Una mentira para despertar nuestras conciencias

Por Art Carden. (Publicado el 15 de junio de 2004)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1534.

 

La ciencia y la evidencia en el previsto taquillazo de Roland Emmerich Independence Day pueden ser erróneas y el escenario propuesto puede ser imposible por lo que conocemos, pero la película puede potencialmente hacer mucho bien. Aumentará la conciencia de la posibilidad de que una raza de extraterrestres hostiles puede alguna vez intentar exterminar a la humanidad. Es más, puede convencer a la Casa Blanca para que se ocupe de este urgente asunto.

¿Existe alguna posibilidad de que un párrafo como ése hubiera aparecido en un editorial de un periódico importante antes del taquillazo de Roland Emmerich de mediados de los noventa? Es dudoso. Y aún así, El día de mañana, de Emmerich, ha generado un montón de publicidad y un montón de “diálogo” al mostrar un escenario apocalíptico que es sólo ligeramente más realista que el escenario de la invasión extraterrestre que era el centro de Independence Day (o la gigantesca lagartija nuclear que creaba el caos en la actualización de Godzilla de Emmerich).

Mucha gente ha gastado tinta (incluyendo al New York Times) acerca de la película de desastres El día de mañana (Peter Klein enlaza a la crítica de Bjorn Lomborg en el Blog). El NYT nos dice que aunque la ciencia en la película es muy errónea, tiene la virtud de impulsar el diálogo acerca del calentamiento global y su impacto en la civilización humana. Puede ser una idea noble, ¿deberíamos tomarnos en serio esta afirmación?

Supuestamente, la película nos haría dedicar más recursos a investigar acerca del cambio climático. Tal vez adoptemos el protocolo de Kyoto. Tal vez la gente cambie radicalmente su estilo de vida lo que revertiría la tendencia hacia un planeta más caliente. Por desgracia, en el camino se interponen importantes principios económicos: en concreto, que nada es gratis. Estos cambios tienen un coste.

Lo que están proponiendo los defensores más radicales de la película es nada menos que la destrucción de la sociedad comercial. Podemos descartarlos porque es fácil demostrar que las reformas socialistas que proponen extenderán la pobreza, la enfermedad y la indigencia en todo el mundo. Pero ¿qué pasa con los cambios menores y bienintencionados? ¿No deberían implantarse para asegurarnos contra la posibilidad remota de un desastre ecológico?

Absolutamente, no. De nuevo, no existe la comida gratis. Implantar Kyoto sería caro (150.000 millones de dólares anuales, escribe Bjorn Lomborg, todo para conseguir atrasar un cambio global mínimo por seis años. Por ese precio, han señalado otros, podríamos proporcionar agua limpia para toda la población del mundo. Más aún, como apunta Brad Edmonds, la calidad medioambiental es un bien normal. A medida que la gente se enriquece, reclama entornos naturales más limpios. La revista American Way de la American Airlines se ocupa de esto en un artículo acerca de desarrollos ecoamistosos que están ganando rápida popularidad  entre los superricos.

¿Queremos todos respirar aire limpio? Sí. ¿Queremos todos vivir en lugares con mucho espacio verde? Muchos queremos. ¿Nos divertimos arrojando vertidos y químicos tóxicos en ríos y arroyos? ¿Alguien quiere ver la tierra destruida por desastres naturales inducidos en el clima? Realmente lo dudo. En realidad, el hecho es que las posibilidades de desastres apocalípticos como ésos que vemos en películas como El día de mañana e Independence Day son muy, muy bajas.

Supongamos que aceptamos que tenemos un montón de dinero que podemos sacrificar por una causa noble. Por concretar, supongamos que es el valor capitalizado de una corriente de 150.000 millones de dólares de flujo de caja durante más de 100 años (el cálculo queda para el lector como ejercicio: es una barbaridad de dinero). Gastar esos recursos en prevenir cielos que se desploman por el calentamiento global es como gastar recursos en prevenir una invasión alienígena.

En la medida en que queramos cambiar las cosas, tenemos preocupaciones más urgentes. La diarrea (fácilmente prevenible y tratable) mata a más niños que ninguna enfermedad en el mundo. Las prohibiciones oficiales contra el DDT produjeron un resurgir de la malaria en países pobres y son responsables de millones de muertes. La resistencia europea a alimentos genéticamente modificados condena a millones en África, India y otros lugares a la pobreza y el hambre. Y así sucesivamente.

¿Cómo podemos saber contra qué amenazas deberían usarse los recursos de la sociedad y de qué materias deberían ocuparse? No es un asunto menor. De hecho, es el problema económico esencial al que da lugar la escasez. Sólo puede resolverse mediante el mercado. Es el mercado, no el estado, el que ofrece mecanismos (primas de riesgo, precios, pérdidas y ganancias) para controlar los extremos ideológicos. Las instituciones políticas no están en posición de realizar evaluaciones realistas del riesgo; en su lugar, se ven zarandeados por las últimas modas.

En la medida en que algo en el mundo necesita “arreglarse”, nuestros recursos se gastan mejor desarrollando las instituciones del capitalismo (derechos de propiedad privada, capital y mercados que funcionen bien) que haciendo intentos de disparos a ciegas para impedir “desastres” de probabilidad ultrabaja (y ultrasobreestimados).

 

 

Art Carden es profesor ayudante de economía y empresa en el Rhodes College en Memphis, Tennessee, e investigador adjunto en el Independent Institute ubicado en Oakland, California. Ha sido investigador en el verano de 2003 en el Ludwig von Mises Institute e investigador visitante en el American Institute for Economic Research. Sus trabajos pueden encontrarse en su página de la Social Science Research Network y en su sitio web. También colabora asiduamente en Forbes.com, Division of Labour y The Beacon.

Published Mon, Oct 4 2010 8:19 PM by euribe