El blues de Chicago

Por Douglas Carey. (Publicado el 10 de julio de 2001)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/726.

 

La ciudad de Chicago tiene un largo y notable historial de políticos corruptos y entrometidos a los que no les importa nada la libertad personal. No era consciente de lo malo que era realmente hasta que me mudé a Chicago hace poco más de dos años. Es difícil elegir un asunto por el que empezar acerca de la destrucción de vidas y erosión de la libertad personal que los gobiernos local y federal han causado en esta ciudad.

Sin embargo, hay un desastre público masivo que casi nadie puede obviar. Hablo de los pueblos de crimen y vagancia financiados con miles de millones de dólares de los contribuyentes llamados proyectos de alojamiento. Los proyectos de alojamiento de Chicago son testamentos en forma de torres de cómo el gobierno destruye vidas y riqueza, no sólo de la gente dentro de esos proyectos, sino asimismo de los residentes cercanos.

La destrucción que causa el gobierno con estos proyectos es cuádruple: 1) Confiscan dinero de los contribuyentes para pagar su construcción y mantenimiento, 2) los valores de las propiedades dentro de la vecindad en general de un proyecto de alojamiento se desploman inmediatamente, 3) la actividad criminal en el área general se dispara y 4) la gente que vive en este alojamiento “gratuito” está condenada a una vida de constantes ayuda, delitos inconcebibles y una sentimiento general de inutilidad.

Añadamos a esto el hecho de que este círculo vicioso de crimen e irresponsabilidad general continúa generación tras generación ya que los niños en estos proyectos no saben más que pedir al gobierno.

Incluso la ciudad tuvo que admitir finalmente que sus proyectos de alojamiento eran un total y absoluto fracaso. Actualmente muchos de los proyectos del área de Chicago están siendo totalmente demolidos. Incluso el tristemente famoso Cabrini Green está desapareciendo lentamente, dando paso a parte de la propiedad inmobiliaria más valiosa de la ciudad. La mayoría de los residentes de Chicago gritaba de alegría en el lugar en el que se demolían los horribles edificios de Cabrini Green. Sin embargo la mayoría no se preguntaba qué está haciendo la ciudad con la gente que vivía allí.

Decidí descubrir esto. Una vez lo hice, me hubiera gustado no hacerlo. Resula que el gobierno piensa que ha descubierto por qué sus proyectos de alojamiento fracasaron tan miserablemente. Su respuesta es que los residentes estaban demasiado segregados del resto de la sociedad. Necesiatban integrarse más con el hombre común. Por tanto, la ciudad ha decretado que cualquier residente expulsado de un proyecto de alojamiento se mudará a una vivienda superior, extremadamente cara en barrios urbanos y pagará una fracción del coste real de la renta.

No sólo van a trasladar a antiguos alojados de los proyectos a los barrios mejores, sino que los están haciendo en absoluto secreto. De hecho, es un objetivo explícito del plan no dejar que nadie en esos barrios sepa que el gobierno trasladará a desempleados pensionados a la puerta vecina, no conociendo muchos de ellos nada más que una vida de crimen y de vivir de otra gente. Supuestamente ayudará a integrar mejor diferentes gentes y culturas si no todos ignoramos quien vive cerca.

Ahora, hay quien dirá que es erróneo juzgar a esa gente que una vez vivió en los proyectos y que hay mucha gente decente que vive allí y realmente trabaja para vivir.

No dudo que eso sea cierto, pero no se trata de eso. Mucha gente paga un dinero duramente ganado para vivir en lo que considera un barrio seguro. No espera que el dinero de sus impuestos se use para trasladar gente, parte de la cual sin duda cometerá delitos en su nuevo barrio, cerca de ellos en secreto. A la gente que dice que esto es ser demasiado crítico, le digo que ande por su proyecto de alojamiento más cercano una noche y se dé una vuelta durante unas horas. No dudo de que se vayan con algunas críticas propias.

Para avanzar en su causa contra la “discriminación endémica”, el alcalde Richard Daley, que define al político local totalmente incrustado de por vida, y el consejo municipal decidieron que se necesitaba una nueva ley para el sector del taxi. Ya existe una ley en la normativa de Chicago que impide la “discriminación” a los taxistas. La ley establece que cualquiera que llame a un taxi, no importa en qué estado se encuentre o lo que le diga su instinto al taxista, debe ser recogido por ese taxi. Por supuesto, se supone que esto impide que los taxistas discriminen a las minorías, o para ser más precisos, a los negros.

De acuerdo con la lógica de nuestro honorable alcalde y el consejo municipal, los taxistas, que buscan desesperadamente clientes durante todas las horas del día con el fin de llevar como máximo una vida sencilla, son tan racistas que simplemente dejan pasar la oportunidad de hacer dinero por el color de la piel de alguien. Por consiguiente, el alcalde y el consejo municipal deben creer que a estos taxistas, las mayoría de los cuales para empezar son minorías raciales y está claro que no tienen incrustado ningún racismo contra los negros, sólo les disgustan éstos porque son la parte de la sociedad que se considera que debe estar peor atendida por los taxistas.

Aparentemente esta ley para combatir la discriminación no era suficiente y la ciudad a obligado ahora a todas las compañías de taxis que deseen operar en Chicago a realizar la menos un carrera al día desde áreas “peor atendidas”. Por supuesto las llamadas áreas peor atendidas lo son por una razón. Están llenas de crimen, drogas y  bandas. Sin embargo, el riesgo evidente para la seguridad de estos taxistas, sin mencionar la libertad personal de las compañías de taxis, no significan nada para el consejo municipal y el mayor que se sientan en sus prístinas oficinas en el centro, lejos del crimen y la violencia.

Las compañías de taxis deberían realizar una contrapropuesta. Si el alcalde y el consejo municipal están de acuerdo en realizar su trabajo en el exterior en esas mismas áreas “peor atendidas” durante una hora diaria sin guardaespaldas o policía, igual que se les obliga a hacer a los taxistas, entonces las compañías de taxis irán a las mismas áreas. Me juego todo mi dinero a que ninguno de esos políticos lo haría.

A causa de estas leyes deleznables, los taxistas de la ciudad han convocado una huelga general en el que es normalmente uno de los días de más trabajo para las compañías de taxis, el 3 de julio. Sólo podemos esperar que cuando los ciudadanos de Chicago esperen a un taxi ese día, sólo para descubrir que no hay, descubran la verdadera razón y en el momento de las elecciones echen la culpa directamente a quien corresponde.

 

 

Douglas Carey fue editor de The Burden.

Published Tue, Nov 30 2010 6:44 PM by euribe