Crítica de libros: The Case Against Adolescence

Por Doug French. (Publicado el 7 de enero de 2009)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3289.

[The Case Against Adolescence: Rediscovering the Adult in Every Teen • Robert Epstein • Quill Driver Books, 2007 • 490 páginas]

 

En su libro, Democracy: The God that Failed, Hans Hoppe argumenta que la democracia y el gobierno han hecho a la gente menos previsora y no tan preocupada por alcanzar objetivos cada vez más distantes. Así que la sociedad está tendiendo a la incivilización. Como describe Hoppe, los adultos se están convirtiendo en niños. Los niños tienen altas prefrencias temporales, viviendo “día a día y de una satisfacción inmediata a otra”, explica Hoppe. La sociedad estadounidense esencialmente ha alargado la infancia al crear la adolescencia.

En un nuevo libro muy provocativo, The Case Against Adolescence: Rediscovering the Adult in Every Teen, el psicólogo Robert Epstein sostiene que cuando los mamíferos llegan a la pubertad funcionan como adultos, excepto en Estados Unidos, claro. Desde hace cien años, los estadounidenses han aumentado gradualmente la edad adulta a lo que muchos estadounidenses ahora creen que son los 26 años. Ustedes habrán oído “los 30 son los nuevos 20” y “los 50 son los nuevos 30”. Pronto todos volveremos a ser niños.

Epstein argumenta eficazmente que la cultura estadounidense colabora en extender artificialmente la infancia a través de la escolarización pública y las leyes laborales. En la mayoría de la historia de la humanidad, la gente joven a trabajo codo con codo con adultos a partir de los diecipocos años siendo las mujeres jóvenes esposas y madres. En un primer momento apunta a los sindicatos como los culpables tras las leyes de trabajo infantil. En 1881, el antecesor de la AFL-CIO hizo del trabajo infantil una prioridad: “Estamos a favor de la aprobación de leyes de los distintos estados prohibiendo el empleo de niños por debajo de los catorce años en cualquier puesto, bajo sanción de multa o prisión”.

Por supuesto, los sindicatos no querían la competencia de los jóvenes trabajadores que probablemente son más listos y productivos de que los mayores. Los trabajos de David Wechsler y J.C. Raven indican que nuestra edad mental más alta está en torno a los quince años. De acuerdo con Raven, “Aparentemente a la edad de catorce años, la formación de un niño ha llegado al máximo, mientras que a los treinta la capacidad de una persona de comprender un nuevo modo de pensar, de adoptar nuevos modos de trabajo e incluso de adaptarse a un nuevo entorno decrece constantemente”.

Por supuesto, los adolescentes de hoy no actúan como si tuvieran el mayor poder mental de la sociedad. ¿Cómo podrían hacerlo? Están aislados en escuelas públicas lejos de los adultos y no se les da ninguna responsabilidad: se les infantiliza. Infantilizados por las muchas leyes restrictivas para los jóvenes: leyes de toque de queda, leyes más duras de conducción, leyes de salario infantil, leyes prohibiendo actividades sexuales, restricciones en la escuela a la libre expresión, censura de actividades educativas, códigos de vestimenta, leyes de tabaco y bebida, hasta el infinito.

Pero el gobierno y los sindicatos no son los únicos enemigos de los adolescentes. El autor alega (a veces eficazmente, a veces no) que todo funciona para que los adolescentes no sean adultos. Los medios de comunicación retratan a los adolescentes como ensimismados, las empresas ganan mucho dinero promoviendo la cultura adolescente e incluso los padres infravaloran las capacidades de sus adolescentes.

El libro de Epstein está abarrotado de ejemplos de jóvenes en la historia que han hecho tremendas contribuciones. Louis Braille, si fuera hoy un niño ciego, habría sido confinado a clases especiales. Por suerte vivió al principio de los 1800 y había perfeccionado el sistema Braille cuando tenía 15 años. Samuel Colt inventó la pistola de tambor cuando tenía 16 años. Edgar Allan Poe publicó su primer libro a los 18 años, incluyendo poemas que había escrito con 12 y 13 años.

El hecho es que la creatividad está en su máximo al principio de la infancia y en los años de adolescencia. Pero a medida que nos hacemos adultos, aprendemos a conformarnos, lo que se paga en creatividad. La escuela pública se creó para moldear a los jóvenes como ciudadanos complacientes, socavando su creatividad. La ingenuidad adolescente sigue siendo alta, pero dada la necesidad de rebelarse, la falta de compañía adulta y las leyes que prohíben que firmen contratos, su creatividad raramente se canaliza en objetivos positivos.

En una prueba de “adultez” cocreada por el autor, la diferencia entre cómo puntuaban adultos y adolescentes era estadísticamente insignificante: “sencillamente la edad no es una medida fiable de adultez”, escribe Epstein, “al menos no una vez que la gente pasa la pubertad”.

¿Entonces qué deberíamos hacer con esto? Evidentemente abolir la miríada de leyes que restringen a los adolescentes sería un buen principio. Pero desgraciadamente, Epstein cree que a la gente joven (y vieja) solo debería dársele derechos si pueden aprobar exámenes de competencia. Y uno tiene la sensación de que el gobierno administraría esos exámenes, como si pudiera confiarse en los burócratas para ese trabajo.

Aun estando tan bien hecho y siendo tan interesante el libro de Epstein, no va lo suficientemente lejos. Como escribió Murray Rothbard en The Ethics of Liberty, el niño tiene derechos “cando abandona o se va de casa”. Olviden los éxamenes, solo dejen libres a los niños.

 

 

Douglas French es presidente del Mises Institute y autor de Early Speculative Bubbles & Increases in the Money Supply y Walk Away: The Rise and Fall of the Home-Ownership Myth. Es doctor en economía de la Universidad de Nevada-Las Vegas, dirigido por Murray Rothbard, con el Profesor Hans-Hermann Hoppe en su tribunal de tesis. French enseña en la Mises Academy.

Published Fri, Feb 4 2011 7:06 PM by euribe