Con o sin Dios: Ley natural y derechos de propiedad

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 30 de diciembre de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4823.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]

 

No solo los fisiócratas fueron generalmente defensores coherentes del laissez faire, sino que además defendieron la operación de un mercado libre y los derechos naturales de las personas y la propiedad.

John Locke y los niveladores en Inglaterra habían transformado las nociones bastante vagas y holísticas de la ley natural en los conceptos bien definidos y firmemente individualistas de los derechos naturales de todo ser humano individual. Pero los fisiócratas fueron los primeros en aplicar completamente los conceptos de derechos naturales y de propiedad a la economía de libre mercado. En cierto sentido, completaron el trabajo de Locke y llevaron todo el lockeanismo a la economía.

Quesnay y los demás fisiócratas se vieron también inspirados por la versión típica de la Ilustración del siglo XVIII de la ley natural, en la que los derechos individuales de las personas y de la propiedad estaban profundamente embebidas en una serie de leyes naturales que había diseñado el creador y eran claramente discernibles a la luz de la razón humana. Así que, en un sentido profundo, la teoría de los derechos naturales del siglo XVIII fue una variante refinada de la ley natural de la escolástica medieval y postmedieval. Los derechos eran ahora claramente individualistas y no sociales o pertenecientes al estado y la serie de leyes naturales podía descubrir por medio de la razón humana.

El protestante holandés del siglo XVII, y en esencia escolástico protestante, Hugo Grocio, profundamente influido por los escolásticos españoles tardíos, desarrolló una teoría de la ley natural que declaró abiertamente que era verdaderamente independiente de la cuestión de si Dios las había creado. Las semillas de este pensamiento estaban en Santo Tomás de Aquino y en posteriores escolásticos católicos, pero nunca había sido formulada tan clara y nítidamente como en Grocio.

O, por decirlo en términos que habían fascinado a los filósofos políticos desde Platón, ¿amaba Dios el bien porque era de hecho bueno o algo es bueno porque Dios lo ama? La primera había sido siempre la respuesta de quienes creían en la verdad y la ética objetiva, es decir, en que algo podría ser bueno o malo de acuerdo con las leyes objetivos de la naturaleza y la realidad. La últimas ha sido la respuesta de los fideístas que creen que no existe ningún derecho ni ética objetivos y que solo la voluntad puramente arbitraria de Dios, expresada en la revelación, puede hacer a las cosas buenas o malas para la humanidad.

Grocio fue l exposición definitiva de la postura objetivista y racionalista, ya que para él las leyes naturales son discernibles por la razón humana y la Ilustración del Siglo XVIII fue esencialmente el desarrollo del marco grociano. A Grocio la Ilustración añadió a Newton y su visión del mundo como una serie de armonías, leyes naturales interactuando precisa, si no mecánicamente.

Y aunque Grocio y Newton era fervientes cristianos, como casi todos en su época, el siglo XVIII, al partir de sus premisas, caían fácilmente en el deísmo, en el que Dios, el gran “relojero”, o creador de este universo de leyes naturales, desaparecía luego de la escena y permitía a su creación actuar por sí misma.

Sin embargo, desde el punto de vista de la filosofía política importaba poco si Quesnay y los demás (Du Pont era de ideas hugonotes) eran católicos o deístas: dada su visión del mundo, su actitud hacia la ley y los derechos naturales podían ser los mismos en cualquier caso.

Mercier de la Rivière apuntaba en su L'Ordre natural que el plan general de la creación de Dios había provisto leyes naturales para el gobierno de todas las cosas y que el hombre indudablemente no podía ser una excepción a esa regla. El hombre solo necesitaba conocer mediante su razón las condiciones que le llevarían a su máxima felicidad y luego recorrer ese camino. Todos lo males de la humanidad derivaban de la ignorancia y desobediencia de dichas leyes.

En la naturaleza humana, el derecho a la autopreservación implica el derecho de propiedad y cualquier propiedad individual en productos del hombre que provengan de la tierra requieren la propiedad de la misma tierra. Pero el derecho de propiedad no sería nada sin la libertad de usarla y por tanto la libertad deriva del derecho de propiedad. La gente florece como animales sociales y a través de comercio y el intercambio de propiedad maximiza la felicidad de todos.

Además, como las facultades de los seres humanos con por naturaleza diversas y desiguales, una desigualdad de condición aparece naturalmente de un derecho igual a la libertad de todo hombre. DE esta forma, los derechos de propiedad y los mercados libres, concluye Mercier, hay un orden social que es natural, evidente, sencillo, inmutable y conductivo a la felicidad de todos.

O, como declaraba Quesnay en su Le Droit naturel (La Ley Natural), “Todo hombre tiene un derecho natural al libre ejercicio de sus facultades siempre que no las emplee para el daño de sí mismo o de otros. Este derecho a la libertad implica como corolario en derecho de propiedad” y la única función del gobierno es defender ese derecho.[1]

Muchos gobernantes de Europa quedaron embelesados o intrigados por esta nueva doctrina de moda de la fisiocracia y buscaron saber más de ella de sus principales de teóricos. El delfín de Francia se quejaba un vez a Quesnay de la dificultad de ser rey y el médico le replicó que realmente era bastante sencillo. “Entonces”, preguntó el rey, “¿qué harías si fueras rey?” “Nada”, fue la respuesta directa, clara y magníficamente libertaria del Dr. Quesnay. “Pero entonces ¿quién gobernaría?”, balbuceó el delfín. “La ley”, es decir, la ley natural, fue la respuesta apropiada, aunque sin duda insatisfactoria, de Quesnay.

Una respuesta similar fue ciertamente insatisfactoria para Catalina la Grande, zarina de todas las Rusias, que mandó llamar a Mercier de la Rivière, jurista y en un tiempo intendant (gobernador) de la Martinica, para que le enseñara cómo gobernar. Preguntado sobre en qué debería basarse la “ley”, Mercier respondió a la emperatriz “En una sola [cosa], Madame, en la naturaleza de las cosas y del hombre”.

“Pero entonces, ¿cómo puede un rey saber qué leyes dar al pueblo?” continuó la zarina. A lo que Mercier respondió agudamente, “Dar o hacer leyes, Madame, es una tarea que Dios no ha dejado a nadie. ¡Ah! ¿Quién es un hombre para pensar que es capaz por sí mismo de dictar leyes a seres a los que no conoce?” La ciencia del gobierno, añadió Mercier, es estudiar y reorganizarlas “leyes que Dios a grabado tan evidentemente en la misma organización del hombre cuando Él le dio la existencia”. Mercier añadió al advertencia pertinente: “Buscar ir más allá sería una gran desgracia y una labor destructiva”.

La zarina era educada pero definitivamente no le gustaba. “Monsieur”, replicó cortésmente, “me ha encantado oírle. Le deseo un buen día”.

 

 

Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.



[1] Ver el parafraseo de Henry Higgs, The Physiocrats (1897), Nueva York: The Langland Press, 1952, p. 45.

Published Thu, Dec 30 2010 8:39 PM by euribe