El arancel temporal

Por F.W. Taussig. (Publicado el 7 de marzo de 2011)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5008.

[Este artículo está extraído de The Tariff History of the United States (1888)]

 

La Guerra de Secesión revolucionó los métodos financieros de los Estados Unidos. Se creó un nuevo sistema monetario y se recurrió a recursos fiscales hasta entonces no soñados, primero tímidamente, al final con un rigor que apenas tenía límites. El arancel, que hacía tiempo que era la única fuente de ingresos federales, se vio suplementado por una serie de impuestos internos extraordinarios y se apeló a él para generar más y más ingresos.

Cuando acabó la Guerra de Secesión, las leyes fiscales que habían sido aprobadas precipitadamente durante su transcurso constituían una masa caótica. El Congreso y la secretaría del tesoro inmediatamente se pusieron a trabajar para poner algo de orden en este caos, financiando y consolidando la deuda, contrayendo el papel moneda y reformando y reduciendo los impuestos internos.[1]

Los años de 1865 a 1870 están llenos de discusiones y aprobaciones sobre impuestos y finanzas. Sobre algunas partes del sistema financiero, respecto de las cuales había poco desacuerdo, las acciones fueron rápidas y saludables. El complicado bloque de los impuestos internos se sentía como un mal para todos. Recaía dura y vejatoriamente sobre el pueblo y el Congreso procedió a acabar con ellos a toda velocidad.

Tan pronto como se hubo dotado la inmensa deuda flotante y el nivel de necesidades anuales del gobierno quedo algo claro, el Congreso se puso a trabajar para derogar y modificar las leyes de impuestos internos. No es necesario enumerar los distintos pasos por los que se modificó el sistema de impuestos internos. Año tras año se aprobaron leyes para reducir y abolir los impuestos internos. En 1872 todos los que tenían alguna conexión con el tema de nuestra investigación (las cargas protectivas) habían desaparecido.[2]

Los impuestos a licores y cervezas, a bancos y unos pocos en comparación nada importantes sobre cerillas, patentes de medicinas y otros artículos se mantuvieron. Pero todos aquellos impuestos que recaían principalmente sobre recursos productivos del país (aquellos impuestos en compensación por los que se habían impuesto cargas mayores en 1862 y 1864) fueron completamente abolidos.

Paso a paso con esta eliminación de los impuestos internos, debería haberse producido una reducción en las cargas a la importación; al menos una reducción que hubiera eliminado esas cargas adicionales que se habían puesto en práctica para hacer desaparecer los impuestos internos. Sin embargo, el Congreso vacilaba en adoptarla.

Hemos visto que la oportunidad creada por el sistema de impuestos de la guerra fue aprovechada por los proteccionistas para llevar a cabo sus deseos. No sería sencillo decir si en el momento en que los hombres públicos que crearon esta legislación querían que el nuevo sistema de cargas a la importación fuera permanente. Indudablemente no se pretendía que en general los métodos de financiación de la guerra se mantuvieran aplicados durante un tiempo ilimitado. Se pretendía sin ninguna duda que algunas partes del arancel fueran meramente temporales y la expectativa razonable era que las cargas protectivas se revisaran y redujeran antes o después.

Si se hubiera preguntado directamente a casi cualquier hombre público si el sistema arancelario de la guerra iba a continuar, la respuesta habría sido indudablemente negativa, que en su momento las cargas a la importación se rebajarían.[3]

Durante los años de confusión inmediatamente tras la guerra, se intento poca cosa; pero pronto empezó a aparecer una disposición a realizar alguna reforma en la incongruente masa de las cargas. Cada año se aportaron planes de reducción y reforma. Se nombraron comisiones, se elaboraron y consideraron propuestas, pero la deforma se demoró año a año.

La presión de los productores locales interesados era fuerte; el poder del lobby era grande; el omnipresente problema de la reconstrucción absorbía las energías del Congreso.

Gradualmente, a medida que las organización de la industria en el país se adaptaba cada vez más al arancel tal y como estaba, se fortalecía la sensación de que no se necesitaba ninguna reforma. Muchas industrias habían crecido o se habían extendido mucho, bajo la influencia de la legislación de guerra.

Como esa legislación continuaba sin cambiarse, se empleaba cada vez más capital en instalaciones cuya existencia o prosperidad dependía de alguna manera de su mantenimiento. Todos los relacionados con establecimientos de este tipo afirmaban que se arruinarían con cualquier cambio,

El mundo empresarial en general tiende a ser favorable a mantener las cosas como están. El país en general, y especialmente aquellas partes del mismo en que se concentran las industrias protegidas, empezó a ver el estado existente de cosas como permanente. El extremado sistema protectivo, que había sido al principio una forma temporal de ayudar en la lucha por la Unión, adoptado precipitadamente y sin ninguna deliberación, se convirtió gradualmente en aceptado como una institución permanente.

Desde aquí había un pequeño paso para explicar y justificar la estado existente de cosas, establecer un alto proteccionismo como una teoría y un dogma. La restricción del comercio con países extranjeros por medio de cargas a la importación del 40, 50, 60 e incluso el 100% llegó a ser defendido como algo bueno en sí mismo por muchos que, bajo circunstancias normales, habrían considerado como absurda una política como ésa.

Ideas de este tipo dejaron de ser errores explotados de una pequeña escuela de economistas: se convirtieron en el fundamento de la política un gran pueblo. Así que la masa de legislación restrictiva que se había acumulado muy deprisa durante la guerra se fortaleció y completó y constituyó un edificio firme y consistente. Sobre artículos puramente sobre ingresos, como los que no se producían en absoluto en el país, las cargas se abolieron prácticamente del todo.

Unas pocas materias primas, es cierto, se admitían con tasas bajas o completamente libres de cargas. Pero eran excepciones, realizadas aparentemente por accidente. En general, las cargas sobre artículos producidos en el país, es decir, las cargas protectivas, se mantuvieron en las cifras de la guerra o se aumentaron.

El resultado fue que el arancel gradualmente se convirtió exclusiva y distintivamente en una medida proteccionista: incluía casi todas las cargas protectivas impuestas durante la guerra, añadió muchas más y dejó de contener las cargas puramente de ingresos de la guerra.

 

 

El Dr. F.W. Taussig fue profesor de economía política en Harvard. Escribió The Tariff History of the United States y unos Principios de economía en dos volúmenes.

Este artículo se ha extraído de la parte II, capítulos 1 y 2 de The Tariff History of the United States (1888, recientemente reimpreso por el Instituto Mises en 2010).



[1] Quienes deseen tener algún conocimiento de carácter confuso de la legislación financiera generada por la guerra pueden acudir al excelente ensayo de David A. Wels “The Recent Financial Experiences of the United States” (1872). Quienes deseen estudiar más en detalle el curso de los acontecimientos tras la guerra deberían leer los informes de Wels como Comisionado de Ingresos de 1867, 1868, 1869 y 1870.

[2] Las leyes más importantes para reducir los impuestos internos fueron las del 11 de julio de 1866, 2 de marzo de 1867, 31 de marzo de 1868, 14 de julio de 1870 y 6 de junio de 1872.

[3] Todavía en 1870, Morrill decía “A efectos de ingresos, y no solamente para protección, se ha añadido hasta el 50% en algunos casos al arancel [durante la guerra] para permitir a nuestro comercio local soportar las nuevas pero indispensables cargas de la imposición interna. Ya hemos derogado la mayoría de esos impuestos. Luego hasta ahora, en lo que se refiere a la protección (…) podríamos rebajar tranquilamente un porcentaje del arancel sobre una parte considerable de nuestras importaciones del extranjero. (…) Es un error de los amigos de un arancel sensato insistir en los papeles extremos impuestos durante la guerra, que difícilmente generarán el ingreso necesario. (…) Cualquier porcentaje de cargas que se imponga sobre bienes extranjeros para cubrir los impuestos internos sobre manufacturas locales, no debería ahora considerarse como el precio justo de protección, cuando se han derogado esos impuestos. Ya no hay una equivalencia”. Congress, Globe, 1869-70, p. 3295. Estos pasajes se producen al final de un largo discurso a favor del principio de protección.

Published Mon, Mar 7 2011 7:32 PM by euribe