La paz y el “Nobel de la Paz”

Por Ben O’Neill. (Publicado el 20 de octuibre de 2009)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3786.

La reciente concesión el Premio Nobel de la Paz al Presidente Barack Obama ha generado las críticas de muchos comentaristas, incluyendo las de quienes afirman que el premio es prematuro, que el Presidente Obama aún tiene que “dejar su marca” en la política exterior de EEUU.[1]

Hay quien ha argumentado que que a Obama le faltan los logros políticos concretos de los presidentes Thodore Roosevelt, Woodrow Wilson y Jimmy Carter, que recibieron previamente este premio.[2] Otros van mucho más allá, condenando al Presidente Obama por su política exterior y su continuación y expansión de las operaciones militares y políticas relacionadas con la guerra.[3]

Sean las que sean las posiciones concretas de los distintos comentaristas, el debate acerca de las credenciales de Obama como defensor de la paz se han centrado casi exclusivamente en su política exterior y sus operaciones militares. En la medida en que se ha mencionado en algo sus políticas internas, son políticas como la vigilancia, el pinchado de líneas y otros asuntos asociados al desarrollo de la guerra en el exterior.[4]

Puede ser natural para muchos, pues estamos habituados a pensar en la paz como simplemente la ausencia de un conflicto militar a gran escala. Pero esta noción de la paz es muy estrecha. La paz real es la ausencia de agresión. Ya sea a escala internacional o localizada en un área pequeña. La paz real no requiere simplemente la ausencia de conflictos militares a gran escala, sino asimismo la ausencia de agresión en asuntos domésticos respecto de ciudadanos individuales.

Aunque los asuntos exteriores y las operaciones militares son sin duda un aspecto importante de la paz mundial, fijarse únicamente en estos asuntos reconoce una premisa fundamentalmente estatista: que la paz sólo afecta a conflictos entre gobiernos y otras entidades grandes y militarmente poderosas (como grupos terroristas). Bajo este punto de vista. El uso de la fuerza contra un gobierno u organización paramilitar es “guerra”, pero agredir a un ciudadano desarmado es simplemente una “política pública”.

Este punto de vista es extremadamente miope y no puede esperarse que genere ninguna paz genuina y duradera. La razón es sencilla: la paz no es un concepto que debería restringirse (o incluso dirigirse principalmente) a conflictos entre gobiernos y otras entidades militares. Aplica tanto a los conflictos locales entre los gobiernos y sus propios ciudadanos como a conflictos entre poderes militares.

La paz tampoco debería restringirse únicamente a la prevención de matanzas. Aplica tanto a conflictos que afectan a recaudación de impuestos y apropiación de la propiedad privada como a conflictos que impliquen helicópteros armados y muerte de gente.

No sólo la ausencia de conflicto militar resulta insuficiente para obtener una paz genuina, una vez que uno acepta la ideología del estatismo, el conflicto militar se convierte en inevitable. Como ha explicado Ludwig von Mises,

La civilización moderna es un producto de la filosofía del laissez faire. No puede preservarse bajo la ideología de la omnipotencia del gobierno. (…) Para derrotar a los agresores no basta con hacer duradera la paz. Lo importante es descartar la ideología que genera la guerra.[5]

Así que para ser un defensor genuino y eficaz de la paz, uno debe oponerse a la iniciación de la fuerza por principio y en todas sus manifestaciones. Uno debe oponerse a la iniciación de fuerza sea a pequeña o gran escala o si se dirige hacia la matanza de gente, otras agresiones a sus cuerpos o la apropiación de su propiedad. En resumen, uno debe aceptar el principio de no agresión y todo lo que implica tanto en la política exterior como en la interior.

Los “pacifistas” y el “Nobel de la paz”

Como la paz sólo se consigue en ausencia de iniciación de fuerza, cualquier defensa de principios de la paz debe construirse sobre una base de filosofía moral y política que evita la agresión en todas sus formas. Como explica Ayn Rand:

El capitalismo del laissez faire es el único sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales y, por tanto, el único sistema que prohíbe la fuerza en las relaciones sociales. Por la naturaleza de sus principios e intereses básicos, es el único sistema fundamentalmente opuesto a la guerra. (…)

El comerciante y el guerrero han sido antagonistas esenciales a lo largo de la historia. El comercio no florece en los campos de batalla, las fábricas no producen bajo los bombardeos, los beneficios no crecen en los escombros. El capitalismo es una sociedad de comerciantes, por lo que ha sido acusado por todos los pistoleros que consideran al comercio como “egoísta” y la conquista como “noble”.[6]

Por desgracia, muchos de los llamados “pacifistas” célebres por su oposición a las guerras son hostiles a mismo sistema social que aseguraría una paz genuina y duradera. De hecho, estos “pacifistas” no están en absoluto a favor de la paz. Simplemente se oponen a ciertas operaciones militares a gran escala.

Esos activistas a menudo están encantados de dar su apoyo a la iniciación d ela fuerza contra ciudadanos locales, a privarles de su propiedad para su redistribución o a esclavizarlos bajo el ojo avizor de la burocracias públicas. En estos conflictos a menor escala muchos supuestos “amantes de la paz” apoyan rutinariamente el estatismo y la agresión como medios para alcanzar sus objetivos políticos domésticos.

En el caso de los receptores del Premio Nobel de la paz, los requisitos aparentes para el galardón no podrían ser más retorcidos si los hubiera escrito el propio Orwell. Nuestro recién laureado defiende constantemente programas estatistas que inician violencia contra cantidades masivas de gente para robarles su propiedad y someterles a control gubernamental por la fuerza en cada vez más aspectos de sus vidas.

Hay quienes han argumentado que es incongruente otorgar un premio de paz a un presidente actualmente implicado en dos guerras. Pero incluso ésta es una visión amable de la situación, pues no hace falta ir tan lejos como a la política exterior para encontrar un grupo de otras cosas en las que este “defensor de la paz” favorece la violencia como medio para obtener sus objetivos deseados. Como presidente de Estados Unidos dirige un aparto coercitivo mayor y más poderoso que ninguno en la historia humana, y como sus predecesores, ejerce su poder político tanto contra sus ciudadanos como contra extranjeros negándoles constantemente sus derechos de propiedad, sus libertades e incluso sus vidas.

En la política sobre drogas, el presidente está implicado en una “Guerra contra las drogas” en la que dirige a agencias del gobierno que atacan violentamente, roban y encarcelan a gente que intenta comerciar o ingerir sustancias prohibidas por sus amos políticos. En política social, está luchando una “Guerra contra la pobreza” en la que se roba a millones de personas su derecho a la propiedad con el fin de engordar las carteras de los burócratas del servicio social y cabilderos asociados, con el remanente para la gente más pobre. En política económica, libra una “Guerra contra la avaricia”, en la que a la gente se le impide comerciar con su propiedad como les parezca y se nacionalizan industrias enteras para ponerlas en las ineptas manos de los amos del gobierno.

El principio de no agresión

Estos asaltos y robos a menor escala no son diferentes en sus principios morales a conflictos a mayor escala que afectan a fuerzas militares. La misma regla moral aplica en ambas situaciones. En ambos contextos, la iniciación de violencia es moralmente incorrecta e incompatible con una sociedad pacífica.

Si atendemos a la raíz del problema, a la agresión que subyace a estas “políticas públicas”, vemos que naciones supuestamente serenas como Estados Unidos está lejos de ser pacíficas, a pesar de la ausencia de tanques en las calles.

Al comentar los principios morales relativos a las guerras, el filósofo Jeff McMahan argumenta que

las creencias de sentido común acerca de la moralidad de matar en guerra son profundamente erróneas. La opinión prevalente es que en un estado de guerra, la práctica de matar está gobernada por principios morales distintos de los que gobiernan los actos de matar en otros contextos. Esto presupone que puede ser diferente en la permisividad moral de matar a otra persona si tu líder político ha declarado un estado de guerra contra el país de esa persona. Por tanto, de acuerdo con la opinión prevalente, los líderes políticos pueden a veces causar la desaparición de los derechos morales de otra gente simplemente ordenando a sus ejércitos atacarles. Cuando se expone de esta manera, la opinión recibida parece evidentemente absurda.[7]

Pero podemos ir más allá de observar simplemente los actos de matar y aplicar este mismo requisito universalmente al uso de la fuerza en general. Igual que con matar, la iniciación de la fuerza contra la propiedad de ciudadanos locales no se convierte en más moralmente legítima o “pacífica” cuando se hace bajo la dirección de los líderes políticos. A pesar de su supuesta “representación” del pueblo, es igual de absurdo suponer que los líderes políticos pueden eliminar los derechos de sus conciudadanos igual que a los extranjeros.

La aparente serenidad de los barrios con vallas blancas y céspedes suntuosos puede ser engañosa y lleva a muchos residentes de países desarrollados a creer que la paz se ha alcanzado en su propio jardín. De hecho, algunos creen que políticas estatistas como impuestos, regulaciones y otras violaciones de los derechos de propiedad siguen siendo “pacíficas”, a pesar de la amenaza de fuerza que implican, pues  la aplicación de estas normas generalmente no incluye el uso de violencia física real contra el cuerpo de ninguna persona.

Después de todo, en la mayoría de las naciones “pacíficas” no estamos habituados a ver a la gente tiroteada en las calles o enviada al gulag. Incluso bajo unas condiciones locales bastante represivas, las cosas pueden seguir siendo “pacíficas” en el sentido de que no hay mucha violencia o rebelión abierta.

Pero esto simplemente significa que la gente a sido llevada a un estado en el que cumple rutinariamente con los edictos de sus amos políticos y evita el encarcelamiento o la violencia que generaría su rechazo a hacerlo. Está claro que no es una paz real, no más que una casa de esclavos es pacífica si se ha quebrado la voluntad de resistencia de los esclavos y la violencia se ha convertido en  innecesaria.

Conflicto militar y represión doméstica

El análisis previo no pretende implicar que no haya diferencias entre las aventuras militares en el extranjero y los ejemplos de políticas estatistas domésticas. Tampoco pretende implicar que el análisis de conflictos militares se en modo alguno menos importante que el análisis de las políticas domésticas. De lo que se trata es de que sólo de una defensa de principios de la paz, incluyendo una oposición coherente a las políticas públicas puede esperarse que genere con el tiempo una sociedad más pacífica.

Por supuesto, hay muchas diferencias entre conflictos militares y políticas públicas domésticas. Las luchas militares probablemente sean mucho más destructivas que las domésticas, pero también son mucho más complejas- Aunque los crímenes de guerra concretos pueden ser evidentes moralmente, los argumentos morales sobre la legitimidad de las propias guerras se complican a menudo con largas historias de revanchas y escaladas, incluyendo a muchos grupos distintos, a menudo luchando durante generaciones. Por otro lado, los impuestos, la regulación y la supresión de libertades civiles legítimas son de forma bastante clara actos de agresión, en los que no es posible que la víctima haya agredido previamente al atacante.

Por esta razón, es algo imperativo que los genuinos defensores de la paz tomen partido contra casos indudables de agresión doméstica encarnados en las políticas estatistas que abundan es sus propias patrias. Pues si uno no puede siquiera reconocer la inmoralidad de ejemplos meridianamente claros de violencia del gobierno en casa, ¿qué esperanza puede haber de entender los imperativos morales que se aplican a luchas militares complicadas en el extranjero con historias que se remontan a varias generaciones?

Paz contra estatismo

Aunque los conflictos específicos son muchas veces complicados, los principios fundamentales que subyacen en una sociedad pacífica son relativamente simples. Si los miembros de una sociedad aceptan el principio de no agresión y rechazan en inicio de la fuerza, habrá paz; si por el contrario apoyan el estatismo, habrá violencia, represión y guerra.

Una vez que una persona aprueba conscientemente un solo acto de agresión contra los derechos de propiedad, se quiebra cualquier objeción moral a la violencia que pueda haber realizado. Independientemente de si el asunto en cuestión sea la prohibición de las drogas, los impuestos estatales, las regulaciones urbanísticas o los planes de bienestar del gobierno, el apoyo a la violación de los derechos de propiedad establece el principio de que la iniciación de la fuerza es un medio legítimo para lograr nuestros fines, que es moralmente apropiado.

La transición a apoyar actos de agresión a escala mayor es entonces sólo un asunto de grado, con el nivel de apoyo difiriendo de persona a persona. Una persona puede indudablemente oponerse a conflictos militares a gran escala por preocuparse por la escala de la destrucción. Pero la suya no es una objeción al mismo uso de la agresión, ¡es simplemente una preocupación porque esta cantidad de violencia vaya demasiado lejos!

Sin un principio contra la agresión per se, no hay base lógica para ningún acuerdo sobre el nivel de violencia que es legítimo. No hay una base lógica para decir que esta cantidad de violencia está bien, pero esa cantidad es demasiada. Y así, inevitablemente, una vez que se deja de lado el principio de no agresión, se lleva a la gente por el camino al estatismo y la destrucción, subiendo la apuesta hasta que la guerra total resulta ser el resultado.

El Premio Nobel de la Paz para Barack Obama tiene perfecto sentido. Es un premio que habitualmente recae en quienes hacen todo lo posible por agrandar el gobierno y reclamar un mayor estatismo en busca de sus objetivos. Como advirtió una vez el filósofo Hans-Hermann Hoppe: “Si quieres gana el [Premio Nobel de la Paz], es bueno que sean un asesino de masas, al menos eso ayuda”.[8] Aunque el Presidente Obama no es en modo alguno el más opresor receptor de este infame premio, su inclinación por las políticas estatistas en casa y en el extranjero le hacen un candidato ideal para el premio.[9]

Como algunos han dicho que otorgar el premio al presidente Obama es prematuro, les ahorraré el suspense: Obama continuará trabajando para expandir el poder del gobierno de EEUU tanto en el exterior como sobre sus conciudadanos. Continuará impulsando una agenda estatista y utilizará habitualmente la violencia para privar a la gente de su propiedad justamente obtenida, suprimir sus libertades civiles y privarles de sus vidas. Como tal, se convertirá, si no lo es ya, en el perfecto receptor del Premio Nobel de la Paz.

 

 

Ben O’Neill es profesor de estadística en la Universidad de Nueva Gales del Sur (ADFA), en Canberra, Australia. Anteriormente ejerció como abogado y consejero político en Canberra. El Dr. O’Neill es miembro Templeton en el Instituto Independiente, donde ganó el primer premio en el concurso Sir John Templeton de ensayo 2009.



[1] Como ejemplos, ver:

·         Beinart, P. (2009) “Obama's Nobel Farce”. The Daily Beast, 9 de octubre.

·         Goldberg, J. (2009) “Hilarious … and Sad”. National Review, 9 de octubre.

·         Noyes, R. (2009) “NBC's Lauer: Not to Be Rude, but Obama Hasn't Done Anything”. Media Research Centre, 9 de octubre.

·         Boteach, S. (2009) “No Holds Barred: Decline and Fall of the Nobel Peace Prize”. The Jerusalem Post, 13 de octubre.

·         (2009) “The Nobel Hope Prize”. The Wall Street Journal, 9 de octubre.

[2] Miller, J. R. (2009). “Obama Nobel is Premature, Historians and Political Scientists Say”. Fox News, 9 de octubre. Adviertan que Carter ganó el Premio Nobel por su trabajo realizado después de su periodo como presidente de EEUU.

[3] Roberts, P. C. (2009) “Warmonger Wins Peace Prize”. LewRockwell.com, 9 de octubre.

[4] Ha habido unas pocas excepciones menores, con algunos comentando aprobadoramente las políticas sanitarias en el contexto de este premio.

[5] Mises, L. v. La acción humana. Cap. 34.

[6] Rand, A. (1967) Capitalism: The Unknown Ideal. Signet: New York, p. 38. Publicada en español como Capitalismo: el ideal desconocido (Buenos Aires: Grito Sagrado, 2008).

[7] McMahan, J. (2009) Killing in War. Oxford University Press: Oxford, p. vii.

[8] Hoppe, H. (2009) “Mises and the Foundation of Austrian Economics”. Conferencia en la Universidad Mises, comentarios sobre los Premios Nobel entre 1:11:25–1:14:20.

[9] Es notable que Obama recibiera este premio, en parte, por su declarada intención de impedir la proliferación nuclear. Pues no son las armas per se las que son una amenaza para al paz, sino la ideología estatista de violencia que las produce. Como explica Rand:

Si las armas nucleares no una terrible amenaza y la humanidad ya no puede permitirse una guerra, entonces la humanidad no puede ya permitirse el estatismo. No dejemos que ningún hombre de bien lleve sobre su conciencia defender la regla de la fuerza, fuera o dentro de su propio país. Dejemos a todos aquéllos que están realmente preocupados por la paz (quienes sí aman al hombre y les preocupa su supervivencia) darse cuenta de que si la guerra ha de prohibirse alguna vez, lo que ha de prohibirse es el uso de la fuerza. (Rand 1967, p. 43).

Published Tue, Sep 21 2010 11:45 PM by euribe