La acusación historicista al capitalismo

Por Ludwig von Mises (Publicado el 13 de octubre de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4751.

[Extraído del capítulo 10 de Teoría e historia]

 

Las ideas del historicismo sólo pueden entenderse si se tiene en cuenta que sólo buscaban un fin: negar todo lo que la filosofía y economía social racionales habían establecido. En este objetivo, muchos historicistas no se arredraron ante cualquier absurdo. Así que a la afirmación de los economistas de que hay una inevitable escasez de factores dados por la naturaleza de los que depende el bienestar humano, oponen la fantasiosa idea de que hay abundancia. Lo que trae la pobreza y la necesidad, dicen, es la inadecuación de las instituciones sociales.

Cuando los economistas se referían al progreso, se fijaban en la condiciones desde el punto de vista de los fines que buscaban los hombres que actúan. No había nada metafísico en su concepto de progreso. La mayoría de los hombres quieren vivir y prolongar su vida; quieren estar sanos y evitar la enfermedad; quieren vivir confortablemente y no vivir al borde de la inanición. A los ojos de los hombres que actúan avanzar hacia esos objetivos significa mejorar, lo contrario significa empeorar. Este es el sentido de los términos “progreso” y “retroceso” aplicados por los economistas. En ese sentido, califican a una caída de la mortalidad infantil o al éxito en luchar contra el progreso de enfermedades infecciosas.

La cuestión no es si ese progreso hace feliz a la gente. Les hace más felices de que lo que habrían sido en caso contrario. La mayoría de las madres se sienten más felices si sus hijos sobreviven y la mayoría de la gente se siente más feliz sin tuberculosis que con ella. Viendo las cosas desde su personal punto de vista, Nietzsche expresaba sus recelos acerca de los “muchos demasiados”. Pero los que eran objeto de desprecio pensaban de forma diferente.

Al ocuparse de los medios a los que recurren los hombres en sus acciones, la historia, así como la economía, distingue entre los medios adecuados para alcanzar los fines buscados y los que no lo son. En este sentido, el progreso es la sustitución de métodos de acción menos apropiados por medios más apropiados. Al historicismo le molesta esta terminología. Todas las cosas son relativas y deben verse desde el punto de vista de su época, Aún así, ningún defensor del historicismo ha tenido la osadía de afirmar que el exorcismo haya sido alguna vez un medio para curar vacas enfermas.

Pero los historicistas son menos cautelosos al ocuparse de la economía. Por ejemplo, declaran que lo que enseña la economía acerca de los efectos del control de precios es inaplicable a las condiciones de la Edad Media. Las obras históricas de autores influidos por el historicismo son confusas precisamente por su rechazo de la economía.

Aunque destaquen que no quieren intentar juzgar el pasado bajo ningún patrón preconcebido, los historicistas de hecho intentan justificar las políticas de los “buenos viejos tiempos”. En lugar de aproximarse al tema de sus estudios con el mejor bagaje mental posible, confían en los cuentos de la pseudoeconomía. Se aferran a la superstición de que decretar y aplicar precios máximos por debajo de nivel de los precios potenciales que hubiera fijado el mercado no intervenido es un medio apropiado para mejorar las condiciones de los compradores. Omiten mencionar la evidencia documental del fracaso de la política del justiprecio y de sus efectos, que, desde el punto de vista de los gobernantes que recurrieron a ésta, eran más indeseables que el estado previo de cosas que estaba destinada a alterar.

Uno de los vanos reproches acumulados por los historicistas contra los economistas es su supuesta falta de sentido histórico. Los economistas, dicen, creen que habría sido posible mejorar las condiciones materiales de las épocas anteriores, con que sólo la gente estuviera familiarizada con las teorías de la economía moderna. Bueno, no cabe duda de que las condiciones del Imperio Romano se habrían visto considerablemente afectadas si los emperadores no hubieran recurrido al envilecimiento de la moneda y no hubieran adopta una política de precios máximos.

No es menos obvio que la penuria masiva en Asia fue causada por el hecho de que los gobiernos despóticos arruinaron desde su base todo intento de acumular capital. Los asiáticos, al contrario que los europeos occidentales, no desarrollaron un sistema legal y constitucional que hubiera ofrecido la oportunidad para una acumulación de capital a gran escala. Y la opinión pública, accionada por la vieja falacia de que la riqueza de un empresario es la causa de la pobreza de otros, aplaude siempre que los gobernantes confiscan las posesiones de los comerciantes de éxito.

Los economistas han sido siempre conscientes de que la evolución de las ideas es un proceso lento y que requiere tiempo. La historia del conocimiento es el relato de una serie de pasos sucesivos realizados por hombres que añaden cada uno algo a los pensamientos de sus predecesores. No sorprende que Demócrito de Abdera no desarrollara la teoría cuántica o que la geometría de Pitágoras y Euclides sea diferente de la de Hilbert. Nadie pensó nunca que un contemporáneo de Pericles podría haber creado la filosofía librecambista de Hume, Adam Smith y Ricardo y convertido a Atenas en un emporio del capitalismo.

No hay necesidad de analizar la opinión de muchos historicistas de que en el alma de algunas naciones las prácticas del capitalismo parecen tan repulsivas que nunca las adoptarán. Si existen esos pueblos, seguirán siendo pobres eternamente. Sólo hay un camino que lleve a la prosperidad y la libertad. ¿Puede algún historicista basándose en la experiencia histórica contestar a esta verdad?

No puede deducirse ninguna regla general acerca de los efectos de los diversos modos de acción o de instituciones sociales definidas a partir de la experiencia histórica. En este sentido es cierto el famoso dicho de que el estudio de la historia sólo puede enseñar una cosa, que es que no puede aprenderse nada de la historia. Podríamos por tanto estar de acuerdo con los historicistas en no prestar mucha atención al indiscutible hecho de que ningún pueblo ha llegado nunca a un estado satisfactorio de de bienestar y civilización sin la institución de la propiedad privada de los medios de producción. No es la historia, sino la economía, la que aclara nuestros pensamientos acerca de los efectos de los derechos de propiedad.

Pero debemos rechazar completamente el razonamiento, muy popular en muchos escritores del siglo XIX, de que el supuesto hecho de que la institución de la propiedad privada era desconocida en pueblos en estados primitivos de civilización sea un argumento válido a favor del socialismo. Habiendo empezado como precursores de una sociedad futura que eliminaría todo lo que sea insatisfactorio y transformará la tierra en un paraíso, muchos socialista, como Engels, se convirtieron prácticamente en defensores de un retorno a las condiciones supuestamente felices de una fabulosa edad de oro en un pasado remoto.

Nunca han advertido los historicistas que el hombre debe pagar un precio por cada logro. La gente paga un precio si cree que los beneficios derivados de la cosa adquirida superan las desventajas resultantes del sacrificio de otra cosa. Al ocuparse de esto, el historicismo adopta las ilusiones de la poesía romántica. Derrama lágrimas acerca de la desfiguración de la naturaleza por la civilización. ¡Qué bellos eran los intocados bosques virginales, las cascadas, las solitarias orillas antes de que la avaricia de la gente compradora arruinara su belleza! Los historicistas románticos pasan de puntillas por el hecho de que los bosques fueron talados para ganar terreno arable y las cascadas se utilizaron para producir electricidad y luz. No hay duda de que Coney Island era más idílica en los tiempos de los indios que hoy. Pero en su estado presente da a millones de neoyorquinos una posibilidad de refrescarse que no pueden obtener en otros lugares.

Es ocioso hablar de la magnificencia de la naturaleza virgen si no se tiene en cuenta lo que el hombre ha obtenido “desacralizando” la naturaleza. La maravillas de la tierra eran ciertamente espléndidas cuando los visitantes ponían de vez en cuando el pie en ellas. El tráfico de turistas comercialmente organizado las hizo accesibles a muchos. El hombre que piensa “¡Qué pena no estar solo en esta cumbre! Los intrusos no me dejan disfrutar”, no recuerda que él probablemente estaría allí si el negocio no hubiera proporcionado todos los medios necesarios.

La técnica de la acusación historicista al capitalismo es realmente sencilla. Dan por hechos todos estos logros, pero le echan la culpa de la desaparición de algunos placeres que son incompatibles con él y de algunas imperfecciones que aún puedan desfigurar sus productos. Olvidan que la humanidad ha tenido que pagar un precio por sus logros, un precio pagado voluntariamente porque la gente creía que la ganancia obtenida, por ejemplo, la prolongación de la esperanza de vida, era algo más deseable.

 

 

Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído del capítulo 10 de Teoría e historia.

Published Wed, Oct 13 2010 6:41 PM by euribe