La inversión de la tendencia hacia la libertad

La inversión de la tendencia hacia la libertad

 

Por Ludwig von Mises (Publicado el 15 de diciembre de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4774.

[Extraído del capítulo 16 de Teoría e historia (1957)]

 

A partir del siglo XVII, los filósofos que se ocupaban del contenido esencial de la historia empezaron a destacar los problemas de la libertad y la esclavitud. Sus conceptos sobre ambas eran bastante vagos, tomados de la filosofía política de las antigua Grecia e influidos por la interpretación prevalente de las condiciones de las tribus germánicas cuyas invasiones habían destruido el imperio romano occidental. Tal y como lo veían estos pensadores, la libertad era el estado original de la humanidad y la gobiernos de los reyes apareció solamente en el curso de la historia posterior. En la relación escrita del inicio del reinado de Saúl encontraban la confirmación de su doctrina, así como una descripción bastante poco simpática de las marcas características del gobierno real.[1] La evolución histórica, concluían, ha privado al hombre de su inalienable derecho a la libertad.

Los filósofos de la Ilustración fueron casi unánimes en rechazar las reclamaciones de la realeza hereditaria y en recomendar la forma republicana de gobierno. La policía real les obligaba a tener cuidado en la expresión de sus ideas, pero la gente podía leer entre líneas. En vísperas de las revoluciones americana y francesa, la monarquía había perdido su solidez en la mente de los hombres. El enorme prestigio del que disfrutaba Inglaterra, entonces la nación más rica y poderosa del mundo, sugería el compromiso entre dos principios incompatibles de gobierno que habían funcionado satisfactoriamente en el reino Unido. Pero las antiguas dinastías originales de la Europa continental no estaban dispuestas a aceptar su reducción a un puesto meramente ceremonial como lo había hecho finalmente la dinastía extranjera de Gran Bretaña, aunque solo tras alguna resistencia. Perdieron sus coronas porque desdeñaron el papel de lo que el Conde de Chambord había llamado “el legítimo rey de la revolución”.

En el apogeo del liberalismo prevalecía la opinión de que la tendencia hacia el gobierno por el pueblo es irresistible. Incluso los conservadores que defendían un retorno al absolutismo monárquico, los privilegios para la nobleza y la censura estaban más o menos convencidos de que estaban luchando por una causa perdida. Hegel, el defensor del absolutismo prusiano, encontró conveniente aceptar formalmente la universalmente aceptada doctrina filosófica al definir a la historia como “el progreso en la conciencia de la libertad”.

Pero luego apareció una nueva generación que rechazaba todos los ideales del movimiento liberal sin ocultar, como Hegel, sus verdaderas intenciones detrás de una hipócrita reverencia a la libertad del mundo. A pesar de sus simpatías por laos principios de estos autoproclamados reformadores sociales, John Stuart Mill no pudo dejar de calificar sus proyectos (y especialmente los de Auguste Comte) como liberticidas.[2] A los ojos de estos nuevos radicales, loe enemigos más depravados de la humanidad  no eran los déspotas sino los “burgueses” que les habían sustituido.

Los burgueses, decían, habían engañado al pueblo proclamando falsos lemas de libertad, igualdad bajo la ley y gobierno representativo. Lo que pretendían realmente los burgueses era una explotación sin escrúpulos de la inmensa mayoría de hombres honrados. La democracia era en realidad una plutocracia, un telón para ocultar la dictadura ilimitada de los capitalistas. Lo que necesitaban las masas no era libertad y una porción en la administración de los asuntos de gobierno, sino la omnipotencia de los “verdaderos amigos” del pueblo, de la “vanguardia” del proletariado o del carismático Führer.

Ningún lector de libros o panfletos del socialismo revolucionario puede dejar de darse cuenta de que sus autores no buscaban la libertad sino un despotismo totalitario ilimitado. Pero hasta que los socialistas no se hubieran apropiado del poder, necesitaban miserablemente para su propaganda las instituciones y los derechos del liberalismo “plutocrático”. Como partido en la oposición, no podían arreglárselas sin la publicidad que les ofrecía el foro parlamentario, ni sin la libertad de expresión, conciencia y prensa. Así que lo quisieran o no, tenían que incluir temporalmente en su programa las libertades y derechos civiles que estaban firmemente resueltos a abolir tan pronto como tomaran el poder. Pues, como declaró Bujarin después de la conquista de Rusia por los bolcheviques, habría sido ridículo reclamar a los capitalistas la libertad para el movimiento de los trabajadores de cualquier otra forma que no fuera reclamando libertad para todos.[3]

En los primeros años de su régimen, los soviéticos no se preocuparon de ocultar su aborrecimiento del gobierno popular y las libertades civiles y alabaron abiertamente sus métodos dictatoriales. Pero a finales de los treinta se dieron cuenta de que un programa contra la libertad sin disfraces resultaba impopular en Europa Occidental y Norteamérica. Como, asustados por el rearmamento alemán, querían establecer relaciones amistosas con Occidente, cambiaron de golpe su actitud hacia los términos (no las ideas) de democracia, gobierno constitucional y libertades civiles.

Proclamaron el lema del “frente popular” y entraron en alianzas con las facciones socialistas rivales a las que hasta entonces habían calificado de traidoras. Rusia tuvo una constitución, que fue alabada en todo el mundo por serviles escribientes como el documento más perfecto de la historia a pesar de basarse en el principio del partido único, la negación de todas las libertades civiles. Desde aquel momento los gobiernos más bárbaros y despóticos empezaron a reclamar para sí mismos el apelativo de “democracia popular”.

La historia de los siglos XIX y XX ha desacreditado las esperanzas y los pronósticos de los filósofos de la Ilustración. Los pueblos no se dirigieron por la vía hacia la libertad, los derechos civiles, el libre comercio, la paz y la buena voluntad entre las naciones. En su lugar, la tendencia es hacia el totalitarismo, hacia el socialismo. Y de nuevo hay gente que afirma que esta tendencia es la última fase de la historia y que nunca se cambiará por otra tendencia.

 

 

Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído del capítulo 16 de Teoría e historia (1957).



[1] 1 Samuel 8: 11–18.

[2] Carta a Harriet Mill, 15 de enero de 1855. F.A. Hayek, John Stuart Mill and Harriet Taylor (Chicago, University of Chicago Press, 1951), p. 216.

[3] Bujarin, Programme of the Communists (Bolsheviks), ed. por el Group of English Speaking Communists in Russia (1919), pp. 28-29.

Published Wed, Dec 15 2010 9:41 PM by euribe