¿Qué va mal en la “música clásica contemporánea”?

Por Rod Rojas. (Publicado el 20 de octubre de 2002)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4790.

 

La música clásica permite a sus amantes algunas de las más profundas y bellas emociones imaginables. Sin embargo, es extremadamente desconcertante que dentro de este maravilloso ámbito haya un área que disfruta de una apatía casi total por parte de casi todos, y en algunos casos incluso de un abierto desagrado. Me refiero a la música clásica contemporánea. De hecho, las piezas escritas por compositores vivos generalmente consiguen el asombroso logro de disgustar prácticamente a todos en las salas de conciertos, empezando por supuesto por la audiencia, pero incluyendo incluso a los ejecutantes.

Es muy habitual que la audiencia no quiera oír y que la orquesta no quiera interpretar. Y si acudimos a los ensayos, nos daremos cuenta de que incluso el director sólo está intentando juntar técnicamente las cosas tan rápido como sea posible, porque cualquier desperdicio de tiempo de ensayo en la obra moderna es tiempo que se quita al ensayo de otras piezas en el programa, lo que la audiencia realmente quiere escuchar, como tal vez una sinfonía de Brahms.

La piezas contemporáneas son tan difíciles de tragar para todos que ahora se han reducido a una longitud estándar de diez minutos, lo que aún deja mucho espacio a la música que la gente quiere escuchar en el resto del programa. Sin duda con la experiencia los organizadores han llegado a la conclusión de que diez minutos de abuso es aproximadamente el máximo que aceptará una audiencia sin protestar mucho. También se han dado cuenta de que estas piezas no pueden colocarse al final del concierto, porque nadie se queda a oírlas.

Los programadores más civilizados ponen las obras experimentales al principio. Esto permite llegar tarde a los miembros más duros de la audiencia que realmente no quieren oír la obra, haciendo lo que llaman “música de estacionamiento” porque se toca mientras la gente está aún estacionando sus coches. Una postura menos amable en entreverar la nueva pieza entre buena música en ambos extremos, asegurándose de que la audiencia tomará su medicina.

¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo pueden tener lugar estas extrañas distorsiones en medio de la belleza y el equilibrio eternos? Es porque hemos cortado el enlace entre las fuerzas del mercado y los compositores. En otras palabras, es por las subvenciones.

Hasta alrededor de mediados del siglo XX, los compositores tenían que agradar realmente a las audiencias que compraban sus obras. Incluso aquellos compositores de vanguardia que no eran capaces de agradar a las masas tenían grupos de apoyo o patrocinadores individuales: normalmente otros artistas o élites de familias cultivadas con un sentido de la comprensión superior. Los compositores cuya música no importaba a nadie salvo a ellos eran eliminados por este proceso.

Hoy son principalmente los compositores que saben como tocar al sistema burocrático los que verán interpretar sus piezas; es un sistema tejido alrededor de concesiones del gobierno y políticas académicas. Por suerte el mercado aún reconoce el talento real. Un buen ejemplo sería el excepcional compositor Philip Glass, que es capaz de vender sus CD con algunas de las casas de grabación más prestigiosas y cuyas óperas y conciertos realmente venden entradas. Hay algunas excepciones, pero incluso Philip Glass recibe subvenciones directas o indirectas.

Algunos de ustedes pueden haber adivinado que la crítica que reflejamos podría ser un tabú de algún tipo, y de hecho lo es. Los compositores del “sistema” se las han arreglado para convertir esto en un asunto de corrección política, cabildeando por cuotas abiertas para su obra, como las de diversidad racial o de género en el trabajo independientemente del rendimiento.

Por desgracia han triunfado en muchos frentes en todo el mundo occidental.

Por ejemplo, aquí en Canadá, las orquestas sinfónicas obtienen subvenciones que dependen de la interpretación de obras canadienses contemporáneas. Hay otras subvenciones y concesiones para el encargo e interpretación de nuevas obras fuera del círculo sinfónico. Para estas concesiones, podría haber requisitos comunitarios, como enseñar en una escuela local o dirigirse a un grupo minoritario y cuando estos objetivos se incluyen apropiadamente en una solicitud de concesión, puede garantizarse la financiación independientemente del tipo de música compuesta. La calidad simplemente no está en la agenda, e incluso si estuviera, los burócratas posiblemente no podrían imitar al libre mercado si están gastando el dinero de otros.

Para justificar su postura, los defensores de las subvenciones usan habitualmente la historia que rodea al estreno de la obra maestra de Igor Straviski, el ballet Le sacre du printemps, o, como lo conocemos en español, La consagración de la primavera. En el estreno de la Consagración, en París el 29 de mayo de 1913, hubo un enorme alboroto en la audiencia, incluyendo puñetazos entre defensores y opositores a la obra. Se nos dice que esta historia demuestra que incluso nueva música fabulosa a menudo no es entendida en el momento de su composición y que por tanto tenemos el deber de apoyar a los compositores vivos: en su momento, las audiencias aprenderán a disfrutar de las mismas obras que hoy parecen inaguantables – caso cerrado. Y no importa el hecho de que en el estreno de la Consagración, había suficiente defensores de la obra en la audiencia como para hacer posible la pelea.

Stravinski era un completo genio musical, como pianista, director y más notablemente como compositor. Su música rompía moldes y hasta hoy pocos han igualado su maestría en la disonancia, su complejidad rítmica y su diseño musical en general. Su obra fue y aún es polémica, pero Stravinski pasó la prueba del mercado al largo de su vida, igual que todos los grandes compositores antes que él. La historia de la música está llena de compositores que tuvieron mucho éxito financiero durante sus vidas; todos fueron buenos compositores y algunos aún disfrutan de reconocimiento hoy, cientos de años más tarde.

En el momento del estreno de la Consagración, Stravisnki estaba trabajando con un empresario llamado Sergéi Diágilev. Como todos los empresarios, Diágilev producía privadamente ballets, poniendo su propio dinero y crédito en juego. Amaba lo que hacía, era un hombre muy culto y le apasionaban sus Ballets Russes; pero cualquier error de cálculo en sus especulaciones en cualquiera de sus decisiones, incluyendo la selección de la música, hubiera llevado rápidamente a su compañía a la ruina. De hecho, Diágilev siembre estaba al borde de la quiebra.

Muchos podrían pensar que era una forma atroz de dirigir una empresa artística, pero así es realmente como el mercado ofrece servicios al coste más bajo posible y como se produjeron ballets y óperas para las masas, algo que ya no hacemos. Este proceso acaba con los sistemas ineficientes, los directores derrochadores y los malos artistas, dejando el mejor arte disponible por el precio que las audiencias están dispuestas a pagar.

Además, después de estudiar con cuidado la historia que rodea al estreno de la Consagración, descubrimos que la compañía continuó con seis actuaciones para acabar con su programa, todas sin disturbios. Y sólo un año después, en 1914, una actuación del músico en solitario, también en París, tuvo tanto éxito que Stravinski fue llevado a hombros por la multitud, lo que sugiere que tal vez la provocativa coreografía en lugar de la música fuera responsable del desorden. Algunos relatos cuentan que las protestas fueron tan ruidosas en la primera actuación que casi no podía escucharse la música.

Si amamos la música clásica, deberíamos estar dispuestos a reclamar que nuestras opiniones como consumidores sean respetadas para que se produzca siempre la mejor música guiada por las fuerzas del mercado. Esto explica por qué encontraremos mejor música en un bar de blues en zona pobre de Cincinnati que en un evento pijo subvencionado de música clásica contemporánea.

Deje que sus opiniones sean conocidas por su orquesta sinfónica y opóngase a las subvenciones bienintencionadas que consiguen precisamente lo contrario de lo que pretenden. No les deje que superen su honrado dólar con dinero de impuestos abundante y obtenido coactivamente.

 

 

Rod Rojas tiene el título del Canadian Securities Course y trabaja como consejero financiero an asuntos personales, corporativos y de política pública. Es un orgulloso miembro del Partido Libertario de Ontario.

Published Tue, Nov 2 2010 9:09 PM by euribe