No son ángeles

Por Stephen Mauzy. (Publicado el 10 de noviembre de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4815.

La veneración no cuestionada de la policía es una de las cosas más desafortunadas que se nos inculca en nuestros años de formación. Si no fuera por la policía, reinarían la anarquía y el caos; por tanto, debemos nuestra seguridad, nuestra civilización, nuestras propias vidas al altruismo y dedicación de la policía; así que los policías son nuestros “héroes”. Eso nos dicen y eso nos creemos.

Un silogismo similar hace héroes a los policías y los héroes son dignos de adoración. Esto explica el melancolía elegíaca que imbuye la cobertura de los medios de comunicación siempre que un funcionario de policía recibe martirio en la línea de fuego: matar a un policía es uno de los actos más odiosos que pueda uno imaginar.

¿Pero realmente la muerte de un policía es más trágica que la de cualquier desconocido de entre nosotros? Podemos leer los obituarios; podemos mirar cada ejemplo y ninguno evocará una pizca de sentimiento. Pero si muere un policía, un patetismo involuntario aflora a la superficie. La reacción no es distinta a la del perro de Pavlov que saliva involuntariamente al oír la campana.

Si atisbamos por encima de la ética prefabricada, veremos una dura realidad que difiere significativamente de la percepción inexperta. Los contactos personales con la policía, si no son en confrontación, son al menos desagradables. El siguiente caso no es familiar porque es universal: Estamos circulando a 10 km/h por encima de límite de velocidad; el tiempo, el tráfico, la preferencia temporal y el sentido común  dictan que nuestras acciones son razonables y no intrusivas. Repentinamente, nuestro mundo tranquilo y solitario se destroza por un destello de luces azules y rojas girando, emergiendo de un Crown Victoria que nos sigue a unos metros por detrás de nuestro parachoques trasero.

Se nos dice que el límite de velocidad es la ley. Y como la ley es la ley, el diligente policía es tan inflexible como la ley que está obligado a aplicar. Todas las explicaciones (racionales o no) caen en los mismos oídos sordos. El policía permanece inconmovible, porque no puede permitirse conmoverse. Su municipio, y por tanto su salario, depende del lucro adicional.

Así que dócilmente nos cruzamos de brazos. No tenemos razón, después de todo; somos un estado de derecho y una nación con un buen gobierno. El sentido común está condenado, aunque nos demos cuenta de que este modelo de negocio de ingresos mediante castigos motiva un comportamiento asociado: el aumento de las infracciones. No sólo se nos multa por exceso de velocidad: el policía busca otras faltas secundarias (una bombilla de matrícula fundida, un parabrisas rajado, un cinturón no puesto y, Dios mío, un tufillo a alcohol). La factura asciende rápidamente a cientos de dólares. El policía no entrega la multa. Firmamos en silencio, no queriendo provocar más investigaciones. Mientras nos vamos, nos encontramos incómodos por una nube de ambivalencia. ¿Es esto la ley?

Realmente, no hay nubes. Cuanta más razón tengamos en nuestro argumento y más lógicamente pensemos, particularmente cuando nuestras acciones no impliquen ninguna invasión de personas o propiedades, más nos enfada someternos a la impertinencia y la intrusión. También nos molesta que no se diga la verdad: independientemente del nivel de servicio que el policía emita desde el principio, podríamos haber sido heridos e incluso muertos si no hubiéramos accedido a sus demandas. Aunque los eslóganes insistan en que la policía está “para proteger y servir”, proteger y servir son sólo un forma lejana de decir “coaccionar e intimidar”.

El temor es sólo marginalmente más pequeño cuando contactamos voluntariamente con la policía para denunciar un allanamiento personal. La misma táctica de preguntas del policía (impertinente, cortante o acusador) hace poco por rebajar nuestra ansiedad y tampoco rebaja el pensamiento insistente de que nuestra propiedad o conducta viola la letra de ley, invitando así a un escrutinio no pretendido.

La moraleja amigable sólo se añade a la ambivalencia. El anuncio de servicio público (mostrando una especie de actor serie B esmeradamente uniformado y amigable) siempre favorece la proliferación de leyes. La ley, explica el policía en tono tranquilo, permite una sociedad más segura y civilizada. Por supuesto, el policía minimiza las multas y arrestos necesarios para aplicar las leyes. El brazo fuerte nos impide saltar de vehículos en movimiento, distraernos mientras conducimos, andar al ralentí en nuestros coches en un día frío. El hecho de que nuestras infracciones no sólo se suman al flujo de ingresos del municipio, sino que reañaden a la capacidad de posteriores violaciones de nuestra persona y propiedad es un pensamiento añadido.

¿Y respecto de la muestra de celo propia de Brobdingnag al aplicar estas leyes? Es verdad, es desagradable para sensibilidades refinadas, pero es simplemente una afectación para subrayar la dedicación de la policía al mantenimiento del orden. Por esta razón, la morada de un supuesto traficante de drogas debe ser violada violentamente: debe derribarse la puerta delantera; debe entrarse en la casa con policías completamente armados, blindados y enfadados; los ocupantes deben verse en el caos. El supuesto delincuente debe ser echado al suelo, si no muerto, y esposado y debe sufrir la humillación añadida de babas e insultos a gritos. Después de todo el gendarme en jefe debe decir ante las cámaras: “Todos estamos más seguros ahora que hay un criminal menos en la calle”.

Como las drogas ilegales son el coco de la moralidad de la clase media, la mayoría aplauden esta imposición agresiva de la ley. De hecho, no les importaría ver algo más: de ahí el abrumador apoyo cuando  se promete añadir más policías a las nóminas municipales. El Presidente Clinton prometió dar “fondos” para 100.000 nuevos policías y la mayoría de los votantes lo aplaudieron. Pocos se detuvieron a advertir que más policías significan más leyes y aplicación más estricta de las actuales. Más policías abren la puerta a más coacción y más violencia… de la policía. ¿Y qué? Siempre es otro el que quebranta la ley… hasta que eres tú.

La educación financiada por el gobierno, desafortunadamente junto con la tutela parental sofista, ha cegado a generaciones de estadounidenses ante la verdad: la policía no hace nada por asegurar la urbanidad. La urbanidad es un subproducto del respeto a la propiedad. Si no hay respeto a la propiedad, no hay urbanidad.

Pensemos en Estados Unidos, donde los ciudadanos, en su mayor parte, respetan la propiedad. El respeto por la propiedad genera una empatía y una actitud deseable: la mayoría queremos tener propiedades y queremos que otros respeten las propiedades que tenemos. A nuestra vez, respetamos la propiedad del vecino. Comparemos esta comportamiento con lugares del mundo en que se carece de respeto por la propiedad. México es un fácil ejemplo: el país está ostensiblemente marcado por exceso extremo de edificios llenos de grafitos, rejas metálicas en las ventanas, segregación de clases y violencia y discordia. México asimismo sufre leyes más intrusivas (y una aplicación más caprichosa de esas leyes) que Estados Unidos.

El nivel de poder de la policía también se asocia negativamente con el respeto de la policía por los derechos de propiedad. En estos casos es evidente: derribar puertas, husmear en cosas personales, destrozar automóviles. Pero la policía también viola los derechos de propiedad más discreta e insidiosamente: allanando la propiedad privada, recogiendo regalos de dueños de tiendas, ahuyentando a los clientes con su mera presencia.

Si queremos maximizar la armonía social, el poder de la policía debe minimizarse, mientras que la importancia de los derechos de propiedad debe maximizarse. Cuando eso ocurre, cualquier ambivalencia que sintamos acerca de la policía se disipará, porque ya no quedará ninguna razón para sentir ambivalencia.

 

 

Stephen Mauzy es analista financiero colegiado, escritor financiero y director de S.P. Mauzy & Associates.

Published Wed, Nov 10 2010 7:14 PM by euribe
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