El aire fresco que sigue a la Revolución

Por Arthur A. Ekirch Jr. (Publicado el 7 de julio de 2010).

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4534.

[Libertarian Review, Mayo 1975]

                         

Murray Rothbard, célbre como autor libertario e historiador económico se ha embarcado, con la ayuda del historiador Leonard P. Liggio, en la ambiciosa tarea de escribir un estudio multivolumen de la historia de Estados Unidos. En nuestra era de profesionalización y especialización esto es evidentemente un empeño de los más complicados. La maestría en las obras secundarias, no digamos los materiales de origen primario, es más que suficiente para la obra de toda una vida. Así que las más largas y detalladas historias del pasado estadounidense ahora suelen ser obras conjuntas, a las que diferentes autores contribuyen con sus distintos volúmenes. El Profesor Rothbard y su editor esperan evidentemente que, sin sacrificar los patrones investigadores, su historia atraiga a la audiencia general. Este encomiable objetivo lo logra en parte el primer volumen de la serie proyectada (que se ocupa de las colonias americanas en el siglo XVII).

La aproximación narrativa de Rothbard, su estilo claro y comentarios frescos desde el punto de vista libertario interesará a muchos lectores. Sin embargo, pueden perderse en el gran detalle que el autor parece estimar necesario para convencer a sus colegas investigadores. Como estos últimos tienen cantidad de monografías a las que acudir, este crítico se ve algo decepcionado porque Rothbard no haya dado rienda suelta a su propia filosofía  para escribir un libro más sucinto, menos factual y más interpretativo siguiendo el modelo, por ejemplo de Rise of American Civilization, de Charles y Mary Beard. Muy sorprendentemente, a la vista del hecho de que la obra previa de Rothbard se extiende cobra las ciencias sociales y especialmente la economía, su historia se centra principalmente en la historia política estadounidense.

Sin embargo, dentro de este contexto de historia política narrativa, el autor ofrece más que un relato convencional de los orígenes coloniales americanos. América como Nuevo Mundo daba a los colonos la oportunidad “de experimentar una revolución, un soplo de aire fresco sobre la estancada estructura social”. La conquista británica de Irlanda en el siglo XVI estableció un modelo para la implantación de colonias americanas y la conclusión inglesa de que los “salvajes irlandeses” no eran más que eso, “salvajes”, apunta Rothbard, ofrecía “un significativo anticipo del tratamiento inglés al indio americano”. “El ácido limpiador del beneficio” permitió a los colonos resistir el incipiente feudalismo y monopolio de la tierra en sus nuevos asentamientos, pero las políticas monopolísticas británicas ayudaron a reforzar la úlcera de la esclavitud en Virginia y colonias hermanas.

En ambos lados del atlántico, la tradición whig de gobierno limitado resistía oponiéndose a los reyes Estuardo. Revueltas como la Rebelión de Bacon en 1676, fueran los que fueran los objetivos de Nathaniel Bacon, fueron en opinión de Rothbard significativamente libertarias. Sus simpatías recaen en quienes se opusieron a la autoridad: Bacon, Jacob Leisler, Roger Williams y los cuáqueros.

Siempre que alguna de las colonias americanas en el siglo XVII decidía iniciar una política de tiranía y persecución religiosa, el primer grupo en sufrirlo eran los desventurados cuáqueros; de todas las sectas, la menos devota a la idolatría de la iglesia o el estado.

En contraste con su admiración por los primeros disidentes americanos, Rothbard es uniformemente hostil a los puritanos de la Bahía de Massachussets, el Gobernador Andros y el Dominio de Nueva Inglaterra y a los autoritarios regímenes holandés e inglés en la provincia de Nueva York. Apunta el fracaso de varios intentos oficiales por imponer monopolios, subvencionar industrias o limitar el comercio. Los controles de precios y salarios máximos en Massachussets, aún citados hoy como precedentes a la planificación económica, demuestra Rothbard que fueron lúgubres fracasos que acentuaron la escasez tanto de trabajo como de bienes. También aporta la importante idea de que la clase mercantil no fue nunca monolítica o susceptible al simplificado análisis de posteriores historiadores marxistas. “Los mercaderes, o capitalistas”, escribe Rothbard, “siendo grupo particularmente móviles y dinámicos en la sociedad que podían prosperar en el libre mercado o tratar de obtener privilegios estatales, eran, por tanto, particularmente poco apropiados para un análisis de clase homogéneo”.

Rothbard es justificadamente crítico con agresiva “política de línea dura de victoria total” de Nueva Inglaterra en la Guerra del rey Felipe, una guerra en la que murió un 6% de los hombres en edad militar (cerca de mil hombres), la mitad de los pueblos de Nueva Inglaterra resultaron dañados y se gastó un total de 90.000 libras. La guerra significó, no sólo el virtual exterminio de los indios del área, sino también medidas represivas contra los blancos. En Massachussets, advierte Rothbard.

Todos los hombres arrojados de sus casas por los indios iban a ser reclutados automáticamente para labores militares en los lugares en que se refugiaban. Todo comercio con los indios no realizado por cuenta del gobierno estaba prohibido bajo pena de confiscación de toda la propiedad del comerciante. Y finalmente, ninguna persona en Massachussets podía abandonar su pueblote residencia sin obtener el permiso del comité militar local. No debería sorprender que algunos de los ciudadanos más inteligentes de Massachussets se empezar a preguntar quién era su enemigo, los indios o su propio gobierno.

Los ciudadanos de Massachussets podían contrastar estas represivas medidas de guerra con la situación de sus hermanos en Pennsylvania, que disfrutaban de los frutos pacíficos del justo acuerdo original de William Penn con los indios. También en Pennsylvania hubo un periodo único en 1688 en el que, sin gobernador o delegado del propietario residiendo allí, el pueblo “se entregó alegremente a un anarquismo que excluía impuestos, rentas del terreno y poder político”.

A la conclusión de esta importante obra, Rothbard apunta que las revoluciones que azotaron las colonias al final del siglo XVII fueron “en oposición a la tiranía, los altos impuestos, los monopolios y las restricciones impuestas por los distintos gobiernos”. No fueron “contra Inglaterra per se, sino contra la opresión del estado, dominado por el gobierno inglés”. Rothbard añade que “fracasaron sobre todo porque el poder inglés apoyó y reimpuso a los oligarcas locales”.

 

 

Arthur A. Ekirch Jr. (1915-2000) fue un destacado investigador de la historia intelectual estadounidense y profesor emérito de historia en la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY) en Albany. Ekirch fue un autor prolífico, que escribió 10 libros, docenas de artículos y más de 100 críticas de libros. The Decline of American Liberalism, su libro favorito y selección del Club del Libro Histórico, argumentaba que la idea de libertad empezó a desvanecerse en Estados Unidos con la Revolución Americana debido al desarrollo del nacionalismo y, más tarde, de la economía de producción en masa.

Este artículo apareció originalmente en Libertarian Review, Vol. 4 nº 5 (Mayo 1975), p. 1.

Published Wed, Jul 7 2010 7:36 PM by euribe