La crisis egipcia y la teoría libertaria del conflicto de clases

Por David S. D’Amato. (Publicado el 14 de febrero de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5044.

 

Durante semanas, los egipcios, desde hace tiempo frustrados por décadas de sofocante gobierno autocrático, han tomado las calles. La unidad de sus manifestaciones se ha centrado en contra qué estaban más que en a favor de qué. Las demandas que han surgido de las masas, los preceptivos mensajes por el cambio, han sido muy generales, pidiendo elecciones libres y un gobierno civil y no militar. Ahora que el antiguo presidente Hosni Mubarak finalmente se ha ido de El Cairo, el futuro inmediato de Egipto no es menos incierto.

El centro del descontento popular en Egipto durante años ha sido el hecho de que un pequeño grupo de élites, disfrutando del apoyo del imperio estadounidense, ha dominado la dirección del país. Tanto económica como políticamente, Mubarak y su séquito cercano han tiranizado a la sociedad civil desde una distancia segura, enclaustrados tras las barricadas de políticas autoritarias. Y aunque el destino de Egipto tras estas manifestaciones sigue estando lejos de quedar claro, las lecciones de la teoría austriaca empiezan a cristalizar alrededor de estos acontecimientos.

Las antiguas personas, simbolizadas por Mubarak y reemplazadas por el extendido rechazo, han abdicado del poder, pero el propio poder puede estar aún intacto. Si la quejas de los egipcios dependen de evitar la ascensión de una peque “élite en el poder”, entonces el mensaje de Rothbard, Hayek y Mises aconseja que sus reproches tendrían que dirigirse a instituciones concretas, no a personas concretas. Es el estado el que inflige las ruinosas presunciones de los dictadores y sus subordinados en lo que sería en otro caso un pueblo libre. Siempre que se permita que los instrumentos de poder coactivo del estado suplanten las asociaciones de libre mercado, el resultado será el dominio de unos pocos favorecidos.

Como ha apuntado Roderick Long, la noción de conflicto de clases se considera generalmente como algo con aroma a un cuerpo de investigación impropio de la tradición libertaria, encumbrado con falacias marxistas que particularmente destrizan la economía. Por culpa de esta desafortunada asociación con el marxismo y las ideologías de la coerción, el análisis de clase ha estado ausente por mucho tiempo de las conversaciones libertarias, abandonado a otras escuelas de pensamiento que se han ocupado de él, pero estando generalmente equivocadas sobre la mayoría de las cuestiones centrales. Pero en lugares como Egipto, sometidas durante tantas generaciones con las agobiantes políticas de élites encastilladas, es indiscutible la necesidad de una visión adecuada del conflicto de clases.

Más que cualquier otra aproximación económica, la Escuela Austriaca genera y ofrece respuestas a las preguntas críticas de la teoría de clases, dibujando la distinción final entre los tipos de interacciones entre individuos. En lugar de aceptar la idea del estado como concretización de un conflicto de clases inmutable que le preexiste, la Escuela Austriaca ve al estado como la fuente de todo ese conflicto. Murray Rothbard, al aseverar la idea de John C. Calhoun sobre las clases, describió esto como la opinión “de que era la intervención del estado la que, por sí misma, crea las ‘clases’ y el conflicto”.

La formulación austriaca por tanto prescinde de la idea sobrenatural incluida en la teoría de clase marxista de que cada clase está imbuida de su propia mente y su propia lógica y que éstas son fundamentalmente irreconciliables. Esa concepción errónea del asunto subyacente (lo que Ludwig von Mises calificó de “polilogismo marxista”) es la tambaleante piedra angular que hace a la teoría de clase de Marx incompleta y errónea, lo que impide que produzca una explicación completa del conflicto de clases. Y una explicación completa es lo que los países económicamente subdesarrollados como Egipto, como oligopolios coactivos controlando todos los recursos, están realmente reclamando.

Como apuntaba Hans-Hermann Hoppe, una vez que se elimina el “falso punto de partida” de método analítico de Marx, “todas las [conclusiones del marxismo sobre las clases] son esencialmente correctas”. La Escuela Austriaca, al reemplazar la capa de vilificación de la clase burguesa implícita en el modelo marxista, desarrolla un sistema más matizado y se pregunta cómo actúa un individuo dentro de la sociedad.

El objetivo de esa cuestión es diferenciar entre quienes adquieren riqueza de interacciones voluntarias y consensuadas dentro de un mercado libre y aquéllos que se aseguran ganancias materiales a través del uso de la coacción. Lo alto de la pirámide en Egipto no está compuesto por villanos solo porque sean ricos, sino como resultado de la forma en que obtuvieron sus riquezas. Luego, el estado, disponiendo del monopolio superpuesto del uso “legítimo” de la fuerza en la sociedad, es claramente el instrumento de la clase de individuos que más bien roban y explotan que trabajan y producen.

Por el contrario, el “libre mercado” es sencillamente una forma de expresar la idea general del agregado de todos los intercambios no obligatorios, es decir, los “medios económicos” que es conocido que Franz Oppenheimer puso frente a los “medios políticos”. Como solo el estado disfruta de una licencia para emplear violencia, es tentador distinguirlo claramente de esas instituciones societarias que no son parte del estado formal, sino nominalmente participantes en su opuesto: el libre mercado. La suposición es que siempre que exista una organización aparte de las agencias del estado financiadas con el robo, hay que considerarla un rival de las formas económicas de la clase política.

Sin embargo la Escuela Austriaca nunca ha estado dispuesta a aceptar esta reducción del libertarismo a una mera apología de las empresas por sí mismas, es decir, sin considerar las particularidades de unas actividades empresariales concretas dentro del sistema económico. Indudablemente el modelo económico egipcio representa un ejemplo especialmente grave del tipo de colusión entre empresas “privadas” y el estado que el libre mercado excluye.

Preservando las características de la conciencia de clase de su análisis, los austriacos han evitado confundir grandes empresas dentro de programas económicos estatistas con actores reales del libre mercado. Han procesado coherentemente lo que Rothbard llamaba el “gobierno oligárquico” que caracteriza a todo estatismo, la dominación de la actividad económica “por una élite coercitiva que se las ha arreglado para obtener el control de la maquinaria del Estado”. Es esa “maquinaria del Estado” la que será codiciada en Egipto ahora que Mubarak ha abandonado su puesto como tirano principal.

Así que aunque la “intervención binaria de los impuestos sea tal vez la encarnación más visible de los “medios políticos”, hay muchas otras y el análisis libertario de clases de Ludwig von Mises a Joseph Stromberg se ha ocupado de las formas en que las empresas se han dirigido al estado para aislarse de la competencia.

Junto con la cualidad ética del libre mercado (su respeto por los derechos individuales y su pacifismo), las funciones utilitarias de la sociedad libertaria están bien documentadas. Adam Smith y John Stuart Mill, declarados “guerreros de clase” radicales en su momento, son notables no solo por explicar las superioridades prácticas de la libertad, sino por atacar el derroche y la desutilidad del status quo. Los exégetas de los economistas clásicos apuntan a menudo sus explicaciones de cómo funcionan los mercados libres, relacionando las ideas clásicas sobre ventaja competitiva y división del trabajo.

Sin embargo es menos común cualquier mención al hecho de que, aunque Smith (por ejemplo) es retratado hoy como el antecesor de algún tipo de conservadurismo, era principalmente un filósofo moral preocupado por socavar la economía de la clase dirigente de su tiempo. Veía que las élites económicas (tan inextricables y entremezcladas con el estado) se beneficiaban de las ineficiencias que habían creado de una forma similar a la que Rothbard atacaba a las grandes empresas en el siglo XX por beneficiarse de la “ayuda y protección del estado.

Los egipcios se beneficiarían tremendamente de la explicación libertaria de clase de Rothbard, evitando el seductor atractivo de líderes carismáticos que aprovechan oportunidades como esta para apoderarse del estado para una nuevo conciliábulo de élites. Para Mises y Rothbard, como para los economistas políticos clásicos, las ventajas prácticas y económicas que derivan de los mercados libres dividiendo la autoridad o el poder estaban muy ligadas a sus implicaciones políticas y de clase. Especialmente relevante para Egipto es la inclinación dominante a considerar la interferencia del estado en la economía como “someter al monopolio de las grandes empresas en beneficio de la riqueza pública”. Los egipcios deberían, en el curso de su reorganización política, tener en cuenta la apreciación de Rothbard del libre mercado (frente al estado) como la fuerza que siempre ha “menoscabado y disuelto (…) intento” de consolidar el poder dentro de grupos privilegiados.

“El punto de partida para el pensador libertario” argumentaba Laurence S. Moss en 1967, “debe ser la élite del poder”. Suponiendo que la transformación política sustancial y real y la genuina justicia social sean los objetivos de los egipcios, la Escuela Austriaca ha construido un marco para llevar al país del elitismo estatista de Mubarak hasta la libertad completa.

No hay duda de que la salida de Mubarak y el final de sus 30 años de gobierno representan un momento histórico para Egipto, pero el estado, construido como está sobre ideas, es más resistente que cualquier hombre.

Aunque el fin de la era Mubarak presenta una apertura para las ideas libertarias, la confianza de los egipcios en los militares para llevar a cabo elecciones libres, e incluso la fe en las propias elecciones, puede estar fuera de lugar. Las ideas de la Escuela Austriaca acerca de la naturaleza del poder y las élites gobernantes son revolucionarias en el sentido más real del término, subvirtiendo la distribución de la riqueza y el poder del estado por el libre mercado.

Ahora que Egipto ha sido testigo del poder transformador de las interacciones pacíficas, su pueblo debería mirar con recelo a los “líderes” que se preparan para reimplantar la coacción.

 

 

David D’Amato es analista de noticias para el Center for a Stateless Society. Es abogado y trabaja actualmente en un máster legal sobre derecho mercantil internacional.

Published Tue, Feb 15 2011 7:15 PM by euribe