Por Llewellyn H. Rockwell Jr. (Publicado el 29 de noviembre de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4846.
John Maynard Keynes pensaba que había acabado prácticamente con el oro como patrón monetario ya en la década de 1930. Lo gobiernos del mundo hicieron lo que pudieron para ayudarle. Les llevó más de lo que esperaban. El oro en el dinero sobrevivió hasta Nixon y fue él quine finalmente le dio la puntilla de una vez por todas. Se suponía que sería su final y el principio de una gloriosa nueva era de prosperidad del papel.
No funcionó como pensaban, La década de 1970 fue un momento de caos monetario, lo que valía un dólar en 1973 hoy sólo vale 20 centavos, Dicho de otra forma, 10 centavos de entonces vale dos centavos, un níquel vale un penique y un penique vale… nada en absoluto. Todo es una ficción contable que ocupa espacio físico sin razón alguna.
Bienvenidos a la edad del papel moneda, en la que los gobiernos y bancos centrales pueden fabricar tanto dinero como necesiten sin límite. El oro era el último límite. Su eliminación como patrón desató el monstruo de la inflación y al propio Leviatán, que ha crecido más allá de lo comprensible.
¿Pero saben qué? Realmente el oro no se ha ido a ninguna parte, Sigue siendo la elección favorita, lo que todo inversor utiliza en tiempos de problemas. Sigue siendo el almacén de riqueza más líquido, más estable, más fungible, más comercializable y más fiable del planeta. Tiene una diferencia de compraventa más fiable que cualquier otro producto existente, dado su valor por unidad de peso.
¿Pero está muerta como herramienta monetaria? Tal vez no. Siempre que los fallos del papel se hacen más que evidentes, alguien menciona el oro y luego atentos a la histeria. Esto es precisamente lo que ocurrió recientemente cuando Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial hizo algunos ruidos vagos en dirección al oro. Simplemente sugirió que su precio podría usar como una métrica para evaluar la calidad de la política monetaria.
¿Qué pasó? El techo se vino abajo. Brad DeLong de fama keynesiana llamó a Zoellick “el más estúpido hombre vivo” y el New York Times recitó a una legión de expertos para que nos aseguraran que el patrón oro no arreglaría la cosas, ataría la política económica, traería más estabilidad en lugar de menos, traería de vuelta la Gran depresión y llevaría a un sufrimiento humano masivo de todo tipo.
Algo que demostró esta pequeña explosión: periódicos, gobiernos y sus economistas académicos favoritos, todos odian al patrón oro. Puede entenderlo. La ausencia de patrón oro ha hecho posible el mundo de papel que aman todos ellos, un mundo gobernado por el estado y sus gestores, un mundo de enorme deuda e interminables oportunidades para la maldad a realizar de arriba abajo.
Una de las explosiones más divertidas vino de Nouriel Roubini, que listaba una serie de méritos del oro sin reconocerlos como tales: el oro limita la flexibilidad y rango de acciones de los bancos centrales (¡claro!); bajo el oro un banco central no puede “estimular el crecimiento y gestionar la estabilidad de precios (¡claro!); bajo el oro, los bancos centrales no pueden ofrecer un apoyo de prestamista de último recurso (¡claro!); bajo el oro los bancos se hunden, en lugar de ser rescatados (¡claro!).
Su único punto verdaderamente negativo es que bajo el oro tenemos más ciclos económicos, pero aquí está completamente equivocado, como demuestra una rápida mirada a los datos. ¿Y cómo puede uno decir algo así tras una de las mayores burbujas de la historia y de su explosión, que llevó al mundo al borde la calamidad (y aún no ha terminado)?
Última hora: no fue el patrón oro el que nos trajo este desastre.
Como destacaba Murray Rothbard, lo esencial del patrón oro es que pone el poder en manos del pueblo. Ya no dependen de los caprichos de banqueros centrales funcionarios del tesoro y gente influyente en centros monetarios. El dinero se convierte en algo que no es meramente un dispositivo de contabilidad sino una forma real de propiedad como cualquier otra, Es seguro, transportable, universalmente valorado y en lugar de perder valor, lo mantiene o aumenta con el tiempo. Bajo un patrón oro real, no hay necesidad de un banco central y los propios bancos se convierten en negocios como los demás, no alguna operación socialista gigantesca sostenida con billones en dinero público.
Imaginemos tener dinero y verlo crecer en lugar de menguar en su poder de compra en términos de bienes y servicios. Así es la vida con oro. Los ahorradores se ven premiados en lugar de castigados. Nadie usa el sistema monetario para robar a otro. El gobierno sólo puede gastar lo que tiene y nada más. El comercio transfronterizo no está en constante sobresalto por un cambio en las valoraciones de las divisas.
Por supuesto, el jefe del Banco Mundial no estaba realmente hablando de un patrón oro real. Como mucho, estaba hablando acerca de algún tipo de regla para controlar a los bancos centrales que intenten lo que ahora está intentando la Fed: inflar la oferta monetaria para rebajar el valor del tipo de cambio de la divisa para subvencionar las exportaciones.
Aún así, es bueno que haya hablado del asunto. El Instituto Mises ha estado impulsando los estudios y escritos sobre el oro desde su fundación. Es vedad que el tema del patrón oro es en buena parte histórico, pero no es menos importante por esa razón. La gente que odia el patrón oro del pasado no desea hoy ninguna reforma monetaria seria.
Estaríamos encantados si llegara un día en que las autoridades monetarias realmente hicieran al papel moneda directamente convertible en oro (o plata o cualquier otra cosa). Dudo que podamos esperar que ese día venga pronto. Pero hay una cosa que podría ocurrir ya mismo: liberalizar el mercado para que cree su propio patrón oro permitiendo la verdadera innovación y la elección de las monedas. Podemos apostar que los oponentes al patrón oro también se opondrán a esto, porque, como admitió una vez el propio Alan Greenspan, la gente que se opone al oro se opone en definitiva a la libertad humana.
Este debate no se refiere realmente a la política monetaria y mucho menos a los aspectos técnicos de la transición. Es a la filosofía política: ¿en qué tipo de sociedad queremos vivir? ¿Una gobernada por un estado constantemente creciente y que controla todo o uno en el que la gente tiene la libertad garantizada y protegida?
Llewellyn H. Rockwell, Jr es Presidente del Instituto Ludwig von Mises en Auburn, Alabama, editor de LewRockwell.com, y autor de The Left, the Right, and the State