Los presidentes de entreguerras y las fantasías de los historiadores

Por Robert P. Murphy. (Publicado el 3 de enero de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4882.

 

Es comprensible, aunque aún así dañino, que los economistas caractericen de forma completamente errónea las políticas de la administración de Herbert Hoover. Pero en su reciente artículo en Salon sobre el nuevo libro de Sarah Palin, el historiador David Greenberg distorsiona los legados de Calvin Coolidge y su funesto sucesor, Hoover. Yendo directamente al grano, merece la pena apuntar en qué se equivoca Greenberg.

La leyenda de Cal el Silencioso

Greenberg explica muy poco acerca del libro de Palin, pero en su lugar ustiliza sus elogios a Calvin Coolidge para analizar la fascinación de la derecha política por el hombre que estaba en la presidencia en los Felices Veinte. Greenberg no solo es profesor de historia en Rutgers, sino asimismo autor de un libro sobre Coolidge. Esto le permite a Greenberg compartir la siguiente anécdota famosa (aunque tal vez apócrifa):

Para la mayoría de la gente de hoy, Coolidge es poco más que un dibujo animado. Si se le recuerda por algo, es por ser el cara de palo “Cal el Silencioso”, el hombre del que dijo la hija de Theodore Roosevelt, Alice, que parecía como si hubiera mamado encurtidos. Su estilo taciturno provocó chistes y anécdotas sin fin. Se dice que un anfitrión, conociendo la reputación lacónica del presidente, le suplicó en un acto, “Hoy he apostado a que podría sacarle más de dos palabras”. Sin perder un momento, Coolidge le replicó: “Ha perdido”.

Greenberg menciona después que “a pesar de su reputación de silencioso (…) Coolidge era un orador consumado, ganador de premios como estudiante y el último presidente que escribió la mayoría de sus propias intervenciones”. Aunque su expresión podría haber mejorado con la moderna tecnología del teleprompter, el primer discurso presidencial registrado de Coolidge (disponible en YouTube) es una magnífica crítica de los impuestos y el gasto público, de lo que entonces era la “increíble cantidad (son sus palabras” de 7.500 millones de dólares.

Coolidge frente a los progresistas

Después de este amable preludio, Greenberg finalmente se mete en harina:

La moda de Coolidge en la derecho va más allá de los principios conservadores que ensalzaba; reside en su concepción de la presidencia. Llegó al cargo en un momento en que Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson habían transformado al poder ejecutivo, usando activamente sus poderes para limitar a las grandes empresas y garantizar algo de justicia en la vida económica. Coolidge, por el contrario, creía en un gobierno federal pequeño, un ejecutivo pasivo y poca regulación de los negocios. “Si el gobierno federal fuera a dejar de existir”, dijo, “la generalidad de la gente no detectaría la diferencia”. Las principales batallas legislativas de su presidencia fueron implantar los recortes fiscales que defendía su plutócrata Secretario del tesoro, Andrew W. Mellon. Incluso equilibró el presupuesto.

En primer lugar, siempre es interesante que los historiadores que se muestran ostensiblemente preocupados por “el pequeño hombre” reverencian a los presidentes de EEUU en una relación casi exacta con cuánta gente murió a manos de sus subordinados. Sin embargo, más allá de las guerras de Teddy Roosevelt y Woodrow Wilson, está su lamentable historia de intervencionismo económico.

Es un mito que la legislación antitrust fuera una vía para proteger a consumidores y trabajadores frente a los avariciosos grandes empresarios, como explica Tom DiLorenzo en esta lección. Y Woodrow Wilson ostenta el dudoso mérito de haber apadrinado tanto la Reserva Federal como el impuesto federal sobre la renta. Los defensores de la teoría austriaca del ciclo económico saben que la Fed alimentó la burbuja bursátil de la década de 1920 (así como la burbuja inmobiliaria en nuestros días) y por tanto difícilmente puede verse como un promotor de “justicia”. Pero incluso utilizando la investigación científica ortodoxa, podemos ver que la Fed ha sido una fuente de inestabilidad económica, como demuestran Selgin et al. en este artículo.

Respecto de los tipos de impuesto de la renta, es verdad que Coolidge siguió el consejo de su Secretario del Tesoro, Andrew Mellon, de recortarlos. Pero fue porque habían subido hasta un nivel absurdo durante la Primera Guerra Mundial. Como demuestra esta historia, incluso el tipo en el tramo inferior saltó de un 1% en 1913 a un 6% en 1918. Además, quien ganara 20.000$ en 1913 pagaba un 1% en impuesto federal de la renta, pero como los tramos se redefinieron, quien ganara la misma cantidad en 1918 pagaba un asombroso 20% en impuestos federales. (Adviertan asimismo que de junio de 1913 a junio de 1918, el Índice de Precios del Consumo aumento un 50%, de forma que una cantidad concreta de renta compraba mucho menos en bienes y servicios reales).

En contraste con esta onerosa carga creada bajo Woodrow Wilson, durante los años de Coolidge el tipo impositivo del tramo inferior se rebajó al 1,5% en 1926, mientras que una familia de la clase media-alta (lejos de ser “asquerosamente ricos”) que ganara 20.000$ vio su tipo fiscal rebajado al 9%.

Respecto de la responsabilidad fiscal, Coolidge fue excepcional, tal vez solo por detrás de Andrew Jackson, que liquidó literalmente la deuda nacional (así como dio muerte al banco central). Coolidge tuvo un éxito mucho más modesto al conseguir déficits presupuestarios todos los años que estuvo en el cargo.[1]

El mito del Hoover inactivo

Aunque he discrepado con los apuntes de Greenberg sobre Teddy Roosevelt, Wilson y Coolidge, el desacuerdo deriva en buena parte de nuestras distintas visiones de la teoría económica. Pero cuando se refiere a la historia de Hoover, Greenberg simplemente se inventa la historia:

Por supuesto, hay otra razón por la que Coolidge (y no Warren Harding o Herbert Hoover, los otros republicanos conservadores de los años de entreguerras) se ha convertido en un héroe para la derecha contemporánea. Harding, que era probablemente más conservador que Coolidge, fue desacreditado por el asunto de Teapot Dome. (…) Hoover, que puso en práctica, la filosofía del gobierno pequeño en un momento de crisis, la vio fracasar completamente. No aparecen en el nuevo libro de Sarah Palin. (énfasis añadido).

Esto es demostrativamente falso; sería como decir que George W. Bush se sentó y no hizo nada en respuesta a la caída de Lehman Brothers. Es verdad que un intervencionista duro podría decir que Herbert Hoover no hizo lo suficiente, pero simplemente no es cierto que “puso en práctica, la filosofía del gobierno pequeño”.

Antes de ocuparme de lo concreto, consideremos el paisaje en general. Si es verdad que Herbert Hoover no hizo nada y que por eso el Crash del mercado bursátil de 1929 se convirtió en la Gran depresión, entonces ¿qué ocurrió durante todas las crisis previas en el capitalismo estadounidense? Después de todo, no hubo New Deal implantado durante el pánico de 1907 y aún así Estados Unidos no se hundió en un desempleo de dos dígitos durante una década. Y en muchas cifras, el primer año de la depresión de 1920-21 fue peor que la Gran Depresión; aún así la economía rebotó rápidamente tras el recorte presupuesto de la posguerra de Wilson y luego de Harding.

Como documento en mi libro sobre la Depresión, Hoover era de hecho un conservador partidario del gran gobierno. Quizá su error más lamentable fue presionar a las empresas para que subieran los salarios después de crash del mercado bursátil. Junto con la correspondiente deflación monetaria y de precios, fue una política desastrosa que aumentó los salarios reales y contribuyo a niveles de desempleo récord a principios de la década de 1930. Aún así, aquí tenemos al Secretario de Trabajo de Hoover, James Davis, felicitándose por los “logros” de su jefe en mayo de 1930:

Nunca ha habido una crisis como la que hemos tenido en la bolsa que echara (…) a millones al paro en la que no hubiera una reducción completa en los salarios. (…) Si Hoover no logra nada más en sus servicio al gobierno, esa cosa asombrosa de su administración (la no reducción de salarios) sería un mérito que será siempre recordado no solo por las clases trabajadoras, sino asimismo por los empresarios, porque sin dinero en el sobre de la paga el negocio es el primero en sufrir.[2]

Conclusión

Al responder a una alabanza de un profesor de izquierda a Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, hay una tendencia peligrosa a derrochar hosannas a presidentes de “derechas”. Aunque Calvin Coolidge fue un fantástico presidente comparado con sus pares, evidentemente hay que echarle la culpa, aunque sea parcialmente, por la enorme burbuja bursátil que se desarrolló en los años finales de su administración.

Aún así, David Greenberg, como profesor de historia y autor de un libro sobre este periodo de la historia de EEUU, debería hacer más que reciclar el mito  de que Herbert Hoover era un ideólogo del laissez faire. Incluso uno de los subordinados de FDR admitió (años después) que el New Deal simplemente extendió las intervenciones pioneras de los años de Hoover.

Si alguien quiere obtener una lección directa de Calvin Coolidge y Herbert Hoover, es ésta: los recortes en impuestos y los superávits presupuestarios van de la mano del gran crecimiento económico, mientras que los aumentos de impuesto, los déficits presupuestarios y el crecimiento radical del gobierno van de la mano del desastre económico.

 

 

Robert Murphy es investigador adjunto del Instituto Mises, donde enseñará Anatomía de la Fed en la Mises Academy este invierno. Gestiona el blog Free Advice y es autor de The Politically Incorrect Guide to Capitalism, Study Guide to Man, Economy, and State with Power and Market, Human Action Study Guide, The Politically Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal y su nuevo libro Lessons for the Young Economist.



[1] La deuda federal cayó de 24.000 millones de dólares en el año fiscal de 1920 a 17.000 millones en el año fiscal de 1929, aunque Coolidge no juró el cargo hasta agosto de 1923 (después de la muerte de Harding).

[2] Citado en Richard K. Vedder y Lowell E. Gallaway, Out of Work, pp. 93-94.

Published Mon, Jan 3 2011 7:01 PM by euribe