitrariamente por su edad. Al mismo tiempo, pueden incluso idear pequeñas formas de hacer dinero y aprender habilidades de negocio legítimas por experiencia directa.

Sigo albergando la esperanza de que al menos uno de los estados encuentre necesario instituir serios recortes en las escuelas públicas y de que, bajos las presiones financieras, algunos de los peores elementos de esas escuelas sean los que desaparezcan. Así veríamos que el nivel de la educación general no disminuiría; de hecho, aumentaría.

El individualismo y la disciplina interna necesarios para un aprendizaje real y centrado aparecerían naturalmente, pues alguna gente persigue sus intereses académicos mientras otra (si se derogaran las leyes de asistencia obligatoria a clase) trataría de empezar de inmediato en el mundo de los negocios. Las dificultades de la subcultura adolescente actual desaparecerían en su mayor parte, pues las interacciones de la gente joven estarían más entremezcladas con la sociedad general, en lugar de enredados en las preocupaciones en buena parte cortoplacistas y superficiales de sus iguales. Los cuasi-monopolios de los grandes proveedores de servicios educativos (principalmente, las empresas de libros de texto) se verían seriamente socavados, pues estas empresas obsoletas en buena parte subsisten por contratos de exclusividad con las escuelas privadas.

Técnicamente, mucha más gente se vería impulsada a la era de Internet, pues la encontrarían necesaria para buscar recursos educativos gratis de alta calidad. Lo mejor de todo es que disminuiría un genuino microcosmos socialista en nuestra sociedad. Espero que un día se convierta en un recuerdo lejano de un pasado menos ilustrado.

 

 

Gennady Stolyarov II es actuario, ensayista filosófico independiente, compositor, matemático aficionado y editor jefe de Rational Argumentator y Progress of Liberty. El Sr. Stolyarov es autor de numerosas guías gratis de estudios sobre economía, matemática avanzada y ciencia actuarial y tiene el nivel más alto posible (Nivel de influencia 10) para un productor de contenidos en Associated Content. Ver sus vídeos en YouTube y los G + W Audio Broadcasts, una nueva serie de de conversaciones intelectuales de Stolyarov y su esposa, Wendy.

Published Mon, Jul 5 2010 5:50 PM by euribe