¿La prosperidad, estrangulada por el oro?

Por William Graham Sumner (Publicado el 12 de julio de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4548.

[En este ensayo de 1896, Sumner se ocupa de los argumentos de los partidarios del bimetalismo y en su lugar defiende un patrón oro]

                 

Algunas de las falacias sobre la plata las realizó Mr. St. John en su discurso ante la convención de la plata con tal precisión que sus palabras ofrecen una oportunidad favorable para ocuparse de ellas.

Dice que “entre los primeros principios de las finanzas está el de que el valor de cada dólar, expresado en precios, depende del número total de dólares en circulación”. No existe ese principio financiero como aquí se ha formulado. Los bimetalistas, tanto los más pequeños como los más grandes, han abusado de la “doctrina cuantitativa” de la moneda y como mínimo está abierta a grandes dudas.

Cuando los dólares en cuestión son dólares de alguna moneda de cuenta que pueda circular más allá del territorio del Estado en que se emiten, la doctrina cuantitativa no puede ser cierta dentro de ese territorio. De paso, puede notarse que esta es la razón por la que ningún plan de la gente de la plata de manipular precios en estados Unidos pueda tener éxito. Oro y plata pueden exportarse e importarse  hasta que sus valores sean conformes a los del resto del mundo y los precios fijados en uno y otra se ajustarán a los del mundo, después de que se haya soportado todo el problema y desperdicio y pérdida de traducirlos dos o tres veces.

Sin embargo, la doctrina cuantitativa significa que el valor de la moneda es una cuestión de oferta y demanda y todo el mundo sabe que doblar y dividir por la mitad la oferta no divide por la mitad o dobla el valor o tiene cualquier otro efecto que sea simple y directo. Si tuviera ese efecto, la especulación no sería tal y como es.

Mr. St. John continúa argumentando que nuestra población aumenta en dos millones cada año, por lo que necesitamos más dólares, que la producción de oro no provee el suficiente para atender esta necesidad y que, por tanto, los precios caen. Esta argumentación es muy simplista: prosperidad y adversidad se incluyen en un silogismo de tres líneas.

Pero si queremos evitar la caída de precios acuñando plata, debe añadirse la plata al oro que tenemos. Precios “altos” y “bajos” son sólo términos relativos. Significan más altos y más bajos que en otro tiempo y lugar: más altos y más bajos de lo que estamos acostumbrados. Si la miseria depende de que el grano se venda a diez centavos, se nos aconseja que dividamos los centavos en dos y tendremos el grano a veinte céntimos y prosperidad. El grano no se alterará en su valor en oro o fuera de Estados Unidos y, como todas las demás cosas aumentará al mismo tiempo y de la misma manera, sin que su valor en otras cosas se vea alterado por esta operación.

Cuando nos acostumbremos al grano a veinte centavos nos parecerá tan bajo y tan “duro para el deudor” como ahora nos parece el grano a diez centavos. Entonces podemos dividir por diez y conseguir grano a dos dólares, añadiendo una acuñación libre de cobre. Cuando nos acostumbremos a ella, no estaremos más satisfechos. Entonces podemos hacer dólares de papel y acuñarlos sin límite. Entonces el grano a millón de dólares no será tan amargo como objeto de queja como ahora no es el grano a diez centavos. El hecho de que la gente esté descontenta no es un argumento para nada.

El hecho de que los precios sean bajos ha sido objeto de  quejas sociales y agitación política en Estados Unidos. Los precios han sufrido una agitación desde 1850. Subieron hasta alrededor de 1872. Han caído de nuevo. Están más bajos de lo que estuvieron en lo alto de la ola en todo el mundo. Este hecho, cuya explicación resultaría una labor complicada para estadísticos y economistas expertos, es un asunto de fácil interpretación y solución en mítines políticos y arengas populares y se propone adoptar medidas violentas y portentosas basándose en las ideas frívolas actuales sobre ello.

¿Qué diferencia hay si el “plano” de los precios es alto o bajo? Si el grano está a cuarenta centavos el bushel y la tela a veinte centavos la yarda, un bushel compra dos yardas. Lo mismo pasa con todo. Entonces, si ha habido una caída general y ése es el supuesto motivo de queja, ni los granjeros ni ninguna otra clase ha sufrido por ello.

Es indudablemente cierto que un periodo de precios en aumento estimula la energía y la empresa. Lo hace incluso cuando, a pesar de que todos los factores se conocen bien, pueda descubrirse que el capital realmente se consume en sucesivos periodos de producción. La caída de precios desanima a las empresas, aunque, si todos los hechos se conocieran fondo, pudiera descubrirse que el capital se estaba acumulando en sucesivos periodos de producción.

También es cierto que una depreciación en la moneda de cuenta, mientras se produce, estimula las exportaciones y restringe las importaciones.

¿Pero quién puede decir cómo hacer para que los precios siempre suban, salvo bajo una constante e ilimitada inflación? ¿Quién pude decir cómo vamos a evitar fluctuaciones en precios o eliminar los elementos de contingencia, riesgo, previsión y especulación?

También es verdad que, aunque los precios altos o bajos son indiferentes en cualquier momento, el cambio de unos a otros, de una periodo de tiempo a otro, afecta a la carga de los contratos en vigor. Los hombres firman contratos en dólares, no en lo que valen los dólares. Vender a largo o a corto es una cosa, prestar es otra.

Prestamistas y prestatarios un nunca se garantizan entre sí el valor adquisitivo de los dólares en un momento futuro. Si los contratos se complicaran así, se harían imposibles. Entre 1850 y 1872 los deudores no se quejaron y los acreedores nunca pensaron hincar protestas para hacer que las deudas subieran. Ahora los deudores demandan se les permita jugar a “cara, gano yo; cruz, pierdes tú” y Mr. St. John y otros nos dicen que tienen los votos para hacerlo, como si eso importara en el foro de la discusión.

Un aumento de la población no provoca un aumento en la necesidad de dinero. Puede provocar lo contrario. Si la población se hace más densa en un área concreta, una mejor organización puede hacer necesario menos dinero. Si se extienden los ferrocarriles y otros medios de comunicación, se ahorra dinero. Si se multiplican los bancos y otras instituciones de crédito y si las operaciones de crédito se facilitan mediante garantía pública, buena administración legal, etc., se necesita menos dinero.

Si estos cambios se producen al mismo tiempo que aumenta la población (y ése es sin duda el caso de Estados Unidos), ¿quién puede decir si el resultado neto es hacer necesaria más o menos moneda? Nadie, y toda afirmación acerca de la materia es injustificada e irresponsable.

Si fuera cierto que un aumento de dos millones de población requiere más dólares, ¿cómo sabe alguien si la actual producción de oro es adecuada para cumplir con el nuevo requerimiento o no? La afirmación es aritmética. Dice que dos cantidades no son iguales entre sí.

La primera cantidad es el aumento de la moneda reclamado por los dos millones de personas más. ¿Cuánto más se necesita? Nadie los  sabe y no hay forma de saberlo. Los hombres de la plata han puesto cifras de vez en cuando, pero éstas no se basan en nada y son simples afirmaciones sin fundamento.

La segunda cantidad es la de nuevo oro anualmente disponible para acuñación en Estados Unidos. ¿Cuánto es? Nadie lo sabe, porque si se intenta definirlo, se descubre que en realidad no se tiene ni idea. El pueblo de Estados Unidos compra y acuña tanto oro como quiere en cada momento.

Por tanto se dice que hay dos cosas que son distintas entre sí, cuando nadie sabe cuánto mayor es una de ambas. ¿Cuánta hojalata es necesaria anualmente para el aumento de nuestra población? ¿La producen las minas? Nadie lo sabe ni se lo pregunta. Las minas producen y la gente compra, lo que quieren. Pasa lo mismo con el oro.

Así que descubrimos que Mr. St. John empieza con una doctrina insostenible, luego afirma una relación que no existe entre población y la necesidad de dinero, después supone que esta necesidad es mayor que la cantidad de nuevo oro producido, aunque ni él no nadie más sabe lo grande que es cada una de estas cantidades.

Esta es la argumentación con la que pretende demostrar que los precios son reducidos y la miseria la produce el patrón oro único. Es la argumentación habitual de la gente de la plata. Ningún paso mercería examinarse. La conclusión de que debemos restaurar la libre acuñación de plata para escapar de este estrangulamiento de la prosperidad se cae por su propio peso.

 

 

William Graham Sumner fue uno de los padres fundadores de la sociología estadounidense. Aunque se formó para ser clérigo episcopaliano, Sumner fue a enseñar a la Universidad de Yale, donde escribió sus obras más influyentes. Sus intereses incluían política monetaria y arancelaria y críticas al socialismo, las clases sociales y el imperialismo..

Published Mon, Jul 12 2010 10:05 PM by euribe