¿Qué hay de malo en el crecimiento económico?

Por Antony P. Mueller. (Publicado el 10 de agosto de 2005)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/1877.

 

El crecimiento económico sirve como patrón principal para medir el rendimiento de una economía. Sin embargo lo que se publica como el producto interior bruto (PIB) no representa la producción sino informa del gasto total. El cálculo del crecimiento económico se basa en el producto interior bruto rebajado por un índice de precios.

Así que la cifra del crecimiento económico real está sujeta a dos distorsiones: el indicador no mide la producción sino informa de los gastos y, en segundo lugar, la cifra obtenida depende de las técnicas que se apliquen para el cálculo de los respectivos índices de precios.

Las cifras de crecimiento económico pueden determinarse de una forma bastante ajustada en una economía que esté en un estado primitivo y cuando se producen solo unos pocos productos fáciles de identificar y descomponer, como es el caso de los productos agrícolas básicos. En las décadas de 1950 y 1960 se pensaba que las toneladas de acero podían usarse como indicador de una estimación objetiva de rendimiento económico. Hoy en día la cifra del PIB obtiene toda la atención, aunque la base para su cálculo sea realmente más discutible que nunca.

El crecimiento económico tuvo su apogeo con la divulgación del mensaje social de que corresponde al estado garantizar el bienestar general gestionando la economía y redistribuyendo activamente las rentas. En este contexto, el crecimiento económico se conceptualizaba como un aumento a la producción de bienes estandarizados y el aumento (“crecimiento”) de la producción servía como indicador del nivel de vida. Con esos objetivos se creó el sistema moderno de contabilidad de la renta nacional con el concepto de crecimiento económico en su centro y este dispositivo de medición nunca ha perdido su enlace con la producción en masa.

Las estadísticas de renta nacional y los modelos macroeconómicos utilizan como premisa la identidad entre gasto y producción basada en la tautología de que la producción vendida se iguala a los gastos. Lo que se calcula aquí es exactamente esto: la renta y (como su contrapartida tautológica) el gasto. Sin embargo la propia producción solo puede medirse en bienes o en unidades sencillas de servicios. Cuando se producen bienes heterogéneos y servicios complejos, no es posible la agregación general en una forma no monetaria.

El cálculo del crecimiento económico en términos de “PIB real” requiere disminuir los valores nominales de los gastos. Para hacerlo, las oficinas estadísticas crean una cesta de bienes y comparan los precios de los bienes de esta cesta con los respectivos periodos de referencia. Pero no hay una cesta  representativa objetiva del PIB que no sea una construcción estadística basada en muchas suposiciones discutibles y no hay ningún patrón común (como tertium comparationis) que permitiría la comparación de la producción de un periodo con otro cuando en realidad la producción actual en términos de bienes y servicios  nuevos, obsoletos y educación es bastante diferente de la del pasado.

No necesitamos recurrir a ejemplos más extremos como cómo medir la producción musical actual y comparar con un ajuste de calidad a la del pasado. El problema d ela medición también aparece cuando se trata de dar un cambio en porcentaje en la producción de programas de software o actividades administrativas o de ingeniería, por no hablar de sanidad, servicios legales y educación. Los estadísticos pueden contestar que la “medición” de la producción deriva de los gastos. Sin embargo los precios en dinero no miden nada. Los precios solo tienen sentido como precios relativos al reflejar las relaciones de intercambio en el mercado.

Como explicó Ludwig von Mises “los equivalentes a dinero que se usan al actuar y en el cálculo económico son precios en dinero, es decir, relaciones de intercambio entre dinero y otros bienes y servicios. Los precios no se miden en dinero: consisten en dinero. Los precios son precios en el pasado o precios esperados en el futuro. Un precio es necesariamente un hecho histórico ya sea del pasado o del futuro. No hay nada en los precios que nos permita asimilarlos a la medición de fenómenos físicos o químicos”.[1]

Sumar todas las ventas o descomponer todos los activos en una economía elimina el significado de los precios. Este tipo de agregación es distinto de lo que hace una empresa o persona cuando calcula beneficios la posición de riqueza relativa. Cuando una persona suma los precios de sus distintos activos obtiene una cifra aproximada de su riqueza actual en relación con el universo de precios que selecciones como punto de referencia. Para una empresa, son ventas, costes y beneficios lo que importa y para ellos hace falta una buena contabilidad de negocio. Ni para asuntos personales ni para decisiones de negocio son necesarias las cifras del PIB.[2]

Pocos se dan cuenta de que medir la economía como un todo como pretende la idea del PIB debe su popularidad a la guerra fría y que sus orígenes residen a la gestión de las economías de guerra de la primera mitad del siglo XX.[3] Antes de la Primera Guerra Mundial, los economistas trabajaban en una tradición que era principalmente de paz, libre comercio y gobierno limitado. Más tarde las cosas cambiaron. Con la experiencia de la maquinaria bélica industrializada y la expansión del estado de bienestar, los economistas encontraron su nuevo campo extendido de actividad en el gobierno y consecuentemente la filosofía dominante de la disciplina cambió del laissez faire al intervencionismo. Fue en este contexto en el que ganó impulso la aproximación estadística y agregada a los asuntos económicos.[4]

Los gestores de una economía de guerra quieren medir la producción y su crecimiento porque la economía se pone al servicio de los objetivos bélicos. Se presume que las autoridades planificadoras centrales son conscientes de qué bienes y servicios se necesitan, en qué proporciones deberían asignarse  los factores de producción y a quién deben distribuirse los resultados de la producción. Bajo esas condiciones el aumento en la producción de los bines determinados por los planificadores pueden clasificarse de acuerdo con ellas y el crecimiento económico, medido como un aumento en la producción, sirve como indicador del rendimiento económico.

En una economía de mercado privado los objetivos de la actividad económica son muy diversos y representan valoraciones individuales y subjetivas. Para una economía que ha de servir a múltiples necesidades privadas, el cálculo de crecimiento económico tiene poco sentido, si es que tiene alguno. Uno puede sumar en toda la nación los distintos precios monetarios de los bienes y servicios que se vendan, pero aparte de la agregación de los valores monetarios de los diversos objetos ¿cuál es el valor informativo real y fiable de este trabajo?[5]

Cada bien y servicio tiene un valor distinto para cada usuario y no hay disponible un patrón común de valor. Esto es aún más el caso cuando aparecen en el mercado nuevos productos y nuevos tipos de servicios. Las valoraciones no solo son heterogéneas entre personas, sino que también difieren para la misma persona de acuerdo con las circunstancias concretas. Los seres humanos tiene distintas necesidades y deseos en distintas situaciones y experimentan cambios de gustos con el tiempo. Las propias preferencias con dispositivos experimentales.

La calidad no es un atributo inherente a las cosas, sino una valoración que atribuye a los bienes y servicios el actor económico. La acción humana está dirigida a la mejora, pero el qué constituye una mejora está sujeto a un cambio continuo. Por tanto no hay forma objetiva de medir la riqueza general de una forma agregada sin distorsiones groseras y sin violar los principios básicos de la valoración económica.[6]

Un prerrequisito de la medición es que debe haber objetos identificables en el espacio a medir y que ha de aplicarse un correspondiente estándar fijado de medición. Los abrirles de petróleo pueden medirse en el pozo y puede determinarse cuánto ha crecido o no la producción. La medición es per definitionem cuantitativa. En términos técnicos, podemos medir la “calidad”, por ejemplo del petróleo en crudo, basándonos en su contenido en azufre, pero esta medición es también cuantitativa. En este caso la medición indica la utilidad de ese bien en términos de criterios derivados de un proceso industrial.

Podemos determinar el peso de la producción total de ciertos tipos de acero, pero no podemos llegar de la misma manera a un resultado razonable midiendo en una sola cifra la producción agregada de automóviles, neveras u ordenadores personales, por no hablar de los problemas que afrontamos cuando tratamos de sumar la producción de profesores, enfermeras, cantantes o programadores de software con la producción de manzanas y naranjas.

Una empresa puede contabilizar su producción en términos de unidades del modelo X o T. Si la compañía quiere obtener el total, debe recurrir a las ventas. Antes de las ventas, solo podemos enumerar cuántas unidades de cada categoría de coas concreta hoy en stock, pero solo suponiendo que los productos de la empresa llegarán a ciertos precios es posible calcular la cantidad monetaria esperada, pero no el “valor” de la producción.

Mises lo explicaba muy claramente de esta forma: “Los precios son siempre precios en dinero y los costes no pueden contabilizarse en el cálculo económico si no se expresan en términos de dinero. Si no recurrimos a términos de dinero, los costes se expresan en cantidades complejas de diversos bienes y servicios a gastar para conseguir un producto”. Igualmente no podemos sumar valores o valoraciones. “Uno puede sumar precios expresados en términos de dinero, pero no escalas de preferencias”.[7]

Cuanto más nos alejemos de los bienes básicos y tengamos una economía dinámica avanzada y no estacional con muchos bienes y servicios heterogéneos, más complicados se hacen los intentos de medir “la economía” y finalmente estos cálculos acaban perdiendo incluso un significado económico rudimentario. El concepto de producción total y su medición y por tanto del crecimiento económico es una construcción estadística que pierde su valor informativo para una economía caracterizada por una amplia variedad de bienes y servicios y en la que se produce la creación de nuevos tipos de bienes y servicios, mientras que muchos otros se vuelven obsoletos.

La economía no es como una calabaza gigantesca que crece hasta madurar y cuyo tamaño puede determinarse en cada etapa y compararse de una estación a otra. Tampoco la economía es una tarta que todos horneamos y luego consumimos colectivamente. Es esa comprensión de la actividad económica como una calabaza o una tarta la que ha generado la base para la mayoría de las falacias populares relativas a la producción, distribución y elaboración de políticas económicas.[8]

Para los gobiernos, utilizar la cifra del PIB como indicador del rendimiento económico ha contribuido a algunos de los más importantes engaños económicos de políticas fiscales y monetarias  como cuando el gasto en consumo se dice que produce riqueza o cuando se dice que el gasto público promueve el crecimiento económico como ocurre (entre otros casos) con los gastos militares.[9]

Los tiempos de guerra y la preparación para ésta traen altas tasas de crecimiento económico. Otro periodo de gran crecimiento económico era sin duda el tiempo tras la muerte del faraón en el antiguo Egipto, cuando la economía se ponía a las órdenes de construir una nueva pirámide. La economía fascistas de Alemania en la década de 1930 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial tuvo tremendas tasas de crecimiento económico. Estos periodos eran evidentemente bastante distintos de los que se experimentaron en Gran Bretaña durante la revolución industrial o en Estados Unidos a finales del siglo XIX o durante el “milagro económico” alemán tras las segunda Guerra Mundial.

Actualmente todos los ojos están en las mágicas cifras de crecimiento de China y por ello se le pone en la primera división del rendimiento económico. Sin embargo la transformación económica de China es el resultado de una dictadura del desarrollo. Lo que se están midiendo como altas tasas de crecimiento económico en China es muy distinto de lo que tiene lugar en los periodos de transformación económica cuando el desarrollo económico se ve guiado por los mercados libres y basado en el gobierno limitado, como es actualmente el caso, por ejemplo, de Irlanda y lo que puede ocurrir aún más en Europa Oriental o India.

El crecimiento económico cuando se calcula como cambios del PIB real es una cifra muy genérica. Tal cual, su valor informativo es altamente engañoso. Aunque hay un amplio acuerdo entre los economistas en que las cifras de crecimiento económico no indican bienestar, su uso como medida de rendimiento económico está completamente de moda. El crecimiento económico como cifra de rendimiento seduce al gobierno y muchos inversores cuando no diferencian entre las cusas de este crecimiento y sus consecuencias.[10]

La contabilidad moderna de la renta nacional es el resultado de la guerra industrializada y del estado intervencionista del bienestar. La contraparte teórica la ofrece la macroeconomía colectivista moderna con sus medias y agregados. Incluso hoy, la política económica sigue ampliamente guiada por las proposiciones de estas estadísticas con sus construcciones estadísticas que se dice que interactúan mecánicamente entre sí en una relación de causa y efecto.

El problema del crecimiento económico va más allá de las estadísticas. Aproximarse al problema económico en términos de “crecimiento” y “estabilidad” es probablemente el obstáculo más severo contra la comprensión de la verdadera naturaleza de la actividad económica como una acción orientada al intercambio dirigida a la mejora de las condiciones personales. El crecimiento económico medido por el PIB dirige al político hacia una cifra bruta de una producción imaginaria en lugar de permitir una adaptación dirigida por el mercado a los diversos deseos de los individuos.

En el contexto de una teoría económica no colectivista, no hay lugar para el crecimiento económico tal y como lo mide el PIB real. Igualmente en un sistema económico no colectivista, el foco no debería ponerse en “un alto crecimiento económico estable”, sino en las condiciones de intercambio del mercado como forma de mejora económica. Dado que los criterios para evaluar la mejora económica son individuales y sujetos a cambio, no hay ninguna línea maestra adecuada excepto un mercado no intervenido y la protección de los derechos de propiedad.

En un sistema económico no colectivista, el foco no debería ponerse en “un alto crecimiento económico estable”, como dice la paradójica expresión para el “bien común” en la política económica. La teoría económica individualista se centra en las condiciones prevalecientes del intercambio de mercado como forma de mejorar económicamente. En esta postura, los que produce la mejora no proviene del crecimiento económico o la estabilidad, sino de la transformación económica que se guiada por la libertad de la iniciativa privada dentro de un sistema abierto de mercado.

Las intervenciones a gran escala que realizan las políticas monetarias y fiscales en nombre del crecimiento y la estabilidad perjudican y equivocan los planes de los individuos y distorsionan las decisiones a nivel de negocio. La aplicación de modelos macroeconómicos de crecimiento ha causado el caos cuando los líderes económicos han adoptado ingenuamente el credo intervencionista y creído que solo hace falta manejar unos pocos instrumentos de política económica (como el dinero fácil o el gasto público) para alcanzar el feliz estado de plenitud económica.

En lugar de su fijación en el crecimiento económico y la estabilidad, un sistema no intervencionista favorecería el espacio que se otorga al individuo para mostrar y perseguir activamente sus preferencias.[11] El sistema intervencionista, por el contrario, pone al individuo bajo una especie de servidumbre moderna en la que los criterios son la “producción” o más bien el “gasto”. El crecimiento económico pone un criterio de rendimiento sobre el individuo que es perjudicial para el cambio y la adaptación y lo que en un tiempo fue llamado la “búsqueda de la felicidad”. De forma no muy distinta de los amos de los esclavos del pasado, el moderno estado intervencionista usa sus resortes para presionar al individuo con incentivos y limitaciones hacia un oscuro resultado al que se llama “crecimiento económico”.

 

 

Antony Mueller es un economista de origen alemán que vive en Aracaju, al nordeste de Brasil, donde enseña en la Universidad Federal de Sergipe (UFS). Es investigador adjunto del Instituto Mises en EEUU y director académico del Instituto Ludwig von Mises Brasil. Vea su sitio web y su blog.

 



[1]  Ludwig von Mises, Human Action. The Ludwig von Mises Institute. Auburn 1998, p. 218.

[2] También para comparaciones internacionales las cifras de PIB son o bien engañosas o innecesarias. Son engañosas cuando se observan las cifras de un aparentemente gran crecimiento de la Unión Soviética y son innecesarias para los emigrantes que vienen a Estados Unidos como país elegido en busca de libertad personal y económica.

[3] Ambos “padres” de la contabilidad nacional de rentas moderna, John Richard Nicholas Stone (Premio Nobel de economía en1984) y Simon Kuznets (Premio Nobel de economía en1971) trabajaron en las oficinas de planificación bélica donde se desarrollaron y refinaron los conceptos.  Stone trabajó en el Secretariado del gabinete de Guerra del gobierno británico y Kuznets fue Director Asociado de la Oficina de Planificación y Estadísticas y Director de Investigación en el Comité de Planificación de Consejo de Producción de Guerra en EEUU.

[4] Pueden encontrarse resúmenes generales de esta transformación intelectual en los comentarios de Robert W. Fogel en el Simposio sobre “The Role of Research Universities in Innovation, Social Mobility, and Quality of Life in the 20th Century” en la Association of American Universities y en el artículo de James Galbraith, Presidente de “Economist Allied for Arms Reduction” (EAAR): Notes on the Economics of War and Empire. Ver también Murray N. Rothbard: The Politics of Political Economists: Comment, en The Quarterly Journal of Economics. Febrero de 1960, pp. 659-666.

[5] El propio Kuznets era muy consciente de los defectos de la contabilidad nacional de rentas, ya que su intención era obtener una medición del bienestar general que también incluyera el trabajo en casa y el ocio, un proyecto que estaba condenado desde el principio a los ojos del Departamento de Comercio de EEUU cuando ayudó en el diseño de las estadísticas de renta nacional.

[6] Los precios del mercado “no son expresión de una equivalencia, sino de una divergencia en la valoración de las dos partes que intercambian” y al valor atribuido a la unidad de oferta está sujeto a la ley de la disminución de la utilidad marginal. Ver Ludwig von Mises: Human Action, op. cit., p. 699.

[7] Ludwig von Mises: Human Action, op. cit., p. 39 y p. 332

[8] Y también al análisis financiero, puedo añadir, considerando que muchos índices financieros de uso común aplican la cifra del PIB con denominador para indicadores, olvidando así que el valor registrado del PIB como denominador del índice no es independiente del numerador. Por ejemplo, en una fase de expansión del crédito, el índice de deuda respecto del PIB puede no indicar ningún riesgo ya que ambas cifras en la fracción aumentan y hacen al índice más o menos constante.

[9] Como informaba Richard Vedder (“Statistical Malfeasance and Interpreting Economic Phenomena”, The Review of Austrian Economics. Vol. 10, Nº 2, 1997, pp. 77-89) la caída calculada de la producción en la  economía de EEUU en 1946 fue del 20,6% como sugerían posteriores revisiones estadísticas, pero esto reflejaba la “ficción estadística” de que el PIB estaba cayendo cuando en realidad el empleo privado y las rentas personales estaban aumentando. El fin de los controles de precios y salarios significó una tasa de inflación más alta, que a su vez aumentaba el deflactor de precios del PIB registrado (p. 82). Uno solo puede preguntarse qué habría hecho el gobierno de ese tiempo si ya hubieran tenido disponible la información estadística.

[10] En la década de 1970, era Paul Samuelson , que nunca se cansó de presentar en las distintas ediciones de su popular libro de texto de economía un gráfico que indicaba que solo sería cosa de unas pocas décadas el que la Unión Soviética superara a Estados Unidos en “producción”. Por supuesto, las cifras de producción soviéticas eran patrañas, igual que las que mostraban países que no eran comunistas, pero de todas formas eran gestionadas por gobiernos que seguían estrategias autoritarias de desarrollo guiado por el Estado en ese momento, como Brasil, por ejemplo, y varios países de África.

Published Sat, Feb 5 2011 8:26 PM by euribe