El absolutismo inglés y la gran cadena del ser

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 26 de agosto de 2001)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4611.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]

Fue dominante en el pensamiento político inglés desde principios del siglo XVI a principios del XVII una forma de pensamiento absolutista simplista y militante que ha sido llamado la “teoría de la correspondencia” o “teoría política del orden”.

La doctrina realista se desarrolló en la era Tudor-Estuardo en la que el rey luchaba por establecer su poder absoluto contra la influencia internacional de la vieja religión, el catolicismo, y por encima de los puritanos calvinistas, que tenían tendencias republicanas y populistas. En contraste, ahora se suponía que Dios hablaba a través del rey inglés y por tanto de la cabeza de la Iglesia Anglicana.

El fundamento filosófico básico era el “orden natural (la “gran cadena del ser”), que, desde la Edad media, había sido estrictamente jerárquica, con Dios en lo alto y el hombre como la más alta de las criaturas materiales. Pero detrás aparecía la metodología fundamental: la endeble analogía o “argumento por correspondencia”.

Igual que Dios era soberano y superior a los distintos rangos de ángeles y finalmente al hombre y luego a otras criaturas terrenales inferiores en el “macrocosmos”, así en el “microcosmos”, dentro de cada persona, la cabeza debe ser soberana sobre el cuerpo y la razón debe dominar sobre los apetitos. Igualmente, el padre es soberano sobre su familia. Más concreta y deliberadamente en el ámbito político, el rey, padre de su pueblo, debe ser soberano sobre el cuerpo político.

Esta endeble analogía organicista se llevó my lejos. La cabeza en el cuerpo humano era el rey en el cuerpo político; la salud en el primero constituía el bienestar social en el último; la circulación de la sangre era igual que la circulación del dinero; el gobierno del alma racional era la soberanía real y así sucesivamente. El único “argumento” era la correspondencia, el que el rango “gubernamental” y social se alegara que se decía que existía en la esfera celestial debía duplicarse en el gobierno terrenal y la vida social.

Un problema del argumento de la correspondencia es que la libertad de la voluntad humana entra en la vida política y social, pero no en otros lugares. Es raro que el hígado se “rebele” contra la cabeza y así una conclusión importante de este filosofía política realista era que la rebelión política es tan mala y antinatural como esa “rebelión” del hígado. Igualmente, los súbditos individuales deben obedecer al monarca nombrado divinamente, o si no el orden divino se derrumbará en la anarquía y el desorden y entonces la corrupción y la decadencia gobernarán la vida humana.

Aunque el hígado no se ha rebelado muy a menudo contra la cabeza, por supuesto, los absolutistas reales tenían una analogía a la que recurrir en el gobierno celestial: la infame rebelión de Satanás contra la soberanía de Dios. Igualmente, el gran hecho de la historia humana fue el pecado de Adán, producido por la rebelión contra la autoridad divina y por el arrogante orgullo.

Dios y el rey; Satanás, Adán y los súbditos rebeldes: estar fueron las analogías y correspondencias que los absolutistas reales trataron de resaltar. Así las homilías de la  Iglesia Anglicana sobre la obediencia, en 1547 y 1570, pedían dicha obediencia al soberano, “la misma raíz de todas las virtudes”, mientras que “una malvada osadía” es la fuente de todo pecado y miseria. Como decían las homilías todos los “pecados posibles a cometer contra Dios o el hombre están contenidos en la rebelión”, que “trastorna de arriba abajo todo orden correcto”. Es obligación absoluta de todos los inferiores “siempre sólo obedecer”, igual que el cuerpo obedece al alma y como el universo obedece a Dios.

En un crudo contraste con los escolásticos, así como con los calvinistas o pensadores monarcómacas de la Liga, los predicadores anglicanos del orden insistían una y otra vez en que los súbditos deben obedecer al rey y todas las circunstancias, sean o no el rey o sus acciones buenos o malos. No debe haber ninguna resistencia en absoluto, incluso al príncipe malvado. El rey es el representante de Dios en la tierra ordenado divinamente por derecho hereditario. Cuestionar, y mucho menos desobedecer al rey era, por tanto, no sólo traición, sino blasfemia. Desobedecer al rey es desobedecer a Dios.

Como mantenía el influyente Mirror for Magistrates, que tuvo mucha ediciones de 1559 a 1587: “Dios ordena a todos los magistrados”. Por tanto, Dios ordena “lo bueno cuando favorece al pueblo y lo malo cuando le castiga”. En resumen, los reyes buenos son una bendición enviada al pueblo por Dios y los reyes pérfidos eran un castigo igualmente enviado por la divinidad. En cualquier caso, la tarea del súbdito es la obediencia absoluta a las órdenes de Dios/del rey. “Y por tanto, cualquier rebeldía contra cualquier gobernante, sea bueno o malo, es rebeldía contra DIOS y deberá tener por seguro un desdichado final”.

Para los pensadores realistas, las crecientes reclamaciones de libertad natural y de derechos naturales de cada individuo sólo llevaban a la malicia y a la destrucción del orden racional de Dios. Así, Richard Hooker (ca. 1554-1600), el principal teólogo anglicano del siglo XVI, en su famosa De las Leyes de la Sociedad Eclesiástica (1594-1597), arremetía contra cualquier noción de individualismo. Aunque era un moderado respecto del absolutismo real, Hooker escribía que la idea de que cada hombre como “su propio comandante”, “sacude universalmente el edificio del gobierno, tiende a la anarquía y la simple confusión, disuelve las familias, disipa las escuelas, corporaciones, ejércitos, derroca gobiernos, iglesias y todo lo que ahora está bajo la providencia de Dios por su autoridad y poder”.

Uno de los absolutistas real más extremista en la era Tudor-Estuardo fue Edward Forset (ca. 1553-1630), dramaturgo, propietario de la casa solariega de Tyburn y juez de paz. La obra principal de Forset fue A Comparative Discourse of the Bodies Natural and Politic (1606), cuyo mismo título huele al argumento de la corresondencia y la filosofía política del orden. En algunos puntos, Forset está a punto de decir que una monarca nunca puede dañar a su pueblo, es decir, que por muy malos que puedan parecer sus hechos, realmente deben ser buenos, prácticamente por definición.

De hecho, en un momento concreto, Foster está cerca de justificar los actos del rey por el misterio y el poder, igual que en el libro de Job. Así, como dice el Profesor Greenleaf en su explicación de la doctrina de Forset, “los acatos aparentemente malvados de un gobernante eran sólo una apariencia cuya naturaleza real era malinterpretada por las mentes falibles de los ciudadanos”.[1] Por supuesto, la conclusión es que la mente del monarca, en contraste con la del bajo ciudadano, es infalible.

Probablemente el más inteligente y seguramente el más influyente de los teóricos del orden absolutista fue Sir Robert Filmer (1588-1653). Al final de su vida, este oscuro noble de Kent publicó una serie de ensayos absolutistas-realistas, al final de la década de 1640 e inicios de la de 1650. Luego tuvo lugar una recuperación de Filmer tres décadas después, publicándose sus ensayos escogidos en 1679 y su obra más famosa, El Patriarca o El poder natural de los reyes, escrita a finales de la década de 1630 o principios de la de 1640, fue impresa por primera vez el año siguiente. Filmer se convirtió inmediata y póstumamente en el principal defensor del absolutismo regio desde la más antigua perspectiva de la teoría del orden.

Filmer rechazaba con enfado la idea de que “por ley de la naturaleza todos los hombres nacen libres”, como una doctrina “pagana”. Al unir individualismo y actos propios con rebelión pecaminosa contra Dios, Filmer advertía contra el “mismo deseo de libertad que causó la caída de la gracia de adán”.[2] Lo más notable en Filmer era su penetrante crítica de la naciente doctrina contractualista, que establecía la base, y por tanto justificaba, el estado en algún contrato social original.

Thomas Hobbes (1588-1679) había empleado toda su vida al servicio como tutor, compañero y guía intelectual de los Cavendish, parientes de la familia real de los Estuardo. Hobbes había trabajado en una justificación contractualista del absolutismo real durante la década de 1640. Filmer expuso errores esenciales en la teoría del contrato social de Hobbes que iban a aplicarse igual de completamente a la versión libertaria de John Locke cuatro décadas después.

Filmer preguntaba cómo era posible (…) que todos los hombres aceptaran un contrato, como era necesario, antes de que pudiera obligar universalmente; quería sabe cómo y por qué un contrato debía obligar a todas las subsiguientes generaciones; sugería que no era razonable invocar la idea espuria del consentimiento tácito.[3]

Filmer criticaba asimismo vigorosamente la creciente idea liberal clásica de basar el gobierno en el consentimiento de los gobernados. Los gobiernos, apuntaba, no podrían ser así estables, pues podrían encontrarse a veces con que se les retiraba el consentimiento. Una vez concedido el poder del pueblo de consentir, así como la ley natural de “igual libertad del vasallaje”, la consecuencia lógica debe ser el anarquismo. Pues así

toda pequeña compañía tiene derecho a crear un reino por sí misma y no sólo cada ciudad, sino toda villa, y toda familia, qué digo, todo particular, una libertad de elegir por sí mismo ser su propio Rey si le place; y sería un loco quien siendo por naturaleza libre eligiera a cualquier hombre excepto a sí mismo para ser su propio gobernante. Así para evitar que sólo haya un rey para todo el mundo, tendríamos la libertad de tener tanto reyes como hombres en el mundo, lo que equivale a no tener ninguno, sino a dejar a todos los hombres a su albedrío natural.[4]

 

Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.



[1] W.H. Greenleaf, Order, Empiricism and Politics: Two Traditions of English Political Thought (Londres: Oxford University Press, 1964), p. 52.

[2] En parafrase del Profesor Greenleaf, op. cit., nota 1, p. 92.

[3] Greenleaf, op. cit., nota 1, p. 93.

[4] En Peter Laslett (ed.), Patriarcha and Other Political Works of Sir Robert Filmer (Oxford: Basil Blackwell, 1949), p. 286. Citado en Carl Watner, ‘“Oh, Ye are for Anarchy!’: Consent Theory in the Radical Libertarian Tradition”, Journal of Libertarian Studies 8 (Invierno de 1986): p. 119.

Published Fri, Aug 27 2010 4:20 PM by euribe