La Ley Seca y los economistas

Por Mark Thornton. (Publicado el 16 de septiembre de 2006)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2270.

[Este artículo se ha extraído de The Economics of Prohibition]

Los economistas y la Ley Seca

Sostengo que no hay nada demasiado malo en la metodología económica estándar tal y como se establece en el primer capítulo de casi todos los libros de texto de teoría económica: lo que está mal es que los economistas no practican lo que predican.- Mark Blaug, The Methodology of Economics.

Como los economistas han venido liderando la batalla contra la prohibición de las drogas, la mayoría de la gente se sorprenderá al saber que desempeñaron un importante papel en establecer y defender la prohibición del alcohol de la década de 1920. Sigue siendo una cuestión abierta si los economistas establecen la opinión pública o la reflejan, pero la relación entre economistas y prohibición ofrece interesantes ideas acerca de la profesión económica y el actual debate sobre la legalización de las drogas.

En años recientes los economistas han liderado la lucha por legalizar (realmente, por relegalizar) las drogas. El economista Premio Nobel Milton Friedman ha sido es principal líder de las fuerzas de relegalización. Su carta abierta al “zar de las drogas” William Bennett, publicada en el Wall Street Journal, es sólo su última salva contra el establishment prohibicionista.[1] Friedman empezó esta batalla en la década de 1960, escribiendo en Newsweek que la prohibición de las drogas era ineficaz y que había disponibles posturas más razonables y prudentes sobre los problemas de éstas. Junto con su esposa, Rose Friedman atacaron más tarde la prohibición de las drogas en Libertad para elegir y La tiranía del status quo, enlazando el daño que causan con la experiencia de la prohibición del alcohol en la década de 1920. Los Friedman son cuidadosos observadores de la historia que se oponen a la prohibición de la droga tanto por razones éticas como prácticas.

Uno de los antiguos colegas de Friedman en la Universidad de Chicago, Gary S. Becker (1987), también se ha significado contra la prohibición de las drogas en los medios de comunicación. Su apoyo a la relegalización de las drogas es significativo por su estatus en la profesión y su posición potencial como ganador del Premio Nobel de economía. Becker argumenta que la prohibición no está funcionando y que los costes superan con mucho a los beneficios. Basa su posición tanto en descubrimientos actuales como en su propia investigación teórica. Becker es la principal autoridad actual y defensor de la suposición de la racionalidad en el estudio del comportamiento humano. Entre sus numerosos artículos sobre la economía del comportamiento humano está su recientemente publicado “A Theory of Rational Addiction” (con Kevin Murphy), en la que la adicción se modela como comportamiento racional.

Otro importante economista que anuncia su apoyo a la legalización es el ex secretario de estado George Schultz. Al haber sido Schultz un miembro importante de la administración Reagan, su declaración pública es un avance importante en el debate sobre la política respecto de las drogas. La postura pro-legalización de William F. Buckley, Jr. y la conversión de Schultz a la legalización marcan un importante punto de inflexión en el pensamiento conservador.

Una encuesta entre economistas indica que la mayoría se opone a la prohibición y está a favor de cambiar la política en dirección a la despenalización. Los economistas especializados en teoría monetaria y finanzas públicas es más probable que apoyen la despenalización, mientras que los especialistas en administración de empresas son más propensos a defender la prohibición. Los economistas que trabajan en el sector privado generalmente apoyan la despenalización, mientras que los economistas públicos es más probable que apoyen la prohibición. Debería advertirse que los economistas caen abrumadoramente dentro del grupo demográfico que muestra mayor apoyo a la legalización dentro de la opinión pública en general (de mediana edad, varón, estudios superiores, altos ingresos, judío o no religioso). La mayoría de licenciados en los universidades más prestigiosas y la mayoría de economistas formados en las tradiciones de Chicago, la elección pública o austriaca, apoyaban la despenalización de las drogas ilegales (Thornton 1991).

La creciente importancia e interés por la prohibición a llevado a algunos economistas a incluir explicaciones de la leyes contra el alcohol, las drogas, el juego y la pornografía en sus libros de texto. Normalmente restringidos y políticamente neutrales, muchos escritores de libros de texto de economía han adoptado una postura escéptica ante todas las prohibiciones. Por ejemplo, al examinar al actual prohibición de las drogas, Edwin G. Dolan y John C. Goodman (1985, 35) presentan “recelos basados en la eficacia, igualdad y libertad”. Robert B. Ekelund y Robert D. Tollison (1988, 108) encuentran que “el análisis económico pone en duda los efectos de dirigir más recursos a la imposición sin un análisis cuidadoso de las probables consecuencias de dichos programas” y sugieren “que los gastos del gobierno se dirigirían mejor al lado de la demanda en el problema”.[2]

También Richard McKenzie y Gordon Tullock (1989), advierten sobre la prohibición. Encuentran que “los costes de aplicación tal vez deberían tenerse ahora en cuenta al evaluar la eficacia de las leyes contemporáneas contra las drogas duras y la pornografía” (7). McKenzie y Tullock también afirman que los economistas siempre han estado de acuerdo en contra de la prohibición y han sido conscientes de los tremendos costes, como si se hubieran visto alertados por algún modelo económico estándar: “Si los que apoyan la prohibición hubieran consultado a economistas, estamos seguros de que les habrían dicho que la ley sería muy difícil y cara de implantar. Con este consejo podrían haber decidido no seguir el programa de la mejora moral” (7, énfasis añadido).

Es verdad que los economistas estaban sustancialmente de acuerdo durante los años de formación de la prohibición nacional del alcohol. Pero estaban a favor de ella, no en contra.

Los orígenes de la “economía” de la Ley Seca

Los economistas ayudaron a establecer la defensa de la Ley Seca durante la Era Progresista, un tiempo en que estaban profesionalizando su disciplina y en el que un movimiento hacia el intervencionismo del gobierno y el socialismo, promovido por la Escuela Histórica Alemana, estaba desplazando a la postura liberal clásica en la economía política. Los miembros de la Escuela Histórica Alemana rechazaban la teoría económica en favor del estudio de la historia y las instituciones. Derivada de la filosofía romántica alemana (el determinismo hegeliano), la Escuela defendía el uso de las leyes como medio para la reforma social.

Los licenciados de la Escuela Histórica Alemana, principalmente Richard T. Ely, fundaron la American Economic Association en 1890. Esta asociación siguió el modelo de las asociaciones académicas alemanas que se aliaron con el estado alemán. Muchos economistas orientados al mercado amenazaron con boicotear la nueva organización por su aparente partidismo político. Sin embargo, una vez que se eliminó su socialista declaración de principios, la asociación fue aceptada ampliamente.

Muchos de los miembros fundadores crecieron en familias puritanas dentro del pietismo posmilenarista.[3] Durante sus años como estudiantes universitarios, muchos se hicieron ateos, sustituyendo el perfeccionismo de la postura religiosa de sus padres por una postura secular. Algunos, como Richard T. Ely, adoptaron una orientación pro socialista, mientras que otros, como John Bates Clark, adoptaron una perspectiva evolucionista del capitalismo como una “jungla”. Lo que compartían era una visión evangélica y un fuerte desagrado ante productos como el alcohol.[4]

Uno de los miembros fundadores de la asociación e importante defensor de la prohibición fue Simon N. Patten. Patten era un inadaptado. Impedido por su mala salud y vista, estaba incapacitado para los trabajos habituales y era considerado la oveja negra de su próspera familia. Nacido en un hogar puritano yanqui tradicional, Patten se convirtió en intelectual y agnóstico. Después de varios reveses en su vida, viajó a Alemania, donde recibió instrucción de un líder de la Escuela Histórica Alemana, Karl Knies. Tras volver a Estados Unidos, no pudo encontrar trabajo hasta que fue contratado por defensores del proteccionismo y amigos de Wharton School de la Universidad de Pennsylvania.

A.W. Coats (1987) describe a Patten como original y peculiar, y sus publicaciones como inusuales y excéntricas. Las contribuciones de Patten “eran interesantes, pero extrañamente originales y no sistemáticas, aunque su conciencia de los costes del crecimiento y su preocupación por el medio ambiente anticipaban las preocupaciones de finales del siglo XX” (818-819). A pesar de sus muchos escritos y su papel como fundador (y luego presidente) de la American Economic Association, no se recuerda a Patten por sus teorías, sino por sus “profecías”.

Una de sus profecías fue la llegada de la prohibición del alcohol a Estados Unidos. Patten era un pluralita, que creía que la política no es ni del todo buena ni del todo mala y que una política bien puede ser buena para un país pero desastrosa por otro. Escribió en 1890 que la prohibición del alcohol era una buena política para Estados Unidos y que la abstinencia sería el resultado inevitable de la competencia evolutiva.

La prohibición era a la vez deseable e inevitable en Estaods Unidos, desde la perspectiva evolucionista de Patten. Patten basaba su conclusión en tres factores principales:

  1. Un cambio importante de clima en Estados Unidos generaría un consumo de alcohol grande e irregular;
  2. La costumbre de “invitar” en Estados Unidos generaría que la gente consumiera una mayor cantidad y variedad de bebidas alcohólicas que si se basara sólo en sus propias decisiones;
  3. El avance tecnológico generaría la producción de bebidas alcohólicas más potentes y de peor calidad.

Todas estas condiciones se relacionaban con las de Alemania, donde había estudiado Patten y donde la prohibición era aparentemente innecesaria.

Patten parece argumentar que la prohibición debe adoptarse su queremos “sobrevivir”. La gente templada “superará” a las sociedades bebedoras en términos de longevidad, prodigio y riqueza. Las sociedades templadas superarán a las bebedoras porque cierta cantidad de territorio puede soportar dos personas templadas o un bebedor. Estados Unidos decaerá pues se gastará el territorio al intentar apoyar a una nación de borrachos. Para Patten, la prohibición en un gran campo de batalla evolutivo porque Estados Unidos debe ser abstemio y quiere sobrevivir y prosperar:

Separemos lo bueno de la sociedad de lo malo y no llevaremos con lo malo muchas de las restricciones que les mantienen en el delito. De esta forma, cualquier medida que haga mejor lo bueno hace peor lo malo. Cuando más claras sean las líneas entre las dos clases, más progresará lo bueno y más rápido irá lo malo en su caída. Con la prohibición es más fácil ser bueno y más peligroso ser malo. (1890, 65).

Para Patten, el alcohol es un producto sin equilibrio en su consumo. O uno es bueno y se abstiene del alcohol o se convierte en un borracho y se autodestruye. Patten incluso presenta una versión temprana de la teoría de la escalada en el uso de drogas (es decir, que el uso de marihuana lleva a la adicción a la heroína), cuando se refiere a

Esas series graduadas de bebidas que se encuentran en todo bar, con las que el bebedor pasa gradualmente a bebidas más fuertes cuando las más débiles pierden su atractivo. Esta tendencia divide a la sociedad en dos partes y fuerza a la respetable a unirse en una oposición compacta a toda bebida. Cuanto más aguda sea la contestación, más tendrán que ganar los abstemios. Poco a poco su ventaja económica aumentará su fortaleza, hasta que su influencia moral aleje al bebedor del bar y su poder político aleje al bar del bebedor. (1890, 67-68).

Patten liga a la ebriedad prácticamente todos los problemas (reales e imaginarios) de la sociedad moderna. Su obsesión por la ebriedad se indica por su algo confusa declaración final de su primera publicación inglesa:

El aumento de la ebriedad y otros vicios físicos que han acompañado al progreso moderno son la consecuencia de la extensión de la división del trabajo, que destruye la capacidad tanto de producir como de disfrutar de la mayoría de las cosas que son fuente de placer para el hombre en un estado de aislamiento. Podemos obtener las ventajas derivadas de la división del trabajo sin perder la oportunidad de disfrutar de todo tipo de producción con sólo educar todas las facultades del hombre que daría tal independencia y todas las fuentes de pacer de las que disfruta el hombre solitario. Además, esas cualidades que aumentan las fuentes de placer son las mismas por las que el campo del empleo aumenta y la tendencia a la superpoblación disminuye, y sólo cuando la educación haya desarrollado todas las cualidades de todos los hombres podemos esperar que esta tendencia sea tan inocua que todos los hombres puedan disfrutar de los placeres de un estado de aislamiento junto con la eficiencia de la civilización moderna. Fin. ([1885] 1968, 244).

Sobre este argumento, Patten construyó el razonamiento económico de la Ley Seca y ayudó a establecer el programa del alcohol de los economistas estadounidenses. Como William Graham Sumner y John Bates Clark, entendía que la supervivencia de los mejor adaptados acabaría eliminando al borracho de la sociedad. Sin embargo, la tendencia intervencionista en su educación impulsaba a Patten a concluir que la prohibición combinada con la competencia evolutiva lograría los resultados deseados (la abstinencia total) más rápidamente que la evolución sola.[5]

En defensa de la Ley Seca

Un importante economista estadounidense, Irving Fisher, fue el defensor de la Ley Seca dentro de la profesión. Organizó una mesa redonda sobre el tema en las reuniones de la American Economic Association en 1927. Allí afirmó no ser capaz de encontrar ni un economista para hablar en contra de la Ley Seca, a pesar de haberlo buscado concienzudamente.

Obtuve una lista de economistas que supuestamente se opondrían a la Ley seca y les escribí: todos me respondieron o bien que estaba equivocado en pensar que se oponían a la Ley Seca o que, si íbamos a limitar la discusión a la economía de la Ley Seca, no se molestarían responder. Cuando descubrí que no iba a tener ningún participante representando al punto de vista opuesto, escribí a todos los economistas estadounidenses listados en “Minerva” y a todos los profesores de estadística de Estados Unidos. No recibí ninguna aceptación. (I. Fisher et al. 1927, 5).

Contrariamente a la creencia de McKenzie y Tullock, si los defensores de la prohibición del alcohol hubieran preguntado a los economistas, habrían sido animados con ganas.

En 1926 Fisher expresaba una visión optimista, casi utópica hacia la eliminación de la venenosa bebida y los problemas a menudo asociados con el consumo de alcohol. La década de 1920 fue un tiempo de gran optimismo y Fisher lo describía óptimamente respecto de la Ley Seca:

La Ley Seca está aquí para quedarse. Si no se aplica, sus virtudes se convertirán en maldiciones. No hay tiempo que perder. Aunque las cosas sean mucho mejores que antes de la Ley seca, con la posible excepción del descrédito de la ley, pueden no seguir así. La aplicación curará el descrédito de la ley y otros males sufridos, así como aumentará lo bueno. La Ley Seca estadounidense pasará a la historia como heraldo de una nueva era en el mundo, de cuyo logro esta nación estará siempre orgullosa. (I. Fisher [1926] 1927, 239).

El apoyo incondicional de Fisher a la Ley Seca ayuda a aislar la política de las críticas. Escribió tres libros sobre la Ley Seca en los cuales su situación académica y objetividad apenas disfrazaban su ferviente apoyo.[6] Apoyaba las afirmaciones de que la Ley Seca reduciría el crimen, mejoraría la fibra moral de la sociedad y aumentaría la productividad y el nivel de vida. De hecho, mantuvo que la Ley Seca fue en parte responsable de la prosperidad económica de los felices 20.

Fisher, un genio en muchos aspectos, nació en una familia protestante de linaje puritano. Su padre era un predicador y licenciado de la Escuela de la Divinidad de Yale y su madre era al menos tan pía como su padre. La muerte de su padre y de dos hermanos mayores, así como su propia mala salud, tuvieron un impacto importante en sus opiniones respecto de la política social. Apoyaba cualquier caso, como la Ley seca, que pudiera ampliar la esperanza de vida.

El ateísmo de Fisher parecería oponerle a los reformistas religiosos, los principales defensores de la Ley Seca, Aun así, aunque Fisher dejó de creer en Dios y en la religión, siguió convencido de las doctrinas y métodos de protestantismo evangélico postmilenarista. La gente debería trabajar hacia los objetivos de la moralidad, el progreso y el orden en la tierra, creía y el gobierno debería ser el principal instrumento de civilización. El método era secundario para alcanzar los fines deseados. Esta visión tipificaría su obra en economía y política social. “Los hombres no pueden disfrutar de los beneficios de la libertad civilizada sin restricciones. La ley y el orden deben prevalecer, o si no la confusión ocupa su lugar y, con la llegada de la confusión, desaparece la libertad” (citado en I. N. Fisher 1956, 13).

Fisher era más adepto a las matemáticas que el ayudaban a justificar estudios, concursos académicos y tutorías. Sus disertaciones eran ejercicios de reconstrucción de matemática teórica de la teoría de la utilidad basados en buena parte en el método de Leon Walras.

La tesis fue aplaudida por Francis Yisdro Edgeworth, que rechazó aspectos de su propia teoría después de leer la obra de Fisher. Vilfredo Pareto escribió a Fisher una carta de ocho páginas en la que hablaba desdeñosamente de los “adversarios de los métodos matemáticos” y alababa la distinción de Fisher entre utilidad de “lo que no puede ser útil y lo que es realmente útil”.[7] Fue esta distinción la que luego usó Fisher en el análisis del consumo de alcohol.

Para los admiradores de las contribuciones más científicas de Fisher, éste resulta principalmente científico y objetivo. Su trabajo sobre la Ley Seca muestra una tenue capa de barniz científico que es importante para evaluar todas sus contribuciones, pues Fisher fue claramente un defensor de la intervención de gobierno en la economía. Una idea clave de su punto de vista l ilustra un extracto de su discurso en el Club Socialista de Yale en noviembre de 1941.[8]

Creo que [William Graham Sumner] fue uno de los más grandes profesores que hayamos tenido nunca en Yale, pero estoy muy lejos de su punto de vista, el de la vieja doctrina del laissez faire.

Recuerdo que dijo en su clase: “Señores, está llegando el momento en que sólo habrá dos grandes clases: socialistas y anarquistas. Los anarquistas quieren que el gobierno no sea nada y los socialistas quieren que el gobierno sea todo. No puede haber mayor contraste. Bueno, llegará el momento en el que sólo habrá estos dos grandes partidos, representando los anarquistas la doctrina del laissez faire y los socialistas la visión extrema del otro lado y cuando llegue el momento yo seré anarquista”.

Esto divirtió mucho a la clase, pues era tan distante de un revolucionario como pueden imaginar. Pero me gustaría decir que si llega el momento en que haya dos grandes partidos, anarquistas y socialistas, entonces seré socialista. (Citado en I. N. Fisher 1956, 44).

La postura inicial de Fisher sobre los problemas del alcohol fue que la mejor solución era la educación de la juventud. El alcohol hace presa en los bebedores, como el opio en sus fanáticos. Las generaciones mayores debían olvidarse, concentrando todos los esfuerzos en la juventud. En un discurso a los estudiantes del Oberlin College en la primavera de 1912, resumía su postura sobre los estupefacientes: “¿Pero cuál es el uso normal de estas cosas (cerveza, whisky, opio, hachís y tabaco)? De acuerdo con la visión más positiva que se ha dado científicamente, el uso normal no es ninguno, y si esto es así, quienes lo entiendan no deberían atemorizarse por cumplir con su ideal más de lo que deberían atemorizarles cumplir con los diez mandamientos” (citado en I. N. Fisher 1956, 152-153).

En una declaración ante el Subcomité de Legislación sobre Licor e Impuestos Especiales para el Distrito de Columbia (1912), dijo; “Después de hacer lo que creo que es un estudio minuciosamente desinteresado de la cuestión, (…) he llegado personalmente a la muy segura conclusión, basándome en las estadísticas así como en la fisiología, de que el alcohol en la medida en que podemos observar su efectos, es un mal y no produce ningún beneficio” (citado en I. N. Fisher 1956, 153-154). Luego quedó convencido de que sería necesaria la legislación contra los bares para complementar los esfuerzos educativos y se convirtió a la ley seca por el “éxito” de las prohibiciones estatales.

Durante la Primera Guerra Mundial, Fisher ofreció sus servicios al Consejo de Defensa Nacional, donde se le asignó la tarea de  establecer la política sobre el alcohol en tiempo de guerra. Bajo su dirección, el consejo recomendó la prohibición en tiempo de guerra y zonas secas alrededor de todos los acantonamientos militares. Los intereses de los licoreros bloquearon la primera medida, que apoyaba Fisher por considerar que la guerra era una oportunidad excelente para experimentar con la prohibición. Fisher también supuso que esta derrota le dio el ímpetu necesario para conseguir la prohibición en 1920.[9]

¡Fue un resultado indirecto de esta segunda derrota de la Ley Seca en tiempo de guerra lo que trajo la Ley seca constitucional! ¡Los cerveceros descubrieron que, inconscientemente saltaron de la sartén a las brasas! La razón fue que los senadores que habían accedido a la solicitud del Presidente Wilson de derogar las cláusulas de la Ley Seca en tiempo de guerra de la Ley de Alimentos desagradaron y enfurecieron así tanto a sus electores pro abstinencia que se vieron obligados a hacer algo para corregirlo (I. Fisher 1927, 10-12).

Los libros de Fisher sobre la Ley Seca son exámenes empíricos de estadísticas sociales como el consumo de alcohol, la actividad criminal y la salud. En su primer libro, Prohibition at Its Worst (1927), Fisher  hablaba por sí mismo y fue el más polémico. En Prohibition Still at Its Worst (1928) y The “Noble Experiment” (1930), reemplazaba este estilo con una aproximación aparentemente más equilibrada en que presentaba tanto las opiniones “secas” como “mojadas” en distintos asuntos y temas empíricos.

En su primer libro, Fisher establecía sus presupuestos o “grandes hechos” que constituían su plan general de análisis. Pretendía demostrar que la Ley Seca se había aplicado imperfectamente, cuyos resultados no eran tan malos como se decía y que en realidad había hecho mucho bien. Pensaba que los argumentos de libertad personal contra la Ley Seca eran una ilusión. Además, argumentaba que la Ley Volstead no podía enmendarse sin violar la Decimoctava Enmienda, que la Decimonovena Enmienda no podía derogarse y que su anulación sería el peor desprecio posible a la ley. Finalmente, afirmaba que “la única solución práctica es aplicar la ley” ([1926] 1927, 18-19).

Buena parte de la obra de Fisher incluye disputas sobre estadísticas. Aún así, puede atribuírsele en buena parte el desarrollo de los asuntos principales relacionados con la prohibición, la organización del debate entre secos y mojados y el establecimiento de los criterios por los que se juzgarían las futuras prohibiciones. Un examen detallado de la obra de Fisher sobre la prohibición requeriría por sí mismo un libro entero. Sin embargo, una crítica de algunas de las conclusiones y sugerencias de Fisher ofrece una muestra de sus defectos.

Fisher pedía perdón en escritos posteriores por no reconocer los méritos de la prohibición privada. Antes del cambio de siglo, los empresarios normalmente daban a los empleados raciones de alcohol en el trabajo. Después de 1900, la mayoría de los fabricantes, con sus complejos y peligrosos procesos de producción, eliminaron las raciones de alcohol, a menudo reemplazándolas con normas contra la bebida. Estos cambios se produjeron en un tiempo en que tribunales y parlamentos estaban haciendo cada vez más responsables a los empresarios de las lesiones a los empleados.

Fisher parece confundido por la distinción entre prohibición pública y privada y por el apoyo “mojado” a la prohibición privada, pero no a la decretada por el gobierno. El hecho de que cambios en la economía hagan económica la prohibición privada para algunos empresarios le hace perderse. Más tarde admitió que las prohibiciones privadas eran más eficaces que la ley. “En buena parte a causa de las sanciones en la nómina de los trabajadores y en las leyes de responsabilidad de los empresarios y por consideraciones de los requisitos de producción, la situación ha traído una forma más absoluta de Ley Seca, aplicada privadamente, que la encarnada en la Decimoctava Enmienda o en la Ley Volstead” (I. Fisher 1930, 443). Esto no sólo indica que Fisher estaba en parte ciego al proceso de mercado, también socava el análisis empírico a lo largo de su obra y la de otros. Los resultados deseables de la prohibición privada y a política de empleo no pueden atribuirse a la Ley seca.

Fisher creía que la opinión pública apoyaba firmemente la Ley Seca a causa del aumento de la mecanización de la sociedad. Afirmaba que la maquinaria y los automóviles no podían usarse de forma segura después de haber consumido alcohol. Sin embargo, este argumento no es mejor que argumentar una prohibición de los coches sin considerar el coste resultante y las soluciones alternativas. Fisher también argumentaba que otros sistemas, como los adoptados en Canadá (dispensario público) y Gran Bretaña (impuestos y regulación) eran peores, o al menos no mejores, que la Ley seca. Aquí comparaba sus impresiones de cómo eran los sistemas extranjeros en la práctica con su idea de cómo sería la Ley Seca estadounidense si fuera “aplicada apropiadamente”.

Fisher argumentaba que el consumo de alcohol disminuyó durante la Ley seca y varias estimaciones apoyan la opinión de que el consumo de alcohol por cabeza sí disminuyó. Sigue habiendo muchas preguntas importantes (¿en cuánto disminuyó el consumo? ¿cuáles fueron las causas de la disminución? ¿cómo cambiaron los patrones de consumo? ¿qué tipo de alcohol se consumía? ¿y qué pasó con el consumo de sustitutivos?) que están en buena parte sin responder e incluso sin hacerse. También argüía que la disminución de en el consumo de alcohol potenció el progreso económico. Aunque la afirmación de que la Ley Seca había ocasionado la prosperidad económica de la década de 1920 fue descartada con la llegada de la Gran Depresión, sus creencias respecto de la productividad industrial y el absentismo siguen usándose para hinchar las estimaciones de las pérdidas económicas por el uso de drogas y los potenciales beneficios de la prohibición.

Al discutir acerca de los sustitutivos del alcohol, Fisher se centraba en el automóvil, la radio y la industria cinematográfica. En un pasaje que suena más a sermón que a tratado de economía, advertía que la creciente especialización de la economía (aparentemente también una contribución de la Ley Seca) permitía aliviar la pobreza. Consideraba a todos los sustitutivos del alcohol como buenos e ignoraba completamente el hecho de que esos sustitutivos generalmente generaban menos valor para el consumidor y podría generar un tipo de sustitutivo que lamentaría el propio Fisher. De acuerdo con las limitadas referencias a los narcóticos en sus escritos, Fisher aparentemente pensaba que la Ley Seca había reducido la venta de narcóticos y que podrían no ser tan dañinos como el alcohol.

Fisher creía que la Ley Seca había funcionado mejor de los esperado “higiénica, económica y socialmente”. El principal problema era que se había aplicado mal, particularmente en las grandes ciudades. Afirmaba que la Ley Seca funcionaba donde se aplicaba correctamente. Fisher apoyaba una completa reorganización de la aplicación a todos los niveles, la contratación de mejores policías y aumentos en los gastos de aplicación.

En su contribución final a la Ley seca (1930), Fisher inusitadamente transigía con los mojados apoyando el “derecho” a la producción y consumo casero. Afirmaba que legalizar la producción casera reduciría los requisitos de aplicación legal y eliminaría del debate público el argumento de la libertad personal. No está claro si Fisher empleó este esfuerzo desesperado para salvar la Ley Seca o porque se dio cuenta de su inutilidad. Admitía que una modificación así disminuiría el número de opositores a la Ley Seca en “miles, si no millones” y permitiría concentrar la aplicación de la ley en los contrabandistas sin implicar el cierre de los bares- También hizo una declaración admitiendo la inviabilidad de la Ley Seca: “Aún así, es absurdo esperar que se pueda impedir la producción casera por parte de las fuerzas de policía” (1930, 454). Tanto la admisión de la inviabilidad como el transigir eran cosas insólitas en Fisher y sólo aparecen en la última página de su último libro sobre la Ley Seca.[10]

La metodología de Fisher era poco apropiada para una adecuada evaluación de la prohibición, particularmente combinada con su celo casi religioso por eliminar el uso de alcohol y aumentar la esperanza de vida. En asuntos teóricos, Fisher empezaba con la distinción entre deseos (demanda) y logro de satisfacción real. Su impaciencia personal, su preocupación por la mortalidad y su interés por la eugenesia y la ingeniería genética pueden haber contribuido a su distinción entre deseo y obtención de valor.

Uno de los puntos a los que vuelvo con satisfacción es al haber repudiado la idea de [William Stanley] Jevons de que la economía se refiere al “cálculo del placer y el dolor” y a haber insistido en que había una gran diferencia entre los deseos y su satisfacción y que la economía sólo se refiere a los deseos, en lo que se refiere a la influencia de los precios de mercado.

Pero uno debería estar más interesado en la verdad que en quién recaiga el crédito de lograrlo primero. Desde mis seis años de enfermedad me ha interesado mucho más promover la verdad que reclamar el crédito o incluso en añadir conocimiento. Ya se ha conseguido tanto conocimiento que aún no se ha aplicado que a menudo me he puesto a trabajar para llevar ese conocimiento a la atención de otros.

Hoy día, me gustaría ver un estudio, en parte económico, en parte psicológico, que muestre cómo el animal humano siguiendo sus deseos a menudo pierde satisfacciones en lugar de obtenerlas. El ejemplo estrella son los narcóticos. (Citado en I. N. Fisher 1956, 339).

No importa lo real o importante que sea la distinción entre deseo y obtención de satisfacción, economistas como Joseph Schumpeter han descubierto que en el caso de Fisher “el estudioso ha sido mal guiado por el cruzado”. O como apuntaba G. Findly Shirras, “El inconveniente para una mente completamente racional es que es muy capaz de suponer que lo que es impecable en la lógica sea por tanto factible” (citado en I. N. Fisher 1956, 193-94).

Fisher era mucho más propenso a  confiar en “hechos” y estadísticas disponibles que en la lógica de la causa y efecto. En el prólogo a The Making of Index Numbers, ejemplificaba su confianza en la estadística y el método inductivo apuntando: “El presente libro tuvo su origen en el deseo de poner a prueba inductivamente todas estas conclusiones deductivas por medio de cálculos de los datos históricos. Pero antes de haber llegado muy lejos en esa prueba de mis conclusiones originales, encontré para mi sorpresa  que los resultados de los cálculos reales sugerían constantemente más deducciones, hasta que, al final, hube revisado completamente tanto mis conclusiones como mis fundamentos teóricos” (citado en  I. N. Fisher 1956, 194-95). Esta ilusión de los hechos afectó al trabajo de Fisher en cifras de índices, teoría monetaria y propuestas de reforma monetaria, así como a su comprensión de la “nueva era económica” y la Ley Seca. Un colega de Fisher en Yale, Ray Westerfield, desarrolló estos puntos y otros relacionados en un artículo conmemorativo.

Fisher nunca se detenía en su investigación científica: estaba imbuido con la irresistible urgencia por reformar siguiendo las líneas indicadas por sus estudios. Por ejemplo, habiendo visto y sentido los males de un dinero inestable y descubierto las cusas y curas, estaba determinado a hacer lo que pudiera para hacerlo estable.

Por desgracia, si impaciencia por promover su causa a veces tuvo una mala influencia en su actitud científica. Distorsionaba su juicio: por ejemplo, se dejó llevar por sus ideas de “nueva era económica” a finales de la década de 1920 y perdió su fortuna (…). Confió demasiado en la concomitancia en su creencia en que la estabilidad del nivel de precios de 1925 a 1929 se debió a la acción de la Reserva Federal y rechazó dar el reconocimiento debido a otros factores operantes. (Citado en  I. N. Fisher 1956, 193).

Las conclusiones y convicciones de Fisher dirigieron los estudios estadísticos que le dieron la fe en la obtención de sus objetivos en asuntos de política monetaria y prohibición. La caída de la Ley Seca al final de la Gran Depresión debe haber sido algo triste para este bienintencionado reformista. Se retiró de la vida académica poco después  pero continuó como reformista activo y participante en el debate público.

El lunes triste de la Ley Seca

Mientras Fisher empezaba a percibir algunas de las consecuencias negativas de la Ley seca, los economistas profesionales y la opinión pública en general iba haciéndose cada vez más consciente de los costes del “noble experimento” y de su ineficacia. Dos ejemplos notables de economistas que examinaron la Ley Seca y encontraron la posición de Fisher menos que apropiada fueron Clark Warburton y Herman Feldman.

En Prohibition: Its Economic and Industrial Aspects (1930) Herman Feldman, por otro lado un economista poco notable, publicó una importante contribución a la investigación estadística de los aspectos “económicos” de la Ley Seca.[11] Su libro se basaba en 20 artículos escritos para el Christian Science Monitor, y la información estadística derivaba de una detallada encuesta. El libro impresiona más por su cuidado en el uso de datos de encuestas, el análisis estadístico y las conclusiones incluidas a lo largo del mismo.

Su libro es notable por su crítica de la estimación de Fisher de las péridas económicas debidas al consumo de alcohol, a pesar del hecho de que Feldman estaba escribiendo para el Christian Science Monitor, un defensor de la Ley Seca.

Incluso en los escritos sobre prohibición por algunos distinguidos economistas muestran cierta libertad ante la limitación científica normalmente encontrada en sus exposiciones sobre otros asuntos. Por ejemplo, una de las afirmaciones estadísticas más curiosamente construida es aquélla por la que el Profesor Irving Fisher, de Yale, deduce que la prohibición ha generado al menos 6.000.000.000$ al año para este país. Esta cifra, ampliamente citada, se ha usado a menudo como si fuera un cálculo meticuloso y científico basado en una revisión cuidadosa de los datos económicos. Por el contrario, es simplemente una adivinación, y de un tipo frecuentemente realizado por grupos con la mente puesta en la propaganda, pero difícilmente esperable en alguien que ha adquirido fama mundial como economista estadístico. (Feldman 1930, 5).

La estimación de Fisher se basaba en experimentos no controlados sobre el efecto del alcohol en la eficiencia industrial. Estos experimentos se realizaban en de uno a cinco individuos que tomaban grandes dosis de alcohol con el estómago vacío antes de empezar a trabajar. Estos “estudios”, algunos de los cuales se basaban solamente en los efectos del alcohol del propio experimentante, mostraban que la eficiencia media se veía reducida en un 2% por bebida. Fisher suponía luego una dosis de cinco bebidas por día y extrapolaba la pérdida de eficiencia total  por trabajador a un 10% de reducción en la eficiencia. Si el consumo de alcohol por los trabajadores pudiera reducirse a cero, estimaba Fisher, el país ahorraría al menos un 5% de la renta total o 3.300.000.000$. La eliminación de la industria del alcohol ahorraría asimismo un 5% adicional en la renta nacional, pues los recursos se transferirían de la producción de alcohol a otros bienes y servicios. Feldman apuntaba que una pérdida de un 2% en eficiencia podría ser causado por “un simple pensamiento depresivo” y que Fisher no tenia en cuenta el hecho de que la mayor parte del alcohol consumido por la clase trabajadora era cerveza en las horas de comida después del trabajo. De hecho, la experiencia histórica sugiere que el trabajo se consumía en el trabajo para aumentar la eficiencia general de la producción. “Harían falta experimentos a una escala mucho mayor y bajo unas condiciones mucho más rigurosamente controladas que las hasta ahora registradas para determinar el efecto de las bebidas alcohólicas en la eficiencia industrial con la seguridad expresada. Los experimentos, considerados sólo como bases para los cálculos económicos hechos [por Fisher] no son concluyentes por sí mismos” (Feldman 1930, 240-241).

Feldman es también conocido por su encuesta sobre absentismo. Hizo una encuesta a industriales respecto de la ausencia o retraso de los trabajadores en lunes y días posteriores a la paga. La encuesta preguntaba si los encuestados pensaban que la Ley Seca era la causa de cualquier reducción apreciable en el absentismo. La información de la relación entre consumo de alcohol y absentismo antes de la Ley Seca no existía.[12] De las 287 respuestas a la encuesta de Feldman, menos de la mitad habían notado que hubiera una mejora considerable en el absentismo. Un tercio de los encuestados que sí detectaron que disminuía el absentismo no atribuían esa mejora a la Ley Seca. Incluso algunos empresarios informaron de un mayor absentismo y lo atribuyeron a la Ley Seca. Un empresario apuntaba que “lo que hay disponible para la mano de obra, y hay mucho, está tan podrido que hace que el borracho tarde dos o tres días en superar su juerga” (Feldman 1930, 211).

El propio Feldman describía algunos de los defectos del método de encuesta, como el partidismo personal o político al rellenar los formularios y advertía contra una interpretación estricta de los resultados. Otros puntos de controversia con las conclusiones de la encuesta eran la prohibición privada y la responsabilidad más estricta del empresario y las leyes de negligencia que contribuyeron en buena medida a reducir el absentismo. Las mejoras en la seguridad, los salarios más altos, la reducción de horas laborales y los contratos laborales más formales también mejoraron la presencia. Por otro lado, el auge de los niveles de vida y las nuevas alternativas de ocio, como el automóvil, también influyeron en el absentismo durante la década de 1920.

Feldman sólo obtuvo un registro de una compañía que contuviera datos de antes y después de la Ley seca. Apuntaba que la compañía que suministró esta información indicó que la mejora en la presencia no se debió a la Ley Seca sino más bien a la mejora en el trabajo. Sus datos junto son la actualización de 1929 ofrecida por el Bureau of Prohibition, se presentan en la tabla 1.

Tabla 1. Tasas de absentismo en una planta de pólvora en Delaware

 

1907

1913

1924

1929

Lunes

7,41

6,17

3,66

2,35

Martes

6,89

5,22

2,86

2,10

Miércoles

5,77

5,49

2,90

2,15

Jueves

5,68

5,06

2,37

2,01

Viernes

5,38

5,05

2,10

1,89

Sábado

6,94

6,59

3,93

2,95

Media semanal

6,35

5,59

2,96

2,24

Fuente: Warburton 1932, 205.

Las advertencias y aclaraciones respecto de los datos no eran suficientes como para impedir que los datos se usaran para apoyar la defensa de los beneficios económicos de la aplicación de la Ley Seca. “Todos sabemos que la eficiencia industrial fue una de las principales razones para la prohibición” (I. Fisher 1927, 158). El informe de la Comisión nacional sobre Observancia y Aplicación de la Ley (1931) empezaba la sección de los beneficios económicos de la Ley Seca con la declaración: “Los objetos sobre los que hay pruebas objetivas y razonablemente dignas de confianza son los beneficios industriales, es decir, el aumento en la producción, aumenta en la eficiencia del trabajo, eliminación del ‘lunes triste’ y disminución de los accidentes industriales” (71). El informe continúa destacando la fiabilidad de estos hechos respecto del absentismo: “Hay una evidencia sólida y convincente que apoya la opinión del mayor número de grandes empresarios de que un aumento notable en la producción, lógico por el aumento en la eficiencia de la mano de obra y la eliminación de las ausencias crónicas de gran cantidad de trabajadores después de los domingos y festivos, es directamente atribuible a evitar los bares” (71).

El Bureau of Prohibition llevó los datos de Feldman un paso más allá obteniendo datos para 1929 y publicando los resultados en The Value of Law Observance (1930, 11). Estos datos pretendían mostrar la disminución del “lunes triste” como evidencia de los beneficios económicos de la Ley Seca.

Los estadounidenses eran cada vez más conscientes de que aunque la Ley Seca había eliminado el bar abierto, no había cavado con el tráfico alcohólico. Los costes de aplicar la Ley Seca estaban aumentando y la prosperidad económica, pretendidamente el principal beneficio de la Ley seca, acabó con el crash financiero de 1929. Establecer la relación entre Ley Seca y la reducción del absentismo fue vital para mantener el apoyo público a la política.

Con mucho, el estudio más completo de la Ley Seca fue el de Clark Warburton. Sus dos principales contribuciones fueron The Economic Results of Prohibition (1932) y su entrada sobre la Ley Seca en la Encyclopedia of the Social Sciences (1934).[13] El libro de Warburton fue realizado a solicitud de la Asociación contra la Enmienda de la Ley Seca, de la que recibió apoyo financiero en las primeras etapas de su investigación.[14]

El libro de Warburton era un análisis estadístico de los argumentos económicos a favor y en contra de la Ley Seca. Primero examinaba el consumo de alcohol, los gastos en alcohol y el impacto de la Ley Seca en la eficiencia industrial, la salud pública, los grupos demográficos y de ingresos y las finanzas públicas. Utilizó todas las estadísticas disponibles, produjo estimaciones por las condiciones subyacentes y en muchos casos usó más de una técnica de estimación. Warburton advertía cautelosamente a su lector sobre enlaces débiles en las técnicas de estimación y recogida de datos.[15] “En estas circunstancias ningún estudio de los resultados de la prohibición puede reclamar una alta precisión y una prueba incuestionable. Las conclusiones aquí expuestas pueden, sin embargo, ser inferencias razonables, después de un estudio y análisis intensivos, a partir de esto datos que hay disponibles” (Warburton 1932, 259).

Warburton concluía que el consumo de todo el alcohol por cabeza declinó en casi un tercio de 1911-14 a 1927-30, pero el de los licores aumentó un 10% durante el mismo periodo. Descubrió que los gastos en alcohol durante la Ley Seca fueron aproximadamente iguales a los gastos que habría habido si persistieran las condiciones previas a la Ley Seca.[16] Los gastos en cerveza cayeron en picado, mientras los gastos en licores destilados aumentaron. Fue incapaz de establecer correlaciones entre Ley Seca y prosperidad, ahorro, costes de seguros o la compra de bienes duraderos de consumo.

Warburton descubrió que los datos no mostraban una relación mensurable entre Ley Seca y disminución de accidentes industriales. También descubrió que la Ley Seca no tuvo ningún efecto mensurable en la productividad industrial y que faltaba evidencia estadística para establecer la influencia de la Ley Seca en el absentismo industrial. En relación con la encuesta de Feldman, Warburton apuntaba que la reducción del absentismo era más posiblemente el resultado de la reducción del número de horas trabajadas y el aligeramiento de las tareas laborales reales (manos manuales, más mecánicas), así como la introducción de nuevas y mayores actividades recreativas y de ocio como sustitutivos del alcohol.[17]

Warburton continúa criticando la aplicabilidad de los datos sobre absentismo de la única planta de pólvora que fue citada por el gobierno en apoyo de los beneficios económicos de la Ley Seca. Utilizando los datos originales, Warburton calculó la caída media de porcentaje anual en el absentismo (tabla 2). Demostró que la caída del porcentaje anual en el absentismo lo lunes no difiere mucho en el periodo pre-Ley Seca, el periodo de transición y el periodo de Ley Seca. Parece que la reducción del absentismo es difícil de atribuir a la Ley Seca pero fácil de asociar a otros factores, como la reducción de la semana laboral, el aumento de los salarios reales (durante la década de 1920) y la mejora en las técnicas de gestión laboral.[18]

Tabla 2. Rebaja media en porcentaje annual de
absentismo en un ‘Planta de pólvora’ en Delaware

 

1907-13

1913-24

1924-29

Lunes

0,21

0,23

0,26

Martes

0,28

0,21

0,15

Miércoles

0,05

0,24

0,15

Jueves

0,10

0,24

0,15

Viernes

0,06

0,27

0,04

Sábado

0,06

0,24

0,20

Total

0,76

1,43

0,87

Fuente: Warburton 1932, 205.

Una mayor experiencia con la Ley Seca generó un aumento del escepticismo entre los economistas. Esta tendencia puede atribuirse a tres factores. Primero, el mercado negro continuó creciendo y desarrollándose a pesar de los crecientes esfuerzos y la reorganización de la burocracia de la Ley Seca. Segundo, como los datos se recogieron durante un periodo más largo, las tendencias al aumento del consumo y el delito se hicieron evidentes. Tercero, cuanto más tiempo se aplicaba la Ley seca, más se divulgaba el conocimiento acerca de las consecuencias adversas y la dificultad de la aplicación (ver también Thornton 1991 B para más detalles relativos a los resultados de la prohibición del alcohol).

La economía de la prohibición de la heroína

La venta de heroína y otros opiáceos ha sido ilegal a nivel federal desde la aprobación de la Ley de Narcóticos Harrison en 1914. La mayoría de los estados habían aprobado ya prohibiciones y restricciones a estos productos antes de la legislación federal. Aunque los narcóticos son mencionados por Patten, Veblen y Fisher, los economistas  prestaron poca atención a la prohibición de los narcóticos durante los primeros cincuenta años de su existencia. El artículo de Simon Rottenberg (1968) sobre la economía de la heroína ilegal se publicó en un momento en que la opinión pública en general y los sociólogos empezaban a examinar las consecuencias de esta prohibición.

En su artículo seminal Rottenberg (1968) describía las opciones disponibles para las autoridades, apuntando algunos factores que influyen en las actividades de la burocracia encargada de la aplicación de la ley. También describía la estructura de mercado, organización y fuerzas competitivas pero parecía encontrar difícil la aplicación del análisis económico tradicional al mercado ilegal de la heroína por la compleja interacción del mercado con la aplicación de la ley. En consecuencia, Rottenberg ofrecía más preguntas que respuestas.

Rottenberg encontraba al mercado de la heroína más organizado y monopolizado que otros mercados ilegales Examinaba el impacto del crimen en la sociedad, particularmente en relación con la asignación de recursos policiales. La sociedad afronta un equilibrio entre aplicar las leyes de narcóticos y otras leyes criminales. Rottenberg detallaba la corrupción y el proceso corruptor en los mercados de drogas ilegales y en un momento anticipa el argumento de James Buchanan para el crimen organizado.[19]

Algo que entorpecía el análisis de Rottenberg era que el producto que definía el mercado cambiaba a medida que se trasladaba de la producción al consumo. Advertía que la heroína se diluía mientras pasaba por la cadena de distribución al consumidor y que el producto final estaba sujeto a enormes variaciones en potencia. Ofrecía tres hipótesis para explicar los cambios en potencia. La primera, que consideraba cuestionable, era que los consumidores ran muy sensibles a los cambios de precio pero no a los cambios en potencia. Su segunda hipótesis sostenía que rebajar la potencia era una forma de racionar cuando escaseaba la heroína. Aunque esto puede ayudar a explicar la variación en potencia, no explica ni los cambios sistemáticos ni “la aparentemente constante tendencia a realizar la dilución” que advertía Rottenberg. La tercera hipótesis era que la dilución permitía una diferenciación del producto para atender mejor al cliente. De nuevo Rottenberg encontraba esta hipótesis insatisfactoria para explicar una tendencia importante. Respecto de la potencia de la droga, Rottenberg apuntaba: “Es como explicar por qué se fabricarán automóviles Falcon y Continental, pero no explicaría por qué aumenta la cantidad de Falcons y disminuye la de Continentales” (1968, 83).

En resumen, la contribución de Rottenberg es descriptiva e institucional, pero contiene poco aprovechable de valor teórico o empírico. Da más preguntas que respuestas, pero precisamente por eso su contribución es importante. Respuestas a sus preguntas, extensiones de algunos de sus puntos y correcciones de otros caracterizan  mucha de la investigación sobre la prohibición desde la publicación de su artículo.

Dos comentarios notables que planteaban asuntos importantes y cuestionaban la validez básica de la prohibición siguieron al artículo de Rottenberg. Edward Erickson (1969) indicaba que los esfuerzos por disminuir la oferta de drogas eufóricas generaban importantes costes sociales, como unos mayores costos por unidad de euforia producida, aumentando la redistribución de ingresos mediante el robo de adictos y el envilecimiento de la aplicación de las leyes sobre drogas. Dados estos costes, la sociedad debería dirigirse a una menor aplicación.

Raul A. Fernandez (1969) se ocupaba de dos puntos relacionados con el mercado de heroína que no examinaba explícitamente Rottenberg. Primero, la situación de los adictos a la heroína como vendedores-usuarios lleva a importantes dificultades y complejidades al aplicar la teoría económica a este mercado. La adicción es también importante para Fernandez, pues reduce el efecto disuasorio de las condenas a prisión. Es la cuestión de la adicción a la heroína la que llevaría a los economistas de nuevo a cuestionar el axioma fundamental de la racionalidad individual en conexión con el uso de drogas “adictivas” ilegales. Fernandez sugiere que la aproximación apropiada a la adicción no es la prohibición sino el tratamiento.[20]

Mark H. Moore (1977) ofrece un análisis detllado del mercado ilegal de heroína y la aplicación de la ley en la ciudad de Nueva York.[21] Su análisis usa teoría económica, análisis legal y de aplicación legal y observación empírica directa del funcionamiento del mercado de la heroína en la ciudad de Nueva York. Estas herramientas permiten a Moore presentar un cuadro realista de las complejidades del mercado de heroína y desacreditar varias creencias comunes respecto de dicho mercado ilegal. De hecho, su trabajo representa lo que es ahora la visión convencional de la política pública hacia el mercado de la heroína.

Antes del estudio de Moore, la creencia común era que la demanda de heroína era perfectamente inelástica y que precios más altos no harían decrecer el consumo. Los precios más altos sólo servían para aumentar los costes a la sociedad y los beneficios de los traficantes. Mayores beneficios estimulaban la venta de droga y el nuevo consumo y por tanto operaban contra los objetivos de la política pública.[22] Moore argumenta eficazmente tanto contra la suposición de un demanda perfectamente inelástica como contra la de idea de que los traficantes de drogas están en mejor situación como consecuencia de una aplicación más estricta de la ley. (1977, 5-15).

Moore recomienda una regulación efectiva de la heroína continuando con la actual política de prohibición.[23] Al aumentar el precio efectivo de la heroína la prohibición desanima de probar las drogas a los “aún no usuarios”. Moore advierte que el uso de la heroína se inicia y extiende a través de amigos y grupos de barrio y que es difícil para los fuerzas policiales infiltrarse en esos grupos cerrados. Defiende que si pudiera evitarse el acceso a la heroína aumentando los costes de adquirirla, la extensión de su uso podría detenerse y los “aún no usuarios” ser desanimados a probarla.

Sin embargo es erróneo afirmar que la prohibición es necesaria para desanimar el acceso a la heroína a causa del sistema peculiar por el que se difunde (pequeños grupos sociales) cuando la propia prohibición es responsable de este sistema. El propio Moore argumenta que es la prohibición la que es la responsable de la peculiar organización del mercado ilegal de heroína: “Es casi seguro que el factor más importante influyente en los sistemas de distribución de heroína es que la producción, importación, venta y posesión de heroína estén todas prohibidas en Estados Unidos. Por ejemplo, ¿por qué no está organizada la industria en sistemas de mercado mayores y más impersonales?” (1977, 3; énfasis añadido). Además, no intenta justificar la prohibición como única o mejor forma de impedir que consumidores experimenten con la heroína.[24]

Moore recomienda que se establezca una serie de programas para los actuales usuarios de heroína. Reconoce que la prohibición es dañina para los usuarios actuales y que los precios más altos llevan a los adictos a infligir costes a la población general en forma de atracos, robos y hurtos. Para evitar estos problemas, Moore recomienda que se dé a los adictos una fuente de heroína o metadona a bajo coste; que los adictos tengan acceso a instalaciones de tratamiento, trabajos, niveles de vida razonables, diversión y entretenimiento y que a los usuarios arrestados se les permita entrar en tratamiento en lugar de ir a prisión (1977, 258-261).

Las razones de Moore para tratar de reducir los efectos de la prohibición en usuarios actuales están bien justificadas. Sin embargo, sus recomendaciones fallan en varios aspectos. Su intento de establecer una discriminación de precios tendría importantes inconvenientes y sería difícil de llevar adelante. Por ejemplo, sus recomendaciones reducirían el coste de convertirse en adicto y por tanto actuarían para estimular la experimentación con heroína. El propio Moore reconoce la contradicción en sus recomendaciones de políticas:

Adviertan que el dilema que afronta la aplicación de las leyes de narcóticos es común a todos los sistemas de incentivos negativos. El problema es fundamental: El deseo de tener el incentivo entra en conflicto con el deseo de minimizar el daño a la gente que no responde al incentivo. Uno no puede reducir los efectos adversos en usuarios actuales sin que haya algún efecto en la magnitud de los incentivos que afrontan los no usuarios. No pueden alterarse los incentivo que afrontan los no usuarios sin tener algún efecto en las consecuencias para los usuarios actuales. (1977, 237).

Las recomendaciones de Moore tambén supondrían grandes aumentos en gasto público. Sus afirmaciones de que hay un apoyo general a la política de la prohibición (1977, xxi) no dan la adecuada consideración a la tolerancia de los contribuyentes de los costes de sus recomendaciones.

Con respecto a la prohibición, Moore parece ser su propio mayor crítico:

El objetivo más importante de una estrategia de aplicación antidroga es desanimar a la gente ahora no está usando heroína a que empiecen a hacerlo. Si la policía no puede lograr este objetivo a un coste razonable en términos de recursos públicos y mantenimiento de las libertades civiles, la política de prohibición debería abandonarse. Hay demasiados efectos negativos en la política y muy pocos beneficios directos como para asegurar la continuación de la política si no puede evitarse a los nuevos usuarios. (1977, 238).

Finalmente, Moore recuerda a sus lectores que su estudio sólo se centra en una droga ilegal dentro de la ciudad de Nueva York y, además, que su metodología era completamente insuficiente para analizar el problema:

Hay serias limitaciones en la metodología empleada en este libro. La metodología es similar a la usada al desarrollar estimaciones de inteligencia. Se han mezclado trozos de información no verificada, medio verificada y completamente verificada en una imagen sistemática combinando definiciones arbitrarias con suposiciones acerca de cómo se comportan los hombres racionales (…). [La metodología empleada] tiene la desventaja de ofrecer sólo buenas suposiciones acerca de la naturaleza del fenómeno. Además, las suposiciones pueden alterarse radicalmente por la introducción de una sola brizna de información verificada. (1977, 4).

Por tanto, aunque la contribución de Moore es importante en expandir la literatura relativa a la mercado de la heroína, las debilidades en metodología y ámbito socavan la aplicabilidad de sus recomendaciones de políticas.[25] Acabando con la postura convencional de la década de 1960, Moore reestablecía la viabilidad de la prohibición como política para el control del uso de la heroína.

La economía de la adicción

La historia del pensamiento económico está plagada de ataques a la racionalidad individual.[26] Se ha criticado al consumidor por consumir basándose en información imperfecta, así como por no consumir por información imperfecta (es decir, atesorar). Se ha criticado al consumidor por mantener rígidamente un plan de consumo a pesar de circunstancias, problemas y dificultades severas cambiantes (hábitos, adicciones), así como por no mantener los planes de consumo establecidos debido a circunstancias, informaciones y evaluaciones cambiantes (compra por impulso, juerga). De acuerdo con Israel Kirzner, “El concepto de racionalidad en el comportamiento humano ha sido desde hace tiempo un asunto de discusión en la literatura sobre la metodología de la economía. Los ataques a una indebida confianza en la razón humana de los que se ha acusado a la teoría económica son tan antiguos como los ataques a la misma noción de teoría económica” (Kirzner 1976, 167).

La declaración de irracionalidad se ha hecho respecto de los bienes adictivos como el alcohol y los narcóticos desde el menos el tiempo de Vilfredo Pareto. Pareto hizo una distinción (similar a la de Fisher) entre acciones lógicas, que son racionales y económicas, y acciones ilógicas, que no lo son. La acción irracional se encuentra en el caso de un hombre que establezca un presupuesto detallado sin gastos de vino y luego se emborrache con éste. Bendetto Croce explicaba que este acto era un error económico porque el hombre sucumbía a un deseo temporal en contra de sus planes establecidos.[27] Esas ideas de lógica y racionalidad son inicialmente justificaciones teóricas a la prohibición. Sin embargo, el tipo de “irracionalidad” descrito por Paul Fernandez (1969), forma una base de ataque en lugar de una justificación para la prohibición.

Al definir la posición de la escuela de Chicago sobre gustos, George S. Stigler y Gary S. Becker (1977) han comentado asimismo sobre la naturaleza de la adicción. Encuentran que las adicciones benéficas y dañinas dependen de si su uso prolongado favorece o disminuye su consumo futuro. Las adicciones buenas implican el consumo de bienes, como la música clásica, que aumentan la utilidad con el tiempo y no afectan a la utilidad derivada de otros bienes. Las adicciones malas implican una reducción en la capacidad futura de consumo. El alcohol disminuye la utilidad futura porque reduce la utilidad de una cantidad concreta de consumo futuro, así como la utilidad de otros bienes. La adicción es un hábito racional que es consistente con preferencias y oportunidades pero gira sobre el tipo esencial de efecto que produce el bien.[28]

Thomas A. Barthold y Harold M. Hochman (1988) contestan a la opinion de Stigler y Becker del adicto racional: “El que la adicción sea un comportamiento racional (…) parece no venir al caso” (90). Empiezan con la premisa de que el comportamiento adictivo es un comportamiento extremo, “ni normal ni típico”.[29] Encuentran que la compulsión en la fuerza motriz detrás de la adicción. El consumo puede tener efectos importantes que causarían un daño irreversible si pasa ciertos límites.

Barthold y Hochman intentan modelar el consumo multiperiodo, multiplan, multiprecio identificando a la adicción con curvas de indiferencia cóncavas (preferencias atípicas). Descubren que los cambios en los precios relativos pueden llevar a soluciones de esquina (decisiones peculiares de consumo), que las decisiones de consumo quedan “fijas” a precios bajos y que el consumo puede llevar a la adicción.

Robert J. Michaels (1988) modela el comportamiento compulsivo a través de una integración de la literatura psicológica sobre la adicción con el modelo de consumo desarrollado por Kelvin Lancaster (1966). La autoestima entra en la función de utilidad del adicto. Así Michaels puede explicar muchos de los patrones de conducta observados asociados a la adicción, como la ineficacia de los programas de tratamiento, el síndrome de abstinencia, los cambios radicales del adicto (como la conversión a la religión), el uso de sustitutivos y el típico patrón de la adicción de uso, descontinuación y recaída.

La interpretación del comportamiento del consumidor en la tecnología de consumo lancasteriana reafirma la racionalidad de la elección por los adictos. Además, lo hace sin asumir preferencias inusuales de consumidores o propiedades inusuales de bien “adictivo”.[30] Michaels descubre que la prohibición es una política incoherente con respecto a un comportamiento adictivo en el sentido de que una política que intenta “convencer a los usuarios de que son perdedores es más probable que fracase (…) y puede inducir a aumentos en el nivel en el que se produce [el consumo]” (988, 85). Sin embargo, el modelo es escaso en muchos aspectos. No considera el lado de la oferta del mercado (sea legal o ilegal), tampoco considera problemas como las externalidades del comportamiento del adicto.[31] Finalmente, Michaels basa la función de la utilidad en una compresión actual del comportamiento adictivo, que, apunta, está sujeto a cambio.[32]

Gary S. Becker y Kevin M. Murphy (1988) desarrollaron aún más la teoría de la adicción racional como fue presentada por Stigler y Becker (1977), en la que la racionalidad significa un plan coherente de maximizar la utilidad con el tiempo. Su modelo se basa en “estados de disposición inestables” para entender la adicción en lugar de en alteración de planes a lo largo del tiempo. Usan los efectos esenciales del consumo, la complementariedad adyacente entre consumo presente y futuro, la preferencia temporal y los efectos de los cambios permanentes de precios frente a los temporales para explicar comportamiento a normales como la adicción, la juerga y la decisión de dejar de tomar pavo frío.

Becker y Murphy apuntan: “La adicción es un gran desafío a la teoría del comportamiento racional” (1988, 695). Afirman que desafía tanto la postura de Chicago respecto del comportamiento racional como la general de en la que los individuos tratan de maximizar la utilidad en todo momento. Becker y Murphy defienden con éxito la racionalidad de Chicago y son capaces, mediante cambios en las variables económicas, de explicar el comportamiento asociado con la adicción. La introducción de los estados de disposición inestables defiende el comportamiento racional frente a la crítica original de Croce y representa un avance pequeño hacia la noción austriaca de racionalidad. En la visión austriaca, los planes los hacen los individuos bajo condiciones de información limitada e incertidumbre. Los planes se hacen en momentos en el tiempo, pero la elección no puede ser independiente de la elección real. Becker y Murphy ajustan su noción de racionalidad de una de “un plan consistente para maximizar la utilidad a los largo del tiempo” (1988, 675) a una en que “‘racional’ significa que los individuos maximizan la utilidad coherentemente a lo largo del tiempo” (988, 694).

La doctrina explora la cuestión de la racionalidad con respecto a la adicción y las drogas peligrosas. En su mayor parte comparte la herencia común de la tradición de Chicago. La racionalidad es un asunto crucial tanto para la prohibición como para al teoría económica general. Aunque este literatura está en general de acuerdo con Fernandez acerca de la dificultad de hacer que funcione la prohibición, sus conclusiones se basan en la racionalidad del consumidor, más que en su falta de ella. En consecuencia, la prohibición se considera costosa, inconsistente, incompleta y de valor limitado.

 

 

Mark Thornton es miembro residente senior en el Instituto Ludwig von Mises en Auburn, Alabama, y es editor de la crítica de libros del Quarterly Journal of Austrian Economics. Es autor de The Economics of Prohibition y coautor de Tariffs, Blockades, and Inflation: The Economics of the Civil War.

 



[1] Ver Friedman 1989.

[2] Las conclusiones de Ekelund y Tollison se basan en parte en Thornton 1986, una versión anterior del capítulo 4 de este libro.

[3] Los pietistas posmilenaristas creen que habrá un reino de Dios de mil años en la tierra y que es responsabilidad del hombre establecer las condiciones necesarias como prerrequisito para el regreso de Jesús.

[4] En un pasaje aleccionador, Newcomb (1886, 11-13) utilizaba el consumo de alcohol (es decir, “gratificar el mórbido apetito” para distinguir correctamente entre la esfera de los moralistas y el papel de los economistas políticos, para separar “las cuestiones totalmente diferentes sobre si un fin es bueno y cómo puede alcanzarse mejor un fin”. Newcomb sugiere que el “economista podría decir en conclusión” que no sabe “en modo alguno qué puede hacer un hombre para aceptar lo que desea menos preceda a lo que (…) desea más, experto una restricción positiva”.

[5] Boswell 1934, 48; ver también Fox 1967, 104-5. La mayoría de los economistas estadounidenses de ese tiempo tenía una opinión poco halagüeña del consumo de alcohol. Es interesante advertir que Veblen construyó su concepto de “consumo ostensible” en parte basándose en bienes como el alcohol, el tabaco y los narcóticos.

[6] La principales contribuciones de Fisher al estudio de la Ley Seca incluyen las publicadas en [1926] 1927, y 1930. Una biografía de Fisher, obra de su hijo, Irving Norton Fisher (1956), detalla su postura activista ante los problemas sociales.

[7] La atención recibida a esta distinción se describe en la biografía de Fisher (I. N. Fisher 1956, 48-50). La crítica de Edgeworth a la disertación de Fisher apareció en el número de marzo de 1893 del Economic Journal.

[8] Para otros ejemplos de Irving Fisher como socialista tecnocrático, ver su discurso presidencial a la American Economic Association en 1919.

[9] El propio Fisher consideraba la adopción de la Enmienda de la Ley Seca un acto prematuro. Pensaba que se necesitaba más tiempo para establecer un consenso nacional y proveer educación y desarrollo político. Fisher alababa a menudo los beneficios indirectos de la Primera Guerra Mundial, como la recogida de estadísticas por el gobierno federal, la aprobación de la Ley Seca, la oportunidad de estudiar la inflación y los poderosos trabajaos que se ofrecieron a los economistas. Ver I. N. Fisher 1956, 154; I. Fisher 1918 y 1919 y Rothbard 1989, 115.

[10] En 1933, Fisher debe haberse visto descorazonado con el discurrir de los acontecimientos. Una nueva era de prohibición y gestión científica de la economía (una prosperidad permanente) se había derrumbado a su alrededor. No sólo se había derogado la Ley Seca y la economía estaba devastada por la Gran Depresión, sino que había perdido su fortuna personal siguiendo sus propios consejos en el mercado bursátil. Con respecto al alcohol, dirigió su atención al movimiento por la templanza publicando tres ediciones de un libro sobre las maldades del consumo de alcohol.

[11] Una investigación del Index of Economic Journals muestra que las contribuciones de Herman Feldman se limitaron a dos artículos de crítica de libros y cuatro monografías sobre política laboral.

[12] Una compañía de caucho de Boston que empleaba a casi 10.000 trabajadores informó que sus enfermeras realizaron 30.000 visitas en 1925, pero no pudieron establecer con ninguna certidumbre que el alcohol fuera la causa en más de seis casos (Feldman 1930, 203).

[13] Es particularmente interesante que Warburton eligiera escribir la entrada sobre la Ley Seca, pues Irving Fisher fue uno de los editores de la Encyclopedia.

[14] A pesar del papel de este grupo de intereses especiales en el inicio de este estudio, muchos eminentes economistas leyeron y comentaron el trabajo final. Warburton da las gracias a Wesley C. Mitchell, Harold Hotelling, Joseph Dorfman y Arthur Burns por sus comentarios ayuda en el prólogo.

[15] No parece que Warburton estuviera construyendo un alegato contra la prohibición: por ejemplo, omitía toda explicación del creciente coste en prisiones y la congestión del sistema judicial atribuible a la aplicación de la prohibición.

[16] Apunta que las estimaciones de gastos caen dentro un amplio rango, más o menos de un cuarto a un tercio basado en las suposiciones subyacentes de las estimaciones. Defensores de la Ley Seca, como Feldman 1930 y luego T. Y. Hu 1950, argumentaron que las estimaciones eran demasiado altas, pero la experiencia moderna con la prohibición de la marihuana probablemente produciría la misma reacción opuesta (es decir, que eran demasiado bajas).

[17] Warburton advertía que la duración de la semana laboral media había disminuido radicalmente desde que empezó la Ley Seca. Debería asimismo advertirse que los salarios reales aumentaron significativamente de los años anteriores a la guerra a finales de la década de 1920. Salarios más altos generalmente ocasionan una mano de obra más responsable y un mayor coste de oportunidad del ocio, especialmente cuando la semana laboral es más corta.

[18] La semana laboral nacional media disminuyó un 3,14% en el periodo pre-Ley Seca, un 9,19% en el periodo de transición y no cambió en el periodo de Ley Seca (Warburton 1932, 205).

[19] Ver Buchanan 1973, 119-32. Ver también Sisk 1982 para una crítica a esta opinión.

[20] Fernandez intenta estimar los beneficios de rehabilitar adictos a la heroína y explora la postura marxista respecto de la adicción a la heroína (1971, 1973). Aplica el análisis de clase a la comprensión de los orígenes de la legislación sobre narcóticos y la asignación de recursos de aplicación a las categorías de clase/delito. También investiga el papel de la racionalidad neoclásica (puramente formal), las aproximaciones modernas a la criminología y la noción marxista de lumpenproletariado (los pobres), para el estudio de la adicción y la prohibición. Ver también Bookstaber 1976 sobre el mercado de drogas adictivas.

[21] Ver también Moore 1973, 1976.

[22] Moore cita a Phares 1973 y Votey y Phillips 1976 como representativos del análisis convencional.

[23] Moore apunta: “Prohibir eficazmente la heroína (es decir, eliminar toda oferta de heroína) es imposible sin gastos inaceptables y ataques intolerables a las libertades civiles. Por tanto, la regulación es un objetivo más apropiado y factible que la prohibición” (1977, xxi).

[24] Artículos de diversos autores reimpresos en Morgan 1974 sugieren que antes de la prohibición de los opiáceos, la adicción y uso se extendió de doctores y drogueros. El propio Morgan sugiere que poco ha cambiado desde la prohibición de los narcóticos en términos del tamaño de la población adicta estadounidense.

[25] Clague 1973 ofrece una lista ordenada de cinco políticas públicas hacia la heroína basadas en siete criterios: crimen, número de adictos, bienestar de los adictos, corrupción policial, violación policial de las libertades civiles, privación legal de libertades tradicionales y respeto por la ley. Las políticas evaluadas incluyen la prohibición, mantenimiento con metadona (estricta y permisiva), mantenimiento con heroína y cuarentena. Con mucho, el mantenimiento con heroína obtenía las notas más altas y la prohibición las más bajas.

[26] Aunque la racionalidad es esencial para la mayoría de las escuelas de pensamiento, debería reconocerse que el significado de racionalidad y el papel que desempeña en el análisis económico difiere de escuela a escuela. Ver por ejemplo, Becker 1962, 1963. Ver también Kirzner 1962, 1963.

[27] Ver Croce 1953, 177. Para una crítica temprana de Croce, ver Tagliacozzo 1945. Para una explicación general y una crítica moderna, ver Kirzner 1976, 167-172; 1979, 120-133.

[28] Para un desarrollo completo de la integración de hábitos en el análisis económico neoclásico, ver Ault y Ekelund 1988.

[29] No lo encuentran normal ni típico a pesar del hecho de que citan cifras para sugerir que el uso de heroína entre soldados estadounidenses durante la Guerra del Vietnam es típico. También citan cifras que sugieren que aunque ninguna adicción es común en toda la población, alguna forma de adicción o compulsión es normal, ya sea vino, novelas de misterio o chocolate.

[30] Michaels critica las suposiciones de Barthold y Hochman (1988) acerca de las preferencias del consumidor “de que hay un pequeño número de gente refractaria en el mundo cuyas preferencias se caracterizan por una extrema no convexidad. Una suposición así raramente sería considerada aceptable en otras áreas de la economía. Por suerte, aquí no es necesaria” (Michaels 1988, 86-87).

[31] Michaels se ocupa de muchos de estos puntos (1987, 289-326).

[32] Como apuntan Barthold y Hochman (1988, 91): “Psicólogos y sociólogos declaran poco éxito al describir una ‘personalidad adictiva’, encontrando como mucho que los alcohólicos (y adictos a las drogas) parecen (…) distintos de otros’, de acuerdo con Lang (1983, 207); pero no de una forma sistemáticamente discernible (al menos desde la variable que examinan)”. Hay actualmente un debate en la postura de la enfermedad y la del libre albedrío respecto de la adicción. Dentro del campo del libre albedrío hay un desacuerdo sobre si la adicción representa una pérdida de voluntad o simplemente su falta.

Published Thu, Oct 14 2010 7:30 PM by euribe