Los peligros del método económico de Samuelson

Por Robert Higgs (Publicado el 29 de abril de 2008)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2947.

 

Se nos dice que no hablemos mal de los muertos. En este sentido, estoy a salvo, supongo, porque Paul A. Samuelson, a quien pretendo criticar, sigue vivo, aunque pronto tendrá 93 años y por tanto no puede durar mucho en este mundo. Cuando estaba estudiando por primera vez economía, en la década de 1960, Samuelson era considerado por mis profesores como el mejor economista vivo (un genio, solían decir). En el curso de mi formación de licenciatura y doctorado, no se me dio razón alguna para dudar de esa evaluación.

De hecho, una parte memorablemente dolorosa de mi educación universitaria consistió en mis intentos de leer y entender el libro clave de Samuelson, Fundamentos del Análisis Económico (1947), un tratado de teoría económica matemática, siguiendo el patrón de la termodinámica clásica, que fijo el tono para muchos de lo que harían los más inteligentes economistas ortodoxos durante las siguientes décadas. El protocolo se convertía en: construir un modelo matemático de actores abstractos dedicados una maximización o minimización obligada de una función objetivo; probar que ese modelo tiene un equilibrio estable; demostrar cómo cambian las condiciones de equilibrio del modelo cuando cambian sus parámetros (el llamado método de estática comparativa).

También tuve el placer (si es que esa es la palabra) de conocer una vez a Samuelson en persona, a principios de 1968, cuando visité el departamento de economía del MIT como aspirante a una plaza allí. En una comida con Samuelson y otros varios miembros del departamento, disfruté (si es que esa es la palabra) del famoso ingenio y arrogancia de Samuelson. Aunque los miembros del grupo bromeaban y hacían chistes a costa de los otros durante la comida, como suelen hacer los profesores, me quedó claro que la bromas de Samuelson a costa de un colega dominaban a las romas de un colega a su costa. Este orden de picoteo no me sorprendió. Sin embargo me desconcertó que el gran hombre también bromeara a mi costa. Por supuesto, como yo era un chico de 24 años aprensivo e inseguro que buscaba un trabajo, no bromeé a costa de nadie y evidentemente no de Samuelson. Cuarenta años después, y algo más conocedor de la mala educación en la universidad, sigo decepcionado porque el aclamado “mejor economista vivo”, un hombre que solo dos años después iba a convertirse en el primer estadounidense en recibir el Premio Nobel de economía, decidiera acosar a un simple licenciado universitario.

Sin embargo cualquiera que haya leído artículos y libros de Samuelson sabe que su arrogancia queda claramente expuesta. Sea o no el mejor economista vivo, a menudo se expresa con el tipo de condescendencia olímpica que sugiere bastante que cree ser el Número Uno [en español en el original]. Me sorprendió esta cualidad hace poco al leer, cosa rara, su artículo “Economic Theory and Mathematics – An Appraisal” (American Economic Review 42 [Mayo de 1952]: 56-66). Al final del primer párrafo, Samuelson escribe: “Creo firmemente en las virtudes de la modestia y la falta de pretensiones”. Después de encontrar esta afirmación de modestia en el autor, estuve a punto de la carcajada.

Aunque Samuelson declara que no viene “a elogiar las matemáticas sino más bien a desacreditar ligeramente su uso en economía”, la idea central de su artículo difícilmente puede describirse como desacreditadora. De hecho, en mi opinión, hace afirmaciones grandiosas e indefendibles a favor del uso de las matemáticas en economía. No soy un filósofo, pero me atrevo a decir también que hace afirmaciones indefendibles acerca de las propias matemáticas, algo que dejaré que juzguen personas más competentes. La afirmación principal de Samuelson es que “en su lógica más profunda”, matemáticas y prosa “son estrictamente idénticas” (p. 56). Mi pálpito filosófico no muy cualificado es que esa afirmación no se considerará que tiene sentido por mucho tiempo, si es que puede tener alguno. Aún así, como muchas declaraciones de Samuelson, está expresada con la absoluta confianza típica de las primeras generaciones de positivistas.

Samuelson mantiene que “toda ciencia se basa directamente en la inducción, en la observación de los hechos empíricos. (…) La deducción tiene el modesto papel lingüístico de traducir ciertas hipótesis empíricas a sus “equivalentes lógicos” (p. 57). Parece evidente que para él, como para legiones de sus discípulos, una teoría económica a priori, como la teoría praxeológica que expone Ludwig von Mises en La acción humana (1949), no se puede considerar ciencia. Aunque no menciona a Mises en el artículo, sospecho que podría haber tenido en mente al gran economista austriaco cuando escribía: “No pueden existir verdades empíricas a priori en ningún campo. Si algo es una verdad irrefutable a priori, debe estar vacía de contenido empírico” (p. 62). Luego afirma, con su arrogancia característica, que “al nivel general que concierne al científico en su trabajo diario”, esta opinión “se reconoce ampliamente por científicos de todas las disciplinas. Las únicas excepciones pueden encontrarse en ciertas aguas estancadas de la economía y no haré aquí más que apuntar con el dedo del desdén a quienes llevan al siglo XX ideas que no fueron siquiera demasiado buenas en su primer apogeo” (p. 62).

Me pregunto qué estatus atribuiría Samuelson al axioma de la acción: la afirmación de que los seres humanos tienen fines y usan medios en la búsqueda consciente de alcanzar dichos fines. ¿Negaría que es apodícticamente cierta? ¿Y también negaría que es algo empíricamente válido?

En una defensa de la metodología de Mises en 1957, Murray N. Rothbard apunta “El que consideremos el axioma de la acción como ‘a priori’ o ‘empírico’ depende de nuestra posición filosófica definitiva” (“In Defense of 'Extreme Apriorism”, Southern Economic Journal 23 [Enero de 1957]: 317-318). Observa que Mises, tomando una visión kantiana, considera al axioma como “una ley de pensamiento y por tanto una verdad categórica a priori para toda experiencia” (p. 318). Por el contrario, Rothbard considera al axioma “una ley de la realidad en lugar de una ley del pensamiento y por tanto ‘empírica’ más que ‘a priori’” (p. 318), aunque concede que “este tipo de ‘empirismo’ está tan fuera de lugar con el empirismo moderno que igual podría continuar calificándolo como a priori” por los argumentos empleados. Expklica el axioma diciendo: “(1) es una ley de la realidad que no es concebiblemente falsable y aún así es empíricamente sensata y verdadera; (2) descansa en la experiencia interna universal y no simplemente en la experiencia externa, es decir, su evidencia es reflectiva más que física y (3) es claramente a priori para acontecimientos históricos complejos” (p. 318, notas a pie de página omitidas). Samuelson no se digna considerar estos asuntos, optando en su lugar por el desdén altanero.

Samuelson si menciona de hecho a un gran economista austriaco, el mismo fundador de la Escuela Austriaca, Carl Menger. Sus comentarios en este punto merecen una cita extensa . “Jevons, Walras y Menger”, escribe, “todos llegaron independientemente a la llamada ‘teoría del valor subjetivo’. Y (…) Menger llegó a esta formulación sin el uso de matemáticas. Pero”, continúa

Yo debería apuntar que un reciente relectura de la excelente traducción al inglés de la obra de Menger de 1871 me convence de que es la menos importante de las tres citadas y de que su relativo olvido por parte de los escritores modernos no es simplemente resultado de mala suerte o negligencia investigadora. Debería asimismo añadir que la importante revolución de la década de 1870 tiene realmente poco que ver con el valor subjetivo y la utilidad o el marginalismo; más bien consistió en el perfeccionamiento de las relaciones generales de oferta y demanda. Culminó con el equilibrio walrasiano. Y estamos obligados a estar de acuerdo con la valoración de Schumpeter de Walras como el mayor de los teóricos, no porque usara matemáticas, pues lo métodos utilizados son realmente bastante rudimentarios, sino por la importancia clave del propio concepto de equilibrio general. (p. 61).

La evaluación de Samuelson, me aventuraría a decir, tiene cosas exactamente al contrario. No alcanza a ver cómo y por qué el desarrollo de Menger de la teoría de la utilidad marginal y la relacionada teoría económica es realmente superior a las formulaciones de Jevons y Walras. Sobre esta cuestión, lo mejor que puede hacer el lector es consultar la espléndida diferenciación de las opiniones de los tres pioneros marginalistas de Jörg Guido Hülsmann en su magnífica biografía recién publicada de Mises, The Last Knight of Liberalism (2007, pp. 125-136).

Hülsmann cita los comentarios de William Jaffé, que son tan apropiados que los citaré de nuevo:

Menger se mantuvo demasiado cerca del mundo real tanto para la formulación verbal de la teoría como para la simbólica y en el mundo real no veía puntos claramente definidos de equilibrio, sino más bien indeterminaciones limitadas no solo en el trueque aislado bilateral, sino asimismo en el comercio del mercado competitivo. (…) Con su atención inquebrantablemente fija en la realidad, Menger no podía abstraerse, y no lo hizo, de las dificultades que afrontaban los comerciantes en cualquier intento de obtener toda la información requerida para obtener cualquier cosa similar a una determinación precisa del equilibrio de los precios del mercado, tampoco su aproximación le permitió abstraerse de la incertidumbres que velaban el futuro, incluso el cercano de la anticipación consciente con la cual tienen lugar la mayoría de las transacciones presentes. (Citado en Hülsmann, Mises, p. 153).

A la luz de esto, vemos claramente que la insistencia positivista de Samuelson en que la ciencia económica debe basarse en hechos empíricos choca con su preferencia expresada por el equilibrio general abstracto de información perfecta al estilo de Jevons y Walras, en vez de la base completamente realista para el razonamiento económico de Menger.

Nada ha hecho más por convertir a la moderna teoría económica en un ejercicio estéril e irrelevante de autoerotismo que la obsesión de sus practicantes por lo modelos matemáticos de equilibrio general. No sólo este foco genera el giro inútil de las ruedas mentales de los pseudoeconomistas matemáticos, sino que tiene consecuencias perniciosas para la formulación política, porque, como ha observado James M. Buchanan, da lugar a “la mentira más elaborada de la teoría económica. La idea de que porque ciertas relaciones se mantengan en equilibrio [en el modelo] la interferencias forzadas diseñadas para implantar estas relaciones [en el mundo real] serán, de hecho, deseables” (What Should Economists Do? [1979], p. 83).

Smuelson escribe que aunque los matemáticos ocasionalmente cometen errores, “es sorprendente lo raros que son los errores puros e n lógica”. Hay que reconocer que luego admite algo muy importante: “Donde se cometen realmente los grandes errores es en la formulación de las premisas”. Sin embargo, considera “una de las ventajas de medio matemático” que él y otros constructores de modelos “están obligados a poner las cartas sobre la mesa de modo que todos puedan ver sus premisas” (p. 64). Esta afirmación parece a primera vista poner al modelo matemático en un sentido favorable. Aún así ¿qué ventaja tiene si la premisas se exponen con claridad, todos ven que son completamente artificiales, de otro mundo o incluso imposibles y luego se procede al juego deductivo como si una teoría económica basada en esas premisas fuera perfectamente aceptable simplemente porque sus premisas son tan visibles y claramente especificadas? Cualquiera que se haya burlado de los escolásticos por contar ángeles en la cabeza de un alfiler debería tratar de leer un artículo en el Journal of Economic Theory o en cualquier otra revista importante de modelos de economía ortodoxos. ¡Menudo universo paralelo!

Samuelson insiste: “No hay problemas metodológicos distintos que afronte en científico social que se diferencien en modo alguno a los que afrontan otros científicos” (p. 61). Esta afirmación choca con lo que cualquiera tendría que notar instintivamente: que los seres humanos, que tienen propósitos, eligen medios para atenderlos, cambian sus propósitos de  cada cierto tiempo y en alguna ocasión idean medios completamente nuevos, difieren esencialmente de electrones, moléculas y ondas de luz (¿o son partículas?).

Mises exponía convincentemente el dualismo metodológico en muchos de sus escritos. Por ejemplo, esta exposición aparece en el mismo inicio de su importante e injustamente ignorado libro Teoría e historia (1957), donde apunta que dada nuestra ignorancia de “cómo los acontecimientos externos (físicos, químicos y fisiológicos) afectan a los pensamientos, ideas y juicios de valor”, el dominio del conocimiento se divide necesariamente “en dos campos separados, el reino de los acontecimientos externos, comúnmente llamado la naturaleza y el reino del pensamiento y la acción humana” (p. 1).

Continúa: “Las ciencias de la acción humana”, adecuadamente construidas, “empiezan por el hecho de que el hombre busca intencionadamente los fines que ha elegido. Es precisamente esto lo que todas las ramas del positivismo, conductismo y panfisicalismo quieren o bien negar de plano o pasarlo en silencio” o, como en el caso de Samuelson, desdeñarlo con burla y desprecio como indigno de científicos económicos en la era moderna. Es triste decir que no todo cambio 4es verdadero progreso y en la economía ortodoxa moderna (que bien podríamos llamar con justicia economía samuelsoniana) muchos de los cambios en los preceptos y prácticas profesionales han sido manifiestamente a peor.

Hace quince años, la revista Reason invitó a una serie de escritores, incluyéndome a mí, a contribuir con un breve escrito a una sección llamada “Conoce a tu enemigo”. La idea era que cada uno de nosotros “sugiriera un libro publicado en los últimos 50 años que se importante porque ha ayudado a promover ideas erróneas con serias consecuencias” (Dicembre de 1993, p. 32). Para mi contribución, elegí los Fundamentos de Samuelson. Si tuviera que identificar hoy ese libro, sigo sin pensar en ninguna elección más apropiada.

 

 

Robert Higgs socio distinguido en economía política en el Independent Institute y editor de The Independent Review. En 2007 recibió el premio Gary G. Schlarbaum por una vida dedicada a la causa de la liberta

Published Fri, Dec 3 2010 6:58 PM by euribe