El arenque sanitario

Por Charlie Virgo. (Publicado el 16 de febrero de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5023.

 

Aunque algo aplacado desde su aprobación hace casi un año, el debate sobre el “Obamacare” sigue siendo fuerte. La Cámara de Representantes decidió revocar la legislación, pero el Senado no le siguió, extendiendo loa 15 minutos de fama de la ley.

Sin embargo este artículo no trata tanto de los contenidos de la ley firmada por Obama como del argumento usado por los que están a su favor. Cuando he oído a sus proponentes defender la eficacia de esta ley, su viabilidad y su misma existencia, he advertido que hay un tema común en todo ello: una falacia lógica conocida como un “arenque rojo”.

Para quienes puedan no estar familiarizados con las falacias lógicas, un arenque rojo se define como introducir factores o argumentos irrelevantes para distraerse de la cuestión. Por ejemplo, supongamos que la persona A y la persona B están debatiendo sobre si lo spaghetti saben mejor que la lasaña y la persona B apunta que los spaghetti son mejores porque no engordan tanto. Eso sería un arenque rojo, porque no se trata de qué plato engorda más. Si la persona A no tiene cuidado, puede verse arrastrada a un debate completamente diferente. Esto es precisamente lo que ha ocurrido en el debate sobre la sanidad cuando vemos a expertos discutiendo exclusivamente los méritos del Obamacare en lugar de cualquier alternativa.

En 1982, Ron Paul y Lewis Lehrman escribieron una obra excelente llamada The Case for Gold: A Minority Report. En ella, el Congresista Paul recuerda una experiencia que tuvo con un reportero:

La fecha en que la Comisión del Oro votó y rechazó oficialmente el patrón oro (una conclusión prevista desde el principio) el titular del Washington Post rezaba: “La Comisión vota contra la resurrección del patrón oro”. Un reportero me llamó para pedirme mi reacción, suponiendo que estaría muy decepcionado. Pero mi respuesta fue la contraria. “Estoy encantado”, dije, “de que la noticia sea que el patrón oro fue considerado y el rechazo (temporal) merezca un titular en primera página del Washington Post”.

La alegría de Paul no se debía a que el patrón oro fuera rechazado: era porque consideraba asombroso que se considerara un patrón oro. Por desgracia no vimos una receptividad similar a las ideas de pequeño gobierno en el debate sobre el Obamacare. De hecho fue más bien lo contrario.

Desde el principio, solo se discutió y evaluó una opción, la de un sistema sanitario gestionado públicamente. Los argumentos de los que estaban a favor no reflejan la posibilidad de ninguna alternativa. De Associated Content, de Yahoo!: “Estados Unidos es la única nación desarrollada sin cobertura sanitaria universal. (…) El coste de la sanidad en Estados Unidos está también costando empleos estadounidenses”.

De YES! Magazine: “Se estima que 50 millones de estadounidenses no tienen seguro médico y un número similar y rápidamente creciente tiene cobertura insuficiente”.

Y finalmente, del Huffington Post:

¿Por qué debería alguien ser obligado a retorcerse de dolor por el temor a tener que pagar un viaje a la sala de emergencias? ¿No deberíamos, como sociedad, asegurarnos de que cuando la gente sufre sea capaz de buscar un tratamiento sin miedo a la deuda eterna y el embargo y cualquier otra cosa que causarían las facturas médicas de enorme tamaño?

Incluso si suponemos que las estadísticas son correctas y las opiniones válidas, ¿qué evidencia ofrecen de que la solución sea más gobierno? Anunciar simplemente que 50 millones de estadounidenses no están asegurados no significa que sea necesario un sistema sanitario público, porque podría haber sido la implicación de nuestro gobierno la que haya llevado a la situación actual.

Por muy ansiosos que estén los autores por declarar quebrado el sistema sanitario, hay poquísima información explicando por qué. Los autores pueden estar trabajando bajo la suposición de que fue un sistema de libre mercado el que creó los problemas de la sanidad y por tanto necesitamos acudir al gobierno para que nos salve. ¿Pero qué pasa si en realidad la sanidad no era una industria libre? ¿Qué pasa si fue la implicación del gobierno la que creo inicialmente el problema?

Por esto los proponentes de la ley tienen que confiar en su arenque rojo: desviando la atención de la cuestión de “qué método de reparto sanitario sería el más eficiente” a la declaración de que “demasiados estadounidenses no tienen seguro sanitario” convierten el debate en uno sobre si los estadounidenses deberían tener acceso a la sanidad. Por tanto, si alguien se opone al Obamacare se le califica automáticamente como despreocupado, frío y sin corazón. Y así la atención se centra en el estado de la sanidad en lugar de en los distintos medios para arreglarla.

Desde que se ha traído a primera línea al Obamacare, ha sido la única opción debatida. Comprensiblemente, los proponentes de la ley han tenido dificultades en crear razones válidas por las que el gobierno federal debería estar más implicado de lo que ya está. En su lugar, se centran en la trágicas estadísticas, esperando conducir la conversación de “quién debería gestionar la sanidad” a “¿necesitamos sanidad?”

La mayoría de los que nos oponemos a la “sanidad universal” de la administración Obama no nos oponemos a la idea de que todos los estadounidenses deberían poder recibir atención médica. Por el contrario, creemos que no es inteligente adoptar la primera solución que se ofrezca, especialmente si la ofrece el estado.

 

 

Charlie Virgo es estudiante de finanzas en la Universidad de Phoenix. Su introducción a la economía se produjo con la lectura de La economía en una lección, de Henry Hazlitt.

Published Thu, Feb 17 2011 7:19 PM by euribe