La historia del capitalismo

Por Ludwig von Mises (Publicado el 30 de julio de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4599.

[Este artículo está extraído del capítulo 21 de La acción humana]

                 

La historia del capitalismo como ha operado en los últimos doscientos años en el ámbito de la civilización occidental es el registro de un constante aumento en el nivel de vida de los asalariados. El marco propio del capitalismo es la producción en masa dirigida al consumo en masa dirigida por los individuos más activos y previsores, buscando infatigablemente la mejora. Su fuerza motriz es la búsqueda del beneficio, cuya instrumentalizad obliga constantemente al empresario a ofrecer a los consumidores más productos, mejores y más baratos. Un exceso de ganancias sobre pérdidas puede aparecer sólo en una economía en progreso y sólo en el grado en que se mejore el nivel de vida de las masas. Así que el capitalismo es el sistema bajo el cual se incita a las mentes más agudas y ágiles a promover a través del máximo de sus habilidades el bienestar de los muchos rezagados.

En el campo de la experiencia histórica es imposible no recurrir a las mediciones. Como el dinero no es una vara de medir valores o satisfacción de deseos, no puede aplicarse para comparar el nivel de vida de la gente en distintos periodos de tiempo. Sin embargo, todos los historiadores cuyo juicio no se ha visto nublado por preconcepciones románticas están de acuerdo en que la evolución del capitalismo ha multiplicado el equipamiento de capital a una escala que excede con mucho el aumento sincrónico de las cifras de población. El equipamiento de capital tanto per cápita de la población total como per cápita de los capaces de trabajar es inmensamente mayor hoy que hace cincuenta, cien o doscientos años. Al mismo tiempo ha habido un tremendo aumento en la cuota que los asalariados reciben de la cantidad total de productos fabricados, un cantidad que es en sí misma mucho mayor que la del pasado.

El consiguiente aumento en el nivel de vida de las masas es milagroso comparado con el condiciones de las eras pretéritas. En esos alegres viejos días, incluso la gente más rica llevaba una existencia que debe calificarse de morigerada en comparación con el nivel medio de trabajador estadounidense o australiano de nuestro tiempo. El capitalismo, dice Marx, repitiendo sin pensar los cuentos de los panegiristas de la Edad Media, tiene una inevitable tendencia a empobrecer cada vez más a los trabajadores. La verdad es que el capitalismo ha derramado en cuerno de la abundancia sobre las masas de asalariados, que frecuentemente hicieron todo lo que pudieron por sabotear la adopción de esas innovaciones que hicieron su vida un poco más agradable. ¡Qué incómodo se vería un trabajador estadounidense si se le obligara a vivir en la mansión de un señor medieval y echar de menos las instalaciones sanitarias y otros aparatos que simplemente da por sentados!

La mejora en su bienestar material ha cambiado la valoración del ocio por parte de los trabajadores. Mejor dotados con los placeres de la vida como está, pronto llega al punto en que considera cualquier mayor incremento en la desutilidad del trabajo como un mal que ya no compensa el esperado incremento en la gratificación mediata del trabajo. Esta dispuesto a acortar las horas de trabajo diario y a evitar a su mujer e hijos el esfuerzo y el problema del empleo remunerado. No es la legislación laboral ni la presión de los sindicatos la que ha acortado las horas de trabajo y sacado de las fábricas a las mujeres casadas y niños: es el capitalismo, que ha hecho tan próspero al asalariado que es capaz de adquirir más tiempo libre para él y los suyos. La legislación laboral del siglo XIX en general no consiguió nada más que proveer una ratificación legal de cambios que la interacción de los factores del mercado ya había generado previamente. En la medida en que a veces iba por delante de la evolución industrial el rápido avance en la riqueza pronto hizo de nuevo correctas las cosas. En la medida en que a veces las supuestas leyes a favor del trabajador decretaban medidas que no eran meramente la ratificación de cambios ya efectuados o la anticipación de cambios esperados en un futuro inmediato, dañaban los intereses materiales de los trabajadores.

El término “ganancias sociales” induce completamente a error. Si la ley fuerza a los trabajadores que prefieran trabajar 48 horas a la semana a no rendir más de 40 horas de trabajo, u obliga a los empresarios a incurrir en ciertos gastos en beneficio de los empleados, no favorece a los trabajadores a costa de los empresarios. Sean cuales sean las provisiones de una ley de seguridad social, su incidencia acaba recayendo en el empleado, no en el empresario. Afectan al importe de los salarios netos: si aumentan el precio que el empresario ha de pagar para una unidad de rendimiento por encima del tipo potencial del mercado, crean desempleo institucional. La seguridad social no impone a los empresarios gastar más para comprar trabajo. Impone a los asalariados una restricción referida al gasto de su ingreso total. Recorta la libertad del trabajador para disponer su hogar de acuerdo con sus propias decisiones.

El que ese sistema de seguridad social sea una política buena o mala es esencialmente un problema político. Podemos tratar de justificarlo declarando que los asalariados no tienen el conocimiento y la fortaleza moral para proveerse espontáneamente su propio futuro. Pero entonces no es fácil silenciar las voces de quienes preguntan si no es paradójico confiar el bienestar de la nación a decisiones de votantes a quienes la propia ley les considera incapaces de manejar sus propios asuntos, si no es absurdo hacer a ese pueblo supremo en la dirección de un gobierno que necesita manifiestamente un guardián que impida que gasten su propio dinero locamente. ¿Es razonable asignar pupilos el derecho a elegir a sus guardianes? No es casual que Alemania, el país que inauguró el sistema de seguridad social, fuera la cuna de ambas variedades de desprecio por la democracia, la marxista y la no marxista.

 

 

Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído del capítulo 21 de La acción humana

Published Fri, Jul 30 2010 9:24 PM by euribe