La imprimación ideológica del pensamiento

Por Ludwig von Mises (Publicado el 11 de agosto de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4538.

[Extraído del capítulo 7 de Teoría e historia]

A partir del supuesto conflicto irreconciliable de intereses de clase, Marx deduce su doctrina  de la imprimación ideológica de las ideas. En una sociedad de clases el hombre es intrínsecamente incapaz de concebir teorías que son un descripción sustancialmente auténtica de la realidad. Como su afiliación de clase, su ser social, determina sus pensamientos, los productos de su trabajo intelectual están ideológicamente manchados y distorsionados. No son verdades, sino ideologías. Una ideología, en el sentido marxista del término es una falsa doctrina que, sin embargo, precisamente por su falsedad, sirve a los intereses de clase a la que pertenece su autor.

Aquí podemos prescindir de muchos aspectos de esta doctrina ideológica. No necesitamos refutar de nuevo la doctrina del polilogismo, de acuerdo con la cual la estructura lógica de la mente difiere entre los miembros de las distintas clases.[1] Podemos por tanto admitir que la principal preocupación de un pensador es exclusivamente promover los intereses de su clase aun cuando éstos choquen con sus intereses como individuo. Podemos finalmente abstenernos de cuestionar el dogma de que no existe la búsqueda desinteresada de la verdad y el conocimiento y de que toda investigación humana  está guiada exclusivamente por el fin práctico de ofrecer herramientas mentales para la acción con éxito. La doctrina de la ideología seguiría siendo insostenible aun cuando todas las objeciones irrefutables que pueden presentarse desde el punto de vista de estos tres aspectos puedan rechazarse.

Sea lo que sea lo que uno pueda pensar de lo adecuado de la definición pragmática de la verdad, es evidente que al menos una de las marcas características de una teoría verdadera es que la acción basada en ella tenga éxito en lograr los resultados esperados. En este sentido, la verdad funciona, mientras que la no verdad no funciona. Precisamente si suponemos, de acuerdo con la marxistas que el fin de teorizar es siempre el éxito en la acción, debemos hacernos la pregunta de por qué y cómo una teoría ideológica (es decir, en sentido marxista, algo falso) debería ser más útil para una clase que una teoría correcta.

No hay duda de que el estudio de la mecánica viene motivado, al menos hasta cierto punto, por consideraciones prácticas. La gente quiere hacer uso de teorías de mecánica para resolver distintos problemas de ingeniería. Fue precisamente la búsqueda de estos resultados prácticos la que les impulsó s buscar una ciencia correcta de la mecánica, no una mera ciencia ideológica (falsa). No importa cómo se vea, no hay forma de que una teoría falsa pueda servir a un hombre o una clase o a toda la humanidad mejor que una teoría correcta. ¿Cómo llegó Marx a enseñar una doctrina así?

Para responder a esta pregunta debemos recordar el motivo que impelía a Marx en todas sus aventuras literarias. Le guiaba una pasión: luchar por la adopción del socialismo. Pero era completamente consciente de su incapacidad de oponerse a cualquier objeción razonable de la devastadora crítica de los economistas a todos los planes socialistas. Estaba convencido de que el sistema de doctrina económica desarrollado por los economistas clásicos era inexpugnable y seguía siendo consciente de las serias dudas que los teoremas esenciales de este sistema ya habían aparecido en algunas mentes. Como su contemporáneo John Stuart Mill, creía que “no hay nada que quede en las leyes del valor para que aclaren escritores presentes o futuros: la teoría del asunto está completa”.[2] Cuando en 1871 las obras de Carl Menger y William Stanley Jevons iniciaron una nueva época en los estudios económicos, la carrera de Marx como escritor sobre problemas económicos había llegado virtualmente a su fin. El primer volumen de Das Kapital se había publicado en 1867, al manuscrito de los siguientes volúmenes le quedaba mucho. No hay indicios de que Marx entendiera nunca el significado de la nueva teoría.

Las enseñanzas económicas de Marx son esencialmente una repetición confusa de las teorías de Adam Smith y, sobre todo, de Ricardo. Smith y Ricardo no tuvieron ninguna oportunidad de refutar las doctrinas socialistas, pues sólo se expusieron después de sus muertes. Así que Marx les dejó en paz. Pero aireó toda su indignación contra sus sucesores, que habían tratado de analizar críticamente los planes socialistas. Les ridiculizaba llamándoles “economistas vulgares” y “sicofantes de la burguesía”. Y como le resultaba imperativo difamarlos, concibió su idea de la ideología.

Estos “economistas vulgares” eran constitucionalmente incapaces de descubrir la verdad, a causa de su trasfondo burgués. Lo que produce su razonamiento sólo puede ser ideológico, es decir, tal y como empleaba Marx el término “ideología”, una distorsión de la verdad al servicio de los intereses de clase de la burguesía. No hay necesidad de refutar su cadena de argumentos mediante razonamiento discursivo y análisis crítico. Basta con desenmascarar su trasfondo burgués y por el tanto el carácter necesariamente “ideológico” de sus doctrinas. No tiene razón porque son burgueses. Ningún proletario puede atribuir importancia alguna a sus especulaciones.

Para ocultar el hecho de que esta idea se inventó expresamente para desacreditar a los economistas, era necesario elevarla a la dignidad de una ley general epistemológica válida para todas las épocas y todas las ramas del conocimiento. Así la doctrina de la ideología se convierte en el núcleo de la epistemología marxista. Marx y todos sus discípulos concentraron sus esfuerzos en la justificación y ejemplificación de esta improvisación. No achicaron ante el absurdo. Interpretaron todos los sistemas filosóficos, las teorías físicas y biológicas, toda la literatura, la música y el arte desde el punto de vista “ideológico”. Pero, por supuesto, no fueron lo suficientemente coherentes como para asignar a sus propias doctrinas un carácter meramente ideológico. Los principios marxistas, deducían, no son ideologías. Sin la muestra del conocimiento de la futura sociedad sin clases que, liberada de las trabas de los conflictos de clase, estará en disposición de concebir un conocimiento puro, no manchado por imperfecciones ideológicas.

Así que podemos entender los motivos timológicos que llevaron a Marx a esta doctrina de la ideología. Aún así, esto no responde a la cuestión de por qué una distorsión ideológica de la verdad  debería ser más ventajosa para los intereses de una clase que una doctrina correcta. Marx nunca se atrevió a explicarlo, probablemente consciente de que cualquier intento le enredaría en un embrollo irresoluble de absurdos y contradicciones.

No hace falta destacar lo ridículo de pretender que una doctrina ideológica física, química o terapéutica pueda ser más ventajosa para una clase o individuo que una correcta. Podemos pasar en silencia las declaraciones de los marxistas en relación con el carácter ideológicos de las teorías desarrolladas por los burgueses Mendel, Hertz, Planck, Heisenberg y Einstein. Basta con analizar el supuesto carácter ideológico de la economía burguesa.

Tal y como lo veía Marx, su trasfondo burgués impulsaba a los economistas clásicos a desarrollar un sistema del que debía deducirse una justificación de las pretensiones injustas de los capitalistas explotadores. (En esto se contradice a sí mismo, pues deduce del mismo sistema justo las conclusiones opuestas). Estas teorías de los economistas clásicos a partir de las que podía deducirse la aparente justificación del capitalismo eran las teorías que Marx atacaba más furiosamente: que la escasez de los factores materiales de producción de los que depende el bienestar del hombre es para el ser humano una condición inevitable y dada por la naturaleza; que ningún sistema de organización económica de la sociedad podría crear un sistema de abundancia en el que a todos se les pudiera dar de acuerdo con sus necesidades; que la recurrencia de periodos de depresión económica no es propia de la misma operación de una economía de mercado intervenida, sino, por el contrario, el resultado necesario  de que el gobierno intervenga en los negocios con el objetivo espurio de rebajar el tipo de interés y crear un auge empresarial mediante la inflación y la expansión del crédito.

Pero, debemos preguntarnos, ¿para qué les valdría a los capitalistas, desde el mismo punto de vista marxista, una justificación del capitalismo? Ellos mismos no necesitarían ninguna justificación para un sistema que, de acuerdo con Marx, aunque engañe a los trabajadores, a ellos les beneficia.  No necesitan apaciguar sus propias conciencias pues, de nuevo según Marx, las clases no tienen escrúpulos en la búsqueda de sus propios intereses egoístas de clase.

Desde el punto de vista de la doctrina marxista tampoco es factible suponer que lo que ofrecía la teoría ideológica, originada por una “falsa conciencia” y por tanto distorsionadora de del verdadero estado de las cosas, a la clase explotadora era seducir a la clase explotada y hacerla maleable y servil y así preservar o al menos prolongar el injusto sistema de explotación. Porque, de acuerdo con Marx, la duración de un sistema definido de las relaciones de producción no depende de factores espirituales. Viene exclusivamente determinado por el estado de las fuerzas productivas materiales. Si cambian las fuerzas productivas materiales, las relaciones de producción (es decir, las relaciones de propiedad) y toda la superestructura ideológica debe también cambiar. Esta transformación no puede acelerarse mediante ningún esfuerzo humano. Pues como dijo Marx, “ninguna formación social desaparece nunca antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas para las que es suficientemente amplio y nunca aparecen nuevas relaciones más altas de producción antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan eclosionado en el seno de la vieja sociedad”.[3]

No es en modo alguno una observación accidental de Marx- Es uno de los puntos esenciales de su doctrina. Es la teoría en la que basa su pretensión de llamar a su propia doctrina socialismo científico, para distinguirlo del simple socialismo utópico de sus predecesores. La característica de los socialistas utópicos, según él, era que creían que la realización del socialismo dependía de factores espirituales e intelectuales. Tenían que convencer al pueblo de que el socialismo es mejor que el capitalismo y luego sustituir al capitalismo por el socialismo. A ojos de Marx este credo utópico era absurdo. La llegada del socialismo no depende en modo alguno de los pensamientos y deseos de los pueblos: es una consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas materiales. Cuando llegue el momento y el capitalismo alcance su madurez, llegará el socialismo. No puede aparecer antes o después. Los burgueses pueden concebir las ideologías más inteligentemente elaboradas, pero en vano: no pueden retrasar el día del desmoronamiento del capitalismo.

Quizá alguna gente, intentando salvar el concepto marxista de “ideología” argumentaría de esta forma: a los capitalistas les avergüenza su papel en la sociedad. Se sienten culpables por ser “potentados, usureros y explotadores” y embolsarse ganancias. Necesitan una ideología de clase para recuperar su autoestima. ¿Pero por qué deberían ruborizarse? No hay, desde el punto de vista marxista, nada en su conducta de lo que avergonzarse. El capitalismo, en la opinión marxista es una etapa indispensable en la evolución histórica de la humanidad. Es un enlace necesario en la sucesión de acontecimientos que acaban en el éxtasis del socialismo. Los capitalistas, al ser capitalistas, son meras herramientas de la historia. Hacen lo que debe hacerse, de acuerdo con el plan preordenado de la evolución de la humanidad. Cumplen con las leyes eternas que son independientes de la voluntad humana. No pueden ayudar actuando como lo hacen. No necesitan ninguna ideología, ninguna “falsa conciencia” que les diga que tienen razón. Tienen razón a la luz de la doctrina marxista. Si Marx hubiera sido coherente, habría exhortado a los trabajadores: No echéis la culpa a los capitalistas, al “explotaros” hacen lo que es mejor para vosotros, están abriendo camino al socialismo.

Sin embargo podemos darle vueltas al asunto y no podemos descubrir ninguna razón por la que una distorsión ideológica de la verdad debiera ser más útil para la burguesía que una teoría correcta.

 

 

Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído del capítulo 7 de Teoría e historia



[1] Mises, La acción humana, pp. 72-91 (edición del Mises Institute).

[2]  Mill, Principios de Economía Política, B. Ill, c. 1, § 1.

[3] Marx, Zur Kritik der politischen Oekonomie, p. xii.

Published Thu, Aug 12 2010 8:13 PM by euribe