¡Levantaos, campesinos! Los croquants del siglo XVII

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 22 de julio de 2001)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4572.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]

Los reyes franceses del siglo XVII y sus subordinados no impusieron una carga acelerada de absolutismo sin provocar una oposición grave, profunda y continua. De hecho, hubo repetidas rebeliones de grupos de campesinos y nobles en Francia de la década de 1630 a la de 1670. En general, el foco de descontento y levantamientos fueron los aumentos de impuestos, así como las pérdidas de derechos y privilegios. También hubo rebeliones similares en España a mediados de siglo y el la autocrática Rusia a lo largo de todo el siglo XVII.

Consideremos, por ejemplo, las quejas de los campesinos en la primera gran rebelión francesa del siglo XVII, la revuelta de los croquants (literalmente, los “crujientes”) en 1636 en el suroeste francés. La rebelión de los croquants se precipitó por una repentina subida de impuestos directos a los campesinos a casi el doble para obtener fondos para la guerra contra España. El intendant La Force, enviado a investigar los disturbios, informó de los agravios y demandas de los campesinos. Los campesinos se centraron en los aumentos eternos y acelerados en los impuestos. Apuntaban que en el reinado de Enrique IV se habían recaudado más impuestos que en todos los reinados previos de la monarquía juntos y que en sólo dos años del reinado del Luis XIII habían pagado más que en todos los años de Enrique IV.

Los campesinos también protestaban porque los recaudadores reales se llevaban su ganado, ropas y herramientas, sólo para cubrir los gastos de aplicación, de forma que el principal de la deuda fiscal nunca podía reducirse. El resultado era la ruina. Privados de sus medios de trabajo, los campesinos se habían visto forzados a dejar a sus campos en barbecho e incluso a abandonar sus tierras tradicionales y pedir pan. En una carta a su superior, La Force se siente obligado a apoyar sus quejas: “No es, Monseñor, que no esté afectado, por sentimientos naturales, con una muy gran compasión cuando veo la extraordinaria pobreza en la que vive esta gente”.

Los campesinos alegaban que no eran subversivos: estaban dispuestos a pagar los viejos impuestos tradicionales, una vez que se derogaran los aumentos recientes. Sólo deberían imponerse nuevos impuestos en emergencias extremas y entonces sólo por los estados generales (que no se habían reunido desde 1615 y no se volverían a reunir hasta las vísperas de las Revolución Francesa). Como súbditos engañados en todo tiempo y lugar, los campesinos echaban la culpa de sus males, no al propio rey, sino a sus malvados y tiránicos ministros, que habían descarriado a la monarquía. Los campesinos insistían en que habían tenido que rebelarse con el fin de que “sus lamentos llegaran a los oídos del propio Rey y no sólo a los de sus Ministros, que tan mal le aconsejan”. Sea el gobernante un rey o un presidente, le conviene mantener su popularidad desviando las protestas y la hostilidad hacia consejeros o primeros ministros que le rodean.

Pero a pesar de esta desafortunada limitación, los croquants no tenían la idea y el ingenio sobre el mito del “interés público” aportado por los ministros reales. Las “necesidades del estado”, declaraban los campesinos, eran sólo un “pretexto para enriquecer a unas pocas personas privadas”, los odiados granjeros recaudadores, que habían comprado a la Corona el privilegio de recaudar impuestos que luego iban a sus bolsillos, y las “criaturas del hombre que gobierna el estado”, es decir, Richelieu y su séquito. Los campesinos pedían la abolición de las pensiones a los cortesanos, así como los salarios de todos los funcionarios recientemente creados.

Al año siguiente, 1637, los croquants de la vecina región del Périgord se levantaron en rebelión. Dirigiéndose al Rey Luis XIII, la comunidad de Périgord, expusieron sus razones para la revuelta: “Sire (…) hemos dado un paso inusual en la forma en que hemos expresado nuestros agravios, pero es sólo para que nos pueda escuchar Vuestra Majestad”. Su principal agravio era contra los granjeros y funcionarios recaudadores, que “han enviado entre nosotros a mil ladrones que comen la carne del pobre agricultor hasta los mismos huesos, y son ellos quienes les han forzado a tomar las armas, cambiando sus arados por espadas, con el fin de pedir justicia a Vuestra Majestad o si no a morir como hombres”.

Sacudida por la rebelión, la Corona organizó a sus fieles servidores. El impresor real, F. Mettayer, publicó una declaración de los “habitantes del pueblo de Poitiers, denunciando a la “sediciosa” comunidad del Périgord. Los hombres de Poitiers declaraban que “Sabemos, como cristianos y franceses leales, que la gloria de los Reyes es ordenar, mientras que la gloria de los súbditos, sean quienes sean, es obedecer con toda humildad y dispuesta sumisión (…) siguiendo la expresa orden de Dios”. Todo el pueblo de Francia sabe que el rey es la vida y el alma del estado. El rey está directamente guiado por el Espíritu Santo y además, “por las decisiones suprahumanas de nuestra mente real y los milagros realizados en vuestro feliz reinado, percibimos plenamente que Dios sostiene vuestro corazón en su mano”. Por tanto, sólo hay una explicación para la rebelión, concluían los leales de Poitiers: los rebeldes debían ser herramientas de Satán.

No todos los católicos estaban de acuerdo, ni siquiera el clero católico de Francia. En 1639, estalló una rebelión armada en Normandía, basándose en dos demandas: una oposición a los impuestos opresivos y una reclamación de autonomía Normanda frente la régimen centralizado de París. Fue un movimiento interclasista de los relativamente pobres, agrupados juntos en un “ejército de sufridores”, que se llamaban a sí mismos los Nu-Pieds (los descalzos) después de que los salineros de de la región de Avranches al suroeste de la Normandía, que andaban descalzos sobre la arena. El general del ejército era un figura mítica llamada Jean Nu-Pieds; el directorio real del ejército consistía en cuatro sacerdotes  del área de Avranches, cuyo líder era el Padre Jean Morel, párroco de Saint-Gervais. Morel se llamaba a sí mismo “Coronel Dunas”, pero era un poeta-propagandista al tiempo que un jefe del ejército. En su “manifiesto del Inconquistable Alto Capitán Jean Nu-Pieds, General del Ejército de los sufridores”, dirigido contra los “hombres enriquecidos por los impuestos”, el Padre Morel escribía:

Y yo, ¿dejaré a un pueblo languidecer

Bajo la bota de la tiranía y permitiré a un grupo de extranjeros [no normandos]

Oprimir a este pueblo diariamente con sus impuestos al campo?

La referencia a los “extranjeros” demuestra la continua fortaleza del particularismo, o movimiento nacional separatista en Francia, en este caso en Normandía. Los movimientos normandos y croquants se levantaban contra el imperialismo centralizador parisino impuesto sólo recientemente sobre naciones independientes o autónomas tanto como contra los propios impuestos altos.

 

 

Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.

Published Wed, Jul 28 2010 11:58 PM by euribe