Jean-Baptiste Colbert y Luis XIV

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 8 de julio de 2001)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4540.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]

                 

Jean-Baptiste Colbert no fue investigador ni teórico, pero sabía con una firme convicción qué ideas le gustaban, y éstas eran las nociones mercantilistas que había impregnado durante generaciones el ambiente en Francia y el resto de Europa. Los logros de Colbert, actuando como zar económico del Rey Sol, fueron poner en práctica a gran escala este compendio de ideas mercantilistas. Colbert estaba convencido de que las ideas eran buenas, justas y correctas y creía fervientemente que todos los opositores estaban completamente equivocados, ya sea por ignorancia o por parcialidad por motivos personales y ruegos especiales.

Sus opositores, como empresarios que preferían la competencia o el libre comercio, eran estrechos, cortos de vista y egoístas; sólo él, Jean-Baptiste Colbert, tenía en cuenta los intereses a largo plazo de la nación y el estado-nación. Los mercaderes, repetía, eran pequeños hombres sólo con “pequeños intereses privados”.

Por ejemplo, aquéllos a menudo preferían la libertad de competir entre ellos, aunque el “interés público” y el “bien del estado” sea ver que todos los productos sean uniformes y fabricación y calidad. Por supuesto, aquí Colbert hablaba de los intereses conjuntos del estado (sus gobernantes y burocracia) y los cartelistas, cuyos todos intereses estaban en realidad en juego. Pero aunque el mito de lo “público” era, como siempre, una máscara para individuos y grupos particulares, sus intereses eran en realidad mucho más grandes que los de esos “pequeños” mercaderes individuales.

Las ideas mercantilistas de Colbert nos son familiares: fomentar y mantener las existencias de metales preciosos en el país para conseguir que vayan a las arcas del estado, prohibir la exportación de metales preciosos, cartelizar mediante altos estándares de calidad, subsidiar las exportaciones y restringir la importaciones hasta que Francia sea autosuficiente. Las ideas de Colbert sobre los impuestos eran las de casi todos los ministros de finanzas en todas partes, excepto en que estaban expresadas de más claramente y con mucha más candidez: “El arte de los impuestos”, decía, “consiste en desplumar al ganso para obtener la máxima cantidad de plumas con la menor cantidad de quejas”. No hay un resumen más drástico de los intereses intrínsecamente en conflicto del pueblo contra el estado. Desde el punto de vista del estado y sus gobernantes, el pueblo no era sino un ganso gigante al que había que desplumar de la forma más eficaz posible.

Además, puede verse en esta reveladora declaración de Colbert al rey que llenar las arcas del rey y el estado era la verdadera razón de las, por otra parte, absurdas teorías “metalistas” de los mercantilistas:

La regla universal de las finanzas debería ser siempre procurar, utilizando con todo el cuidado y toda la autoridad de Su Majestad, atraer dinero al reino para distribuirlo en todas las provincias para que paguen sus impuestos.

Como otros mercantilistas, Colbert adoptó calurosamente la “falacia de Montaigne” acerca del comercio. El comercio era guerra y conflicto. El comercio total en el mundo, el número total de barcos, la producción total de las fábricas, eran fijos. Una nación sólo podía mejorar su comercio, o su flota, o sus manufacturas privando a otra de esa cantidad fija. La ganancia de una nación debe ser la pérdida de otra. Colbert se ufanaba en el hecho de que el comercio de Francia estaba creciendo, supuestamente a costa de la miseria infligida a otras naciones. Cómo escribía Colbert a Luis XIV en 1669, “Este estado esta floreciendo no sólo en sí mismo, sino también por el perjuicio que ha infligido a todos los estados vecinos”.

En realidad, comercio y conquista no son similares, sino diametralmente opuestos. Cada parte de todo intercambio se beneficia, sea el intercambio entre naturales del mismo país o de distintos países. Las fronteras políticas no tienen nada que ver con la ganancia económica del comercio y los mercados. En cambio, la ganancia de un hombre sólo se consigue contribuyendo a la ganancia de algún otro, igual que ambas “naciones” (es decir, la gente que vive en ciertos países u otras áreas geográficas) se benefician mutuamente del comercio entre ellas. Sin embargo, las teorías de Colbert se integraron con una profunda hostilidad hacia todos los extranjeros, particularmente hacia naciones tan prósperas como Inglaterra y Holanda.

Como otros mercantilistas, Colbert detestaba la ociosidad de otros y buscaba obligarles a trabajar por la nación y el estado. Todos los vagabundos debían ser expulsados del país o enviados a trabajaos forzados como esclavos en las galeras. Las vacaciones debían reducirse, para que la gente trabajara más duro.

Colbert fue especial entre los mercantilistas por tener especial cuidado en mantener bajo control del estado a vida intelectual y artística de la nación. El objetivo es asegurarse de que el arte y la intelectualidad servían para glorificar al rey y sus obras. Se gastó una enorme cantidad de dinero en palacios y chetaux para el rey, siendo la más fantástica las cuales las 40 millones de libras en el gran palacio aislado de Versalles.

Durante el periodo de Colbert, se gastaron unos 80 millones de libras en edificios reales. Además, Colbert movilizó a artistas e intelectuales en academias y los apoyó con concesiones y proyectos públicos. La Academia Francesa, creada poco antes por un grupo semiprivado sin influencia, fue nacionalizada por Colbert y puesta al cargo de la lengua francesa. La Academia de Pintura y Escultura, fundada bajo Mazarino y con un monopolio legal en la formación artística, fue reforzada por Colbert, que impuso estrictas regulaciones a estos artistas para que su obra fuera apropiada y disciplinada y siempre al servicio del rey. Colbert fundó una academia de arquitectura para trabajar en edificios reales e inculcar los principios arquitectónicos adecuados.

Tampoco la música ni el teatro se salvaron del gobierno integral de Colbert. Colbert prefería la ópera italiana al ballet francés, así que condenó a este último ara beneficiar la importación italiana. En 1659, Pierre Perrin compuso la primera ópera francesa y así, una década después, Colbert le confirió un monopolio de todos los derechos de representación musical. Sin embargo, Perrin era un mal gestor y quebró. En prisión por sus deudas, Perrin vendió su monopolio a Jean Batiste Lulli, un músico y compositor italiano. A Lulli se le había concedido el derecho a formar la Real Academia de Música y hacía falta su permiso para cualquier actuación musical con más de dos instrumentos.

Igualmente, Colbert creó un monopolio teatral. En 1673 obligó a unirse a dos teatros existentes: cuando se obligó a unírseles a una tercera compañía, se formó la Comédie française en 1680. Se otorgó un monopolio de todas las representaciones dramática en París a la Comédie française y éste estaba sujeta a una rígida regulación y control estatal y ayudada por fondos del estado.

Con las regulaciones y el monopolio llegaron el subsidio y la subvención. Pensiones, concesiones, nombramientos secretos de servidores del rey, nombramientos lucrativos como artistas del rey, exenciones fiscales o de la ira de los acreedores, todo esto se derramó sobre las artes. Do forma similar se actuó con el teatro, escritores, científicos, historiadores, filósofos, matemáticos y ensayistas. Todas las formas de largueza se derramaron sobre ellos desde el estado. Fue la subvención la que eclipsó cualquier donación nacional contemporánea a las humanidades o la financiación de la ciencia nacional. La generosidad acabó realmente con cualquier tipo de independencia que pudieran haber tenido los intelectuales franceses. La mente de toda una nación se había corrompido al servicio del estado.

¿Qué tipo de hombre era entonces este gran burócrata que desdeñaba los intereses de los simples individuos y mercaderes como pequeños y estrechos, que siempre presumía de hablar y actuar por el interés “nacional” e incluso “público”?

Jean-Baptiste Colbert había nacido en Reims, en una familia de mercaderes. Su padre Nicolas, compró una pequeña oficina pública en París; su más influyente tío, Odart Colbert, era un banquero-mercader de éxito. Jean-Baptiste fue un joven sin educación, pero su tío conocía a un banquero del Cardenal Mazarino. Lo que era aún más importante, uno de los hijos de Odart se casó con la hija de un importante funcionario público, Michel Le Tellier. El tío Odart le consiguió al joven Colbert un empleo trabajando para Le Tellier, que acababa de ser nombrado para el puesto de secretario de estado para asuntos militares. Había empezado el servicio de Colbert en la alta burocracia francesa, que duraría toda su vida. Después de siete años en este puesto, Colbert se casó con Marie Charon, después de obtener del padre de ésta, un rico funcionario de banca, una importante exención fiscal.

Colbert se convirtió pronto en consejero de estado y uno de los principales colaboradores del Cardenal Mazarino. Poco después de la muerte de Mazarino, Colbert ascendió hasta convertirse en el jefe económico virtual de Luis XIV, manteniendo su categoría hasta su muerte.

Frío, seco e implacable, “un hombre de mármol”, como fue llamado por un contemporáneo, Jean-Baptiste Colbert tenía aún así ingenio para dedicarse a la adulación sin límites y al humillante servicio personal de su real patrono. Así, Colbert escribió con ocasión de una victoria militar: “Uno debe, Sire, permanecer en silencioso pasmo y dar gracias a Dios todos los días por habernos hecho nacer en el reino de un rey como Su Majestad”.

Ningún servicio al Rey Sol era demasiado humillante. Colbert buscaba los cisnes perdidos del rey, le proporcionaba sus naranjas favoritas, organizaba los nacimientos de los hijos ilegítimos del rey y llevaba joyas a doncellas en nombre de éste. La filosofía personal de Colbert se resume mejor en su consejo a su querido hijo, Seignelay, sobre cómo prosperar en el mundo. Le dijo a su hijo que “el fin principal que debía fijarse es ser agradable al rey, debía trabajar con empeño, durante toda su vida para saber que podría agradar a Su Majestad”.

Colbert fue bien recompensado por su duro trabajo y abyecta adulación al servicio del rey. Aparentemente sólo los intereses de los mercaderes y ciudadanos individuales eran estrechos y “mínimos”. Colbertg tuvo poca dificultad para identificar las plumas lucrativas de su propio nido con el “interés público”, la gloria nacional y la riqueza común. Un chorro de oficios, beneficios, pensiones y concesiones fluía hacia sus arcas desde el siempre agradecido rey. Además, Colbert recibió bonus especiales o “gratificaciones” del rey; así, en una orden de febrero de 1769, Colbert recibió un gratificación de no menos de 400.000 libras. La suma total que llegó a las arcas de Colbert fue inmensa, incluyendo terrenos y sobornos para subvenciones y exenciones de cabilderos agradecidos e intereses económicos. En total, amasó al menos 10 millones de libras, sin duda algo notable, pero no al enorme nivel del botín de Cardenal Mazarino como primer ministro.

Colbert también ayudó a su extensa familia. Hermanos, primos, hijos e hijas de Colbert fueron colmados de favores y se convirtieron en obispos, embajadores, jefes militares, intendentes y abades de importantes conventos. A la familia de Colbert sin duda le fue bien haciendo el “bien” a favor del soberano y el “interés público” de Francia.

Después de la muerte de Colbert en 1683, sus sucesores bajo Luis XIV desarrollaron y fortalecieron la política de colbertismo. Los aranceles protectores aumentaron mucho, las importaciones de distintos bienes se limitaron a puertos concretos, se fortalecieron las regulaciones de calidad y decayeron las innovaciones por la protección del status quo industrial y laboral. El colbertismo se había enquistado en la economía política francesa.

 

 

Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.

Published Fri, Jul 9 2010 4:28 PM by euribe

Comments

# Luis XIV: El apogeo del absolutismo

Tuesday, July 27, 2010 6:05 PM by Mises Daily en español

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 15 de julio de 2010) Traducido del inglés. El artículo