¿Justicia con tu café?

Por N. Joseph Potts. (Publicado el 25 de junio de 2004)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1548.

 

El otro día en el supermercado de mi barrio estaba al principio confuso y luego un poco divertido a la vista del estante de “Café de Comercio Justo”. No, no es un nombre atractivo como “Morning Call”. Es, y esto lo descubrí al inspeccionar con detalle la inusual etiqueta llena de palabras, café cuyo suministrador afirma haber pagado por él más a sus productores. Por supuesto, esto no quiere decir que le pagara la productor lo que pidiera, sino más bien algún precio mínimo (no indicado) hipotéticamente por encima de cualquier precio de los granos en el lugar de momento de la venta que se supone que haya sido.

La sección en la que se ofrecía este notable producto era, por supuesto, entre la sección en se ofrecen los productos responsables medioambientalmente (verdes) y aquélla en la que se ofrecen lo que se afirma que se han cultivado orgánicamente. Por supuesto, estaba muy lejos de los estantes en los que se ofrecía el café de “comercio injusto”, así que diciéndome para mí el precio del café de comercio justo como un imbécil desmemoriado, me encaminé al lugar del café habitual y encontré una diferencia de más de 1$ por libra a dar al merecedor campesino [en español en el original] o quien cultivara ese otro café especial en el otro extremo de la tienda.

Seguía sacudiendo la cabeza acerca de esta nueva forma de estupidez a la siguiente mañana (8 de junio de 2004), cuando vi en la portada del Wall Street Journal un artículo describiendo el tráfico de “comercio justo” de café, plátanos y quién sabe qué más. Parece que este tipo de cosas han estado realizándose durante años en Europa y ahora, igual que el keynesianismo, avanza hacia el oeste del Atlántico. Parece, por cierto, que cuando el agricultor no estaba recibiendo más que unos pocos centavos extra por libra (o kilo, esto es Europa, saben), el vendedor estaba ganado un dólar o más sobre su ya amplio beneficio. Por supuesto, esto no es más que la habitual “espuma caritativa”, como yo la llamo (algo no distinto de un bombero echando mano al cepillo que acaba de sacudir ante ti mientras esperas que el semáforo cambie) pero se descubría que desanimaba a los incautos, quiero decir, los fieles que compraban el café de comercio justo y acallaban sus sobrecargadas conciencias con su fragante aroma en sus cocinas.

Antes de seguir, me gustaría dejar perfectamente claro que está completamente dentro de los derechos de los compradores de café en grano pagar cualquier precio, incluyendo uno inflado, que puedan acordar con los cultivadores. Y considero que los consumidores tienen perfecto derecho a comprar café que indique que ha sido comprado a cualquier precio que el vendedor esté dispuesto a dar por él. Todo esto es voluntario. No hay gobiernos implicados y por tanto, hasta donde puedo verlo, no hay coacción.

¿Entonces por qué me irrita tanto? ¿Estoy tan intensamente en contra de la caridad que la de otros me molesta, incluso aunque no me cueste nada? Después de todo ¡qué refrescante es no tener al recaudador de impuestos amenazándome con gente armada del estado si rehuyera pagar este gravamen!

Bueno, esta caridad de la que no participo me fastidia cuando veo a las cadenas de supermercados llevándose un dólar por cada 25 centavos o menos que supuestamente van a los pobres agricultores. Pero realmente no se ha dicho ninguna mentira y los primos que compran este café deberían ser libres de deshacerse de su dinero de la forma en que elijan, aunque admito que preferiría que me eligieran a mí para gastar sus riquezas, en lugar de a algún otro (cualquiera).

Peor es que esto resulta ser un nuevo secuestro del estilo del doblepensar de la palabra “justo”, aquí junto con “comercio”, que me preocupa. Al estilo de Bastiat, lo que no se ve es lo que más me preocupa. Imaginen al comprador de café de comercio justo viajando a las hermosas tierras altas de Colombia o Brasil, dispuesto a pagar más que el precio actual por el café. ¿Cómo elige qué agricultor merece nuestra generosidad? Bueno, pueden encontrarse la serie de pistas bien hilvanadas de la fea verdad en el sitio web de TransFair USA, la filial de EEUU de la global FLO.

Para una explicación más completa, consulten el artículo del Christian Science Monitor que describe a un agricultor (realmente una cooperativa) en Nicaragua que no pudo obtener siquiera la consideración de la FLO para una certificación de comercio justo porque… ¡es demasiado pequeña! No es demasiado pequeña para vender su producto al precio global injusto y más bajo de 55 centavos la libra. Solo demasiado pequeña como para tener la posibilidad de pagar los 2.431$ que cuesta incorporarse al club y el cargo de volumen de 0,02$ por libra. Es verdad: tienes que pagar para que te paguen más. ¿Dónde está la justicia en este comercio? La respuesta, claro, es que esto no es comercio: como mucho, es caridad y más realistamente es el aparato burocrático detrás de un truco de mercadotecnia que muchísimo menor de lo que parece ser.

Quizá ustedes puedan conjeturar que las cosas podrían mejorar si todos compraran solo café de comercio justo. Entonces toda la cosecha recibiría nuestra beneficencia sobre todos los cafeteros del mundo y no habría nada de este escabroso elegir. Pero entonces, me dice el lúgubre economista que hay en mí, habría beneficios extraordinarios en el cultivo de café y entraría más gente y más tierra en el lucrativo negocio del café y más pronto o más tarde, habría más café que el que todos los compradores del café del mundo querrían comprar a los precios inflados que estarían pagando.

El café, el té y el cacao son todos productos del movimiento del Comercio Justo, y como el opio, son drogas: las drogas más fuertes que el tendero puede vender sin tener que verificar la documentación con tu edad. Como tales, no tienen por sí mismas valor nutritivo, pero sí mucho valor político, como testifican movimiento como la fiesta del té de Boston. Como no soportan en EEUU impuestos especiales como los que gravan el alcohol y el tabaco, la empresa privada ha entrado de nuevo por esta brecha en la madeja de “servicios” del gobierno y tramado sus propios medios de desplumar a gente con complejo de culpa.

Sí, la marihuana de Comercio Justo podría ser lo próximo. El fin de todo esto es después de todo hacer que te sientas bien. Incluyendo (especialmente incluyendo) al Comercio Justo. Y hablando de drogas y gobiernos, parece que parte de aumento global de la oferta de café proviene de Colombia, donde los agentes del gobierno han “convencido” a los plantadores de coca, el principal ingrediente de la cocaína, a cambiar sus trabajos de cultivo a principal ingrediente de la cafeína aprobada por el gobierno.

En mi siguiente visita al supermercado me dirigí con mi típico masoquismo al pasillo en que el comercio justo reina supremo y allí, para mi irresistible maravilla, encontré un empleado que ofrecía pequeñas tacitas de papel de esta virtuosa infusión, indudablemente con crema de Comercio Justo y azúcar de Comercio Justo para quienes lo desearan. Sin la más mínima intención de comprar ni el menor remordimiento, llevé el noble líquido a mis indignos labios.

Lo encontré bastante amargo.

 

 

N. Joseph Potts estudia economía en su casa al sur de Florida.

Published Wed, Dec 29 2010 7:52 PM by euribe