¡Libertarismo para dummies!

Por Fergus Hodgson (Publicado el 1 de febrero de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5004.

[Libertarianism Today • Jacob H. Huebert • Praeger, 2010 • vii + 254 páginas]

 

Cuando el candidato a la presidencia Ron Paul recaudó 6 millones de dólares en solo un día, récord estadounidense de todos los tiempos, sus oponentes y el electorado se dieron cuenta. Un antiguo candidato presidencial del Partido Libertario lo había conseguido en un gran escenario y con un mensaje propio de paz, libertad y prosperidad. De repente, la palabra “libertario” entró en el lenguaje habitual, una ideología de la que poca gente había oído o entendido.

Incluso los usuarios de la palabra parecen discrepar tanto que “debateario” debería resultar mucho más apropiado: anarquistas contra minarquistas, defensores de los derechos naturales contra utilitaristas y así sucesivamente. Lo intrincado de estas disputas y el moralismo subyacente probablemente dejen perplejos a los desconocedores y los alejen. Aún así, con Libertarianism Today, Jacob Huebert se mete en esta agua turbias, resiste al inmerecido leguaje acusatorio y emerge con una explicación accesible aunque rigurosa del libertarismo y su movimiento político.

Huebert escribió el libro con los recién llegados en mente y supone que no haya ningún conocimiento previo de la ciencia política o la economía. Es para aquéllos “que tengan curiosidad por lo que es el libertarismo”, dice Huebert. Sin embargo, el libro es más que una iniciación e incluso libertarios veteranos encontrarán bastante para reflexionar, particularmente en referencia al movimiento político libertario.

Huebert divide este libro en general de dos secciones: la idea libertaria subyacente y luego su aplicación a asuntos importantes contemporáneos. Lo escribe deliberadamente para ser actual, así que la aplicación de la idea esta envuelta en polémicas que podemos encontrar y que aún son parte importante en el discurso político.

“Todos los días, prácticamente de todas las maneras, el gobierno solo se hace más grande y más inhumano”, empieza. Pero “los libertarios sí tienen algún motivo para la esperanza, quizá más ahora que en cualquier otro momento de nuestra vida”. La campaña presidencial de Ron Paul de 2008, en su opinión, se basaba en una filosofía clara y demostraba que el libertarismo es una alternativa creíble a las líneas tradicionales de partido. El éxito entre los electores de la campaña también atestigua un creciente movimiento pro-libertad de amplia base, desde el crecimiento de la escolarización en casa a la emigración de libertarios a New Hampshire.

La alternativa libertaria es que “todos deberían ser libres de hacer lo que quieran, siempre que no se cometan actos de fuerza o fraude contra cualquier otras persona pacífica”. Este “principio de no agresión” parece ampliamente aceptable tal cual y en “la vida diaria, la gente entiende y sigue esta regla básica libertaria. (…) Si no nos gustan los libros que lee nuestro vecino o la religión que practica o cualquier otra cosa que haga en la privacidad de su propia casa, nada que hacer”.

Sin embargo los libertarios aplican esta idea al ámbito político y ahí es donde empieza el conflicto con la política convencional. Por ejemplo, “si una persona no puede robar dinero a otra, entonces al gobierno (que está compuesto por gente individual) no debería permitírsele que tomara por la fuerza dinero del pueblo, aunque lo llame impuestos”. Desde esta perspectiva, los políticos son delincuentes haciendo presa en personas inocentes, independientemente de si sus actividades están legalizadas.

Sin embargo Huebert reconoce que quienes suscriben esta idea libertaria básica vienen de muchas perspectivas, incluyendo el razonamiento económico, el objetivismo randiano, los valores religiosas y la teoría de los derechos naturales. Así, sus distintas interpretaciones han de predecirse y muchos libertarios están dispuestos a aceptar un “estado vigilante nocturno” mínimo que ofrezca defensa nacional, policía y tribunales. No quiere preocuparse con la polémica entre libertarios sin gobierno (anarquistas) y libertarios de gobierno mínimo (minarquistas), pero dirá que el mantenimiento o aumento del poder del gobierno es antilibertario.

Huebert advierte correctamente a los lectores que el libertarismo no es “una filosofía moral completa o una filosofía de vida”. Como filosofía política, no dicta cómo tendría que vivir dentro de una actividad pacífica. Su explicación, aunque técnicamente correcta, puede confundir a los lectores, pues al mismo tiempo afirma la inmoralidad de instituciones comunes como las escuelas públicas. Jan Narveson, el principal intelectual libertario de Canadá y profesor emérito de la Universidad de Waterloo, Ontario, ofrece una explicación más clara: “Evitar agredir a otros es evidentemente un principio moral (…) lo que significa que dentro de los límites impuestos por una prohibición contra la agresión, podemos elegir lo que nos parezca”.

En consecuencia, Huebert apunta que el libertarismo no es libertinaje. No supone, por ejemplo, si los individuos tendrían que consumir drogas o no, aunque pida su legalización completa. De nuevo es te punto podría ser contraintuitivo para muchos lectores (más razón para leer el libro). Tengan en cuenta que desde una perspectiva libertaria, la moralidad, venga de donde venga, no está determinada por los gobernantes de una nación (no hay un derecho divino de los reyes). Tampoco esta determinada por las votaciones.

El segundo capítulo, “Los libertarios no son conservadores (ni progresistas)” examina las distintas ramas y la evolución del conservadurismo moderno y la percepción de que los libertarios son simplemente conservadores radicales. Este capítulo rebosa de ideas valiosas sobre los intervinientes clave y las corrientes ideológicas del conservadurismo e incluso se ocupa de los controvertidos e ideológicamente importantes asuntos del matrimonio gay y el aborto.

Aunque Huebert concluye que libertarismo y conservadurismo no son ni siquiera similares, reconoce que muchos libertarios son culturalmente conservadores. La discusión es especialmente importante porque es más probable que el conservadurismo y no el progresismo absorba la creciente popularidad del libertarismo, como ha ocurrido con el movimiento del Tea Party. Para los no afectados por la decadencia moral y una mentalidad de ayuda social, una sociedad libertaria eliminaría programas públicos que atacan las instituciones tradicionales y los valores personales conservadores.

En Canadá, los partidarios del Instituto de Estudios Liberales, promotor del liberalismo en la tradición clásica, orientada a la libertad, apreciarán que Huebert también evalúa cómo ha cambiado el uso de la palabra “liberal” en América. De hecho los libertarios son los liberales originales y el liberalismo clásico no tiene nada que ver con una estado de bienestar o la imposición de valores sociales.

Luego Huebert mezcla la ideología con los que considera los asuntos políticos más relevantes, como la prosperidad económica, la sanidad, la educación, la política sobre drogas y la guerra. También se ocupa de áreas de notable disputa o confusión en la aplicación del libertarismo, como la propiedad intelectual y la participación política. La inmigración es una omisión sorprendente, pues es al tipo oportuna y materia de polémica.

Estos capítulos ofrecen antídotos contra muchos mitos que circulan con poca refutación. La idea de que lo libertarios y los mercados libres son responsables de la última crisis económica es un ejemplo, ya que los libertarios no defienden un banco central y una moneda fiduciaria, no digamos agencias de préstamos patrocinadas por el gobierno.

“Los libertarios no han estado dirigiendo la orquesta en Washington”, escribe Huebert. Tampoco han dirigido la orquesta en ningún otro lugar. “De hecho, antes de la crisis, los libertarios estaban prácticamente solos en condenar las principales políticas que nos llevaron a ella”.

El apoyo de los libertarios a las grandes empresas es otro mito rebatido. Mientras estas empresas sean compatibles con un genuino capitalismo de libre mercado, bien. Pero como muchas buscan subvenciones, rescates y otras formas de generosidad coactiva, no llevan el marchamo del libertarismo.

A veces estos capítulos no son una lectura agradable, pero eso refleja la honradez intelectual por parte de Huebert, una falta de voluntad de pasar por alto la cara más oscura de las acciones del gobierno. Por ejemplo, documenta la militarización de las fuerzas de policía de EEUU, particularmente respecto de la “guerra contra las drogas”, incluyendo el uso de aviones, armas de fuego automáticas y lanzagranadas. Y nos dice cómo este poder expandido llega al precio de interminables historias trágicas para gente ni siquiera implicada en actividades de tráfico.

Contrariamente al tema del antinacionalismo, todo el énfasis de Huebert se centra casi en exclusiva en Estados Unidos, especialmente en los capítulos aplicados. Aunque admite su orientación anarquista (y su presunto apoyo a las fronteras abiertas) sus referencias a acontecimientos o pensadores en naciones vecinas como Canadá son pocas y dejan mucho que desear. El Instituto Fraser y su índice de libertad económica recibe una mención, pero eso es todo; esta falta de interés difunde el estereotipo de que el resto del mundo está perdido para los estadounidenses. La portada, ilustrada con la bandera de Estados Unidos, destaca aún más este defecto. Los lectores potenciales harían bien en resistirse al prejuicio, ya que el tema subyacente sí va más allá de la localización geográfica. Narveson es un canadiense que todavía espera que el libro sea ampliamente leído y comprendido, pero el enfoque de Huebert en el aumento de las batallas judiciales y la complejidad de la política estadounidense, probablemente debido a su trabajo legal en Ohio, es el mayor defecto de Libertarianism Today.

Sin embargo, lo que tiene que ofrecer Libertarianism Today compensa con mucho este defecto. La obra de Huebert es digna de promoción como una introducción apropiada, fácil de leer y actualizada de un movimiento de creciente relevancia.

 

 

Fergun Hodgson es Investigador Visitante en el American Institute for Economic Research y realiza investigaciones para el Frontier Centre for Public Policy.

Esta crítica apareció originalmente en línea en c2c: Canada's Journal of Ideas en enero de 2011.

Published Wed, Feb 2 2011 6:49 PM by euribe